copywright: asis ayerbe |
Dos vecinos de Oiartzun, Izarraitz Villaluce y Joxemari Mitxelena, te hicieron
un regalo insospechado: un archivo con documentos pertenecientes a una mujer de
vida singular: María Josefa Sansberro, Maddi, que falleció durante la Segunda
Guerra Mundial. Edurne, tú eres escritora, pero con formación de historiadora, ¿la
tentación de escribir algo de no ficción sobre esta mujer debió resultar muy
fuerte, no?
Sí, lo que ocurre es que yo hice una licenciatura en Historia, pero mi
doctorado fue en Literatura y no he ejercido nunca como una historiadora al
uso, que observa la rigurosidad que su disciplina impone. También tenía claro
que no escribiría un libro de Historia, porque la documentación no me invitaba
a ello. Sin embargo, en un primer momento, sí pensé en construir una especie de
ensayo más reflexivo acerca de lo que significaba ser mujer en la época de
Maddi, sobre todo con las decisiones que ella tomó entonces. Como digo en el
Epílogo, al final la imaginación pudo más y me dejé llevar por la ficción.
Lo cierto es que la vida de Maddi lo tiene todo para ser objeto de un
escrito de no ficción o de ficción. Su historia discurre en un escenario ideal,
un territorio fronterizo, y ella regenta un hotel, que siempre resulta un lugar
idóneo para el cruce de muchas personas y caracteres. Sin duda, la
decisión final resultaría compleja.
Resultó compleja porque, cuando decidí tomar el camino de la ficción,
hube de plantearme que esta mujer había existido de verdad. Ella tenía unos
sentimientos, una voz y una visión del mundo propios y yo, a partir de todas
las evidencias documentales, iba a intentar recrear una vida ya vivida. Para mí
la dificultad radicaba justo ahí. Por un lado, era un reto muy emocionante,
pero por otro, la responsabilidad que conllevaba me creaba muchas dudas en el
terreno de la ética.
En otros medios ya has destacado el peso de esa responsabilidad, pero
cuentas a tu favor con el hecho de que, sin tu trabajo, Maddi no sería
conocida. ¿No crees que ha sido mejor haber escrito sobre ella que dejarla en
el olvido?
Sí, al final lo hice por eso. La misma historia me lo pedía y decidí que
la forma de contarla era esa. Mejor así que nada. Y ahora pienso que su nombre
esta ahí, en un lugar donde reposa su memoria. La novela está llegando a mucha
gente y se está hablando de ella. Y en ese sentido me siento satisfecha, porque
al menos ahora se conoce quién fue Maddi.
¿Por qué has escogido la primera persona para narrar?
Escribir en primera persona me suponía un ejercicio muy intenso para
ponerme en su lugar e imaginar su voz, su mirada, sus motivos, sus deseos… Ya
que me ponía a imaginar, quería hacerlo desde el punto de vista más radical y
la primera persona me obligaba a mirar a través de ella, del personaje que
estaba creando. Fue una decisión muy meditada. Antes de estudiar su figura y
tomar notas sobre lo que yo creía que sería un ensayo, esa voz ya estaba ahí.
El Preludio fue lo primero que escribí, pero lo aparqué, lo dejé parado
mientras me preguntaba qué era aquello. Entonces me di cuenta de que ya era la
voz de Maddi dirigiéndose a mí y, cuando decidí definitivamente narrar en
primera persona, lo percibí como algo muy natural. Así que me senté y empecé a
escribir desde ese yo y no volví a mirar atrás.
No cabe duda de que ese Preludio al que aludes es toda una declaración
de intenciones. En sus últimas líneas podemos leer: «De ti depende cómo me
recuerden quienes te lean. Serás responsable de la memoria que quede de mí en
aquellos que abran estas páginas. No inventes demasiado. No imagines demasiado».
[Punto y aparte] «Demasiado nunca será suficiente».
Sí, así es como encaré la escritura, porque yo sé que, por mucho que
intente imaginar la vida de esta mujer, es imposible llegar a comprender todo
lo que pasó y sufrió. Es lo que decía Semprún de que, por muy buenas
intenciones que tengamos, nunca llegaremos a entender la experiencia
concentracionaria, porque no la hemos vivido. Y creo que se aplica a esa
experiencia porque es la más extrema, pero yo la apliqué a toda su existencia
ya que por mucho que imaginase, aunque fuera teniendo como base los documentos
sobre Maddi, siempre resultaría algo limitado.
Después de lo anterior, es inevitable formularte una doble pregunta:
¿Qué tiene esta Maddi de ti y qué te has quedado o aprendido tú de ella?
Todos nuestros personajes tienen algo de nosotros. Creo que en Maddi he
volcado muchas preocupaciones, que al final salen a través de ella y que tienen
que ver con la estigmatización que puede sufrir una mujer, como consecuencia de
las decisiones que toma en su vida. Para inventar su forma de hablar, yo
pensaba mucho en mi abuela, en su lenguaje, en la forma que ella se expresaba,
en su mezcla de dureza y ternura, algo que, de alguna manera, yo pienso que
llevo dentro de mí, porque básicamente fui educada por ella. Por tanto, hay
ciertos aspectos de esa memoria que he introducido en el personaje. También,
pienso que Maddi es una mujer que a mí, o a cualquiera que se le acerque, tiene mucho que ofrecerle en cuanto a
coherencia, a valentía − no la de los héroes sino la que tiene que ver con la
bondad −, y esos son rasgos de su carácter que me gustaría que quedasen claros
a la hora de recordar su figura. Maddi llevó a cabo cosas excepcionales en un
contexto en el que resultaba muy difícil hacerlo.
Maddi vivió en la frontera de muchas cosas: en los límites geográficos
de dos países; contrabandeaba y, al mismo tiempo, colaboraba con la resistencia
francesa; era religiosa, pero la Iglesia no la aceptaba por su divorcio; y, por
último, es un personaje que se mueve entre la ficción y la realidad. ¿El título
de la novela procede de ahí?
Sí, sí, [lejana sonrisa telefónica], Maddi fue una mujer de frontera,
algo que al final imprime un carácter. Ella traspasó muchas fronteras morales y
políticas. Y yo he tenido también que traspasarlas a la hora de decidir cómo
contar su historia, entre ellas esa tenue línea que existe a veces entre la
ficción y la realidad. Normalmente, el título me llega al principio. Sin
embargo, en este caso, apareció al final. Entonces pensé que la palabra
frontera tenía que formar parte de él.
La vida de
Maddi es una sucesión de ciertas alegrías, pero sobre todo de enormes horrores.
A medida que avanzaba en la lectura de la novela intuía un cierto temor a lo
que encontraría en las páginas siguientes. ¿Te sucedía a ti algo parecido mientras
la escribías?
Sí, porque yo
sabía lo que iba a contar. Desconocía cómo, pero sabía que tenía que narrar el
horror que se desencadena a partir de su detención. Y fueron muchas horas sintiéndolo.
Cuando estás creando e intentas transcribir lo que pudo ser ese sufrimiento,
creo que, de alguna manera, el lenguaje daña al lector, pero afecta mucho
también a quién crea y narra. El periodo de escritura fue muy duro. Es la única
novela que he escrito con estructura lineal desde el principio, cuando vemos a
Maddi feliz con su bicicleta, hasta el final. Y yo fui acompañándola durante
todo ese recorrido, algo que, insisto, resultó muy duro.
Has citado antes la frase de Semprún sobre la incapacidad de sentir lo
que sufrieron las personas en los campos de concentración. Y me pregunto ¿cómo
algunos seres humanos pueden tener el cuajo necesario para infligir tanto dolor
a sus semejantes?
Bueno, hemos
de reconocer que la participación en estas cosas de gente normal era habitual. En consecuencia y por esa misma
regla de tres, tenemos que pensar que también nosotros podemos ser capaces de cometer
esas barbaridades. Una mujer francesa, que sobrevivió al campo de Ravensbrück,
cuenta una anécdota que dice que las prisioneras hacían apuestas sobre cuánto
tiempo una guardiana, que parecía buena y generosa, tardaría en convertirse en eso
que llamamos un monstruo. Y la media de conversión era de una semana. Por lo
tanto, lo terrible de esas experiencias es que no es algo que nos pille muy
lejos a cualquier ciudadano o ciudadana normal.
Ya tenía noticia de cómo
los franceses trataban a los judíos y a los refugiados españoles en su
territorio, pero lo que me parece de una dureza tremenda es su colaboración con
los nazis, llevando a los prisioneros a los trenes que los conducían hasta los
campos de exterminio.
Bueno,
también es un proceso normal en sociedades que han vivido un trauma tan
terrible como pudo ser la ocupación francesa. Como te decía antes, en esa
extensión que, a toro pasado, consideramos comportamientos incívicos y
perversos, al final participa una mayoría de personas y las que no actúan así
son siempre las menos. Cuando tratamos de reconstruir un pasado, hablamos
siempre del relato de lo positivo y resulta muy complicado llevar a cabo esa
autocrítica. En Alemania, donde existe una conciencia muy grande de que ellos
fueron los grandes perpetradores de esta barbaridad, sí se hizo. Igual sucedió
con los italianos, pero fíjate quién detenta el poder en Italia ahora. Es muy
difícil que las sociedades acepten ese pasado y lo lleguen a normalizar desde
la autocrítica. Lo normal es hacerlo desde el relato heroico.
En el Epílogo ya citado,
hablas de un saco con las fichas de los colaboracionistas franceses de las SS.
Esa documentación permanecerá oculta hasta que hayan transcurrido dos
generaciones más, lo que me induce a pensar que nunca podemos estar seguros de nuestro
entorno, sobre todo en los tiempos que vivimos, teñidos con aires negacionistas
y revisionistas.
También
nosotros podemos ser uno de ellos, aunque no hemos vivido esa experiencia. Me
parece importante subrayar estas cosas. Quería explicar la anécdota del saco
porque es brutal y muy significativa, ya que es el relato de lo que sucede en
los lugares en los que la sociedad civil ha estado implicada en asuntos de este
tipo. Es el caso de lo ocurrido aquí tras la Guerra Civil y la Dictadura. La
inercia es tapar y silenciar, porque enseguida podríamos señalar y el
señalamiento implica que estas violencias se hagan públicas y se conozca a los
culpables. Hay gente interesada en que eso no se haga y creo que es bueno
hablar de ello, pero intentando no juzgar, porque nos tenemos que colocar en
ese contexto histórico y pensar qué habríamos hecho nosotros en ese mismo caso.
Tendemos a pensar que hubiéramos obrado bien, pero como te decía antes, la
evidencia indica que obramos mal. Son recordatorios de cómo nos hemos
comportado históricamente.
En algún párrafo has omitido los puntos, seguidos o aparte, y otros
signos de puntuación, incluso las últimas páginas están escritas como versos,
¿qué efecto pretendías conseguir con ello?
Desde la voz de Maddi, en estos párrafos intento explicar que, a la vez
que se desmorona el cuerpo, también se rompe el lenguaje y la percepción de lo
que está ocurriendo a su alrededor. Entonces la falta de pausa y de puntuación
indican que los pensamientos se mezclan, que dejan de constituir una sintaxis
lógica. Es mi forma de presentar cómo la mente también se descompone, igual que
el cuerpo. Persiste cierta lucidez de lo que sucede, pero eso se va perdiendo
paulatinamente hasta el final.
¿Quedan muchas mujeres como Maddi por descubrir?
Imagino que sí. Hemos de tener bien presente que conservamos el
testimonio de mujeres que tuvieron una presencia pública por pertenecer a una
clase social más elevada, que les permitió tener estudios. En cambio, mujeres
como Maddi, de otra extracción social, personas anónimas de la Historia, creo
que habrá muchas. Ella entró en el archivo de mujeres destacadas porque hizo
cosas excepcionales, pero seguro que hay otras mujeres que todavía no han sido
estudiadas.
Terminamos
por hoy: ¿Edurne Portela ha salido indemne de la escritura de ‘Maddi y las
fronteras’ o quedan secuelas?
Como estoy de
promoción, oigo hablar de Maddi casi todos los días y no he conseguido alejarme
de ella. Siento el duelo por lo que he tenido que contar y es algo que todavía
permanece ahí. Creo que me llevará tiempo desprenderme de ella. Sigo pensando
sobre lo que digo en el Epílogo, ampliando reflexiones y no sé si saldrá algo
más de ahí o no.