«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 19 de junio de 2019

Manuel Jabois: «Quiero llegar a los lectores con mis propias armas, con mi estilo»


Nº 578.- Ha adquirido relevancia por sus apariciones en prensa. Diario de Pontevedra, El Mundo y El País han publicado y publican sus artículos desde hace tiempo. Tiene una colaboración diaria, breve pero jugosa, en la Cadena Ser, dentro del programa Hoy por Hoy, donde se pueden escuchar sus comentarios sobre temas de actualidad. Ahora, Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) se descuelga con su primera incursión en el territorio de la ficción. Y lo hace con una novela, ‘Malaherba’, editada por Alfaguara, una narración fronteriza entre la última infancia y la pubertad, la de Tambu, Elvis, Rebe y Claudia. ‘Malaherba’ es un libro de iniciación, de descubrimientos, de peligros, de asombros y perplejidades. Una prosa fresca, con retranca, pulida, bien engrasada, que se lee con pasmosa rapidez y deja un poso agridulce en el lector, es su mejor tarjeta de presentación.

Manuel, es la primera vez que te entrevisto, por tanto, esta pregunta es casi obligatoria: ¿qué significa para ti escribir?
Básicamente, escribir para mí significa ser bastante feliz. Me cuesta mucho ponerme a escribir y me cuesta mucho dejar de hacerlo y digo que soy bastante feliz porque se me ocurren muchas cosas que, aquí y ahora, no pasan por mi cabeza. Muchas veces vivo mejor en la escritura que fuera de casa. No puedo decir que los momentos de bajón, de tristeza o de preocupación se curen con la escritura, pero sí es verdad que después de escribir me siento bastante mejor. También me sienta muy bien escuchar lo que la gente opina de lo que escribo, porque yo escribo para los demás.

¿‘Malaherba’, por ser tu primera novela, es muy autobiográfica?
En realidad, no es la primera, ya que escribí una novela en gallego hace quince años. Sobre su carácter autobiográfico, no creo que tenga que cumplirse siempre esa norma. No sé cuál será la segunda, la tercera o la cuarta novela que escriba, pero de lo que no tengo ninguna duda es de que decidí utilizar la primera persona para contar una historia más o menos lineal, concentrada en un tiempo y un espacio autobiográficos concretos, en los que el protagonista, un niño con la misma edad que un día tuve yo, vive y estudia en un entorno parecido al mío. A partir de ahí, la familia y los compañeros son completamente inventados. El protagonista tiene obsesiones, inseguridades, dudas y miedos que sí son míos, igual que su mirada. Si no lo fueran, resultaría muy complicado para un escritor novato como yo haber inventado todo eso. He escrito la novela desde el punto de vista de la humildad.

¿Has escogido precisamente la primera persona para narrar por esos rasgos tuyos a los que aludes?
A la tercera persona le tengo mucho respecto. Creo que no sabría manejar bien la omnisciencia y que enseñaría demasiado al lector. Hay que poseer un dominio narrativo muy grande para utilizarla. Además, como provengo de la crónica y del reportaje, tal vez me hubiera podido más la pulsión periodística que la literaria a la hora de escribir. Con la primera persona, el problema radicaba en localizar la voz narrativa de un crío de esa edad. Pero como  todavía conservo bastante de adolescente, me parece que no me ha quedado mal.




¿Te interesa más el estilo o la peripecia que narras, porque hay escritores, los que hacen bestsellers sin ir más lejos, que priorizan esto último?
Ojalá, supiera escribir bestseller y vender muchos libros, pero si para ello he de vulgarizar o perder mi identidad como autor, no merece la pena hacerlo. Yo tengo una ventaja: no me gano la vida como escritor y no me planteo nunca qué tipo de historias venden más. Quiero llegar a los lectores, cuantos más mejor, con mis propias armas, no voy a prostituir mi estilo entre otras cosas porque hay gente que, cuando compra un libro mío, espera encontrar en él cierta pulcritud y limpieza que pienso que me caracterizan. En ‘Malaherba’ he escrito una historia, no un fresco, ni un ejercicio de estilo.

Cada mañana dispones de un tiempo en la Cadena Ser, dentro del programa Hoy por Hoy. Es un momento de periodismo, de opinión, de pareceres, ¿para ti, escribir ficción significa escaparse de la realidad?
Sí, hay algo de eso… Es como tomarme unas vacaciones sin necesidad de desplazarme a ningún sitio. No he abandonado la realidad en ningún momento, pero sí es cierto que la ficción me permite oxigenar la cabeza. Por otro lado, en los periódicos siempre sentí una pulsión narrativa, pero con los límites que marca la profesión la literatura no tiene cabida. Una vez que me establecí en el periodismo y vi que podía ganarme la vida, pensé que quería escribir y, de algún modo, esto ha sido como si hubiera recorrido un camino natural que finaliza en la ficción. 

En ‘Malaherba’ regresas a una época donde tu infancia linda con la adolescencia, ¿por qué revisitar aquellos años ahora?
Fue un poco por atrevimiento. Quería ubicar al niño en la edad en la que todavía no sabe qué es el amor, la muerte o la enfermedad y en la que va teniendo claras algunas cosas. En el caso de Tambu, quizá sea un poco prematuro, porque aprende a masturbarse a los diez años, cuando lo habitual es que eso ocurra a los trece, pero he consultado esta cuestión y tampoco resulta nada disparatado. Él descubre las cosas de un modo un poco más traumático y todo sucede en tres meses de tiempo.

De buenas a primeras, nos tropezamos con una frase total: «La primera vez que papá murió», ¿cómo es la primera impresión sobre la muerte que tiene Tambu?
Ahí, en esa frase está condensado casi todo el libro. Está la primera vez y luego también está la percepción, el fingimiento… El padre no finge, pero tampoco está muerto. Para el niño las cosas naturales empiezan a sucederle por primera vez en su vida.

¿Al conversar sobre la novela, te preocupan los spoilers?
Al principio de la promoción tuve bastantes dificultades, porque me costaba mucho hablar de la novela sin destripar nada. El libro no deja de ser un juego en el que el lector ha de estar pendiente de lo que le va ocurriendo al niño. Sólo me atrevo a contar lo que dice la contraportada, que escribimos con un cuidado especial para no revelar demasiado. La verdad es que las entrevistas para hablar de un libro, en general, son peligrosas.

¿Si hablamos del miedo, destapamos mucho?
No, no, el miedo aparece ya en la tercera o cuarta página de la novela, en el momento en que ve a su padre desplomado y el niño dice que empezó a sudar frío. Luego habla de esa clase de miedo que, cuando se te mete dentro, ya nunca sale, del miedo a las cosas que no existen, a los fantasmas, a la Santa Compaña y de ese miedo que puede repetirse y que ya le acompañará siempre.

En una escena de la película ‘Zulú’, dos oficiales del ejército inglés, cuyas tropas están sitiadas por una tribu africana, hablan sobre el miedo. El uno dice: «El miedo reseca la boca, ¿verdad?» Y el otro responde: «Nunca estuve tan sediento». ¿Cada etapa de nuestra vida tiene sus propios miedos?
Supongo que sí, aunque el miedo que empieza a tener Tambu es ya de adulto. De pequeños teníamos miedo a los fantasmas, a que nos dejen solos, pero el miedo hacia la gente de nuestro alrededor o al hecho de que un amigo  desaparezca y no lo vuelvas a ver más es más avanzado. Tenemos miedos universales al dolor, a la pérdida, al sufrimiento, en el caso de la película que citas supongo que esos oficiales temen por sus vidas, y ese miedo es casi el definitivo. Creo también que, según los lugares donde vivimos, percibimos unos temores u otros.

Durante la infancia aprendemos a localizar los peligros y a esquivarlos, este momento de nuestra vida tiene mucho de jungla, ¿no crees?
Antes de hacernos con nuestra propia tribu, de conocer nuestros códigos, nuestros mapas y saber cómo llegar a los sitios, debemos tener una concepción muy salvaje del mundo. Recuerdo perfectamente la primera vez que crucé la calle solo. Fue un momento muy de selva, empezaba a caminar sin compañía por el mundo. En general, Tambu se mueve en un territorio muy pequeño, de trescientos o cuatrocientos metros, en el que lo tiene todo muy controlado, donde incluso se puede perder. En libros y películas de críos, vemos que algunos que se escapan suben a un autobús y, en verdad, solo van al barrio de al lado y, sin embargo, ya tienen la sensación de que es la jungla, un territorio nuevo, como si fuera el extranjero.

Hay bastante humor en el libro. Has jugado con el contraste entre la visión del mundo del niño y su extrañeza ante determinados comportamientos de los adultos, ¿el humor te ayuda a sobrellevar mejor el día a día?
Probablemente, el humor es la Herramienta de la Supervivencia. Al comienzo, el crío pensaba que había matado sin querer a su padre, eso es algo humorístico en lo que me reconozco, porque quizá lo más indiscutiblemente mío que tiene el libro es el humor. Me resultaría muy difícil imitar el humor de otro. Esa retranca que tengo aparece especialmente en los momentos trágicos.

‘Malaherba’ tiene música. Suenan varias canciones, pero un artista sobresale por encima de los demás: Franco Battiato, ¿qué significa Battiato para Manuel Jabois?
Battiato era mi compañía cuando yo era el recepcionista del hotel familiar que tenemos en Sanxenxo. Con la edad de un niño, por las tardes, hacía guardias y me ocupaba en darles las llaves de las habitaciones a los clientes. En esos ratos escuchaba ‘Nómadas’ de Battiato, junto con otros discos de Mecano o Radio Futura. ‘Nómadas’ lo ponía una y otra vez y, a pesar del tiempo transcurrido, aún sobreviven un par de temas en mi memoria: ‘Bandera Blanca’ y ‘Prospettiva Nevski’. Cuando planteé la novela, me gustaba mucho que el protagonista se llamase Tamburino, no por el disco de Bob Dylan, sino por un sucedáneo como Battiato. La escena de su padre escuchando canciones,  me recuerda al mío, porque es algo que él hacía de vez en cuando, de madrugada, con los cascos puestos… Yo veía el rayito de luz que se filtraba por debajo de la puerta y sabía lo que estaba haciendo.

Me vas a permitir un spoiler: ¿el abuelo de Tambu es Batman? No lo dejas claro en la novela…
[Risas] Ese relato he querido utilizarlo desde hacía diez años y no sabía cómo. Siempre me imaginé a Batman como un señor mayor, gallego, un tipo musculado, retirado, con un nieto que un día descubre que su abuelo habla inglés y piensa que es Batman. Lo incluí aquí porque Tambu todavía está en la edad de creer una cosa como esa.

Acabamos por hoy. En ‘Malaherba’ no podía faltar la Navidad, ¿cómo era la Navidad en Pontevedra cuanto tú eras pequeño?
La Navidad para mí eran unos días muy especiales. Me gustan mucho las vísperas de la Navidad, igual que las vísperas de todo, de las vacaciones, de las fiestas… Para un niño, el hecho de que hubiera luces en las calles y mucha más gente recorriéndolas constituye algo especial. Nos daban paga doble y todo parecía más accesible… Ya sé que ahora los regalos los trae Papá Noel, pero a mí me los traían los Reyes Magos y te pasabas todas las fiestas esperando su llegada. Después casi no tenías tiempo para disfrutar los juguetes. 

Herme Cerezo