En la ciudad condal y a
principios del pasado mes de septiembre, Eduardo Mendoza (Barcelona. 1943),
presentó su nueva novela, ‘El rey recibe’, editada por Seix Barral, título que
se ha encaramado con indudable rapidez al primer puesto de la lista de libros
más vendidos. En uno de los encuentros con la prensa, y también con el público,
Mendoza describió su obra como «una novela difícil de clasificar», al tiempo
que dejaba claro que autobiográfica del todo no era, aunque sí contenía
elementos autobiográficos, ya que no pretendía indagar en sus recuerdos, porque
«la memoria (personal) es una cosa que debería estar prohibida», dado que sólo
se recuerda lo doloroso. Sin embargo, algo de autobiográfico sí que tiene este
libro, creo que resulta innegable, porque Rufo Batalla, el protagonista, vive
en Barcelona, viaja por países del Este y se asienta en Nueva York, cosas que
el propio escritor barcelonés llevó a cabo durante su juventud.
Para contar ‘El rey recibe’, Mendoza
ha escogido otro de esos personajes suyos tan especiales y, a la vez, tan
característicos: el ya citado Rufo Batalla, alguien que se nos presenta como un
periodista de poca monta, destinado a la sección de la prensa rosa y que se
autodefine como proveniente del «sector más volátil de la clase media». Su
primer encargo como informante consiste en cubrir la boda del aspirante al
trono de Livonia, delirante país ubicado
a orillas del Báltico, un sujeto que habita el exilio: «el príncipe Tadeusz María
Clementij Tukuulo, Bobby para los amigos». También la novia, la futura reina,
tiene doble nombre: Queen Isabella o Mónica Coover. Este detalle es importante
a lo largo del texto. Una peripecia rocambolesca llevará a Rufo a trabar
amistad con Tukuulo, que le encomendará, entre otras misiones, la de escribir
la crónica de su singular historia. La acción se desarrolla a finales de los
años sesenta del siglo pasado y pronto el ambiente gris de la España de Franco
asfixiará al protagonista, que, tras viajar por varios países del Este, como ya
se ha dicho, recalará en Nueva York, como también se ha dicho ya, cargado de
esperanzas y con el propósito de convertir su existencia en una sucesión de
apasionantes avatares.