Nº 587.- Afirma Luz Gabás que ‘Palmeras en la nieve’ y su nueva
entrega, ‘El latido de la tierra’, son sus dos novelas más sentidas y
personales. En ‘El latido de la tierra’, recién editada por Planeta, enlaza una
bella historia de amor otoñal con la investigación de un crimen, la defensa de
la tierra y el mundo rural como patrimonio de todos. Por espacio de unas
semanas, la escritora aragonesa ha abandonado el valle de Benasque, donde
reside, para presentar el libro por toda la geografía peninsular. Y, por
primera vez, se ha internado en el territorio de la novela policiaca, del
thriller, aceptando a regañadientes las normas que imponen los cánones del
género, para construir no un relato policial al uso sino otra cosa distinta. La
primera diferencia la encontramos en que, durante un buen tramo de la
narración, el lector desconocerá quién es el muerto. O la muerta. Atrás
quedaron, pues, los registros históricos de sus anteriores títulos, porque,
como la propia Luz reconoce en la entrevista, ‘El latido de la tierra’ le
exigía otro modelo, otra forma de narrar. Nuestra conversación tuvo lugar en el
Hotel Vincci Lis, situado en el centro de València, muy próximo a la Estació
del Nord, por donde llegan a la capital del Turia muchos escritores de paso,
como ella, para contarnos aspectos de su literatura.
Luz, a estas alturas de tu carrera literaria, con cuatro
títulos publicados ya, ¿es bueno o es malo llevar a cuestas la mochila de
‘Palmeras en la nieve’, tu exitosa primera novela?
Para ‘Palmeras en la nieve’ solo tendré siempre buenos
recuerdos, incluso cuando sea viejita llevaré una camiseta que diga «Yo soy la
autora de ‘Palmeras en la nieve’». Esa novela cambió mi vida en muchos
sentidos. Gracias a ella regresé de la ciudad al campo para escribirla, con el
añadido de que funcionó muy bien y me permitió encontrar una editora. Ahora,
con cada obra nueva ya no busco editora, porque la tengo y sé que me espera. ‘Palmeras
en la nieve’ nunca será una mochila negativa, sino todo lo contrario.
¿Qué hay de nuevo en ‘El latido de la tierra’ que no podamos
encontrar en tus novelas anteriores?
Para mis lectores de siempre se trata de un libro distinto. Seguro
que les resultará algo curioso y refrescante, porque no es una novela histórica
al uso, sino una trama policíaca narrada con una voz contemporánea que habla en
el presente. Y para quienes no me hayan leído aún, puede significar una forma
de acercarse a mi literatura. Desde luego, como escritora me ha servido para
darme cuenta de que puedo narrar con otro registro, como es el policiaco, muy
complejo y del que creo, además, que he salido bien airosa.
Y, ¿por qué elegiste este género?
La historia que quería contar lo requería. El thriller que
más me gusta no es el que entretiene y revela quién ha sido el culpable. Me
interesa mucho más la parte de crítica social que conlleva el género. ‘El
latido de la tierra’ es una crítica del momento en que se vive y en el que se
generan sensaciones y emociones muy de ahora, como la inseguridad, la angustia
y el miedo. La protagonista atraviesa por esas fases y todo eso no habría
podido contarlo bajo el registro histórico. Tenía que ser una historia
policíaca, pero hecha a mi manera.
Hablas de una historia policíaca hecha a tu manera, ¿en qué
consiste tu forma de acercarte al género negro?
Necesitaba la trama policíaca para asentar la doble búsqueda
que hay en el libro. He leído mucha literatura policíaca y no sé si, en
realidad, ha habido tantos crímenes como se cuentan en las novelas. Tampoco sé
si todos los protagonistas llevan una doble vida oscura, que esconde una
personalidad conflictiva. He pretendido alterar ciertas normas del género y,
por eso, mi protagonista, que es una mujer policía, es ante todo una
funcionaria que solo quiere realizar bien su trabajo y jubilarse, porque ya
está harta de tratar con la maldad. Y aún hay otra alteración más, ya que el
lector no descubrirá quién es la víctima hasta bien entrada la novela. Después
conocerá al culpable o la culpable y los motivos que le llevaron a cometer el
asesinato.
Desde el punto de vista de un escritor, ¿cómo se lleva el
hecho de escribir sobre un asesinato sin que el lector conozca desde el primer
momento quién es la víctima?
Fue muy complicado, porque ‘El latido de la tierra’ presenta
la dificultad añadida de que hay saltos temporales, el pasado y el presente,
que a su vez también avanza. Es la novela que más veces he repasado, de hecho,
creo que la he reescrito por completo. Ha sido un trabajo constante de revisar,
revisar y revisar hasta eliminar por completo los errores que pudiera haber
cometido durante la escritura. Tuve que utilizar un calendario del año 2018
para controlar las fechas en las que sucedían cosas y saber qué personajes
estaban al corriente de todo lo que iba pasando.
¿Conocías el desenlace desde el principio?
Sí, el desenlace lo conocía desde el principio, lo veía
perfectamente. Tenía visualizada la última escena y sabía hasta lo que diría
cada personaje en ese momento. Es un final que me gusta mucho.
La has escrito en tercera persona.
Sí, probé los capítulos iniciales en primera persona, pero vi
que resultaba un poco pesado. Con la primera persona ocurre que, si empatizas
con el protagonista, la cosa funciona muy bien, pero si no es así, arruinas la
historia. Y aquí, al tratarse de una novela policíaca y coral a la vez, observé
que no quedaba bien.
Por cierto, ¿cómo surgió en tu mente la idea para escribir la
novela?
Fue algo curioso, porque yo había preparado todo el material
para iniciar otra novela. Ya tenía el cuaderno dispuesto, había tomado muchas
notas y había localizado la bibliografía que necesitaba… Sin embargo, se me
cruzó una vocecita interior y comenzó a decirme que debía escribir esta
historia sobre mi generación. Y la escuché.
De alguna manera, haber escrito ‘El latido de la tierra’ ¿es
tu forma de denunciar la situación en que se encuentran tantos pueblos
abandonados?
En parte sí, pero es curioso porque yo veo el entorno más
bien como un escenario simbólico de la despoblación y del vaciamiento del alma.
Por eso quería que la acción transcurriese en el medio rural. Evidentemente, al
hablar de mi generación he encontrado música, juventud y amistad, cosas que
asocio a mi época del pueblo. Y eso me ocurre tanto a mí como a millones de
españoles, que tenemos el alma de pueblo. Al escribir me acordaba de esa
generación, que vive con el corazón partido entre lo heredado del pueblo, a
nivel físico y emocional, y la vida en la ciudad. Pero también pensaba en la
pérdida de la ilusión en España. Los protagonistas de la novela han perdido la
ilusión y son como un cuerpo vacío. Por eso necesitaba hablar de la España
vacía y del alma vacía.
Tú, sin embargo, has hecho el viaje inverso: has regresado de
la ciudad al pueblo.
Creo que tenía claro que no terminaría viviendo en una gran
ciudad. Siempre me he sentido muy vinculada a mi tierra, que es un espacio que
abarca el territorio existente entre Monzón y el Valle de Benasque. Y elegimos
Benasque porque mi marido es de allí. Queríamos regresar para que nuestros
hijos vivieran todo aquello. En el campo existe una sensación de libertad
distinta a la de otras partes.
Bueno, en realidad, durante el tiempo de escritura, que son
entre seis y ocho meses, especialmente los últimos tres en los que incluso te
cambia el carácter, a ti te da igual donde te encuentres. En todo ese tiempo,
con que las cosas de la casa funcionen medianamente bien tienes suficiente. Pero
es verdad que a mí escribir me agota y el solo hecho de abrir la puerta, salir
al campo y disfrutar del entorno me ayuda a descansar y me permite reponer
energías.
Cada capítulo lo encabezas con el título de una canción,
normalmente de música heavy, ¿qué significa el heavy para ti?
No tenía claro qué significaba la música heavy, pero
leyendo el magnífico ensayo de Sergio del Molino sobre la España vacía, con el
que no estoy de acuerdo del todo, en el que afirma que los hijos de las
personas, que abandonaron el campo para vivir y trabajar en ciudades medianas o
pequeñas, abrazaron la música heavy como sentido de identidad, me he
dado cuenta de que yo cumplo esos requisitos. Mis padres se marcharon del
pueblo. Se fueron a Monzón, trabajaron en una empresa americana y yo escuchaba heavy,
una música cañera y rompedora que nos gustaba. Esto ocurrió en los años
ochenta, cuando España se abrió y entraron nuevas modas y ese tipo de música.
El heavy presenta un contraste notable: por un lado,
es una música ruidosa, potente, cañera, y, por otro, tiene unas baladas
preciosas y suaves.
Bueno, es que los heavies son unos románticos. Creo
que hay una tesis doctoral que explica la relación entre el romanticismo y el heavy,
que posee unas baladas muy intensas. El heavy transmite unas emociones
para las que las palabras no son suficientes y necesita esas guitarras tan
características suyas, de las que me declaro fan incondicional.
En ‘El latido de la tierra’ aparece la Casa Elegía, un
caserón antiguo, poderoso, tradicional, que se comporta como otro personaje más
de la novela. ¿Vivir en este tipo de edificación condiciona la vida de sus
moradores?
Estoy convencida de que sí, porque estas casas se transmiten de
una generación a otra. Si tú perteneces a ella, has de cuidarla porque representa
tu lugar en el mundo. Y cuidar una casa de este tipo, si no tienes dinero, no
es tarea fácil y acarrea muchas preocupaciones. En los tiempos actuales, estas
casas ubicadas en los cascos históricos están cerradas y muy deterioradas, son
como seres eternamente enfermos e insaciables. Todo se hace por y para la casa.
En el Pirineo han sido fuente de identidad familiar, pero en otras partes de
España también ha ocurrido lo mismo. Lo sé, lo he visto con mis ojos. Son un
orgullo y, a la vez, una carga que te impedirá volar todo lo lejos que
deseabas.
¿La nostalgia está muy presente en la novela?
Sí, sobre todo al principio, pero a medida que avanzas en la
lectura se va difuminando. Mi forma de mirar al pasado ha cambiado. Antes era
demasiado nostálgica y ahora, con el paso de los años, ya no tanto. Explicar
esa evolución era uno de los objetivos de mi escritura y eso se nota en la
novela.
El pasado domingo, en El País Semanal entrevistaban a Woody
Allen y hablaban de dos tipos de nostalgia: la nostalgia bálsamo y la nostalgia
monstruo. ¿Cuál es la tuya?
Leí la entrevista. Ni es monstruo ni bálsamo. Allen es una
persona mucho más pesimista que yo. A él no le importa lo que hagan con sus
películas una vez que haya muerto. Y entiendo que a nivel existencialista diga
eso, pero a mí me gusta descubrir cosas que hicieron mis antepasados y quiero
pensar que, dentro de trescientos años, alguien recordará que en mi familia
hubo una escritora. Es algo que, al menos, me resulta simpático.
¿Qué queda de tu paso por el mundo de la política?
Poco, algunos recuerdos… Abandonar la política me ha permitido
caminar más ligera de equipaje. Siento como si hubiera sucedido hace mucho
tiempo. Me queda siempre una preocupación por las cosas que veo, pero procuro
reprimirla y pensar que ya no es asunto mío. Por otro lado, hubiera resultado
imposible dedicarse a la política y a la escritura. Yo me siento un alma libre,
ecléctica, y ahora observo un afán tremendo por encasillar. Y eso no me gusta.
En mi juventud estábamos más mezclados, cada uno pensaba lo que la daba la gana
y, al final, terminábamos tomando cañas todos juntos.
Aunque antes has insinuado algo, ¿llevas ya algún nuevo
proyecto literario en mente?
Recuperaré lo que dejé a medias. La novela que interrumpí fue
elegante, porque le cedió el paso a esta historia, pero creo que ya le ha
llegado la hora de ser escrita.