Fotografía: Vicente Carvajal |
Men, como escritora ¿necesitas tener clara la primera frase para
comenzar a escribir?
Sí, sí, digamos que yo soy eso que llaman una escritora mapa. Yo inventé
el término [sonrisa], soy la más friki. Necesito tenerlo todo súper atado antes
de sentarme a escribir.
¿Existe alguna imagen, historia o suceso que haya dado pie a la
escritura de esta novela?
Es la primera vez en mi vida que escribo algo que parte de un suceso
real. Hasta ahora las historias venían a buscarme a mí, incluso tenía que
rechazar algunas, pero en esta ocasión conocí a una mujer, cuyo nombre figura
en la dedicatoria del libro, que vivía en la calle. Había nacido en una casa
tan normal como la tuya o la mía, pero las cosas le habían rodado mal. De una
serie de charlas con ella surgió esta novela.
En ‘Lo que arrastra la lluvia’ los capítulos no siguen la numeración tradicional,
la has sustituido por cambios de personajes, emails, o páginas web, ¿por qué?
La novela está contada por un narrador en tercera persona al uso, pero
es cierto que hay dos personajes, Julia y Leonor, que necesitaban expresarse de
otro modo. Julia es una niña de trece años, a la que quería proporcionar una
voz real. Sin duda, como mejor se expresan los adolescentes es a través de
Internet, por eso, habla desde su blog. Por su parte, Leonor se comunica mediante
correos electrónicos con otra mujer, de la que no vemos nunca sus respuestas.
Las intuimos por lo que cuenta Leonor. Todo esto surgió a raíz de pensar que el
papel es el único que no se ruboriza por nada y que determinadas cuestiones las
expresamos mejor por escrito que con lenguaje hablado. Así que decidí que lo
que no se atrevían a decir con su boca, lo contarían a través de sus manos.
Mientras leía la novela, tuve la impresión de que se trataba de un
collage literario, en el que los fragmentos de texto desempeñarían el mismo
papel que las manchas de pintura en un lienzo.
Me encanta oírte decir eso. Te lo agradezco, es muy bonito. Y,
efectivamente, es así, porque en la realidad también sucede igual. La vida no
es algo lineal sino un constante ir hacia delante y hacia atrás. Surgen
distintos frentes y, al final, todo confluye en un camino.
No me digas cuánto te ha costado de escribir la novela, dime cuánto
tiempo has invertido en elaborar su estructura.
Construir la escaleta del guion me ha costado un año, desde luego mucho
más tiempo que escribir la novela.
Creo que ‘Lo
que arrastra la lluvia’ es una mezcla de muchas cosas, pero ¿cuánto tiene de thriller
psicológico?
No he creído nunca en la cuestión de los géneros y ahora cada vez menos.
Para mí, el género es una caja, que yo puedo pintar de negro, de amarillo o de
cualquier color. Lo importante es lo que metes dentro. Esta novela bien podría etiquetarse
como un thriller psicológico, pero eso solo quiere decir que es un caldo de
cultivo idóneo para que aparezca el mal.
En gran medida, sí, pero al final ¿qué novela no trata del amor y de la maldad?
La has estructurado en tres partes tituladas La mendiga, La intrusa y La
diosa, ¿esa estructura traza la evolución de la novela?
Efectivamente, son las tres fases que atraviesa Marina, la protagonista,
a lo largo de la novela. En la primera parte, aparece como una indigente
viviendo en la calle. A continuación, otro personaje, Carmen, quiere ayudarla y
la lleva a vivir con su familia, con lo que se convierte en intrusa. Por
último, como Marina no termina de tener claro si Carmen es tan buena como aparenta
o tan solo una fachada, se generan unas dudas que solo pueden afrontarlas con
éxito los dioses. En consecuencia, ella se convierte en diosa.
Llama la atención el detalle con el que describes los sentimientos de
una persona venida a menos, con la vida destrozada, una mendiga despreciada por
todos. ¿Cómo has conseguido introducirte en la piel de un personaje tan
específico?
Te voy a decir la verdad. Para escribir esta novela, yo me he sentado a
pedir limosna en la calle…
Me dejas sorprendido…
Ha sido una de las experiencias más terribles que he experimentado en mi
vida, pero necesitaba hacerlo. Se trataba de una cuestión con un nivel de
violencia tan alto sobre una persona que no se podía imaginar. De hecho, lo
intenté y no pude. Entonces pensé que esa situación había que vivirla. Estuve
una semana sin lavarme el pelo, me vestí con un chándal roto y un día me senté
en la calle a pedir. Fue como cuando estás en una playa y te quieres lanzar
desde una roca, pero no te atreves y sientes que todo el mundo te está mirando.
Era una sensación extrema. Y, en un momento dado, dije: vale, se acabó la
broma, me voy… Pero no me decidía a levantarme por tal de no llamar más la
atención. Ahí me di cuenta de la diferencia que existe entre caminar por el
suelo y estar sentada en él. Esa experiencia es, quizá, lo más grande que me
llevo de la escritura de esta novela.
Ahora entiendo mejor que establezcas un paralelismo entre Meursault,
protagonista de ‘El Extranjero’ de Camus, y el personaje de Marina. Ella se degrada
tanto que acaba convertida en una extranjera en su propia ciudad e incluso, me
atrevería a decir, en el género humano.
Sí, totalmente y también como el personaje de Camus, llega un momento
en que es juzgada por ello. El famoso
juicio del que fue víctima Meursault no tuvo nada que ver con el asesinato del
árabe, sino con el hecho de no llorar la muerte de su madre. Marina atraviesa una
experiencia idéntica, deja de pertenecer a la sociedad por muchas cuestiones y
la sociedad la juzga. También es el mismo caso de Gregorio Samsa, el personaje
creado por Kafka, que se acuesta una noche como cualquier otra persona y, al
día siguiente, se levanta convertido en un insecto. En definitiva, es la no
confluencia con los cánones que la sociedad nos exige y cuáles son las
consecuencias de no hacerlo. Para esto, los griegos manejaban el término
ostracismo y para mí la pobreza es el nuevo ostracismo.
A Marina se le aparece la diosa Fortuna por todas partes. Fortuna interviene
en la cantata ‘Carmina Burana’ de Carl Orff, que también suena en la novela.
¿Qué significan para ti estos poemas medievales?
Para mí significan
un acto de humildad. Vivimos en una sociedad, y yo he participado en ello
durante mucho tiempo, en la que parece que solo importa el mérito y el esfuerzo
y, aunque son cuestiones importantísimas, no todo se reduce a algo tan sencillo
como eso. Hay una serie de fuerzas que intervienen en la vida del ser humano,
de las que no podemos escapar, por mucho que nos llenemos la boca de un determinado
discurso, y que nos afectan desde el mismo momento de nuestro nacimiento. El
hecho de que nazcamos en una familia u otra, algo que parece azaroso, es lo que
marca la diferencia. Hay unas personas que, para llegar a ser lo que son,
parten de la situación cero y hay otras que parten de menos quinientos. Por
tanto, no todo es tan sencillo como nos quiere hacer creer la meritocracia.
Sigamos con
la música, porque la banda sonora de ‘Lo que arrastra la lluvia’ casi la
monopoliza André Rieu, un director de orquesta y violinista muy sui generis. ¿Qué
te llama la atención de él?
André Rieu es
una persona que me apasiona. Cuando lo veo, me pregunto qué es lo que me llama
la atención de él. Y no es su performance, ese despliegue de medios tan grande
que lleva a cabo, ni siquiera cómo adapta las obras clásicas a un modo más
actual. Me atrae la intensidad que desprende. Rieu es una persona que se
relaciona con el espacio de una manera diferente. Normalmente, las personas
ocupamos el espacio que necesita nuestro cuerpo, sin embargo, él, cuando actúa
y lo he visto en directo, es capaz de abarcar todo el escenario. Y eso para mí
es fascinante, porque lo traslada a la música.
En una
entrevista citaste una frase de Billy Wilder que viene a decir que «ninguna
buena acción queda sin su castigo». ¿La citaste pensando en el personaje de Carmen
Salvaterria, la benefactora de Marina?
Sí, pensaba
en Carmen y también en que creemos que el mundo funciona con una coherencia que
responde al hecho de que cuando tú das amor, recibes amor; y cuando das maldad,
recibes maldad. Pero eso no es así o, al menos, no siempre. En mi opinión, muchas
ocasiones funciona al revés y tratar bien a las personas y ser generosa con
ellas no obtiene reciprocidad. Entiendo que el fin del bien debería ser el bien
exclusivamente. No hay que hacer las cosas para que nos las devuelvan, pero sí
es cierto que, al menos, si yo te trato bien, tú no me trates mal. Sin embargo,
eso sucede con frecuencia y por este motivo la portada lleva esa frase que
dice: «A veces, quien debería agradecértelo todo es tu peor enemigo». Las
personas que nos van a tratar mal no siempre son extraños con los que nos hemos
portado mal, sino los seres a los que más hemos querido.
Julia, de la
que ya hemos hablado antes, es una adolescente, un personaje ingenuo que juega
a influencer o, al menos, lo pretende a través de su web.
¿Podemos considerar que su presencia en la novela es el contrapeso a otros
personajes con caracteres tan marcados como Marina o Carmen?
La ilusión me interesa muchísimo trabajarla. Hasta ahora siempre lo
había hecho desde el punto de vista de que llega después de un episodio de
dolor, como resultado de esa catarsis. Sin embargo, en esta ocasión, Julia vive
desde esa ingenuidad y candidez que viene de serie con el ser humano. La suya
es la ilusión de quien no entiende que la vida duele. La contraposición de este
personaje a esos otros completamente destrozados por la vida me resultaba
interesante.
Entre otros títulos, por tu novela desfila la novela de Stevenson ‘Doctor
Jekyll y Míster Hyde’. Una primera lectura de esta novela nos puede
proporcionar la idea de que tenemos delante un fenómeno paranormal, pero si le
damos una segunda vuelta, una relectura, contemplamos que estamos ante la
realidad, porque todos tenemos dos caras.
Desde luego que sí. Respecto a Stevenson, siempre me he preguntado en
qué momento dejó de hacer ficción y pasó a escribir realidad, porque eso
sucedió en su vida. Incluso en ‘La isla del tesoro’ hay mucho de realidad. Esa
cara B del Doctor Jekyll existe en todos los seres humanos y, de hecho, creo
que es lo que soporta la cara A, esa versión en la que somos lo que llamamos
buenas personas, donde nos comportamos de acuerdo con el orden establecido por
la civilización. Somos una especie colaborativa, pero todo eso no se sustenta
sin la cara B. Es algo que lleva el ser humano en sí mismo y acabará aflorando
porque son cualidades evolutivas. Algunas de ellas, como la envidia y la
ambición, se han identificado como actitudes de maldad, sin darnos cuenta de
que si el ser humano no desea más, se estanca y no evoluciona. El egoísmo y el
ponerse delante de los demás están identificados como maldad y son cualidades indispensables
para que el ser humano avance. Y, ¡ojo!, no las estoy justificando, ni haciendo
apología de ellas, pero creo que no es algo tan sencillo de entender como los
postulados religiosos y cartesianos nos quieren vender.
Quizá el secreto de la convivencia radica en
controlar esa cara B, porque un cierto egoísmo o una cierta ambición pueden ser buenos, si están
controlados por la educación.
Efectivamente. Es así, como decía antes el ser humano está constituido
como una especie colaborativa y mientras esas cualidades estén ahí y no
interfieran en el libre desarrollo del otro pueden resultar muy útiles.
Una frase tuya que me ha llamado la atención: «El latín es una lengua
para hablar las demás».
Amo el latín por encima de todas las cosas y es
una herramienta que sirve para hablar las demás lenguas, igual que existen
pequeños instrumentos para entender la vida. Para mí es más agresivo que las
matemáticas, tiene un nivel de violencia que me fascina e incluso me ayuda a
comprender mi propia cabeza.
«Ojos descalzos» leemos en ‘Lo que arrastra la lluvia’, una bella yuxtaposición
de vocablos. Pero hay muchas más en el texto. ¿Cómo consigues adjetivar de esa
manera?
No sé contestarte a esta pregunta, porque no es algo que yo busque a
propósito. Me parece que pienso así y así me sale al escribir.
Citas también a los diminutivos como «manitas de cerdo» o «braguitas».
¿Esos diminutivos enmascaran el deseo de restar gravedad a algunas cosas que
nos suceden?
Desde luego, no hay mayor caballo de Troya que un diminutivo. A todo lo
que nos resulta incómodo le añadimos uno. Como digo en la novela cuando escribo
«manitas de cerdo», te estás comiendo la pezuña de un cerdo y al decir manitas
piensas en la mano de un bebé y todo se dulcifica. Sobre la ropa interior
femenina volvemos a lo mismo, porque yo nunca he escuchado decir calzoncillitos.
Por alguna razón, la ropa interior de mujer incomoda y no decimos bragas sino
braguitas. Le otorgamos un tono más infantil y ya no suena tan duro.
Granada es el escenario en el que transcurre ‘Lo que arrastra la
lluvia’. ¿A qué huele esa ciudad que es la tuya?
Con mayor o menor fuerza, Granada siempre huele a incienso. Durante la
Semana Santa lo percibimos de una manera más invasiva e intensa, pero durante
el resto del año la ciudad huele a incienso. No tengo ninguna duda.
El pico del Veleta preside la vida granadina. ¿El Veleta es el
equivalente al ojo vigilante del ‘Gran Hermano’ de Orwell?
Desde luego que sí. En Granada te puedes esconder de cualquier cosa
menos del Veleta. El otro día comentaba en twitter que estaba haciendo
una cosa que no debía hacer y pensaba que no me veía nadie. De repente, me di
cuenta de que el Veleta me estaba mirando. No, no puedes esconderte de él.
Repasemos el desenlace de la novela, un final que sabe a género negro,
con sorpresa incluida. Esa sorpresa, como lector y aunque ahora no se estile
mucho, yo la agradezco.
No soy partidaria de escribir finales coherentes, ni de la literatura
realista al cien por cien. Para eso ya está la vida y yo no la imito. Para mí,
la escritura es hacer que suceda lo que yo quiero que pase. Por tanto, el final
del libro va un poco por ahí.
Dos últimas preguntas para concluir. Comenzaste, y con éxito, a escribir
relatos cortos. ¿Para cuándo un libro de cuentos de Men Marías?
Me lo han preguntado alguna vez, porque tengo
muchos cuentos escritos. La gente que no lo conoce bien, tiende a pensar que el
género del relato breve es igual que el de la novela. Sin embargo, no tienen
absolutamente nada que ver el uno con el otro. Son estructuras distintas por
completo. Para armar un libro de relatos debería encontrar un hilo conductor
que enlazase todo lo que tengo escrito. Quizá lo busque algún día.
Cerramos con Patria Santiago y Sacha Santos, los protagonistas de tu anterior
novela. ¿Todavía mantienes relación con ellos?
Sí, sí, a
veces voy a llevarles flores, pero ahora mismo descansan. Se lo han ganado. De
momento viven tranquilos, aunque no sé por cuanto tiempo.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI/24/Feb/2023