Copywright: Juan Manuel Fernández |
Julia, ¿de dónde
arranca tu pasión por contar historias?
Desde pequeña me
gustaba hacerlo. Escribía cuentos y también leía mucho, porque en mi casa había
una buena biblioteca.
Tu primera novela,
‘La Hermandad de la Sábana Santa', surgió de la lectura de un obituario
mientras estabas en la playa.
Es verdad, fue leyendo
el obituario sobre el fallecimiento de Walter Macron, un microanalista forense,
que había puesto bajo su microscopio la Sábana Santa de Turín. Justo al lado
aparecía una pequeña historia sobre la autenticidad de la reliquia y en ese
momento se hizo un clic, y decidí que quería escribir sobre aquello.
¿Y cuál ha sido el
clic del que ha nacido ‘Una historia compartida’, que te ha llevado a pasar de
la ficción al ensayo?
El punto de partida
fue el COVID. Durante los meses en los que nos recluimos en casa por la
pandemia, yo estaba terminando mi anterior novela publicada, ‘De ninguna parte’,
y había empezado otra. Pero el enclaustramiento me estaba afectando mucho.
Sentía ganas de escaparme y comprobé que no podía escribir otra novela. Entonces
me puse con ‘Una historia compartida’, que me resultaba algo muy parecido a
viajar a través de las lecturas, de las biografías de mujeres que me habían
impactado y de mis propios viajes. Fue la manera de escaparme de las paredes de
mi casa. Lo escribí sin pretensión de publicarlo. Lo aparqué y, al acabar el
encierro, retomé la novela que había dejado a medias. Un día me llamó mi editor
y me preguntó cuándo tendría lista mi próxima entrega y le contesté lo mismo
que le digo siempre: «No tengo ni idea». Le comenté de pasada que había escrito
una cosa que no era novela, sino un ensayo, un libro de reflexión. Se lo dejé
leer en noviembre de 2022 y, de repente, decidió publicarlo. Ha salido a las
librerías en tres meses, en medio de un enorme estrés, que me llevó a corregir
galeradas hasta el mismo día de Nochebuena.
‘Una historia
compartida’ no es autoficción, pero en cierto modo podemos pensar que es una
especie de autorretrato tuyo.
Este libro sin la
pandemia nunca lo hubiera escrito. Y, aunque no era esa mi intención, tiene una
parte tan personal mía que lo convierte casi en un diario. De eso solo fui
consciente después de publicarse, cuando mi familia y mis amigos me dijeron que
había contado muchas cosas personales. Ni siquiera me fijé en ese detalle
durante la corrección de las galeradas, pero ellos tenían razón. Desde luego
que no era mi intención hacerlo así en absoluto.
A mi modo de ver,
creo que el gran valor de este libro radica precisamente en tus opiniones sobre
todas las mujeres que has incluido en sus páginas.
No me gusta nada la explicación personal, pero es cierto que yo hago una reinterpretación de los personajes y cuento lo que pienso sobre ellos y sus porqués. Nunca me he conformado por cómo nos han contado la Historia, siempre he buscado otras explicaciones y, en ese sentido, ahí están las mías.
Tu abuela te obligó
a leer y tu abuelo, un gran lector, disponía de una buena biblioteca. Has sido
muy afortunada, porque prácticamente has podido leer lo que te apetecía.
Es verdad que mi
abuela me obligaba a leer y mi abuelo me permitía hacerlo. Nunca me puso
restricciones en mis lecturas. Sin embargo, con el paso del tiempo, me he dado
cuenta de que, en realidad, él dejaba a mi alcance aquellos libros que consideraba
aptos para mí, como eran los clásicos. Estoy segura de que colocaba los no
aptos, según su criterio, en las estanterías superiores para que yo no pudiera
acceder a ellos.
Me imagino que, una
vez leído un libro, lo comentabas con tu abuelo y eso te permitía sacar mayor
partido de tus lecturas. Otro aspecto en el que has sido afortunada: el
contraste de opiniones.
Mi abuelo nunca me
prohibió ningún libro y, luego de leído, lo comentábamos para ver qué había entendido
yo. Sus opiniones eran como una especie de reorientación para mí. En ese
sentido, es verdad que fui afortunada, pero esto solo ocurría con aquellos títulos
sobre los que él consideraba oportuno hablar.
‘Una historia
compartida’ es un libro reivindicativo, pero al mismo tiempo no es frentista, porque
tú no has querido caer en el mismo error de los hombres que han olvidado/borrado
a las mujeres de la Historia Universal.
Creo que es
imposible entendernos los unos sin los otros. Desde el principio de los tiempos
hombres y mujeres hemos estado aquí, hemos interactuado y nos hemos relacionado.
Tú no puedes explicarte a ti mismo sin tu madre, sin tu abuela, sin tus tías o
sin tu mujer… Es imposible. Tampoco yo me puedo explicar sin tener en cuenta a mis tíos o mis primos. Cuando
escribía me preguntaba cómo serían los hombres que formaban parte de las vidas
de las mujeres sobre las que estaba hablando. De ahí esa curiosidad y convencimiento
de que la Historia no está completa si no contamos la relación de los unos con
los otros.
La primera parte del
libro la dedicas a la mitología griega y hablas de tu interés por ella. ¿En esa
mitología encontramos ya todos los arquetipos que pueblan las novelas y las
ficciones que se han escrito a lo largo del tiempo?
Efectivamente, en
los héroes y los dioses se da todo lo bueno y lo malo del ser humano. Las
grandes pasiones que hay en nosotros están reflejadas en ellos. Al final, el
hombre es igual a sí mismo desde el principio de los tiempos.
Supongo que
estudiarías griego clásico durante tu Bachillerato. En ese sentido, ¿conocer
esta lengua ha sido una herramienta útil para el desarrollo de tu profesión?
Sí, el griego y
también el latín. Creo que es una auténtica tragedia que hayan despojado a los
planes de estudio de todos aquellos elementos que tienen que ver con la base de
nuestra cultura. El griego y el latín forman esa base junto con la filosofía, que
nos proporciona herramientas para ser ciudadanos provistos de un pensamiento
propio. Siempre pensado que esa decisión no es
inocente, porque si tú a las nuevas generaciones les quitas un
instrumento que les ayuda a conformar un pensamiento crítico, estás
configurando una educación que convierte a los ciudadanos en seres mucho más
fáciles de manipular.
A este interés tuyo
por el mundo clásico también ha contribuido la fascinación que siente Fermín
Bocos, tu marido, por Grecia.
A mí me interesaba
mucho el mundo y la cultura griega, pero la pasión que he llegado a sentir es
heredada de mi marido, porque gracias a él aprendí a viajar de otro modo, a
mirar lo que veíamos no con los ojos del presente, sino del pasado. Actualmente,
cualquier viajero que llegue a las Termópilas no verá ni entenderá nada, porque
no quedan restos. Sin embargo, con Fermín todo se vuelve absolutamente
apasionante. En nuestro viaje él me explicó hasta donde llegaba el mar y cómo
era el paisaje en los tiempos de Leónidas.
El arqueólogo
Schlieman descubrió Troya y tú, gracias a Helena, hiciste lo propio con ‘La Ilíada’
y ‘La Odisea’. En general, ¿cuánto tiene la cultura de curiosidad e
investigación para satisfacerla?
Todo. Cada vez que
abres las páginas de un libro inicias un viaje y una aventura que no sabes a
dónde te va a llevar. La lectura de un libro siempre es la mayor de las
aventuras. A través de ella he aprendido formas de vivir, he reflexionado sobre
otros modos de pensar y he imaginado paisajes. Creo que el primer libro
infantil que me regalaron llevaba el dibujo de Helena de Troya, rubia y
guapísima, en la portada. Su retrato despertó en mí la imaginación por
averiguar quién era aquella mujer. Fue mi abuelo quien me lo explicó y en los
siguientes Reyes Magos me trajeron versiones infantiles de la Ilíada y la
Odisea.
Yo tuve dos
excelentes profesoras, una de latín y otra de griego, que influyeron mucho en
mi interés por la cultura. Según he leído en alguna parte, a ti te sucedió algo
parecido con una profesora de literatura que influyó decisivamente en tu
futuro.
Es verdad, tuve la
suerte de tener una profesora de literatura extraordinaria. Creo que su amor
por la literatura era tal que en su clase estábamos todos fascinados con la
asignatura. A mí me llegó a resultar apasionante hacer comentarios de texto,
porque me di cuenta de que ese esfuerzo intelectual me permitía entender mejor
lo que había leído y apreciar el valor de esos textos. Me ocurrió lo mismo que
a ti con tu interés por los clásicos griegos y latinos.
Nos adentramos en
algunas de las mujeres que desfilan por ‘Una historia compartida’, aunque es
imposible citarlas a todas. Empezamos con Circe y Penélope. ¿Con cuál de las
dos te quedas?
Me cae muy bien
Circe, pero me quedo con las dos porque son dos mujeres potentes e
inteligentes. Ulises es el rey astuto, igualmente inteligente, que antepone la
razón a la fuerza, aunque también la utilizó, como no podía ser de otro modo
por el tiempo que le tocó vivir. Yo diría que fue él quien estuvo a la altura
de ellas y no al revés. Circe era una maga, semidiosa, que podía lanzar un
encantamiento a Ulises y retenerlo, pero no lo hizo. La suya es una historia de
amor bellísima, la del sacrificio de una mujer con altura de miras, cuya
concepción del amor no tenía nada que ver con la posesión o el egoísmo. La
Penélope que tejía y destejía siempre me irritaba. Pensaba que no era posible
que Ulises dejase su reino en poder de esta esposa sin saber cuando regresaría.
Pero reinterpreté el asunto y pensé que, si él se comportaba así, era porque la
consideraba una persona tan capaz de gobernar como él. Por lo tanto, sabía que todo
estaba en buenas manos. En mi opinión, Penélope es un personaje que hay que
redescubrir.
Damos un salto temporal
hasta Simone de Beauvoir. En 1956, en pleno siglo XX, algunos capítulos de su
libro ‘El segundo sexo’ fueron incluidos en el Índice de Libros Prohibidos por el
Santo Oficio.
En 1956 yo tenía
tres años [risas] y desconocía lo que dices, pero imagínate cómo estaban las
cosas entonces. Realmente, Simone de Beauvoir fue muy importante para
reflexionar acerca del papel que desempeñaban las mujeres en el ámbito social.
¿Qué has aprendido de
Hannah Arendt?
Me interesé mucho
por ella porque fue una gran intelectual y filósofa que no se acomodó a todo lo
políticamente correcto de su tiempo. Tenía sus propias ideas y las confrontaba
de manera continua. Fue valiente, iba recta hacia las cosas, no se quedaba en
la superficie y se movía mucho. Su pensamiento fue transgresor y, precisamente
por ello, fue muy criticada.
La injusticia llamó
a la puerta de María Moliner, una mujer que invirtió la vida en la escritura de
su famoso diccionario, vivió rodeada de palabras y, sin embargo, no fue
admitida en la RAE, no sé si, en parte, a causa de su pasado republicano. En
todo caso, me parece algo increíble.
La incorporación de
mujeres a la RAE ha sido muy lenta. A mí también me parece una injusticia su no
ingreso, algo que, desgraciadamente, ya no tiene remedio. Encima de mi mesa están
los dos tomos de su diccionario. No sería capaz de trabajar sin él. También
consulto el diccionario de la RAE, pero el libro de referencia para mí es el
suyo.
María Teresa León,
la esposa de Rafael Alberti, decidió apoyar la carrera literaria de su marido,
a pesar de contar con una obra propia muy extensa. Me parece triste esa
renuncia suya.
Con frecuencia se
nos olvida que las mujeres de la Generación del 27 formaban parte de una elite,
porque habían tenido acceso a una sólida educación, en un momento en el que el
analfabetismo era tremendo en España. Ellas pertenecían a una clase social acomodada
y consiguieron ensanchar los espacios de libertad para las mujeres. Sin
embargo, luego se produjo algo que me provoca irritación, ya que dieron un paso
atrás para que sus parejas masculinas pudieran brillar. Aunque imagino que esto
es un anatema, particularmente me interesa más María Teresa León que Alberti.
Lo pienso así. En mi opinión, lo que ella cuenta en su obra, la manera como lo
hace y el mundo que tenía en su cabeza merecería ser mucho más conocido.
Cuentas en ‘Una
historia compartida’ que lo normal es que los hombres maduros se enamoren de
mujeres más jóvenes. Sin embargo, Agatha Christie hizo lo contrario: se casó
con Max Mallowan, un hombre catorce años más joven que ella. Y, además, fue
feliz o eso parece.
Agatha Christie
hizo bien. Después de que su primer marido la abandonase por otra, su segundo
matrimonio resultó providencial para ella, tanto desde el punto de vista
personal como del literario, ya que alguna de sus novelas se fraguó en los
viajes que hacía con él. Pero yo no juzgo. Cuando alguien va con una persona más
joven es porque intenta retener la juventud. Y a mí nada de lo que es humano me
es ajeno, por tanto puedo entender esa tentación de retener lo que uno ha sido,
aunque solo signifique engañarse a sí mismo.
Para escribir sus
‘Memorias de Adriano’, Marguerite Yourcenar necesitaba vivir en un lugar como
la isla en que habitaba. ¿Qué tiene de particular ese sitio?
Eso lo dice ella
misma cuando habla de su propio proceso literario. Creo que ‘Las memorias de
Adriano’ es un libro dotado de una sensibilidad extraordinaria y de una enorme
profundidad. Introducirse como ella hace en la cabeza del emperador para
contarnos su vida desde dentro no es algo que esté al alcance de cualquiera.
En estos casos la
dificultad es grande y el trabajo del escritor doble.
Exactamente, es
doble, lo que no significa que no se pueda hacer, porque ahora estamos con la
estupidez esa de decir que usted no puede escribir sobre el problema racial,
porque no es negra, o no puede perfilar un personaje gay, porque no es gay. Vivimos
momentos de puro disparate. El hecho de ponerse en los zapatos de otro es una
cuestión de sensibilidad y de capacidad para entender sus problemas.
Otra mujer con una
vida nada recompensada fue Clara Campoamor, quien, tras conseguir el voto
femenino en las Cortes, terminó sus días en el exilio, apartada de todo y
trabajando como traductora. Un final muy triste el suyo.
Clara Campoamor se
enfrentó a los suyos en defensa del voto de las mujeres. Ella era demócrata por
encima de cualquier otra consideración y por eso alegaba que no podía existir
una sociedad en la que todos los ciudadanos no tuvieran derecho a votar. Sin
embargo, sus otras compañeras, sí han pasado a la Historia y son reivindicadas
por sus partidos de izquierda, a pesar de que se manifestaron en contra del
sufragio femenino, porque pensaban que su voto favorecería a las derechas.
Antepusieron los intereses partidistas a la propia esencia de la democracia de
una manera claramente manipuladora. Clara Campoamor fue un ejemplo de honradez
y no mereció el destino que tuvo. Enfrentada a su propio partido y a las otras
diputadas, fue terriblemente desgraciada y vivió una tragedia. Con ella se cometió
una auténtica injusticia.
Virginia Woolf
decía que era imprescindible disponer de una habitación propia e independencia
económica. En su época eso era impensable, hoy ya no tanto. En ese sentido y
como escritora y mujer, ¿te ha servido como modelo de conducta?
Desde pequeña me
enseñaron en casa que tenía que ser independiente, autosuficiente
económicamente y que la libertad me la proporcionaría esa independencia. Crecí
con ese mantra que me repetían mi abuela, mi madre y mis tíos. Me insistían en
que estudiara para poder tomar mis propias decisiones en la vida, porque si no
lo hacía, alguien las tomaría por mí. Aquello a mí me enfadaba porque no lo
entendía. Virginia Woolf lo que viene a decir es que el espacio tradicionalmente
asignado a las mujeres era la cocina y el cuarto de estar, que no teníamos una
vida propia y que, por tanto, necesitábamos una habitación, un espacio propio
dentro de la sociedad. En el reparto de funciones entre hombres y mujeres, la
maternidad nos ha marcado, ha determinado nuestro rol en la sociedad y ha provocado
que sean los hombres quienes han organizado el mundo. Y, claro, ahora os cuesta
mucho compartir el poder, vivir en una sociedad de iguales, algo que entiendo
porque hasta el momento presente el reparto ha sido el que ha sido. Y ese
espacio propio para las mujeres, al que aludía Virginia, nos lo proporciona la
independencia económica, como te decía al principio de esta pregunta.
Estamos terminando,
pasamos página y hablamos de tu trayectoria, usos y costumbres como escritora.
¿Cuándo aparecen los títulos de tus libros dentro de tu proceso creativo?
Siempre empiezo por
pensar qué quiero contar en el libro y, casi desde el primer momento, el título
aparece en paralelo. Y la historia, hasta que me siento a escribir, digamos que
la voy construyendo mentalmente durante un tiempo.
Viviste la
Transición intensamente como periodista. Tus novelas tienen todas un trasfondo
histórico, ¿para cuándo una novela tuya enmarcada en esa época tan especial y
que conoces tan bien?
Sinceramente, no
tengo ganas de escribir sobre ese periodo. Sin hacer novela histórica, he
contado el siglo XX porque me resulta más cercano, aunque es verdad que siempre
he intentado contextualizar, porque pienso que todos somos hijos del tiempo que
nos toca vivir y no se puede entender nada de lo que hacemos si no es en
función de ese tiempo. No podemos juzgar el pasado con los ojos del presente y
por eso trato de explicar muy bien cómo era el escenario y la sociedad que
vivieron mis personajes.
‘Una historia
compartida’ tiene mucho de viaje a Ítaca. Imagínate que te subes al palo mayor
del barco y miras hacia atrás: ¿cómo valoras tu trayectoria literaria desde que
empezaste hasta hoy?
Veo que no he
terminado mi viaje, que no he llegado a Ítaca aún y, por ello, no miro hacia
atrás.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 11/05/2023