Lorenzo Silva (Foto Herme Cerezo |
Lorenzo, si echas una mirada desde
que comenzaste a publicar hasta el día de hoy, ¿qué ha cambiado en tu vida
dentro del mundo de la literatura?
Empecé en 1995 y entonces
tenía las intuiciones de lo que podía ser como escritor, pero nada más. Ahora
tengo claro lo que puedo hacer y los terrenos en los que no me debo meter. Uno
ha de estar donde aporte más con sus proyectos, para llegar a sus máximas
posibilidades como narrador y creador y conseguir que lo que hace le sirva de
algo a alguien. Por otro lado, en aquella época, mi libertad como escritor me
la proporcionaba otra actividad a la que dedicaba muchas horas. Hoy la libertad
me la concede la propia literatura. Para mí ese es el gran cambio que he
experimentado y la gran suerte que he tenido con ello. Y todo se lo debo a los
lectores. Si hablamos del mundo editorial, ahí han cambiado muchas cosas. Mi
libro publicado en 1995 podría considerarse una novela negra muy atípica y
peculiar. Tenía la sensación de que pisaba un terreno friki y marginal y,
fíjate ahora, en lo que se ha convertido la novela negra, un género que ocupa
un lugar central, excesivo quizá para muchos.
Con la hibridación de géneros
que se practica ahora en literatura, resulta muy fácil etiquetar de novela
negra cualquier título.
Si conviene, sí. Y parece que
conviene. Pero en 1995 no era así y ahora todo el mundo se ha dejado colgar
esta etiqueta. Algunos dicen que ellos no han pretendido escribir una novela
negra, pero les invitan a una semana y ya no les parece tan mal y acuden
encantados. Es curioso como ha cambiado la cosa, incluso para las cejas altas
de la literatura. También se ha producido una transformación grande, la
procedente del impacto de la revolución digital, un fenómeno que ha puesto todo
patas arriba y ha cambiado los perfiles de los autores, su relación con el
lector e incluso con el mercado. He vendido ya el veinte por ciento de la
edición de mis títulos en formato digital y eso te permite llegar a lugares
donde los libros físicos no pueden acceder, lo que aumenta muchísimo el perímetro
de tus lectores. Antes eso resultaba imposible. Claro que la digitalización ha
traído de todo y, si un señor de Chile, en cuestión de minutos puede disponer
de un libro, que es la parte buena, por otro lado, tenemos las redes sociales,
que es la parte menos buena. Algún día reflexionaremos sobre el papel nefasto
que están desempeñando las redes sociales, que no solo han puesto a Donald
Trump al frente de la primera potencia mundial, que ya es un destrozo bastante
importante, como están comprobando los propios norteamericanos, sino que han
causado muchos desastres. Al principio, las usaba pensando que podían ser un
espacio de contacto con los lectores, pero veo que no, que al final las redes
sociales son un escaparate de interacción sin calidad, porque a las empresas
les da igual la calidad, ellas solo rentabilizan el volumen de conversaciones,
de interacciones y a mí, la interacción por sí misma, la verdad es que no me
interesa nada.
¿Cómo surge la necesidad de
hablar del pasado de Bevilacqua?
Esa necesidad estaba en la
primera novela, donde hay un momento que un personaje se ríe de él y le llama
sargento de pacotilla. Decidí que Bevilacqua debía tener ese sesgo biográfico
de haber estado en el Norte en la época dura, porque le imprimía carácter a su
personaje el hecho de haber vivido una experiencia que le hubiera llevado al
límite, especialmente tratándose de un tipo como él, que no es un militante, ni
un fanático, y que percibió todo aquello de un modo distinto, porque a los
fanáticos el fanatismo les apuntala, pero si tú eres un poco distante y en tu
vida hay más incertidumbres que certezas, entonces una etapa así te afecta un
poco más. A medida que avanzaba con la serie, la posibilidad de contar en algún
momento su pasado se convirtió en algo obligatorio, porque creía que iba a
dimensionar completamente al personaje. Por otro lado, Bevilacqua, también por
no ser un fanático, constituía un buen punto de vista para acercarse al
terrorismo de ETA, que creo que es la gran historia de la España contemporánea,
igual que la lucha policial antiterrorista y su victoria.
¿Para un guardia civil, estar
en Euskadi en la época de la metralla y el plomo era como cursar un máster,
donde se jugaba la vida?
Pues si nos atenemos a los
resultados, a dónde están hoy los que estuvieron en la vanguardia de la lucha
antiterrorista, sin ninguna duda que sí. Ahora mismo, la elite de las unidades
de investigación de la Guardia Civil, que están lidiando con el terrorismo yihadista,
el narcotráfico organizado o los delitos graves contra personas, procede de aquella
época. Hemos de pensar que ETA, además de ser un elemento terrorista, dedicado
a amedrentar a la sociedad, con una raíz revolucionaria y nacionalista, más
revolucionaria que nacionalista, por cierto, era una organización criminal muy
numerosa y con mucho apoyo social, que dispuso de mucho dinero en algunos
momentos y con una importante proyección internacional. Desmantelar una organización
de ese porte era un reto al alcance de muy pocos cuerpos de seguridad del
mundo. Pero al final, policía y, muy especialmente, los guardias civiles, que
se metieron en Francia, lo consiguieron.
No quiero que se me olvide: en
Inglaterra existe un apellido que es Drinkwater, que es lo mismo que
Bevilacqua, pero en inglés.
Sí, esto en el fondo son cosas
para estudiarlas. Hay que tener en cuenta que en la Edad Media la gente se
movía, aunque pensemos que estaban clavados en un solo sitio y con que se mueva
uno ya vale. De esa manera se transmitieron cuentos por tradición oral y Bevilacqua
parece que procede de un apodo dedicado a los borrachos. Era algo así como decir
«bebe agua, no estés siempre macerado en alcohol» [Risas].
‘El mal
de Corcira’ nos habla de un antiguo colaborador etarra asesinado lejos de su
hábitat natural de Euskadi o Iparralde, que va a morir a una isla pequeña como
Formentera, una paradoja, un tipo fuera de lugar.
Así es y precisamente por eso
busqué casi una contra geografía. Tengo dos imágenes muy claras en mi mente:
Zarautz y Formentera. En ambas hay playa, arena, mar… Pero no tienen nada que
ver, son casi dos planetas diametralmente opuestos. El protagonista de la
novela, que para mí siempre es la víctima, está huyendo de su pasado, de su
tierra y de los suyos. Formentera, en temporada baja, es un territorio muy propicio
y para este hombre se convierte en un lugar de huida. Además, es un homosexual
que ha vivido su condición clandestinamente, como tantos otros en el País Vasco
y también dentro del entramado de ETA. Casos como este han existido y sus
protagonistas han salido del armario muy recientemente.
¿ETA era una organización
machista, en la que la condición de homosexual estaba mal vista?
Era machista porque la
sociedad vasca, aunque tenga un componente cultural matriarcal, está inscrita
en un modelo europeo occidental donde predomina el espacio público del varón y,
por así decirlo, la postergación de la mujer a labores domésticas y subalternas.
Todo esto es perfectamente compatible con un potente modelo matriarcal. La
banda terrorista tuvo alguna jefa, pero sobre todo tuvo muchísimos más jefes.
Trabajando en régimen de igualdad, hubo abundantes roces entre mujeres con
personalidad y jefes de comando, que decían «aquí mando yo». Esos conflictos
fueron una realidad. Respecto a la homosexualidad, conozco algún caso de
personas de ese entorno que preferían llevarlo en secreto, porque en ETA
pensaban que eran menos valientes, algo completamente ridículo, porque todos
sabemos que los espartanos tenían relaciones homosexuales y eran guerreros muy
valientes. Por otro lado, cuando una persona posee una condición sexual no
convencional, que además la lleva en secreto y le conduce a una cierta promiscuidad,
tanto para una organización clandestina como para una de seguridad, constituye
un punto vulnerable. Eso es así, sin añadirle ninguna otra consideración.
A Bevilacqua, como ocurre en
‘El mal de Corcira’, lo envían a investigar casos a territorios fuera de su
jurisdicción, algo que no sé si sienta bien o mal entre los compañeros de otras
zonas, ¿hay roces entre los guardias civiles locales y los que llegan de Madrid?
Como en todo, depende de las
personas. Hay quien se siente celoso de sus parcelas de competencia y hay quien
entiende que, si está la Unidad Central presente, será por algo. Si en una
unidad pequeña, que además ha de ocuparse del trabajo de cada día, surge un
caso complicado, donde hay que movilizar más recursos de todo tipo, pues les
viene bien su presencia. Normalmente, las relaciones son bastante respetuosas y
lo que cuenta la novela es la realidad. Hay una serie de protocolos establecidos
y, como también se ve en la novela, los guardias que están en la zona afectada gozan
de alguna ventaja, porque conocen mejor el territorio que los que llegan de
fuera. La cosa no es competir, sino sumar, pero insisto en que eso va en
personas. Es la condición humana y el hecho de que lleven un tricornio no los
hace diferentes a los demás.
«No hay cadena más fuerte que
el eslabón más débil», una frase de Sherlock Holmes, que aparece en la novela.
Definitivamente la literatura se llena de literatura, no solo se citan frases
de seres reales, sino también de personajes de ficción. Eso me gusta.
Sí, es la segunda vez que lo
hace Bevilacqua. Es una realidad física y elemental muy concreta y, como
metáfora, es muy poderosa y tiene mucha validez. Cuando tú quieres entrar en
una organización criminal no vas a ir primero hacia el jefe, que está
blindadísimo y muy protegido. Hay que buscar un resquicio, localizar el punto
débil. Y ahí es por donde hay que atacar, porque es la manera de extraer mayor rentabilidad
a todo el esfuerzo desplegado.
Hay una buena banda sonora en
la novela. Sin olvidar el tema vasco, Itsasoa gara, suenan también los
Pet Shop Boys.
Me recuerdan una época de cuando
yo era joven todavía. Pet Shop Boys son dos artesanos del pop muy dignos y me
parece que no hicieron nada mal. Sus temas no es que sean músicas sofisticadas,
ni letras profundísimas, pero todo está medido, en su punto. Y luego, alguna de
sus canciones y versiones han funcionado como himnos homosexuales, porque en
algunos de los textos hacen alusión a ello, especialmente al homosexualismo
escondido, a su problemática, al sentimiento de culpabilidad. Por lo tanto, me
venía muy bien para ponérsela como banda sonora a la víctima de la novela.
Citas a Julio Verne,
concretamente su novela ‘Héctor Servadac’, en la que se habla de Formentera.
Siempre se dijo que Verne no viajaba para escribir, pero ahora esto se pone en
duda.
No he profundizado mucho en la
vida de Julio Verne, pero por los errores geográficos que se encuentran en ‘Héctor
Servadac’ - por otro lado, una extraña novela -, parece que se guio por un
libro del archiduque Luis Salvador de Austria, buen conocedor de las islas, y
tocó de oído. De hecho, Verne habla de una gran montaña y la Mola de
Formentera, en su punto más alto, alcanza los doscientos metros y no parece
nada del otro jueves.
¿Todavía le queda mucha cuerda
a Bevilacqua?
Bueno, pues no lo sé. No he
tenido nunca una visión a priori de lo que iba a pasar. Desde donde lo he
dejado ahora, sé que potencialmente le quedan cinco o seis años para su
jubilación. Ignoro si, a partir de ahí, habrá más vida suya que pueda ser
objeto de una novela. Actualmente, tengo tres o cuatro ideas más en mi cabeza
para él y, desde ese momento, ya veré qué sucede. Bevilacqua no tiene porqué cesar completamente en su cargo.
Hay guardias civiles de más de sesenta años que piden una segunda actividad, se
les concede y trabajan como consultores u otras cosas. Incluso
podría seguir fuera de la Guardia Civil, porque espero que sobreviva a su
oficio. Pero cada momento irá dictando su futuro. No quiero jubilarlo, ni tampoco
matarlo.
Si lo matas y te ocurre lo
mismo que le sucedió a Sir Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes, estás
apañado.
[Risas] Sí, ya lo sé, ya.
Aunque tú no paras nunca, para
terminar esta entrevista ¿puedes hablar un poco de tus futuros proyectos
literarios?
Acabo de dejar preparado el diario que escribí durante el
confinamiento, que titulé ‘Diario de la Alarma’ y así saldrá a la venta.
También aparecerá una novela, que ya publiqué bajo seudónimo en formato
digital. Los textos están revisados y listos para su aparición en el próximo
otoño. En 2021 se reeditará ‘El nombre de los nuestros’, la novela que escribí
sobre el Desastre de Annual, ya que se cumple su centenario. La novela sigue
igual, pero al libro le he añadido un postscriptum bastante amplio. Y ahora
estoy trabajando en un proyecto muy personal, un homenaje a mis orígenes, pero
sin chauvinismo, ni identitarismo, porque el identitarismo parece una plaga y me
cansa. Es una historia de hace quinientos años, que quiero pasar por un tamiz
muy personal sin caer en la autoficción. Este tema me interesa, porque soy quién
soy y porque vengo de dónde vengo. Pero eso me preocupa, porque no quiero
convertirlo, como está ocurriendo últimamente, en un arma arrojadiza contra
nadie, ni en una identidad superior, ni siquiera en una identidad. Quizá lo que
me gusta de mi origen es que no me he impuesto la losa, la lápida de una
identidad.