aplazada, porque siempre soñé con dedicarme a ello». Sin embargo,
tuvo que elegir entre dos opciones: las matemáticas y el periodismo. Se decantó
por la primera y hoy es catedrática de la Universidad Politécnica de Valencia,
pero «no olvidé el trabajo de los periodistas, sobre todo de esos reporteros
que iban de guerra en guerra. La ficción la descubrí más tarde». Y precisamente
fruto de su pasión escritora, que le ha permitido gozar ya de una carrera
literaria notable, presenta ahora su nueva novela, ‘Eres la luz de mis ojos’,
publicada por Ediciones Casiopea, en la que se adentra en el género histórico
para narrar una historia de amor, que se enmarca dentro del periodo en que se
construyó el Canal de Suez, justo ahora cuando se cumplen los ciento cincuenta
años desde que el primer barco lo atravesó, revolucionando el mundo de los
viajes en el siglo XIX. En ‘Eres la luz de mis ojos’ el lector se encontrará
con la lucha sin escrúpulos por el poder y el dinero en los restos del imperio
otomano y los intereses de la Inglaterra victoriana, Francia y Prusia. Sin
olvidar el buen puñado de personajes reales, Ferdinand de Lesseps, Eugenia de
Montijo, Flaubert, Dostoievski, Verdi, Eiffel o Pasteur, que deambulan por sus
páginas.
María José, ¿cómo
te tropezaste con la historia que has novelado en ‘Eres la luz de mis ojos?
Me la encontré en un artículo escrito por
Maruja Torres en enero de 2010. Me llamó la atención porque era un texto muy
evocador, en el que describía la Sociedad Geográfica Egipcia a través de un
montón de pequeños detalles muy sutiles, que sabían a siglo XIX. El edificio de
la Sociedad se construyó poco después de acabar el Canal y sus tres estrellas
eran el propio Canal, el Nilo y el Delta. A partir de ahí me puse a buscar
datos en Google y me di cuenta que todo lo que encontraba venía a decir más o
menos lo mismo, hasta que tropecé con un libro titulado ‘Rompimiento del istmo
de Suez’, que no era sino el proyecto, en francés, de la construcción del
canal, que había sido encargado por el propio Ferdinand Lesseps. Allí estaba
todo detallado con gran minuciosidad: jornales, técnicas, máquinas necesarias…
Un español, que aparece en la novela, Cipriano Segundo Montesinos, se tomó
después la molestia de traducirlo al castellano, añadiéndole un capítulo
suplementario en el que hablaba de las ventajas que esta construcción podía
representar para España, pensando sobre todo en la ruta hacia Filipinas. Como
por entonces llevaba en mente una historia de amor, vi que podía encajarla en
este marco y comencé a leer el proyecto de Lesseps.
Parece que estamos
ante un caso en que la historia encuentra a su autora.
La verdad es que sí. Jamás en mi vida hubiera
pensado escribir una novela histórica y, además, sobre Egipto, un país al que
había viajado como turista y que conocía sólo en su aspecto helenístico, ya que
por aquel entonces me encontraba escribiendo, junto con otra escritora, un
libro sobre Hipatia de Alejandría. Para mí el Canal de Suez sólo era algo que
existía, que estaba allí, pero nada más.
Al escribir esta
novela, ¿había también algún interés por tu parte en hablar del siglo XIX?
Mucho interés, porque desde el punto de vista
político es una época muy interesante, ya que es un momento histórico en el que
Italia y Alemania se están unificando; Estados Unidos se encuentra en plena
Guerra Civil; Francia e Inglaterra sostienen un pique total, como refleja la
novela; arranca la segunda revolución industrial; y, un poco después,
aparecerán la electricidad, las vacunas, Freud y el psicoanálisis, el
Darwinismo… Todo ello sin olvidar que en el propio Egipto está surgiendo un
movimiento nacionalista, después del periodo de la ocupación napoleónica.
¿Qué significó
para el mundo la construcción del Canal de Suez?
La idea de construir el Canal de Suez es muy
antigua, ya estaba en la mente de Ramsés II, que buscaba una salida hacia el
Mar Rojo, porque el Nilo, hasta que llegó Alejandro Magno, carecía de puerto.
Los persas y romanos insistieron sobre ello e incluso Napoleón intentó llevarlo
a la práctica, pero no pudo hacerlo. Se trataba de una franja de tierra muy
pequeña, cuya supresión podía aliviar enormemente los trayectos en barco. Sin
ir más lejos, Inglaterra para llegar a la India tenía que bordear el Cabo de
Buena Esperanza, lo que hacía que los viajes fueran largos, peligrosos y muy
costosos. Era un proyecto muy deseado, pero cada cosa requiere su maduración,
su tiempo, y cuando llegó Ferdinand Lesseps era el momento de llevarlo a cabo.
En la obra se utilizaron
máquinas de gran envergadura.
Efectivamente, las grandes máquinas, las
grandes dragas para excavar y transportar material se inventaron en la época
del Canal de Suez. Si vemos fotografías, nos damos cuenta de que se trata de
máquinas muy imaginativas, mastodónticas, pero era la única manera de avanzar
en este proyecto que, por cierto, comenzó con mal pie, ya que los primeros
obreros utilizaban picos y capazos, algo inapropiado para llevar a cabo una
obra tan enorme.
Durante la
construcción hubo problemas con los nacionalistas egipcios, porque no se les
permitió participar demasiado en el proyecto.
Ese fue uno de los déficits más importantes
de la construcción del Canal, que luego se palió en parte. En un principio,
Mehmed Said, el valí que firmó la
concesión a Lesseps, reclutó una leva de veinte mil campesinos para que
trabajaran en la obra obligatoriamente como esclavos. Pero se les echaron
encima y el asunto de la mano de obra se racionalizó un poco. Sobre la escasa
participación egipcia hay dos hechos significativos. El primero gira en torno a
la ópera Aida, que se compuso sobre un libreto de Auguste Mariette, un
egiptólogo, al que no se invitó a la representación inaugural porque había
impedido que las joyas de una de las esposas del faraón las luciera la
emperatriz Eugenia de Montijo. Y el segundo es que el propio Verdi, compositor
de Aida y persona muy concienciada en asuntos de liberación nacional, no quiso
asistir al estreno porque habían invitado a magnates de medio mundo, pero no al
pueblo egipcio.
A la hora de
narrar has elegido la tercera persona, ¿por qué?
Hasta cierto punto me hubiera gustado probar
otra cosa, pero ante todo lo que me apetecía era que el narrador siguiera al
protagonista, Stefan Vertheimer, durante todo el tiempo. Si alguien se fija, el
narrador nunca cuenta lo que siente o piensa Stefan. Para eso utilicé las
cartas y su diario, porque lo que yo pretendía era darle un peso relevante al
género epistolar dentro de la novela. Por cierto, el protagonista debe su
nombre a Stefan Zweig, un escritor al que admiro mucho.
En ‘Eres la luz de
mis ojos’ te has valido de unos personajes reales y otros de ficción, ¿es fácil
la convivencia entre unos y otros?
Los personajes inventados se mueven en torno
a los reales, respetando todo lo que sabemos de estos. El personaje de Lesseps
está construido de acuerdo con las características que conocemos: un tipo
derrochador, alegre, expansivo, grande en todos los sentidos, simpático y algo
pillo. Por su parte, Stephan Vertheimer, el banquero, tiene un carácter
completamente distinto y se adapta a la forma de ser de su antagonista. Son
personajes contrapuestos y precisamente eso es lo que hace que la novela funcione.
Los demás, cuando estaban juntos, se han complementado los unos a los otros.
Para una novela
como ésta, ambiciosa, me imagino que has tenido que elaborar un guión, ¿algún
personaje te ha demandado más protagonismo?
Ningún personaje real se ha descontrolado. A
los de ficción sí que he tenido que atarlos un poco más corto, sobre todo a la
protagonista femenina, a la que prefería ver como un «personaje Guadiana», que
aparece y desaparece. Poco a poco me fui dando cuenta de que debía permanecer en
la sombre y que fuesen los demás quienes descubriesen su presencia. Con el
desarrollo de la escritura, también observé que el personaje de Ahmed debía
tener un peso más importante en la novela.
Escenarios: en tus
novelas anteriores has utilizado paisajes bien alejados de nosotros: China,
Marruecos, Japòn y ahora propones Egipto, ¿qué te atrae de esos lugares exóticos?
Me encantan, me ofrecen la posibilidad de explorar
lugares desconocidos para mí. Hay escritores de un solo territorio, como Rulfo
con Comala o Faulkner con Yoknapatawpha, sin embargo a mí me gusta variar y
cuánto más lejos me vaya mucho mejor. Ahora mismo estoy pensando en Tasmania y
eso es algo que me divierte mucho, porque me da pie para pensar en las
religiones, en las creencias y en las psicologías de los pueblos, que también
existen hasta cierto punto.
Por lo que cuentas,
¿debo entender que en la novela hay también un afán didáctico? ¿Se asoma a la
literatura la María José Rivera profesora?
Bueno, lo que yo escribo no es Historia, es
novela histórica que no es lo mismo, lo tengo muy claro. Lo que ocurre, y eso
lo he aprendido de mi etapa como profesora, es que para enseñar uno hay que
saber diez. Si sólo sabes dos, se nota mucho. La parte de documentación de las
novelas me encanta, disfruto mucho con ella porque aprendo. Quizá más que un
afán por enseñar, lo que sí tengo es un afán por aprender cosas nuevas. Me
interesa tanto que a veces he de decirme a mí misma que ya está bien de
recopilar información.
Todo proceso de
creación literaria deja un poso en su autor, ¿qué poso, qué aprendizaje ha
dejado en ti esta novela?
Pues de la escritura de esta novela guardo
muchos posos. Me he dado cuenta de lo
importante que ha sido la técnica para mejorar la vida de las personas. Ahora
mismo valoro mucho más al siglo XIX y a la revolución industrial, que en mi
opinión es comparable al Renacimiento o a la época de Pericles. La gente
construyó el Canal de Suez con un entusiasmo enorme, consciente del paso tan
importante que podía suponer para la Humanidad. Otra cosa que también he
aprendido es a colocar el momento exacto del nacimiento del nacionalismo
egipcio, que yo situaba en una época mucho más próxima a la nuestra.
La última por hoy:
‘Eres la luz de mis ojos’ cierra una trilogía, ¿acabará la
cosa ahí o se
convertirá en tetralogía?
Eso es lo que yo quisiera, que fuera una
trilogía. Cuando comencé no sabía si sería capaz de escribir una novela, por
eso empecé por un libro de cuentos, que me parecía más sencillo. Pero me puse
como condición que todos los cuentos tuviesen algo en común, en este caso un
personaje que se llamase Ahmed. Y ¿por qué Ahmed? Pues, simplemente porque me
gusta ese nombre. Sin embargo, al elegirlo observé que me limitaba las posibilidades
creativas al mismo tiempo que me daba más juego para otras cosas. Ahmed también
aparece en las tres novelas, pero no tiene por qué salir en una cuarta. De
hecho, lo que estoy escribiendo ahora no guarda ningún parecido con todo esto.
SOBRE MARÍA JOSÉ RIVERA
María José Rivera (Herramélluri, La Rioja) es doctora y Catedrática de Matemáticas en la Universidad Politécnica de València. Comparte su labor docente y de investigación con la escritura. ‘Harmattan’, su primera novela, a la que siguieron ‘Noches de Obon’ y ‘Luz de los muertos’, fue finalista del X Premio de Novela Fernando Quiñones 2008. María José, además, es coautora del libo ‘Las mil y una Hipatias’. Dentro del género breve, en 2013 fue galardonada con el Premio Relato Corto Antonio Gutiérrez de Cerezo por su cuento ‘Encalmada’. Con su última entrega, ‘Eres la luz de mis ojos’, la escritora riojana, afincada en València, se adentra en los dominios de la novela histórica.