Javier Cercas (Fotografía Daniel Mordzinski) |
Javier, cuando un escritor decide dar un giro a su carrera, como hiciste tú con la novela ‘Terra Alta’, y es capaz de reinventarse, se debe a alguna causa muy justificada, ¿por qué se produjo ese cambio?
Por obligación moral. El peor peligro que puede correr un escritor, sobre todo a cierta altura de su trayectoria, es convertirse en un imitador de sí mismo y, si eso ocurre, desde ese mismo instante está muerto y yo no quiero morirme como escritor. Ya sé que la inmensa mayoría de escritores lo hace, pero a mí no me da la gana apoltronarme. Por otro lado, era un riesgo que yo quería correr, porque un escritor que no corre riesgos no es un escritor, es un escribano. Borges decía que todas las novelas eran novelas policiacas y creo que, a su manera, todas las mías lo eran porque planteaban un enigma que había que resolver. Y en eso consiste básicamente el género policial, aunque no sé si esto que escribo es policiaco y, además, me da exactamente igual. Te puedo adelantar que, en la siguiente entrega de esta serie, Melchor Marín ni siquiera será policía. En el fondo, solo hay dos tipos de novelas: las buenas y las malas, todo lo demás es palabrería.
Como dices, es verdad que, de alguna manera, tus anteriores novelas también rozaban lo policial y no solo por el enigma del que hablas, sino porque en ellas siempre encontramos a un investigador, un oficio más o menos policial, ¿no?
Exacto, todas lo eran de algún modo.
Publiqué un libro que se titulaba ‘El punto ciego’, que era una reescritura de
las conferencias que di en Oxford, donde explicaba precisamente eso. Todas las
novelas que a mí me importan desde ‘El Quijote’ son novelas policiales a su manera,
con un enigma y alguien que intenta resolverlo. En ‘Independencia’ hay un mosso
d’esquadra, que le otorga un aire más policial al libro, pero siempre fue
así. En el fondo todo es un intento de renovarme y reinventarme como escritor
y, por supuesto, sobra decir que, quien opina que el género policial es un
género menor no sabe lo que es la literatura. En la literatura no existen
géneros mayores o menores, sino formas mayores o menores de usar los géneros.
La comedia tiene a Shakespeare, a Molière, a Aristófanes y a muchos otros, pero
también cuenta con un montón de inútiles. Lo mismo ocurre con la literatura
policial, si es que existe, que tiene otro montón de nulidades, pero posee a
Poe, a Borges y muchos más autores de calidad. Yo he llegado aquí probablemente
por casualidad, un poco llevado por las circunstancias, porque mi protagonista
es policía.
Hay en ‘Independencia’ un
guiño a tus novelas anteriores, ya que en sus páginas aparece un tal Javier
Cercas, que ha escrito una novela sobre Melchor Marín.
Claro, pero eso también me vino
impuesto. Muchas de las cosas que escribe un escritor surgen de lo irracional y,
en este caso, se me impuso como algo lógico. Si ‘Terra Alta’ se había publicado
en 2019 y estaba protagonizada por Melchor Marín, obviamente ‘Independencia’,
cuyo presente transcurre en 2025, resultaba razonable pensar que hubiera gente
que supiera que existía una historia suya y que alguien la hubiera leído.
Melchor no, porque él solo lee novelas del siglo XIX. Además, es una buena ocasión
para que alguien como Lluís Bassets, un personaje real, diga que Cercas es un
liante de cojones o que, cuando el personaje Vivales se entera de que Cercas ha
escrito una novela sobre Melchor, le pregunte si «le metemos un pleito», a lo
que el policía le responde que no, porque no hay motivo para ello, y el otro le
replica que cualquier excusa es buena para meter un pleito. La clave de todo es
que no hay literatura sin humor o, al menos, sin ironía, y el humor empieza por
uno mismo. Si tú no eres capaz de reírte de ti mismo, no tienes derecho a
reírte de nada. Esto ya nos lo enseñó Cervantes, pero parece que no nos entra
en la cabeza.
Como cuentas, ‘Independencia’
discurre en el año 2025 y eso parece cosa de valientes, una apuesta arriesgada,
porque no sabemos cómo va a acabar la pandemia, ni qué sociedad nos vamos a
encontrar cuando todo esto termine.
No es tan valiente, Orwell situó
su ‘1984’ en un año que hace mucho tiempo que pasó y, sin embargo, sigue
plenamente vigente. Es verdad que no conozco ninguna novela que esté situada en
el futuro inmediato. Ha sido la propia mecánica de la escritura la que me ha
llevado a ello. En cuanto a la covid, apenas se le menciona en el libro. En el
año 2025 muy poca gente se acordará de ella para nada. Será como si no hubiese
ocurrido. Y lo digo no porque yo sea futurólogo o profeta, sino porque sé algo
de historia y eso es inapelable. Las pandemias prácticamente no dejan rastro. La
última que hubo, que fue la llamada Gripe Española en 1918, resultó mucho peor
que esta y mató a cincuenta millones de personas, pero en 1925 nadie hablaba de
ella. No hay una sola novela u obra teatral donde alguien la mencione, no ha
dejado rastro en la literatura. En las dos guerras mundiales murió menos gente
y, sin embargo, hay centenares de películas y novelas sobre ellas. Podríamos
decir que las pandemias no tienen quien las escriba y puedes estar seguro de que
en 2025 la covid no tendrá presencia en nuestras vidas. Otra cosa son las
consecuencias económicas que se deriven de ella, porque eso depende de muchos otros
factores.
Hemos hablado ya de Melchor Marín, un policía peculiar, con un toque justiciero, enamorado de ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo y que aspira a ser bibliotecario, ¿de dónde surge este personaje?
La verdad es que no tiene un
modelo. Surge de dentro, de una serie de cuestiones personales. Su biografía no
se parece a la mía y, sin embargo, igual que Flaubert, puedo decir «Melchor
Marín soy yo», porque sale de mis tripas, que es de donde salen los personajes
de las novelas. Es cierto que yo le atribuyo la personalidad del policía
anónimo, que abatió a cuatro terroristas en Cambrils en agosto de 2017, pero
eso sucedió después de que existiera Melchor Marín. En un momento dado, me di
cuenta de que él podía ser ese tipo anónimo del que nada sabemos. Los
escritores trabajamos con la oscuridad y la basura, con lo que no se sabe y con
lo malo, ese es nuestro carburante.
Menudo carburante…
Pues sí, pero esa es nuestra
materia prima. En un mundo feliz no habría literatura, por lo menos novelas.
Quizá hubiera poesía, pero poca y malísima. Los novelistas trabajamos con el
dolor y la crisis, con todo lo malo, no con lo bueno. Y también con lo que no
se sabe.
Encontramos la siguiente frase
en la página 58 de ‘Independencia’: «el mundo se divide en dos clases de
personas: los ricos y todos los demás».
Eso lo dice Ricky Ramírez, que es
un personaje obsesionado por la riqueza. Yo diría que el mundo se divide en dos
clases de personas: las que dividen al mundo en dos tipos de personas y las otras.
Pero lo que dice Ramírez, en su modo de pensar, tiene sentido. Él es un hombre
obsesionado con la riqueza. Busca de manera equivocada la independencia
personal y económica, y acaba catastróficamente. Y lo hace acercándose a los
ricos, que es lo que le recomienda su padre: «arrímate a los buenos». Y las
élites enquistadas en el poder hacen con él lo que acostumbran con ese tipo de
gente: usarla para sus propósitos
perversos y después hacerla servir como papel higiénico. Melchor es la
contrafigura de Ricky Ramírez porque él es el antipijo. Y él sí consigue un
cierto grado de independencia, especialmente al final del libro.
En la novela se dice que las
clases pudientes catalanas fueron las que provocaron todo el asunto del procés,
como una forma de salir adelante ante la situación de crisis que se vivía
entonces. En este sentido, Catalunya no parece ser diferente del resto del
mundo, porque todos sabemos que los ricos, a través de sus políticos satélites
o, incluso, sin ellos, son los que gobiernan.
Absolutamente, así es como
funcionan las élites económicas enquistadas en el poder. Y tú lo dices muy
bien: igual que funciona la élite catalana, funcionan en general las élites en
otras partes. Usan a la gente para sus propósitos, comportándose con plena irresponsabilidad
y cinismo. Tolstoi decía “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, yo, a través del
retrato de esta gente, trato de explicar cómo funcionan todas las élites. Este
es un libro lleno de furia, una furia dirigida precisamente contra ellas.
Sí, se percibe durante la
lectura de ‘Independencia’.
Claro, Melchor está lleno de
furia, porque el libro está lleno de furia y por eso me gusta mucho la frase
que ha utilizado la editorial para definir la novela: «un furioso alegato
contra la tiranía de los dueños del dinero y los amos del mundo». De momento, la
democracia, con toda su fragilidad, es lo mejor que hemos inventado para
protegernos de esas élites insaciables. El dinero siempre quiere más dinero y
el poder más poder. Quemar contenedores no sirve para nada, excepto para que
algún pobre desgraciado pierda su trabajo o su pequeño negocio, lo que sirve de
verdad es tomarse la democracia en serio y leer a Cervantes.
‘Independencia’ ha traído a mi
memoria el recuerdo de la célebre frase de Giuseppe Tomaso di Lampedusa: «que
todo cambie para que todo siga igual».
En efecto, así es como operan. Es
perfecto. Completamente. De eso trata ‘El Gatopardo’, de cómo las élites
cambian para que todo siga igual. En Catalunya lo hemos visto y lo vemos en
todas partes y desde luego también en la novela, donde en el año 2025 las
mismas élites de siempre han adoptado una máscara distinta, se han
metamorfoseado, para seguir en el mismo lugar. Desde luego, en ese sentido,
‘Independencia’ es una novela completamente lampedusiana.
Cuenta el libro que el
independentismo ha conquistado el lenguaje, se ha apoderado de palabras como
democracia, independencia, libertad… y que eso significa conquistar la
realidad. ¿El lenguaje es poder?
Totalmente. Si quieres conquistar
la realidad, primero has de conquistar el lenguaje, porque el lenguaje crea la
realidad. En Catalunya lo han colonizado y conquistado por completo, por
supuesto pervirtiéndolo. Las palabras independencia, democracia o libertad les
pertenecen a los secesionistas, aunque en realidad independencia quiere decir
separación, que es una cosa muy distinta. Democracia y libertad significa para
ellos violación del estado de derecho, que es lo que preserva la democracia y
la libertad. Y así podríamos seguir de manera indefinida. El lenguaje y las
palabras son dinamita y se pueden usar para bien o para mal. Por eso quienes
nos dedicamos a manejarlas, incluidos también los periodistas, tenemos una
responsabilidad enorme, lo queramos o no.
Hace unos días, en una
entrevista radiofónica te escuché diferenciar la labor del periodista y la del
novelista. El periodista narra la realidad en el momento en que ocurre y el
novelista la cuenta después, cuando ya ha pasado todo. En este sentido y para
analizar la realidad, parece más adecuado ser novelista que periodista, ¿no
crees?
Son cosas distintas. Creo que el
periodismo es indispensable, pero la literatura también. Me parece que te
refieres a que, en esa entrevista, yo explicaba que el periodista lo que hace
es contar la batalla mientras tiene lugar, algo muy difícil de hacer. A mí me
han dado premios de periodismo gente demasiado generosa, porque yo soy un
impostor. Escribo en un periódico dos veces al mes, pero no ejerzo el
periodismo, que significa estar en la batalla y contarla. Lo que ve Fabrizio
del Dongo, protagonista de ‘La cartuja de Parma’, son gritos, polvo, ruido,
caballos que pasan, un caos absoluto… El novelista lo que hace es que, cuando
el polvo de la batalla ha bajado, se posa en el suelo y permite ver los
cadáveres, interpreta lo que ha ocurrido y lo dota de una dimensión universal.
Es la diferencia entre la literatura y la historia tal y como la concebía
Aristóteles. La historia habla de lo que sucede en un lugar y un momento
concreto, y la literatura de lo que nos ocurre a todos en cualquier
circunstancia y en cualquier sitio. Es lo que convierte lo particular en
universal. Aristóteles decía que era superior la literatura a la historia, pero
creo que son cosas distintas y ambas necesarias.
Javier, hagamos memoria. Súbete
a una montaña y mira con perspectiva desde tus inicios como escritor hasta hoy.
Se cumplen ahora veinte años de la publicación de ‘Soldados de Salamina’, una
novela que recuerdo perfectamente cuándo y dónde la leí, porque me impactó
mucho. ¿Qué significó para el Javier Cercas escritor el espaldarazo que le
proporcionó este libro?
Bueno, es la novela que me dio a
conocer, aunque yo ya era escritor desde mucho antes. Así de sencillo. Hay una
frase de Lady Gaga, muy brillante, que me encanta: «Yo era famosa antes de que
nadie me conociera». [Risas a ambos lados de la invisible línea telefónica]. O
sea que yo era escritor cuando nadie me conocía. Escribía desde mi adolescencia
y había publicado bastantes cosas, pero no las había leído mucha gente: mi
madre, alguna de mis hermanas y algún amigo. Y yo no me sentía ni frustrado ni
mal, me parecía lo lógico. ‘Soldados de Salamina’ me convirtió en un escritor
con lectores no solo en España sino también en otras partes del mundo, ya que
desde entonces mis obras se traducen a muchos idiomas. Eso es lo que significó
ese libro para mí. A partir de ahí, fui un escritor profesional y me gano la
vida escribiendo, algo que nunca pensé que iba a ocurrir, aunque tampoco me
quejaba por ello. Entonces trabajaba en la universidad y creía que allí
seguiría. Unas personas me recuerdan por esa novela y otras por otra, lo cual
ya es mucho, porque significa que me recuerdan.
Al comienzo de la entrevista,
has comentado que el protagonista de tu próxima novela también será Melchor
Marín, pero ¿seguirá apareciendo más adelante o cambiarás de tema o de registro?
Mira, mi plan es que haya cuatro libros
sobre Melchor Marín. Esto no es una novela sino la biografía de un tipo, que es
un ángel y que se convierte a veces en un ángel exterminador. Alguien ha dicho
que es un buen mal policía. Don Quijote era el cuerdo loco, y Melchor es el
buen mal policía. Esa contradicción es la que lo define y lo que cuento es su vida.
Es posible que algo se me despiste y pueda surgir algún otro título más, pero esto
no es Sherlock Holmes, no son los casos de Melchor Marín, ni nada parecido, es
un ciclo narrativo que al final se podrá leer como una sola novela, aunque cada
volumen permite una lectura independiente. Es una especie de experimento, que
tiene fecha de caducidad.
Volvamos un momento sobre
Melchor. En algunos rasgos, recuerda al John Wayne de ‘Centauros del desierto’,
la película de John Ford.
Carles Francino me dijo eso mismo
en la radio y le respondí que mejor que eso ya no se podía añadir nada. ‘Centauros’
es una de las grandes películas de la historia y para mí John Ford es un genio
del cine. O sea que más vale que terminemos aquí la entrevista, porque mejor no
puede acabar.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 30/03/2021