Nº 578.- Ha adquirido relevancia por sus apariciones
en prensa. Diario de Pontevedra, El Mundo
y El País han publicado y publican
sus artículos desde hace tiempo. Tiene una colaboración diaria, breve pero
jugosa, en la Cadena Ser, dentro del programa Hoy por Hoy, donde se pueden escuchar sus comentarios sobre temas
de actualidad. Ahora, Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978) se descuelga
con su primera incursión en el territorio de la ficción. Y lo hace con una
novela, ‘Malaherba’, editada por Alfaguara, una narración fronteriza entre la
última infancia y la pubertad, la de Tambu, Elvis, Rebe y Claudia. ‘Malaherba’
es un libro de iniciación, de descubrimientos, de peligros, de asombros y
perplejidades. Una prosa fresca, con retranca, pulida, bien engrasada, que se
lee con pasmosa rapidez y deja un poso agridulce en el lector, es su mejor
tarjeta de presentación.
Manuel, es la
primera vez que te entrevisto, por tanto, esta pregunta es casi obligatoria:
¿qué significa para ti escribir?
Básicamente, escribir para mí significa
ser bastante feliz. Me cuesta mucho ponerme a escribir y me cuesta mucho dejar
de hacerlo y digo que soy bastante feliz porque se me ocurren muchas cosas que,
aquí y ahora, no pasan por mi cabeza. Muchas veces vivo mejor en la escritura
que fuera de casa. No puedo decir que los momentos de bajón, de tristeza o de
preocupación se curen con la escritura, pero sí es verdad que después de
escribir me siento bastante mejor. También me sienta muy bien escuchar lo que
la gente opina de lo que escribo, porque yo escribo para los demás.
¿‘Malaherba’,
por ser tu primera novela, es muy autobiográfica?
En realidad, no es la primera, ya que
escribí una novela en gallego hace quince años. Sobre su carácter autobiográfico,
no creo que tenga que cumplirse siempre esa norma. No sé cuál será la segunda,
la tercera o la cuarta novela que escriba, pero de lo que no tengo ninguna duda
es de que decidí utilizar la primera persona para contar una historia más o
menos lineal, concentrada en un tiempo y un espacio autobiográficos concretos,
en los que el protagonista, un niño con la misma edad que un día tuve yo, vive
y estudia en un entorno parecido al mío. A partir de ahí, la familia y los
compañeros son completamente inventados. El protagonista tiene obsesiones, inseguridades,
dudas y miedos que sí son míos, igual que su mirada. Si no lo fueran,
resultaría muy complicado para un escritor novato como yo haber inventado todo
eso. He escrito la novela desde el punto de vista de la humildad.
¿Has escogido
precisamente la primera persona para narrar por esos rasgos tuyos a los que
aludes?
A la tercera persona le tengo mucho
respecto. Creo que no sabría manejar bien la omnisciencia y que enseñaría
demasiado al lector. Hay que poseer un dominio narrativo muy grande para
utilizarla. Además, como provengo de la crónica y del reportaje, tal vez me
hubiera podido más la pulsión periodística que la literaria a la hora de
escribir. Con la primera persona, el problema radicaba en localizar la voz
narrativa de un crío de esa edad. Pero como todavía conservo bastante de adolescente, me
parece que no me ha quedado mal.
¿Te interesa más el estilo
o la peripecia que narras, porque hay escritores, los que hacen bestsellers sin ir más lejos, que priorizan
esto último?
Ojalá, supiera escribir bestseller y vender muchos libros, pero si
para ello he de vulgarizar o perder mi identidad como autor, no merece la pena
hacerlo. Yo tengo una ventaja: no me gano la vida como escritor y no me planteo
nunca qué tipo de historias venden más. Quiero llegar a los lectores, cuantos
más mejor, con mis propias armas, no voy a prostituir mi estilo entre otras
cosas porque hay gente que, cuando compra un libro mío, espera encontrar en él
cierta pulcritud y limpieza que pienso que me caracterizan. En ‘Malaherba’ he
escrito una historia, no un fresco, ni un ejercicio de estilo.
Cada mañana dispones
de un tiempo en la Cadena Ser, dentro del programa Hoy por Hoy. Es un momento de periodismo, de opinión, de pareceres,
¿para ti, escribir ficción significa escaparse de la realidad?
Sí, hay algo de eso… Es como tomarme unas
vacaciones sin necesidad de desplazarme a ningún sitio. No he abandonado la realidad
en ningún momento, pero sí es cierto que la ficción me permite oxigenar la
cabeza. Por otro lado, en los periódicos siempre sentí una pulsión narrativa,
pero con los límites que marca la profesión la literatura no tiene cabida. Una
vez que me establecí en el periodismo y vi que podía ganarme la vida, pensé que
quería escribir y, de algún modo, esto ha sido como si hubiera recorrido un
camino natural que finaliza en la ficción.
En ‘Malaherba’
regresas a una época donde tu infancia linda con la adolescencia, ¿por qué revisitar
aquellos años ahora?
Fue un poco por atrevimiento. Quería
ubicar al niño en la edad en la que todavía no sabe qué es el amor, la muerte o
la enfermedad y en la que va teniendo claras algunas cosas. En el caso de
Tambu, quizá sea un poco prematuro, porque aprende a masturbarse a los diez
años, cuando lo habitual es que eso ocurra a los trece, pero he consultado esta
cuestión y tampoco resulta nada disparatado. Él descubre las cosas de un modo
un poco más traumático y todo sucede en tres meses de tiempo.
De buenas a primeras,
nos tropezamos con una frase total: «La primera vez que papá murió», ¿cómo es
la primera impresión sobre la muerte que tiene Tambu?
Ahí, en esa frase está condensado casi
todo el libro. Está la primera vez y luego también está la percepción, el fingimiento…
El padre no finge, pero tampoco está muerto. Para el niño las cosas naturales
empiezan a sucederle por primera vez en su vida.
Al principio de la promoción tuve
bastantes dificultades, porque me costaba mucho hablar de la novela sin
destripar nada. El libro no deja de ser un juego en el que el lector ha de
estar pendiente de lo que le va ocurriendo al niño. Sólo me atrevo a contar lo
que dice la contraportada, que escribimos con un cuidado especial para no
revelar demasiado. La verdad es que las entrevistas para hablar de un libro, en
general, son peligrosas.
¿Si hablamos
del miedo, destapamos mucho?
No, no, el miedo aparece ya en la tercera o
cuarta página de la novela, en el momento en que ve a su padre desplomado y el
niño dice que empezó a sudar frío. Luego habla de esa clase de miedo que,
cuando se te mete dentro, ya nunca sale, del miedo a las cosas que no existen,
a los fantasmas, a la Santa Compaña y de ese miedo que puede repetirse y que ya
le acompañará siempre.
En una escena
de la película ‘Zulú’, dos oficiales del ejército inglés, cuyas tropas están sitiadas
por una tribu africana, hablan sobre el miedo. El uno dice: «El miedo reseca la
boca, ¿verdad?» Y el otro responde: «Nunca estuve tan sediento». ¿Cada etapa de
nuestra vida tiene sus propios miedos?
Supongo que sí, aunque el miedo que
empieza a tener Tambu es ya de adulto. De pequeños teníamos miedo a los
fantasmas, a que nos dejen solos, pero el miedo hacia la gente de nuestro
alrededor o al hecho de que un amigo desaparezca y no lo vuelvas a ver más es más
avanzado. Tenemos miedos universales al dolor, a la pérdida, al sufrimiento, en
el caso de la película que citas supongo que esos oficiales temen por sus
vidas, y ese miedo es casi el definitivo. Creo también que, según los lugares
donde vivimos, percibimos unos temores u otros.
Durante la
infancia aprendemos a localizar los peligros y a esquivarlos, este momento de
nuestra vida tiene mucho de jungla, ¿no crees?
Antes de hacernos con nuestra propia tribu,
de conocer nuestros códigos, nuestros mapas y saber cómo llegar a los sitios,
debemos tener una concepción muy salvaje del mundo. Recuerdo perfectamente la
primera vez que crucé la calle solo. Fue un momento muy de selva, empezaba a
caminar sin compañía por el mundo. En general, Tambu se mueve en un territorio
muy pequeño, de trescientos o cuatrocientos metros, en el que lo tiene todo muy
controlado, donde incluso se puede perder. En libros y películas de críos,
vemos que algunos que se escapan suben a un autobús y, en verdad, solo van al
barrio de al lado y, sin embargo, ya tienen la sensación de que es la jungla, un
territorio nuevo, como si fuera el extranjero.
Hay bastante
humor en el libro. Has jugado con el contraste entre la visión del mundo del
niño y su extrañeza ante determinados comportamientos de los adultos, ¿el humor
te ayuda a sobrellevar mejor el día a día?
Probablemente, el humor es la Herramienta
de la Supervivencia. Al comienzo, el crío pensaba que había matado sin querer a
su padre, eso es algo humorístico en lo que me reconozco, porque quizá lo más indiscutiblemente
mío que tiene el libro es el humor. Me resultaría muy difícil imitar el humor
de otro. Esa retranca que tengo aparece especialmente en los momentos trágicos.
‘Malaherba’ tiene música.
Suenan varias canciones, pero un artista sobresale por encima de los demás:
Franco Battiato, ¿qué significa Battiato para Manuel Jabois?
Battiato era mi compañía cuando yo era el recepcionista
del hotel familiar que tenemos en Sanxenxo. Con la edad de un niño, por las
tardes, hacía guardias y me ocupaba en darles las llaves de las habitaciones a
los clientes. En esos ratos escuchaba ‘Nómadas’ de Battiato, junto con otros discos
de Mecano o Radio Futura. ‘Nómadas’ lo ponía una y otra vez y, a pesar del
tiempo transcurrido, aún sobreviven un par de temas en mi memoria: ‘Bandera Blanca’ y ‘Prospettiva Nevski’. Cuando planteé la novela, me gustaba mucho que
el protagonista se llamase Tamburino, no por el disco de Bob Dylan, sino por un
sucedáneo como Battiato. La escena de su padre escuchando canciones, me recuerda al mío, porque es algo que él hacía
de vez en cuando, de madrugada, con los cascos puestos… Yo veía el rayito de
luz que se filtraba por debajo de la puerta y sabía lo que estaba haciendo.
Me vas a
permitir un spoiler: ¿el abuelo de Tambu es Batman? No lo dejas claro en la
novela…
[Risas] Ese relato he querido utilizarlo
desde hacía diez años y no sabía cómo. Siempre me imaginé a Batman como un señor
mayor, gallego, un tipo musculado, retirado, con un nieto que un día descubre
que su abuelo habla inglés y piensa que es Batman. Lo incluí aquí porque Tambu
todavía está en la edad de creer una cosa como esa.
Acabamos por
hoy. En ‘Malaherba’ no podía faltar la Navidad, ¿cómo era la Navidad en
Pontevedra cuanto tú eras pequeño?
La Navidad para mí eran unos días muy
especiales. Me gustan mucho las vísperas de la Navidad, igual que las vísperas
de todo, de las vacaciones, de las fiestas… Para un niño, el hecho de que
hubiera luces en las calles y mucha más gente recorriéndolas constituye algo
especial. Nos daban paga doble y todo parecía más accesible… Ya sé que ahora
los regalos los trae Papá Noel, pero a mí me los traían los Reyes Magos y te
pasabas todas las fiestas esperando su llegada. Después casi no tenías tiempo
para disfrutar los juguetes.
Herme Cerezo