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Nº 576.- ‘Los campos de concentración de Franco’ de
Carlos Hernández de Miguel (Madrid, 1969), publicado por Penguin Random House, es
una obra que se echaba de menos dentro del panorama historiográfico de la Guerra
Civil y la posguerra. Su aparición viene a rellenar un hueco solo parcialmente cubierto
hasta ahora por obras monográficas y específicas, que han carecido de la suficiente
difusión entre los especialistas y el público lector. Hernández de Miguel ha escrito un volumen exhaustivo,
intenso, que abarca desde el listado de los campos de concentración existentes en
España, clasificados en provisionales, estables y de larga duración, hasta el testimonio
personal de muchas de las personas que vivieron el horror entre sus muros, sus barracones
o sus alambradas. Conventos, plazas de toros, campos de fútbol, naves industriales,
cuarteles… todo sirvió para hacinar a miles de prisioneros procedentes del derrotado
ejército de la República. Quizá para entender un poco lo que allí se vivió, valga
la pena reproducir aquí la frase de uno de los reclusos, Eduardo de Guzmán, que
el propio Carlos Hernández de Miguel incluye
en los comienzos del libro: «Pronto envidiaremos a los muertos».
Carlos, Vd. ha sido y es
corresponsal, periodista y escritor, ¿qué significa la escritura para usted?
En mi caso es la herramienta para contar historias y describir la realidad.
¿Por qué publicar ahora este libro
sobre los horrores de los campos de concentración? ¿Fue sólo a petición de los
lectores, como indica en el propio texto, o le movía algún otro motivo a
hacerlo?
Realmente fue una petición que recibí mientras realizaba mi anterior
investigación sobre los españoles y españolas que fueron deportados a los
campos de concentración nazis. Algunos de los supervivientes a los que
entrevisté y sus familiares me pidieron que, cuando publicara ese libro, me
centrara en los campos de concentración franquistas que eran mucho menos
conocidos que los abiertos por Hitler.
¿A su juicio por qué nadie hasta
ahora se había interesado en publicar nada sobre este asunto?
Ha habido algunos trabajos sobre el tema como el que realizó el historiador
Javier Rodrigo en 2005. También hay media docena de monografías sobre campos
específicos, muy destacadas. Sin embargo todos estos trabajos se habían quedado
en el ámbito académico o local y no habían llegado al gran público. El que
nadie lo hiciera antes yo lo atribuyo a esa anomalía en la que vive nuestro
país. Una anomalía donde nos robaron la memoria y falsearon la Historia. Lo
hizo Franco, durante 40 años de dictadura, con el objetivo de ocultar sus
crímenes y blanquear su represión. El problema es que no corrigió el error
nuestra democracia. Aquí no ha habido una política estatal encaminada a sacar a
la luz nuestro pasado. Lo hicieron Alemania, Japón o Austria. Lo hizo mucho
después Rusia, Argentina o Chile… pero aquí seguimos viviendo en las mentiras,
el silencio y las medias verdades.
Señala Vd. que este libro no hubiera
sido posible sin el trabajo de tantos y tantos archiveros anónimos que hay en
este país, ¿la sociedad española es realmente consciente de la importancia del
cometido que ellos desarrollan?
En absoluto. Este país nunca ha cuidado esos templos de nuestra Historia
que son los archivos y mucho menos al personal que trabaja en ellos. No es
casual. Obedece al mismo problema que he mencionado en la pregunta anterior.
Aquí se ha tratado de que no miráramos hacia el pasado, de que no conociéramos
lo que sucedió durante la guerra y la dictadura. Y una de las estrategias que
han utilizado los poderes públicos para conseguirlo es no realizar una política
archivística que permitiera analizar la documentación existente para ponerla a disposición
de investigadores y ciudadanos. Los archiveros luchan muchas veces contra esa
dinámica y realizan un esfuerzo extra para facilitar el trabajo a personas como
yo. Por eso quise dedicarles este libro.
No siempre resulta sencillo acceder
a los archivos oficiales en España, ¿ha tenido problemas para acceder a todas
las fuentes que necesitaba consultar?
Hay varios problemas en la línea que usted apunta. Primero, aquí se
destruyó muchísima documentación durante la dictadura y en los primeros años de
la democracia. El resto de los problemas derivan de lo que hemos hablado en la
respuesta anterior. La falta de voluntad política para que se investigue el
material de los archivos ha provocado una dispersión total de la documentación.
Yo he tenido que visitar hasta 7 archivos diferentes para buscar información
sobre un solo campo de concentración. Y lo que es peor, aún así estoy
convencido de que habrá más documentos en otros archivos que ni siquiera
conozco. Esa falta de voluntad también conlleva una ausencia de medios
materiales y humanos para gestionar los archivos. A mí varios archiveros me han
confesado que existen cajas y cajas con documentos de la guerra y la dictadura
sin abrir y, por tanto sin analizar, por falta de personal. Otro problema radica
en las restricciones existentes para consultar determinados archivos. Es
increíble que haya todavía documentos secretos o que se impida consultar
determinados sumarios instruidos durante la dictadura o que no se pueda
fotocopiar la documentación y haya que esperar meses hasta que te la remitan
por correo ordinario. Son trabas nada casuales que responden a lo que antes he
expuesto. Si a todo ello le añadimos que una parte de la documentación de la
época está en poder de fundaciones filofascistas como la Francisco Franco o la
Serrano Suñer, ya tenemos un panorama bastante completo sobre la miseria
archivística que se vive en este país.
Y ¿por qué nos cuesta tanto airear
nuestro pasado? ¿Vergüenza, intereses ocultos, miedo a conocer la verdad…?
La única razón es que nuestra democracia no se desvinculó por completo del
franquismo y sigue sin hacerlo. Durante la Transición, los políticos
democráticos tuvieron que hacer numerosas concesiones a cambio, exclusivamente,
de recuperar lo que era nuestro por derecho: la libertad. Entre esas
concesiones estuvo la de no realizar una revisión histórica de la guerra y la
dictadura. Yo puedo entender, no sé si justificar pero sí entender, que se
cediera en aquel momento porque la Transición estaba tutelada por los
franquistas. Mientras negociaban, los políticos democráticos tenían,
literalmente, la pistola de los militares apuntándoles a la sien. La amenaza de
golpe de Estado era permanente. Por tanto, puedo entender que en aquellos
momentos críticos se transigiera para garantizar la llegada de la democracia.
Lo que no es entendible, explicable ni justificable es que, pasados los años,
no se corrigiera esta perversa situación. A partir de 1986, con la segunda
mayoría absoluta del PSOE y sin amenazas ya de golpe de Estado, se debería
haber acabado con las leyes de punto y final y realizado la revisión histórica
para que tanto en los libros de Historia como, sobre todo, en los libros de
texto de nuestros hijos se reflejara la realidad de lo ocurrido en aquellos
años. Nada de eso se hizo y por eso hoy seguimos siendo el único país en la
Europa democrática que tiene símbolos fascistas en lugares públicos, calles
dedicadas a asesinos y el dictador enterrado como si fuera un faraón en el
mayor monumento de nuestro país.
Volvemos por un momento al
territorio de la destrucción documental, ¿Serrano Suñer fue un personaje
particularmente pernicioso?
Sin duda. Es sonrojante ver cómo ha desaparecido el grueso de la
documentación de los ministerios que él dirigió en aquellos años. Se hizo una
purga total de los documentos generados durante los largos años de complicidad
con Hitler y con Mussolini. Y es especialmente sangrante que hoy exista una
fundación con el nombre de Serrano Suñer que recibe subvenciones públicas y que
ni siquiera permite que los investigadores accedamos a la documentación que
poseen. Es como si existiera en Alemania una fundación Heinrich Himmler.. ¿sería
impensable, verdad? Pues aquí sucede, recibe subvenciones, tiene documentos
oficiales y veta el acceso a los investigadores. Serrano Suñer es solo un
ejemplo de lo que fue una estrategia de destrucción masiva de la documentación
más comprometedora.
Leo en el libro que alguna
documentación valiosa ha sido vendida con absoluta impunidad, y en algunos
casos a precios muy bajos por desconocimiento, ¿es realmente imposible impedir
este tipo de transacciones? ¿No están penadas por las leyes españolas?
Soy ya muy escéptico no tanto sobre las leyes españolas como de, la
interpretación que los jueces hacen de ella. Hay que decir alto y claro que en
la inmensa mayoría de las decisiones relacionadas con el franquismo, los
magistrados se han puesto del lado de los verdugos y en contra de las víctimas.
La mejor prueba la tenemos en la última decisión del Tribunal Supremo en la que
no solo retrasaron la exhumación del dictador, sino que se permitieron
legitimar su autoproclamación como Jefe del Estado en septiembre/octubre de
1936. En aquel momento, Hitler y Mussolini fueron los únicos líderes mundiales
relevantes que reconocieron a Franco como gobernante legítimo. Pues bien, ahora
nuestro tribunal más importante, al margen del Constitucional, comparte en una
resolución el criterio del Führer y del Duce. Eso dice mucho de la podredumbre
de nuestro sistema judicial. Pensar que hay opciones legales de recuperar
documentos oficiales cuando ni siquiera hemos logrado que la familia Franco
devuelva el pazo de Meirás o las estatuas del Pórtico de la Gloria de la
Catedral de Santiago de Compostela es de ingenuos.
Una parte muy importante de la obra
se fundamenta en testimonios orales de personas que pasaron por los campos de
concentración. En ocasiones las fuentes orales no son del agrado de los
historiadores – supongo que pensarán que la memoria puede traicionar o
falsearse a propósito –, pero ¿este trabajo suyo habría podido salir adelante
sin estos testimonios?
Rotundamente no. Creo que sin el aporte testimonial, el trabajo habría
quedado incompleto. Quiero aclarar que la mitad del libro, en la que relato la
creación y evolución del sistema concentracionario franquista, la baso
exclusivamente en documentación oficial. Es obvio que tenemos que ser muy
rigurosos y no debemos apoyarnos en testimonios subjetivos para reconstruir el
proceso militar, político e histórico que tejió la red de campos de
concentración. Sin embargo, la otra mitad del libro la dedico a intentar saber
cómo se vivía en el interior de esos recintos. Y ahí los documentos oficiales
no son suficientes. No lo son en ningún proceso histórico. Pensemos en el
Holocausto y en lo que dejaríamos de conocer si obviáramos los testimonios de
los supervivientes. En este caso es exactamente igual. El relato de quienes
sufrieron en sus carnes aquel horror es imprescindible. Como es lógico, lo que
los investigadores hacemos es filtrar los testimonios. En mi caso he descartado
aquellos que no eran corroborados, de una u otra manera, por varios
supervivientes.
Señala Vd. también en ‘Los campos de
concentración de Franco’ que «muchos comandantes, oficiales y suboficiales se
dedicaron a hacer negocio. Las fórmulas fueron siempre las mismas: quedarse con
parte del dinero destinado a la alimentación de los prisioneros o revender en
el mercado negro los productos que, teóricamente, debían consumirse en el
campo». La pregunta es: ¿cómo puede existir gente así?
Sí. De hecho sigue existiendo en nuestros días. La corrupción era sistémica
en el Ejército franquista durante la guerra y la posterior dictadura. Era una
corrupción que comenzaba arriba del todo, en el propio Franco que se enriqueció
durante sus cuarenta años de tiranía. De él hacia abajo, quien más quien menos,
se benefició económicamente de su posición privilegiada. Hay que pensar que
eran intocables. ¿Quién iba a denunciar a un comandante corrupto de un campo de
concentración? ¿Los prisioneros? ¿Quién le iba a investigar o juzgar? ¿Sus
compañeros de armas que eran iguales o más corruptos que él? Eran y se sentían
impunes y por eso no dudaron en dejar morir de hambre a los cautivos,
quedándose con el dinero destinado a su manutención.
Entre las fotografías que incluye el
libro, figura un librillo que se repartía en el campo de concentración de San
Marcos de León en una de cuyas páginas podemos leer: «Los Campos de
Concentración. No son sólo un redil más o menos cómodo donde estáis encerrados.
Aspiramos a que unos salgáis de éllos [sic] espiritual y patrióticamente
cambiados, otros con estos sentimientos revividos y todos, viendo que nos hemos
ocupado en enseñaros el bien y la verdad». ¿Además de para masacrar a los
prisioneros republicanos y exterminarlos, estos campos aprovechaban para algo?
Los campos, además de para el exterminio selectivo de los prisioneros,
sirvieron para otros fines. El primero fue para investigar a todos y cada uno
de los cautivos y, en función de las conclusiones, enviarles al paredón, a la
cárcel o a realizar trabajos forzados. El segundo fue, precisamente, la
explotación laboral de los prisioneros. Y el tercero la llamada “reeducación”.
Les intentaron lavar el cerebro obligándoles a asistir a “charlas patrióticas”,
forzándoles a hacer el saludo fascista y a cantar los himnos franquistas. En
esta tarea jugó un papel fundamental la Iglesia Católica. En cada campo hubo un
capellán que obligaba a los cautivos a ir a misa, a confesar a comulgar y que,
en muchos casos, se dedicaba a insultar y a amenazar a sus forzados feligreses.
Para escribir ‘Los campos de
concentración de Franco’, que contiene un variado y extenso catálogo del horror
y del terror gubernamental, ¿Vd. ha tenido que crearse una especie de parapeto
o de cristal para tomar distancia y no sentirse perturbado durante la
escritura?
Son ya muchos años los que he pasado siendo testigo del horror. En mi etapa
como corresponsal de guerra lo vi en directo. Ahora lo veo en diferido, pero me
provoca el mismo pavor. Los periodistas que nos dedicamos a cualquier tema
escabroso tratamos de crear ese escudo emocional para ser capaces de contar lo
que vemos. Si nos pasáramos todo el día llorando, no haríamos nuestro trabajo.
Un médico en una guerra tiene que aislarse emocionalmente para salvar vidas.
Nosotros también debemos hacerlo para relatar lo que ocurre. Eso no quiere
decir que tanto horror te vaya dejando huella. A mí me la ha dejado y me la
sigue dejando.
Alguna vez, ¿la sociedad española
condenará el franquismo y pedirá perdón por ello, como los alemanes han hecho
con el nazismo?
Es el Estado español el que debe pedir perdón, al igual que muchas empresas
que se enriquecieron durante aquellos años. Y sí. Creo que acabarán haciéndolo.
La verdad se acaba abriendo camino, aunque está claro que en España los
obstáculos son mucho mayores que en el resto del mundo democrático.
La Iglesia, en este delicado asunto,
jugó un doble papel, contradictorio además: por un lado podía avalar y salvar
la vida de algunos prisioneros y, por otro, podía utilizar la confesión como
acusación, ¿no debería pedir perdón ella también?
Sin duda. La Iglesia fue cómplice directo y activo de la represión
franquista. Fue cómplice de que este país no tuviera libertad durante 40 años.
Hoy sigue siendo cómplice con su silencio, cuando no con su aplauso. Que la
Conferencia Episcopal permita al abad del Valle de los Caídos burlarse del gobierno
democrático y de las víctimas de la dictadura es despreciable. Los obispos
españoles siguen estando al lado de los verdugos. Creo que le hacen un flaco
favor a su fe y también a sus fieles.
En un momento dado del libro, Vd.
señala que toda España era un campo de concentración, ¿la «cruzada de
liberación» sólo sirvió para vigilar/controlar/maniatar a toda la población?
Por supuesto. Solo hay que bucear en los archivos para comprobar cómo se
investigaba sistemáticamente a todos los ciudadanos. Para conseguir un trabajo
o abrir un negocio tenías que demostrar que no tenías antecedentes políticos
democráticos. Los cuerpos policiales y también civiles del Régimen tenían un
cheque en blanco para vigilar, detener, torturar y asesinar. Tratan de que no
recordemos que todo esto ocurrió. Que aquella España era la de las esvásticas,
la de la misa obligatoria, la del miedo a hablar de cualquier cosa, la de las
mujeres encerradas en la cocina y sumisas a sus padres o maridos, la de la
miseria, la de la corrupción impune… Los negacionistas intentan blanquear
aquella dictadura sangrienta, pero la verdad se abre camino y lo seguirá
haciendo.
La última pregunta: ¿por dónde
caminarán sus nuevos trabajos de investigación?
De momento voy a seguir enfrascado en los dos temas que han centrado mis
últimos 7 años: los españoles y españolas deportados a los campos de
concentración nazis y los campos de concentración franquistas.