Nº 562.- Barrio de Russafa. La fachada,
cinco alturas, conjuga colores blanco yO’clock. El
cielo está raso y el sol, lentamente, inicia su retiro. La escritora Elvira
Navarro (Huelva, 1978), tejanos y suéter azul marino, acude a nuestra cita.
Sentados en los sofás del hall y alentados
por la luz que atraviesa el cristal de uno de sus laterales, comenzamos a
charlar sobre su nuevo libro, ‘La isla de los conejos’, publicado por Penguin Random
House, un volumen de once relatos que transmite inquietud, misterio y desasosiego
al lector.
salmón, verticales. Es un edificio sobrio,
antiguo, de toda la vida, ahora restaurado y convertido en el Hotel Petit Palace.
Ocupa un amplio chaflán. Cada día, cada noche, la línea 7 de autobuses urbanos bordea su puerta principal.
Son las seis de la tarde.
De ‘Los últimos días de Adelaida García Morales’ a ‘La isla de los
conejos’, o lo que es lo mismo, de la novela al cuento, ¿por qué ese viaje, ese
cambio?
En realidad, no es tanto cambio
porque la novela sobre Adelaida García Morales iba a ser el relato que cerrase
este volumen. Sin embargo, se me fue de formato y me descompensaba el libro. En
la novela ya había, por llamarlo así, una deriva fantástica que se encuadraba
perfectamente en el ambiente común de los restantes cuentos.
Elvira, ¿afrontas igual la escritura de un cuento que la de una novela?
Me cuesta bastante menos escribir
un cuento. Una vez que tengo la pulsión de escritura definida y la idea clara, lo
escribo rápido sin conocer el final. Sin embargo, para cada novela escribo
mucho más de lo que termino publicando, ya que me gusta quitar, ir al hueso de la historia y eso
requiere tomar decisiones y un enorme trabajo. Soy una persona muy desordenada,
le doy muchas vueltas a la estructura hasta que la encuentro.
Un personaje de la serie ‘True detective 3’, que es mujer y escritora,
dice en un capítulo que escribe porque «Siento que tengo una voz», ¿en tu
interior hay una voz que te impulsa a escribir?
Podríamos decirlo así, pero me
gustaría expresarlo de otro modo: yo intuyo que hay una voz en mi interior y,
para oírla completamente, necesito escribir.
¿Cuáles son los desencadenantes de estos cuentos? ¿Cómo se te ocurren?
Se me ocurren por distintos
motivos. El cuento ‘La habitación de arriba’ bebe de un viaje a Zaragoza, que
me hizo pernoctar en un hotel en el que, por error, mi habitación se la habían
dado a otra persona y a mí me ubicaron en lo más alto, en un cuarto donde se
escuchaba ruido de máquinas. Estuve toda la noche pensando que se me había
metido una máquina dentro y eso me dio la idea para escribirlo. ‘París Périphérie’ procede de un periodo de
seis meses en los que viví en la banlieue
parisina, un barrio que funciona como un ghetto
con una problemática social extrema. Y ‘La isla de los conejos’ surgió cuando
un amigo me contó que había tenido la idea de soltar conejos en una isla del
Guadalquivir.
Precisamente ‘La isla de los conejos’ es el cuento que da título a todo
el volumen, ¿qué te ha llevado a escogerlo?
Se iba a llamar ‘La habitación de
arriba’, porque seguramente es el cuento que más me gusta y así se lo dije a mi
agente, pero él me sugirió que lo cambiara. ‘La isla de los conejos’ es más
potente, encaja con los relatos en los que aparecen animales, hay varios así, y
además genera un efecto de extrañamiento, que recorre todo el libro.
Hipólito G. Navarro define el cuento como un artefacto y sin duda es un
género que requiere precisión, mano de relojero, ¿si todo no está en su sitio
los cuentos no funcionan?
Bueno, eso no sólo le pasa al cuento.
Creo que una novela tampoco funciona si todo no está en su sitio, lo que sucede
es que en la novela el espacio para engrasar la maquinaria es más amplio, sus
tempos son más grandes y da la sensación
de que, a la hora de escribir, una puede ser un poco más autoindulgente consigo
misma. Pero hay que tener claro que no vale cualquier cosa. Eso que se dice de
que Dios está en los detalles funciona en todo, ya sea cuento, biografía, novela,
poesía, ensayo...
En la novela sobre Adelaida García Morales escogiste la tercera persona
para narrar, aquí has alternado relatos en primera y en tercera, ¿qué determina
que los escribas de una manera u otra?
Siempre sé en qué persona voy a escribir,
ni lo pienso, sale sola. Cuando empiezo, el narrador está instalado ya desde la
primera línea
Supongo que sabes que tus cuentos son de digestión lenta, ¿’La isla de
los conejos’ es un libro perfecto para ser leído a plazos, por ejemplo, un
relato por día?
No lo sé, como estoy tan cerca
del libro ya tengo hecha la lectura en mi cabeza y no puedo acercarme a él de nuevas…
En general, a mí me gusta leer libros de cuentos poco a poco, quiero que me
duren dos o tres días porque cada relato ha de ser reposado. Si uno te impacta
mucho, hay que dejar que pase un día entero para asimilarlo y para que su influencia
no contamine la lectura del siguiente.
Como los otros relatos, ‘Estricnina’ también siembra el desasosiego
entre el lector, ¿el objetivo de tus cuentos es despertar ese desasosiego en
los lectores?
No, no pienso en el lector cuando
escribo. El desasosiego es un efecto y también una causa, porque en verdad la
que está desasosegada soy yo, aunque estoy desasosegadamente feliz, porque
mientras escribo lo paso genial. Es como cuando eres niño y entras en la Casa
del Terror. Sientes miedo pero lo disfrutas mucho. Escribir me da un poco de
yuyu, pero en el fondo me encanta.
Pasemos a ‘La isla de los conejos’, que remite a ‘Pierre Menard autor del
Quijote’, el conocido cuento de Borges, ¿homenaje, inspiración o simple
coincidencia?
Mientras lo escribía no estaba
pensando en Borges, sino en Felisberto Hernández y en ‘Las Hortensias’, lo cual
no quiere decir que a lo mejor el relato sea más borgiano que felisbertiano. Como
te digo, tal vez sea cierto, pero en el momento de escribirlo no lo concebí
así.
A medida que avanzamos en la lectura de los relatos tropezamos con
personajes tremendos: un inventor de cosas ya inventadas o una mujer que sueña los
sueños de otros…
Lo cierto es que no me cuesta
nada que se me ocurran esos personajes, no me pongo a pensar en ellos, me
vienen solos.
Entonces aquello que decía Cela de que escribir era un noventa y nueve
por ciento de sudor y un uno por ciento de inspiración contigo se cumple.
Sí, el noventa y nueve por ciento
del sudor no es para la idea sino para el proceso de escritura y, sobre todo,
para la corrección y detección de las estructuras. Como te he dicho, eso me
lleva tiempo, porque soy muy dispersa, y en las novelas me enloquece un poco.
‘La adivina’ es el cuento que cierra el volumen, con una estructura
especial, como el ‘Myotragus’ o ‘Memorial’, ¿cada cuento es una oportunidad de
experimentar para ti?
Claro. No sé a dónde me va a
llevar el cuento y me divierte mucho esa incertidumbre, porque ver cómo lo acabo
forma parte de esa diversión. Sucede como con los personajes, la experimentación
es sobrevenida, no la busco, de repente se me ocurren cosas… En ‘Myotragus’,
por ejemplo, escribí la historia del hombre y de la mujer cenando en el
restaurante. Al acabarla, recordé que había vivido un tiempo en Mallorca y que
allí me habían contado la historia de la cabra-rata, una especie extinguida.
Escribí sobre eso y lo añadí como una segunda parte, que no tiene nada que ver
con la primera, para ver qué sucedía.
Llegamos a la presencia de las nuevas tecnologías en los cuentos: ‘La
adivina’, donde un ordenador envía sistemáticamente un mensaje a un teléfono, o
‘Memorial’, en el que, de repente, un usuario de facebook empieza a emitir
fotos y noticias sobre tu madre, ¿te asusta Internet con sus redes o te fascina?
Ni me gusta ni deja de gustarme, es
una nueva forma de explorar esas zonas misteriosas y oscuras que hay. Las
nuevas tecnologías son algo muy potente, porque no sabemos quién está detrás.
Esa incógnita, en sí misma, es un elemento de tensión para cada persona. Cuando
alguien emite algo en una red social ¿quién lo ve? O cuando aparece el típico
loco ¿quién es? Como no hay tangibilidad, el miedo es mayor porque no lo vemos.
El cuento de ‘La adivina’ surgió porque en mi teléfono comencé a recibir
mensajes de una tarotista, a la que no conocía de nada, ni tampoco había
visitado nunca. Con cada nuevo mensaje me entraba la duda y empecé a pensar si
de verdad me estaba avisando de algo. Entonces se me ocurrió darle la vuelta al
tema y buscar un personaje que cumpliera la profecía.
En ‘París Périphérie’
utilizas el adjetivo «soviéticos» como sinónimo de feo, es la primera vez que
lo veo usado de este modo.
Es que la estética soviética,
socialista, o lo que entendemos por ello, es tremendamente dura, puramente
funcionalista, despojada de cualquier tipo de belleza o placer.
Estamos terminando, ¿dónde queda Elvira Navarro en los cuentos? ¿En la
mirada, en los personajes…?
Me veo en todos los cuentos, creo,
aunque no sean autobiográficos, pero estoy mucho en ‘Las cartas de Gerardo’, un
personaje nacido de una situación biográfica; también en ‘La habitación de
arriba’, donde el desamparo que siente la protagonista lo he sentido yo a
veces; igualmente me encuentro en ‘Memorial’… Son relatos que beben de mí,
aunque yo no soy esos personajes exactamente.
¿Cuál será el próximo impulso literario que piensas abordar?
Estoy a medias con dos proyectos.
Uno es un libro sobre Madrid, como una crónica de la ciudad, que parte de
‘Periferia’, un blog que dejé de escribir hace tiempo. El blog fue un formato
que me divirtió durante una época y ahora ya no me motiva. Y el otro proyecto
es un libro de novelas cortas, entre cuatro o cinco, que tienen vínculos en
común. Está bastante avanzado. En principio, estas novelas irán juntas, pero al
final igual se publican separadas.