Del Londres de 1955, que aparecía en ‘Septiembre puede
esperar’, has pasado a la Galicia de finales del siglo XX y comienzos del XXI
en ‘Nada que perder’. Susana, ¿cómo se cruza esta historia contigo? ¿La
buscaste o te llegó?
Se me cruzó como todas las demás. A mí me gusta hacer cosas
nuevas. Eso que dicen que los escritores escribimos siempre la misma novela me
infunde terror. Es verdad que somos reconocibles por nuestro estilo, pero esto
de repetirse en un terreno donde te encuentras cómodo no me va en absoluto. Es
muy probable que esta historia surgiera en un viaje que hice con mis hermanos
para celebrar el cumpleaños de mi madre a la zona del Baixo Miño, donde ella
había vivido. De niña había estado allí, pero en esta ocasión me impactó mucho.
Es un paisaje imponente con el monte de Santa Tecla, donde hay un antiguo
poblado romano, que ya estaba ocupado desde la Edad del Bronce. Recordé que mi
abuela me había contado historias de niños desaparecidos, algo que me había
impresionado siempre. Y fue allí donde empecé a imaginarme una furgoneta entre
los pinos, una pista forestal, una mochila, unos niños, los veranos de finales
de los años setenta… A partir de ahí fui tirando del hilo y salió esta
narración.
‘Nada que perder’ recuerda a la serie televisiva ‘True
Detective’ o a la película ‘Matar un ruiseñor’, ¿hay algo de homenaje al cine
en tu novela?
Es inevitable que en todas mis novelas haya referencias al
cine y a los libros. Escribes con tus vivencias personales, tus recuerdos y con
todo lo que has visto, leído y oído. Además de los títulos que has citado
también aparecen ‘La Odisea’ y los libros de ‘Los Cinco’. Por supuesto que no se
trata de ningún canon literario, pero eso es lo que leíamos entonces. En la
novela también ocupa un lugar importante la película ‘Flashdance’, que me
recuerda los tiempos del colegio cuando hacíamos gimnasia rítmica y bailábamos su
banda sonora. La protagonista era una soldadora metalúrgica, que siempre iba en
bici y que por la noche bailaba. Ese icono se me quedó ahí para siempre.
Precisamente, ‘Nada que perder’ va a ser llevada a las
pantallas, no sé si en formato de serie o de película, ¿qué sensaciones te deja
ese proyecto?
Sí, va a ser llevada a una serie, pero espero que tarde un
poquito aún. Quiero que la gente lea antes el libro, porque a mí me gusta que
los lectores aten cabos, respiren el ambiente e imaginen los paisajes por sí
mismos. Me molestan mucho los libros demasiado explicativos, que te
proporcionan tanta información y son tan notariales, que no dejan hueco para
que el lector ponga un poco de su parte. Antes que nada me siento una lectora y
como tal quiero que me consideren un ser inteligente y reclamo ese espacio. En
consecuencia, al escribir, procuro hacerlo así.
Aunque eso de poner etiquetas cada vez resulta más complicado
por la hibridación de géneros, ‘Nada que perder’ parece un thriller con protagonistas
muy potentes. ¿Te interesan más los personajes o la peripecia?
Sí, es un thriller algo atípico. Al final creo que los
géneros son una convención y que los utilizamos para hablar de nuestras
angustias y de cómo nos manejamos en la vida. Es verdad que los autores de
novela negra, como los escritores nórdicos o Benjamin Black, me gustan mucho,
porque siempre cuentan algo más. Sin embargo, cuando se limitan a organizar un
crucigrama con el que resolver un enigma, me saben a poco. Me interesa especialmente
cuando detrás de todo hay una filosofía y una construcción de los personajes. Si
ellos no importan y no se analiza todo lo que les sucede, pues, apaga y vámonos.
Es cierto que la intriga se asocia con frecuencia al género
negro, pero se encuentra en el germen mismo de la literatura. En ‘Las mil y una noches’ la tenemos en estado
puro. Sheherezade sobrevive porque cada noche deja al sultán en vilo y este le
perdona la vida un día más. Si el principio de incertidumbre no está presente en
una novela, no hay novela. En ‘Nada que perder’, los personajes lidian con la
vida y vemos sus relaciones, el ambiente, el pueblo, los universos pequeños, la
familia, los fantasmas del pasado, las deudas pendientes… Ese es el magma de la
historia.
Los protagonistas no son policías, ni investigadores privados
sino dos periodistas. ¿Con tu propuesta has intentado romper los
convencionalismos del género negro?
Sí, lo he hecho por eso. De esta manera rompía ese cliché tan
encasillado del policía, inspector o guardia civil. Quería incluir en la historia
a un periodista de información local, de los que se patean la calle con la grabadora,
porque los conozco muy bien. He vivido con ellos toda la vida. Por otro lado,
los hechos que se narran ocurrieron hace veinticinco años y están prescritos
desde el punto de vista judicial. Por lo tanto, necesitaba un modelo nuevo.
Creo que el periodismo de investigación se ha apuntado muchos tantos
últimamente. Ha tirado de la manta en asuntos muy importantes y me apetecía
rendirle este homenaje.
En la novela suena ‘La Marcha del Antiguo Reino de Galicia’,
y digo suena porque detuve la lectura y la busqué en Google. Internet le añade
a la literatura un sentido tridimensional.
Sí, claro, pero no creo que eso sea nuevo. Siempre ha estado ahí.
La literatura es transversal porque los libros te llevan a otros libros, a
películas, a músicas, a viajes, te trasladan a otras dimensiones y te
enriquecen mucho. Yo he dedicado la novela a Alfons Cervera porque el último
libro que publicó, ‘Algo personal’, que es
inclasificable, contiene un delicioso homenaje a toda esa literatura un
poco denostada por los académicos, escrita por autores ahora perdidos y
olvidados. En realidad, ellos fueron quienes construyeron a los lectores de
este país a través de las colecciones Reno, el Círculo de Lectores o las
novelitas del Oeste. Durante la pandemia leí ese libro y me acompañó mucho y lo
traigo a colación por la importancia que tiene que unos libros te lleven a
otros. En el fondo, esto es una gran hermandad.
Blanca Suances, la protagonista y narradora, vive con un
recuerdo oculto en su memoria, que tú llamas un «submarino de titanio». ¿Una
persona puede llevarse a la tumba su secreto o ese «submarino de titanio» termina por aflorar a la superficie?
Todos guardamos un «submarino de titanio». Blanca tenía ocho
años cuando ocurrieron los hechos. De alguna manera experimentó un trauma, se
sometió a un tratamiento y, al final, es una superviviente. A lo largo de su
infancia fue elaborando una serie de frases como la de “tengo que salir
adelante”, para hacer su vida, para no parar ocurra lo que ocurra a su
alrededor. Pero le han quedado algunas lagunas y carencias importantes en su
memoria. Sufre crisis de ansiedad y de pánico con las que ha de tratar y sabe
que para sobrevivir necesita tapar lo ocurrido. Este es un tema que a mí me
apasiona y tiene mucho que ver con una entrevista que leí mientras escribía la
novela. El entrevistado era Oliver Sachs, un tipo fascinante, que hablaba de
los mecanismos de la memoria, de cómo hay unas cosas, que recordamos fielmente,
y hay otras, que las recordamos igual, pero que, en realidad, no fueron así. Los
mecanismos de la memoria nos sirven de protección y me apetecía mucho tratarlos
en la novela, porque venían perfectamente a cuento.
¿Hay muchas cosas tuyas en ‘Nada que perder’? ¿Por dónde
andas?
Aunque escribas de lo que sea, es inevitable transparentarse
en la novela. Pero eso no quiere decir en absoluto que sean residuos autobiográficos,
ni cosa parecida. ¿Qué hay de mí en estas páginas? Pues, los veranos de
bicicletas, la casa de los abuelos, el salir de la ciudad... Blanca Suances es
una niña urbana, que cada verano acude al campo, donde hay gallinas y aventuras,
peligro y riesgo, y sitios a los que no se puede acceder, como el caserón de
los jesuitas, que fue un campo de concentración. Todo eso para ella es fascinante
y ahí puede estar mi infancia. También hay otros rasgos míos diluidos entre los
personajes. Pero nada más.
La novela transcurre en Galicia, tu tierra. ¿Desde la
distancia se escribe mejor sobre el lugar donde uno ha nacido y crecido?
Desde luego que sí. Necesitas esa perspectiva. Siempre digo
que es bueno ser de un lugar y no vivir allí para disfrutar de la felicidad que
significa volver, porque regresas con una mirada diferente. Si estás dentro,
los árboles no te dejan ver el bosque; si estás fuera, todo adquiere una
nitidez asombrosa.
Cuentas en ‘’Nada que perder’ que los escritores se paran a
escuchar el viento, ¿tú lo haces?
Es bueno hacerlo, esa es una frase muy de periodista, porque
como dice Lois Lobo antes o después la gente dice lo que tiene que decir. En
nuestro Himno Gallego cantamos: «¿Qué din os rumorosos/Na costa verdecente/Ao
raio transparente/Do prácido luar?» Los rumorosos son los pinos cuando sopla el
viento y la cuestión es saber qué dicen los pinos cuando esto ocurre. Pararse a
escuchar el viento es una buena táctica en la vida y no solo para saber cosas, sino
también para desconectar.
Hay un tiempo para la mitología celta en las páginas del
libro. ¿Hoy, la magia y los seres mágicos siguen presentes en la vida diaria de
los gallegos?
Totalmente. Claro que siguen existiendo. Te voy a contar una
historia. En Galicia, como en otros territorios, digamos, preindustriales, hay
mucho pensamiento mágico. Se cree en los antepasados. Las tradiciones
cristianas se han superpuesto sobre otras más antiguas y primitivas y se han
fundido con ellas a través de los santos. Y ahora viene la anécdota, que me
contó a mí Manuel Rivas. A un pueblo gallego mandaron un cura moderno, que
quería mentalizar a la gente de que el patrón del lugar, san Roque, no era tan
importante. Lo relevante, lo máximo, era Dios. En su primer sermón, a la hora
de explicar a sus feligreses que Dios estaba por encima de todas las cosas, les
dijo que, comparado con él, «ese san Roque vuestro es un mindundi». Solo te
diré que el tipo hubo de salir del pueblo escoltado por la Guardia Civil. Y
nunca más pudo regresar allí. Al final, la gente reza a los santos pequeños,
porque son los que les resuelven sus problemas y les sacan las castañas del
fuego. Todo esto procede del paganismo, del pensamiento precristiano, que como
ves está muy presente en la Galicia marinera y en la tendencia a las
supersticiones.
Acabamos por hoy. Al principio de este verano, me interesé,
una vez más, por un personaje del cómic que tu conoces bien: Corto Maltés. Tú
escribiste una novela sobre él, titulada ‘Querido Corto Maltés’, que me gustó y
leí con rapidez. ¿Qué significa para ti este personaje creado por Hugo Pratt?
Es un tipo muy
interesante, un «personajazo». Le tengo un cariño especial a ese libro, porque
tiene los defectos de todas las primeras novelas, pero también guarda toda la
frescura que luego depuras y mejoras con el oficio. Sin olvidar que está
escrito con una mirada limpia, la de una persona que escribe por primera vez.
Corto Maltés significa la ilusión de esa primera vez y la fascinación por el
cómic. Me encanta que mis lectores me digan que mi estilo ya estaba presente en
esa novela y que me sigan reconociendo en las primeras páginas de cada nuevo
libro que publico.