Jorge Fernández Díaz (Fotografía cedida por la editorial) |
(Buenos Aires, 1960) inició la escritura de una serie de novelas protagonizadas por este sujeto. Recientemente, acaba de aparecer por las librerías la tercera de ellas, titulada ‘La traición’, editada por Destino, donde narra una trama de alto espionaje político, que destapa los vínculos secretos entre el falso progresismo, la corrupción de la clase política y los poderes de la Iglesia. En medio de este berenjenal, encontraremos a Remil, rodeado de mujeres, cuanto menos inquietantes, y sacudido por inesperados giros que obligan al lector a devorar con avidez las poco más de doscientas treinta páginas que tiene el libro. En esta ocasión no fue posible conversar por teléfono con el escritor argentino y la entrevista se construyó con tinta y papel, usando la computadora como medio interrelacional. Fernández Díaz se apuró en su trabajo y sus respuestas, tan interesantes como su novela, llegaron rápidas y sin jet lag. Lean si no.
Desde los 12 años, cuando
leyendo a Conan Doyle descubrí que ésa era mi vocación, la literatura fue un
refugio de la vida. Como lector y como escritor. Y con el correr del tiempo, la
ficción me permitió también contar lo incontable de la vida privada y del
poder. Llegar a esos lugares donde el periodismo no consigue llegar.
Usted alterna periodismo y literatura, ¿qué
placeres le proporciona la literatura, la escritura de ficción, que no le
reporta el periodismo?
Durante cuarenta años fui
reportero y editor de diarios y revistas. Hoy soy un articulista de ideas, y
esencialmente, un escritor político que interviene en los periódicos. Durante
años la literatura y el periodismo se disputaban mi tiempo, pero con el paso de
las décadas he logrado aunarlos: veo al periodismo como un arte, y a la
literatura como un instrumento que se alimenta de los insumos periodísticos.
Uno y otro oficio me han permitido ser algo que soñé desde el principio: un
escritor popular.
¿Cómo se tropieza usted con la
historia que da pie a la escritura de ‘La traición’? ¿Está basada en algún
hecho real?
Se me ocurrió en el
aeropuerto de Orly y al primero que le conté la idea fue a Arturo Pérez-Reverte
en Sevilla, donde pasamos unos días juntos. El papa Francisco, que soñaba con ser
Perón y sigue siendo peronista, opera políticamente día y noche en nuestro país
y recibe en el Vaticano a personajes no muy recomendables. Y a la vez, en la
Argentina de hace tres años se glorificaba irresponsablemente a los ex
revolucionarios de la década del 70 y se intentaba instalar la idea de que el
gobierno constitucional era una “dictadura” a la que debía oponerse una
“resistencia”. Manipular el pasado y elaborar un relato amañado sobre cómo
fueron los hechos políticos, está muy de moda no solo en la Argentina. Pensé:
¿qué pasaría si un exguerrillero devenido “referente social”, que visita muy
seguido a Bergoglio, se toma en serio la ideología ficticia de la insurrección
y quiere dar un golpe de efecto? Seguramente, me respondí, amigos del Papa
contratarían a un servicio de Inteligencia paralelo para que intentara abortar
esa locura, que terminaría manchando la sotana del Santo Padre. Esa fue la idea
germinal.
¿El éxito de los dos primeros títulos de la
serie de Remil, ‘El Puñal’ y ‘La herida’, le han añadido
responsabilidad a la hora de sentarse a escribir ‘La traición’ o, por el
contrario, se ha sentido cómodo al trabajar con un personaje que ya casi
debe ser de su familia?
Bueno, las dos cosas al mismo tiempo. Es
cierto que tengo ya muy definidos los personajes y el tono general de las
novelas, que tienen cientos de miles de seguidores, pero a la vez está la
responsabilidad de no defraudar con cada nuevo intento. Un desafío mayúsculo.
Yo no quiero hacer siempre la misma novela. Me aburro, y creo que aburro a los
demás. Es por eso que, en esta ocasión, tomé dos decisiones cruciales: hacer
una novela más condensada y rápida (estuve releyendo ocho novelas de Simenon
para aprender su técnica minimalista y nerviosa), y luego resolví que los
hechos sucedieran directamente sobre la actualidad periodística, en tiempo
real. Esto último, sin perder la espectacularidad del género, me obligó a ser
extremadamente verosímil. Cuando al final del proceso le envié a un profesor de
la escuela de Inteligencia el original, no pude dormir esperando su veredicto.
Me llamó en seguida: lo había leído en unas horas, me dijo que no podía dejar
el libro y que, hasta para un experto como él, todo era absolutamente
plausible. Por primera vez respiré aliviado.
¿Para construir a Remil se inspiró en algún
personaje de ficción o en algún ser real?
No, en ninguno. Aunque lo reconozco
heredero de los viejos cuchilleros de Borges (ustedes les dirían “navajeros”),
que trabajaban para caudillos políticos, y tal vez de Alatriste, un soldado que
lucha también en las trastiendas del poder. Remil es al mismo tiempo un espía y
un detective, pero básicamente es un criminal de Estado, y eso lo hace muy
diferente de Jason Bourne o de Phillip Marlowe. Es un héroe infame de la nueva
novela negra latinoamericana, y aunque he intentado meterlo en toda esta
genealogía universal, no se parece a nadie. He conocido, por supuesto,
“remiles” del mundo real, pero solo tomé de ellos alguna mirada y las técnicas
del espionaje.
Usted y Arturo Pérez-Reverte son muy amigos. Hace
unos años, él creó un personaje llamado Falcó, que guarda ciertas similitudes
con Remil. ¿Sus personajes, los de usted y los de Pérez-Reverte se
retroalimentan?
Arturo es una suerte de hermano mayor. Somos
amigos desde hace 25 años y nos hemos cruzado en Buenos Aires y en Madrid, y
siempre nos hemos contado las novelas que escribíamos y compartido lecturas. El
aparece como el Capitán Reverte en mi novela “El dilema de los próceres” y yo
aparezco como el revolucionario Fernández Cuchillero en “El asedio”. Arturo
leyó el original de “El puñal” en el hotel Alvear de Buenos Aires, y para que
no cayera en manos enemigas, lo destruyó usando los trucos de los espías de la
Segunda Guerra Mundial. Luego Falcó claro está, es primo de Remil, aunque sus
novelas son viajes al pasado, y las mías son de actualidad candente.
¿Le ha sorprendido el éxito que han alcanzado
tanto sus novelas como su protagonista? ¿Lo esperaba?
Borges profetizó en 1933 que el
personaje de un detective abnegado no tendría éxito, puesto que la sociedad
argentina tendía a no creer en la ley y a ver a la policía como una mafia. La
trilogía de Remil es la serie más exitosa en la historia de mi país, y yo creo
que se debe a que no es abnegado ni es policía: es un agente que se dedica al
espionaje político, y es muy creíble. Y, paradójicamente, querible, puesto que,
aun siendo Remil violento y venal, el lector empatiza con él porque tiene
códigos, y porque yo le he transferido mis experiencias emocionales más
íntimas, como la obsesión amorosa y una serie de dolores y vulnerabilidades que
me provocó la vida.
A la hora de escribir, ha escogido usted la
primera persona, ¿por qué?
Porque quería que el lector viviera ese viaje
dentro de la cabeza misma de Ulises.
Su prosa está extraordinariamente bien
cuidada, engrasada con mimo, ¿cuánto tiempo le lleva a usted escribir una
página de esta novela, si se puede saber?
-Esta novela fue escrita en ocho meses de
cuarentena, encerrado en casa. Y traté de quitarle todo excedente, dejarle puro
músculo y buscar que se deslizara todo con gran naturalidad. Tal vez, cuando
uno lo lea parezca fácil, pero a mí me resultó muy difícil. Hay páginas que
salen rápido y páginas que necesitan mucha reescritura.
‘La traición’, así como las
anteriores entregas de la serie Remil es un
thriller, ¿qué le atrae de este género literario? ¿El thriller es una
buena herramienta de análisis social?
Creo que la novela negra, en
todas sus variantes, es el gran género sociológico que da cuenta del momento.
Los historiadores del futuro deberán leer cuidadosamente toda esta producción
para entender cómo vivíamos, cómo eran nuestras conductas y costumbres, y cómo
era el poder en esta época. Por lo demás, el thriller político es una conjetura
que se responde con conocimiento y con imaginación.
Su novela no es demasiado extensa, ¿el
hecho de que no sea una novela-río, un tocho como decimos por aquí, en qué
beneficia a un thriller como el suyo?
Creo que está hecha para el lector actual, y
con la técnica de la punta del iceberg, que señalaba Hemingway: ocurren muchas
cosas debajo del agua, que no se ven pero se presienten. Por otra parte, mis
relecturas de las novelas de Maigret me permitieron recordar que se puede hacer
una novela corta que tenga la intensidad de una larga, y que un personaje puede
ser definido con una sola pincelada precisa, y que una elipsis inteligente vale
a veces por setenta páginas.
Durante la narración usted desciende y
se maneja por la trastienda de la realidad política argentina, ¿ha
utilizado fuentes de primera mano o toda la trama que ha tejido es pura
ficción?
He vivido con los ojos, como pedía Hemingway.
Y conozco cómo se prepara esta cocina. En literatura, nadie pone lo que no
lleva en su mochila de experiencias.
Precisamente porque se refiere a la política
argentina, ¿’La traición’ es genuinamente argentina o funcionaría igual si
utilizara como escenario, por ejemplo, un país europeo?
Creo que la Argentina es un
laboratorio excesivo de populismo autocrático, fenómeno que se está extendiendo
por el mundo. Y que esa experiencia puede ser leída en Europa como un espejo
que anticipa. Tal vez un espejo deformante. Pero un espejo al fin.
Algunos platos que los personajes comen
en los restaurantes, algunos postres e incluso bebidas, como el ristretto Gramsci llevan nombres
políticos, ¿por qué?
Esa es una ironía. Me río de
los clichés que tomaron a la izquierda caviar. Que en mi país es socia del
peronismo autoritario.
Tiene banda sonora ‘La traición’: Daniel Viglietti,
Silvio Rodríguez, creo que también suena o cita a Quilapayún, temas y
canciones de los años 70 y principios de los 80, ¿hay nostalgia hacia aquellos
años por su parte?
No, hay una crítica socarrona y directa a
esos lugares comunes que practicó la izquierda revolucionaria de los 70, que
llevó a cabo crímenes políticos y jamás ha hecho autocrítica. Nunca les
pidieron perdón a sus víctimas. Y el Estado kirchnerista los reivindicó y mandó
glorificarlos en los medios públicos, en las universidades y en las escuelas.
Tenían ideales autoritarios y delirantes.
La novela habla de la manipulación de la
realidad, de la guerra sucia y de las cloacas del estado. En la
página 142 podemos leer: «El ciudadano medio se cree muy listo. Si le sugerís
que hay otra historia detrás de la historia la compra de inmediato. Acá nadie
quiere quedar como un ingenuo ni como un gilipollas». ¿Tan vulnerable han
vuelto al ser humano las redes sociales?
Hay un deseo de confirmar lo que creemos, y
de sentirnos muy listos y por lo tanto, de imaginar grandes conspiraciones.
Muchos de los crímenes que he investigado como periodista de sucesos policiales
al final resultaron ser asuntos sencillos, pero el lector creía que había algo
más. Las redes potenciaron el sesgo de confirmación, las falsas noticias y la
paranoia.
Sobrevuela como telón de fondo, la Guerra de
las Malvinas. ¿Este episodio bélico es todavía una herida sin cicatrizar
para su país?
Es la guerra de mi
generación. Estuve a punto de ser convocado a pelear allí como soldado. Y me he
hecho amigo de muchos héroes de aquella guerra absurda, conducida por
fascistas. Los héroes no tienen la culpa de eso, pero la mala conciencia
nacional los ha borrado del mapa. Remil es uno de esos héroes. Luchó en la
terrible batalla de Monte Longdon.
A estas alturas no se lo he preguntado aún,
¿qué semejanzas guarda Remil con Jorge Fernández Díaz, su padre
literario?
Como buen argentino, me someto al psicoanálisis.
Dice mi analista que aunque yo no puedo matar ni una mosca, Remil tiene mucho
de mí. Tal vez tenga razón.
Y la última pregunta por hoy: ¿le queda
cuerda para rato a Ramil?
Nunca sé qué hará Remil en
la próxima. Y es él quien toma las decisiones.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 14/05/2021