Nº 515.- Estamos sobre cubierto. La cafetería de la Fira del Llibre de València nos da cobijo, mientras una lluvia fina, intermitente, apaga el polvo del
recinto ferial. Es viernes, media tarde, cuando Antonio Iturbe y quien suscribe
comenzamos a hablar de otra fecha, más antigua, la del 31 de julio de 1944, cuando
el avión de reconocimiento que pilotaba Antoine de Saint-Exupéry no regresó a
la base de Bastia. El piloto francés, muerto a los cuarenta y cuatro años, pasó
a la historia de la Literatura por su «longseller» ‘El Principito’ y también
por protagonizar junto a Jean Mermoz y Henri Guillaumet el despegue de la
aviación civil. Todo esto y mucho más lo podemos encontrar en ‘A cielo
abierto’, la última novela del escritor zaragozano, editada por Seis Barral y
por la que ha sido galardonado con el Premio Biblioteca Breve 2017.
En primer lugar, Antonio,
enhorabuena por el Premio Biblioteca Breve 2017, conseguido con ‘A cielo
abierto’.
Muchas gracias.
¿Por qué es importante
haber ganado este Premio para ti? ¿Más lectores, mayor visibilidad,
reconocimiento del jurado, dotación económica…?
Por el pack completo, todo lo que has dicho es muy
importante. Reconforta el reconocimiento del jurado ya que tú escribes en tu
habitación, con el ordenador, en soledad, y si alguien premia ese trabajo te
sientes reconocido. Desde el punto de vista económico, también es muy
importante, porque vivimos tiempos zarrapastrosos, inciertos. Los escritores no
tenemos seguridad social, ni nómina, solo disponemos del diez por ciento del
precio del libro si se vende. Por lo tanto cuando te dan un dinero, te ayuda en
las cuestiones prácticas de la vida y te viene muy bien.
Esta es tu tercera
novela, le precedieron ‘Rectos torcidos’, ‘Días de sal’ y ‘La bibliotecaria de
Auschwitz’, ¿podemos encontrar puntos en común entre ellas?
Es verdad que son libros que tocan asuntos muy dispares, pero
como soy muy lento al escribir a causa de mis pluriempleos, voy cambiando,
evolucionando y envejeciendo. Quiero creer que todas mis novelas presentan un
fondo común, que es que más allá del propósito de que mis historias sean
interesantes, pretendo que el lector no sólo mire hacia afuera, sino que tenga
la sensación de haber viajado también al interior de sí mismo. Por lo tanto,
diría que todas estas novelas comparten un punto existencial.
Y en concreto ‘A cielo
abierto’ ¿qué aporta de nuevo a las otras obras?
El punto novedoso es que se trata de una historia que habla
del arranque de la aviación en los años veinte, de aquellos pioneros del correo
aéreo. He aportado la perspectiva de narrar a través de una relación de amistad
entre los protagonistas. Creo que es una historia donde estos pilotos, tipos
valientes y aguerridos, por dentro son personajes de una gran ternura a pesar
de ser muy distintos entre sí. Ellos arman una relación que perdurará toda su
vida. Más allá de la aventura de volar sobre África, el Sáhara o la Patagonia, destaca
la aventura de sus propias vivencias emocionales.
Empezaste con novelas
de cien páginas, la anterior tenía cuatrocientas y esta más de seiscientas…
No me regañes, no me regañes [protesta divertida y lastimera
a la vez]
¿Quiere eso decir que
te estás convirtiendo en un escritor de formato bestseller?
Bueno el tamaño no importa, no hace la cosa. ‘El Quijote’
también es muy largo y la obra de Proust alcanza los siete volúmenes… Aquí sólo
tiene importancia para las traducciones, ya que se paga por página traducida.
Lo cierto es que no había ningún plan preconcebido y mientras la escribía no
sabía muy bien qué cosas tenía que dejar fuera de la novela, porque había mucho
que contar. Me entusiasmé y salió así. Espero que la próxima resulte más breve.
Has hablado antes de
«tus pluriempleos», articulista, novelista, profesor universitario…, lo que
denota una imagen de hombre tremendamente ocupado, ¿cuándo escribe Antonio
Iturbe?
En todos los huecos que encuentro. Tengo ya una existencia
absolutamente empastada entre la vida misma y la escritura. Antes, cuando
disponía de un empleo estable, trabajaba de noche, pero ahora lo hago en
cualquier momento. A veces acompaño a mi familia al cine, compro las entradas y
las palomitas y me quedo fuera, en una cafetería, y utilizo esas dos horas para
escribir. La verdad es que aprovecho hasta el humo para la escritura.
‘A cielo abierto’ se
centra en la figura de Antoine de Saint-Exupéry, ¿de dónde procede tu interés
por este hombre?
De Saint-Exupéry me atraen muchas cosas. Es una relación de
amistad de mucho tiempo. A los once años leí ‘El Principito’ y ese libro supuso
una fascinación para mí, aunque probablemente no entendía muchas cosas de las
que allí sucedían. Con el paso de los años he seguido leyéndolo y eso me llevó
a plantearme quién era ese tipo que había escrito tantos libros maravillosos.
Esa complicidad y cercanía con él la establecí a través de su obra, donde está
plasmada su vida entera. ‘A cielo abierto’ la he escrito para contagiar mi
fascinación a los demás.
Saint-Exupéry es un
personaje muy famoso tanto en la realidad como en la ficción. Hasta Hugo Pratt,
creo recordar, le dedicó un álbum.
Sí, sí, Hugo Pratt lo convirtió en el protagonista de una de
sus novelas gráficas. Efectivamente, como dices, era un tipo real, pero su vida
es literatura en estado puro. Él era un conde venido a menos por problemas
económicos y además trabajó como piloto del correo en los años veinte. Había
que ser muy valiente para tripular aquellos aparatos tan frágiles. Guardaba un
gran sentido poético y humanista y cuando volaba tenía ensoñaciones sobre el
sentido de la vida y del mundo, pero cuando ponía el pie en tierra le encantaba
pasear por París, entrar en las «brasseries» del Boulevard de Saint-Michel,
beber champán, comer ostras, divertirse, cantar la Marsellesa… Era un tipo con
muchos contrastes emocionales y eso le convierte en un personaje de una riqueza
tal que no es posible inventarlo. Saint-Exupéry es más grande que la propia
ficción.
¿Habría llegado a nosotros
con tanta fuerza si no fuera el autor de ‘El Principito’ o, dicho de otro modo,
‘El Principito’ ha ocultado el resto de su producción literaria?
Sin duda, se trata de un libro con tanto brillo que ha
ocultado la biografía del piloto e incluso el resto de su obra, incluidas sus
magníficas crónicas sobre la Guerra Civil Española. Todo ha quedado opacado por
‘El Principito’.
Escogiste la tercera
persona para narrar ‘A cielo abierto’, ¿por qué?
Hacerlo en primera persona hubiera sido un atrevimiento
excesivo, aunque es cierto que he planteado diálogos en la novela que yo no he
vivido. También la he escrito en tiempo presente, algo arriesgado en una novela
larga, pero la vida se vive en presente y quería que la narración transmitiera la
frescura y la fuerza de lo vivido.
El ritmo es sosegado,
que no quiere decir aburrido, no hay prisa por captar pronto la atención del
lector, ¿eres un escritor de largo aliento?
Cuando me pongo a escribir, la verdad es que no tengo un plan
muy hecho. Escribo un poco por arrebatos y como va saliendo. Es verdad que cada
historia pide un tono, una velocidad y
un ritmo, pero también es innegable que, al estar impregnado de la literatura
de Saint-Exupéry, te contagias del propio personaje y de su forma de escribir.
Quizá él tenga esa carencia despaciosa, de merodeo de las cosas, nada parecida
al ritmo de un thriller. Este es un libro de otro tipo, una novela que pretende
llegar muy lejos pero de modo tranquilo, paseando por la historia.
Has hablado de que cada
historia pide un ritmo y una velocidad distintos, ¿en tu escritura forma y
fondo van estrechamente unidos?
En mi opinión, forma y fondo han de estar entreverados. A
ver, lógicamente no somos piezas de bronce, todos tenemos incoherencias, pero
ha de existir una cierta coherencia entre lo que el escritor piensa, lo que
hace y lo que escribe. Si no fuera así caería en la impostura. En este caso
concreto, la aventura exterior y esa reflexión
interior suya tan humanista, que dice que nacemos cuando nos damos a los demás,
han de ir acompañadas por un tipo de escritura con mimo, de merodeador, de
paseante, de acariciador. No puede ser una escritura de metralleta. La letra y
la música han de ser concordantes, acompasadas.
En ‘A cielo abierto’ también
tratas el tema de la amistad, ¿qué papel juega aquí la amistad?
La amistad es el pegamento que une a los protagonistas,
porque estos tres pilotos que trabajan en el correo aéreo y se hacen amigos son
muy distintos entre sí. Saint-Exupéry tenía altibajos emocionales; Jean Mermauz
era un sujeto aguerrido, que no daba nunca un paso atrás, seductor, una bestia
en todo el sentido de la palabra; y Henry Guillaumet fue un tipo más moderado,
tranquilo, un perfeccionista del vuelo. Eran superdiferentes y a la vez
superamigos. Les unía la pasión por el vuelo y el sentido del deber, su
compromiso para transportar las cartas de un punto a otro, porque había gente
esperándolas y debían llegar en la fecha prevista.
¿Hemos perdido en la
actualidad el sentido de la aventura que tenían tipos como Saint-
Exupéry?
Sí, Google Maps y Google Earth han hecho mucho daño a la
aventura, porque ahora todo lo tenemos al alcance de un clic. Pero sigue
habiendo aventura, aunque por caminos distintos. A mí no me interesan los
grandes héroes sino esos tipos que prestan un servicio a la sociedad llevando
el correo, por ejemplo. A lo mejor dentro de cien años hay que escribir la vida
de Malala, la mujer que abrió un blog en Internet para decir que las niñas
debían de ir a la escuela, que un día fue tiroteada por los talibanes y logró
sobrevivir. Creo que ella es la aventurera de hoy. A mí me gustan los tres
personajes de la novela porque son aviadores civiles, no militares, no tiran
bombas y siembran la semilla del correo comercial tal y como lo conocemos hoy.
Saint-Exupéry fue
amante de los loopings y otras maniobras arriesgadas en el aire, en el fondo
eso dibuja una atracción inconsciente por el riesgo, ¿se ocultaba alguna tendencia suicida en
aquella pasión tan peligrosa?
Creo que no. En su correspondencia no hace referencias al
suicidio. Es cierto que al final, cuando está desencantado y castigado por los
accidentes, dice que si le derriban no le importará, pero no comenta nada para
pensar que fuese a estrellarse voluntariamente. Saint-Exupéry amaba demasiado
la vida para albergar tendencias suicidas. Si estos pilotos subían a esos
aparatos tan frágiles lo hacían no por el morbo de la muerte, sino por su amor
a la vida. Eran grandes vividores y volar hacía sus vidas más intensas.
La muerte de
Saint-Exupéry está cubierta por un velo de misterio, ¿es el remate ideal para teñir
al personaje real con un barniz inseparable de ficción?
Es verdad, así es, murió en el año 1944 y nunca se encontró su
cuerpo. Había salido desde Córcega en misión de reconocimiento aéreo y el avión
no llegó a su destino. Los restos del aparato aparecieron cerca de Marsella,
pero no se sabe si fue derribado por un caza, sufrió un accidente o decidió
suicidarse. Hubo un piloto alemán que afirmó haberlo derribado, pero no está
comprobado. En mi opinión por las cartas y lo que sé de él, pienso que no se
suicidó, amaba la vida demasiado para entregarla. Pero nunca sabremos la
verdad.
La última por esta vez:
¿qué poso te ha dejado la figura de Saint-Exupéry después
de trabajarlo como personaje real/ficticio en tu novela?
De la escritura conservo muchas cosas como recuerdo. Había
leído bastante sobre él, pero ahora he trabajado con más profundidad sus
cartas. He llegado a pensar que Saint-Exupéry escribió ‘El Principito’ para ese
niño que todos los adultos llevamos dentro. El libro me ha acompañado a lo
largo de mi vida y ha conseguido que no crezca, que siga siendo aquel niño de
once años que leyó el libro por primera vez. La literatura es un hilo que camina
contigo siempre y eso me parece algo maravilloso. Ha sido un placer escribir
esta novela.
SOBRE ANTONIO ITURBE
Antonio Iturbe (Zaragoza, 1967) ha publicado las novelas ‘Rectos torcidos’ (2005), ‘Días de sal’ (2008) y ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (2012), ganadora del Premio Troa «Libros con valores» y publicada en once países. Es autor de la serie de libros infantiles ‘Los casos del Inspector Cito’, traducida a seis lenguas y de la serie ‘La Isla de Susú.’ Como periodista cultural, ha trabajado en El Periódico, en Fantastic Magazine y en Qué Leer, revista de la que fue director durante los últimos siete años, y ha colaborado en radio y en publicaciones como Fotogramas o Avui. Actualmente es director de la revista Librújula, colaborador en Cultura/s, El País, Heraldo de Aragón y Mercurio, e imparte clases en la Universitat de Barcelona, donde creció y reside, y en la Universidad Autónoma de Madrid.