Fotografía: Jon Hernáez |
Egun
on, Karmele.
Egun
on, Herme.
Aitaren
etxea, tu novela escrita en euskera, y ahora
traducida al castellano como La casa del padre, ha sido galardonada con
el Premio de la 111 Akademia correspondiente al año 2019, ¿qué significa para
ti este premio?
La
verdad es que me hizo mucha ilusión, porque es un premio especial ya que lo
otorga gente que lee. Esta Akademia está formada por lectores de todo el País
Vasco, personas muy cualificadas, que se comprometen a leer la mayor cantidad
posible de libros en euskera a lo largo del año para luego valorarlos. El
premio, además, ha llegado justo ahora, cuando parece que todo empieza a
reactivarse después de estos últimos meses en los que se han cancelado un
montón de actividades, ferias y presentaciones y se han cerrado algunas
librerías.
Preferentemente
escribes en euskera, ¿te resulta fácil publicar en tu lengua?
Todos
mis libros los he escrito en euskera y algunos los he traducido al castellano.
Lógicamente, su difusión no es la misma, pero no he tenido nunca problemas a la
hora de publicar.
Hasta
ahora has escrito cuentos, novelas y también poemas, ¿en qué género te sientes
más cómoda a la hora de escribir?
Siempre
he dicho que soy más cuentista que otra cosa. También como lectora. Cuando me
viene a la cabeza algo, mi tendencia es llevarlo al terreno más breve, al del
cuento. Y no lo hago sólo por la extensión, sino porque el cuento tiene algo
que demostrar, deja entrever cosas y le da trabajo al lector para hacerlo más
activo y obligarle a buscar qué se esconde debajo de la narración. Es verdad
que La casa del padre es la tercera novela que escribo y que, poco a
poco, me siento más cómoda en este género, pero tiendo a lo breve. Incluso esta
misma novela también es así y los capítulos no son muy largos. Me cuesta mucho
irme por las ramas, me interesa lo esencial, lo relevante.
Por lo
que cuentas, ¿La casa del padre podría ser una suma de cuentos unidos
por un eje central, por un hilo conductor?
Sí,
sí, como te decía antes ese esquema debo llevarlo en mi mente, porque ha
aparecido también en mis otras novelas. A la hora de escribir, una de mis
preocupaciones más importantes es mantener el ritmo y la tensión y, si empiezo
a extenderme, me digo a mí misma que no siga por ahí y vuelvo al ritmo.
En la
novela participan tres personajes: Ismael, Jasone y Libe. Ismael y Libe hablan
en segunda persona y Jasone lo hace en primera, ¿por qué?
He
utilizado la segunda persona porque me parecía la forma más adecuada para que
los propios personajes hablasen sobre sus personas desde una cierta distancia,
como si se vieran desde fuera. En nuestra vida, cuando nos hablamos a nosotros
mismos, lo hacemos en segunda persona y de un modo crítico. Y esa voz me
interesaba. Por su parte, Jasone habla en primera porque me salió del estómago
y no podía ser de otra manera. Pensé que, con esa variación, obligaba al lector
a cambiar de sonido también.
Sin
embargo, tras leer el libro tengo la impresión de que solo hay una voz
narradora, la de Jasone, que habla de los otros dos protagonistas, Ismael y
Libe.
Sí, es
verdad que Jasone está como en un estadio diferente, mientras los otros dos se
miran, analizándose, y que habla desde lo que está ocurriendo, porque es
consciente de lo que pasa. Es posible que quizá por eso te haya producido esa
sensación.
Entre
otros temas, en la novela hablas sobre la escritura, ¿por qué te interesaba dejar
esta reflexión por escrito?
Hablo
de la escritura en diferentes planos, en el de mujeres y hombres, representados
por Jasone e Ismael, ya que ambos escribieron en su juventud, pero únicamente él
llegó a ser escritor profesional. Doy un repaso al tema del prestigio, a quién
decide qué temas son importantes y cuáles no. También quería hablar de la
escritura como ese terreno en el que aparecen las verdades. En nuestras conversaciones
diarias andamos en lo superficial, palabras de bisutería, de poco peso. Sin
embargo, cuando escribimos, aparecen las palabras de plomo, las que pesan, las
que nos preocupan, las que nos rondan la cabeza y que, a veces, no le gustan al
mismo que escribe. Por último, también quería referirme a las diferentes
maneras de ponerse a escribir: honestamente, mostrando el desván de cada uno, o
esa otra forma, más superficial, en la que se enseña el salón de tu casa donde
todo está bien ordenado.
En la
página 67 encontramos una frase que da que pensar: «escribir es perder
libertad, eres libre en la primera línea».
Esa
pérdida de libertad a la que me refiero, la verbalizamos de otra manera. Cuando
un escritor dice que sus personajes le abandonan y terminan adquiriendo vida
propia, creo que quiere decir realmente que pierden libertad. Al escribir, en las primeras líneas eres libre.
En ese momento, tu personaje puede ser triste, divertido, trágico… Pero a
medida que vas escribiendo, cuentas cómo es el personaje y ya no puede ser otra
cosa. Si es un tipo triste, en la página siguiente no puede contar un chiste.
Por tanto, no es que el personaje coja vida propia, sino que ha de ser coherente
consigo mismo.
Sigamos
con este tema: Ismael es un escritor bloqueado, alguien que siente que no ha
colmado las expectativas que su padre había depositado en él. Un personaje
difícil.
Sí,
Ismael está bloqueado creativamente, pero también en otros aspectos. En este
caso, cuidar a su padre le ofrece la oportunidad de reflexionar sobre su
relación con él, sobre cómo aprendió a ser hombre y qué mandatos le inculcaron
de pequeño. Eso le lleva a contemplarse en un espejo y comprobar que no ha
cumplido las expectativas que su padre había puesto en él. Es una manera de pensar
sobre esos roles que se nos asignan desde pequeños por ser hombres o mujeres y
en los que no tenemos por qué sentirnos cómodos. Nos amoldamos a lo que nos
toca, pero no porque nos guste.
Libe,
su hermana, dice en la novela que en un momento dado necesitó salir de su
familia, ¿la familia en la que nacemos es un lugar de refugio o un deformatorio?
Bueno,
he querido incidir un poco en esos silencios de las familias, en todo lo que no
se dice, pero sí se transmite, en esas palabras que se quedan sin expresar.
Creo que en todas las familias pasa todo eso y de niños sabemos el lugar que
ocupamos en ella. La familia es nuestra primera escuela de la vida y nos marca
mucho sobre cómo creemos que es el mundo.
Jasone
corrige los textos de su marido Ismael y su mano se nota, según afirma Jauregui
el editor. En este sentido, ella se comporta como un negro de la literatura,
ahora bien, ¿pretendías hablar sobre ese arquetipo o tal vez sobre la figura de
tantas mujeres tapadas y oscurecidas por sus maridos en la vida real?
De
ambas cosas, pero sobre todo de la segunda parte de tu pregunta. Hay muchas
mujeres tapadas en la vida familiar. A lo largo de la historia ellas han
aportado cosas muy interesantes, pero siempre desde la sombra. Hay que resaltar
su imposibilidad para llevar adelante sus proyectos de vida. Tuvieron existencias
limitadas por grandes renuncias a causa de las cargas familiares y por otros
condicionantes, que les impidieron desarrollar lo que en verdad les hubiera
gustado hacer. Jasone quiso ser escritora, pero renunció en favor de su marido porque
tenía que cuidar de sus hijas.
Ismael
tiene miedo a la escritura, a no estar a la altura de las circunstancias dentro
de su familia; Libe tiene miedo a que su pareja conozca Vitoria-Gasteiz y le
guste; y Jasone tiene miedo de que los hombres violen a sus hijas, ¿miedo es la
palabra clave en la novela?
Hay
miedo, sí, mucho miedo limitador y mucha culpa. Creo que hay una combinación de
ambas. El miedo planea por toda la novela: miedo a lo que verdaderamente
quieres hacer, a ser quien quieres ser, a mostrarse como eres en realidad, a
reafirmarse. Ese miedo también lo sufre Libe, que es un personaje como muy
contradictorio. Parece de una manera y se muestra de otra, muy revolucionaria,
pero en el fondo está llena de miedos. Y la culpa también está ahí, es algo muy
de mujeres. La culpa se nos ha inculcado muy bien y se ve que dos mujeres muy
diferentes, con vidas completamente distintas, sin embargo, la llevan instalada
en su disco duro. Libe siente la culpa de no haber ayudado a sus padres y
Jasone también la siente, pero ella se arrepiente de haber renunciado a muchas
cosas.
Fotografía: Jon Hernáez |
Es una
escena dura, es verdad, porque el perro siente la ilusión de que su amo le hace
caso y entonces le pega un tiro. Ese momento se puede trasladar a muchas
situaciones de la vida. El tema de la caza y de los perros me ha ayudado a
llevar la narración a un terreno concreto, muy diferente. Toda la novela pasa
en habitaciones y trasladar la acción al monte me ofrecía la posibilidad de
cambiar de plano.
Un
recuerdo común de mi infancia con tu novela es esa caja de hoja de lata, donde
nuestras madres guardaban los botones.
[Risas].
Era una caja de galletas, de color negro. En realidad, más que de su imagen me
acuerdo del sonido de los botones al deslizarse por su interior.
¿Dónde
está Karmele Jaio en esta novela?
Creo
que estoy en los tres personajes, no exactamente en todo, pero me reconozco en
cosas de los tres, incluido, a pesar de ser hombre, Ismael en su faceta de escritor.
La última por hoy: ¿tienes ya en mente
algún nuevo proyecto literario?
No sé
qué será lo próximo que haré, porque no me programo. Me pongo a escribir y veo
lo que quiero. Hasta ahora he ido intercalando los géneros, porque cuando sales
de una novela es como que abandonas un lugar claustrofóbico en el que pasas
mucho tiempo con una misma historia, que al final te obsesiona. La verdad es
que he empezado a escribir algunos cuentos. Lo bueno de los cuentos es que vas
haciendo zaping mental y cambiando de escenario. Y probablemente seguiré por
ahí.