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Sara, a priori, de
una licenciada en Filosofía como tú, cabría esperar la escritura de un ensayo,
sin embargo, te has decantado por la ficción.
Sí, creo que se me
da mejor. Hice una tesis doctoral extremadamente académica y, después de
acabarla, no me apetecía leer filosofía contemporánea. Por descontado que podría
publicar un ensayo sobre Kant o sobre la actualidad. Pero no quería porque me
encontraba un poco hastiada. De hecho, no he vuelto a leer ensayo desde que
entregué la tesis. A pesar de todo, no descarto escribir alguno más adelante.
Entonces, ¿qué
significa para ti la escritura?
Me resulta muy
difícil contestar a esta pregunta. Me gusta hacerlo, eso desde luego. Sé que es
una respuesta muy banal, pero es que me resulta fácil escribir. Cuando no lo
hago, me siento angustiada por no tener nada en qué ocupar mi mente. Supongo
que, si tuviera que darte una contestación más filosófica, te diría que en la
última escena de ‘La náusea’ de Sartre, el personaje se pregunta por el sentido
de su vida. En ese instante, escucha una música, gracias a la cual percibe que
ha conectado con el compositor de la melodía. Y llega a la conclusión de que, aunque
él esté angustiado en ese momento, tal vez en el futuro, al leer su texto,
alguien se sienta tan aliviado como él mientras escuchaba aquella música. Y
pensé que, si alguna vez escribo algo, solamente por el hecho de que acompañe a
una persona en algún trance angustioso, estará bien y valdrá la pena hacerlo.
Creo que esta es
tu segunda novela, aunque esto es relativo, porque podríamos considerar a ‘Los
escorpiones’ como varias novelas en una sola. En tu caso y después de haber
escrito ochocientas páginas, no cabe duda de que el pavor al folio en blanco es
un mito.
En realidad, sería
la tercera, aunque la primera podríamos considerarla como algo raro. Y no, no
tengo ningún miedo al papel en blanco. Lo que sí me causa temor, y mucho, es la
corrección. Lo de corregir lo llevo fatal. Sufro cuando he de revisar cincuenta
páginas que sé que no están bien. Muchas veces prefiero tirarlas y escribirlas
de nuevo. Conmigo eso de empezar a retocar o a cambiar algo no va. Si eso me
ocurre, se me rompe el flow y ya no me vale.
¿De dónde parte la
idea inicial para escribir ‘Los escorpiones’? ¿Hubo alguna imagen que te
impulsó a ello?
Estaba leyendo ‘La
broma infinita’, que es mi referencia para esta novela, y en un Telepizza, un
sitio infame, nada romántico, hablaba con mi novio de entonces sobre si ‘La
broma infinita’ era o no algo actual. Y nos parecía que no tanto, porque la
idea de un entretenimiento infinito ya no era un ejercicio de ficción. Entonces
pensé que ahora no habría que hablar de broma, sino de una calma infinita. A
partir de ahí empecé a tirar de mi propio hilo mental. Por tanto, el punto de
partida no fue una imagen sino un concepto, la calma.
Diez años te ha
llevado escribir ‘Los escorpiones’. Eso es mucho tiempo, ¿cuánto ha cambiado la
concepción inicial de la novela con relación al resultado final?
En el momento
inicial ya sabía que quería dos personajes principales, que se conocieran, y que
necesitaba dos escenarios: uno, dentro de un momento de auge del fascismo, y otro,
norteamericano, referido a la teoría de la conspiración más famosa, aunque
todavía tenía que elegir cuál. Por tanto, la macroestructura estuvo clara muy pronto,
pero luego cambié alguna cosa, por ejemplo la segunda parte, porque antes había
incluido otro texto, con otro protagonista, que no terminaba de funcionar bien.
Lo que más tiempo me llevó fue escribir las partes, individualmente, porque era
como si se tratase de una novela distinta y arrancaba de cero cada vez.
En la novela
tropezamos con páginas escritas en columnas, un párrafo largo sin puntuación e,
incluso, un pentagrama vertical, ¿qué papel desempeñan estos elementos
estilísticos en la escritura de ‘Los escorpiones’?
Bueno, creo que
salió así sin más. Pero, y eso no sé si es una virtud o un defecto mío, siempre
que escribo algo denso, me gusta compensar, ofrecerle al lector un poco de
trama. Es decir que, por mi parte, ha existido una voluntad de equilibrar las
partes experimentales, con otras más comprensibles. Al menos, es lo que yo he
intentado hacer. Por otro lado, no me gustan los productos excesivamente
vanguardistas y excelsos, que resultan inaccesibles para todos.
Entonces, ¿te
podemos definir como una escritora de plano, pero con sobresaltos?
Como de dirección
general. Miro el gepese, digo a la izquierda, y luego ya pregunto.
¿Te preocupaba la
expectación generada por la editorial antes de la publicación de ‘Los
escorpiones’?
La verdad es que
no. Piensa que la expectación que haya podido despertar la editorial, la ha generado como mucho en el último año,
cuando ya tenía escrito casi todo. Por lo tanto, no ha tenido tiempo para
condicionar mi escritura. Además, creo que la obligación de la editorial es
publicitar que va a vender un tocho de ochocientas páginas y decir que es lo
mejor del mundo. Por mi parte, he intentado no tomármelo demasiado en serio. No
agobiarme. No pensar que soy la mejor escritora de mi generación, porque
entonces me volvería una gilipollas. Yo ya he hecho lo que tenía que hacer, que
era escribir el libro. La venta es cosa de la editorial.
Tras la
publicación, han aparecido críticas para todos los gustos. A Nadal Suau le ha
gustado y afirma que has conseguido una novela de novelas; por su parte, a
Alberto Olmos no le ha gustado, aunque ensalza la nouvelle ‘Tarde para
nada’, incluida en ‘Los escorpiones’, de la que dice que «esas son las 90
páginas que debería haber publicado». ¿Cuál es tu opinión al respecto?
No sé qué decir sobre
esto sin meterme en un berenjenal. El texto de Nadal Suau me ensalza, es una
crítica muy positiva y, claro, cómo no me va a gustar. La de Olmos, creo que es
más una opinión que una crítica. A mí me habría dolido mucho más una crítica
negativa férrea, que el hecho de que alguien diga que no le ha gustado mi
novela. Tengo asumido que a mucha gente no le gustará y no voy a montar un
drama por ello. Sé qué aspectos de mi libro son mejorables y, como autora, trato de disimularlos.
Tanto tu anterior
novela, ‘Estaré sola y sin fiesta’, como
‘Los escorpiones’, parten de unas agendas o diarios encontrados. ¿Simple
casualidad o pretexto buscado?
Casualidad, aunque
supongo que es un mecanismo narrativo que aprendí una vez. Y no fue una
decisión como tal. Simplemente, surgió. Sin embargo, he de decirte que me gusta
mucho la estructura de búsqueda dentro de las novelas. Incluso en textos que no
tienen esa estructura, me interesa bastante que todo sea muy conceptual, que
formule una pregunta que se responda.
Me la has dejado
botando, ¿qué pregunta querías responder tú en ‘Los escorpiones’?
¿Cómo podemos
aceptar que la vida no tiene sentido? [Risas].
En la novela
saltas del presente al pasado, regresas al presente y luego llegas incluso al
futuro, un futuro inmediato, septiembre de 2024, que para próximos lectores ya
no será futuro. ¿A qué obedece la elección de ese juego temporal?
Me gustaría tener
una buena razón para contestarte, pero cuando empecé a pensar en la estructura
de la novela ese detalle también salió solo. Hay veces que las cosas se deciden
muy concienzudamente y otras que surgen así. Como en este caso.
En ese viajar al
pasado del que hablamos, te remontas hasta la República de Fiume, actualmente
Rijeka (Croacia), en plena época fascista.
Me parecía que el
hecho de pertenecer a una cierta ideología política y pasar al extremo de esa
misma ideología tenía relación con la teoría de la conspiración. No sabía cuál
era el espacio que debía tratar y me pareció que Fiume sería muy interesante. Y,
aunque al principio, pensé incluir más cosas acerca de esa república, me di
cuenta de que me iba a resultar una novela muy larga. Entonces decidí que solo
ocuparía seis meses, porque no tenía sentido hablar de un único momento. Lo que
sí lo tenía era narrar su creación y su auge. Así que decidí dejarlo solo en
atmósfera. La figura de D’Annunzio me parece una locura. Si me preguntaran con
qué persona muerta me gustaría quedar, lo elegiría a él porque era un señor
súper raro.
S. Barquinero en Bartleby(copyright@hermezo2024) |
¿Hay gente que,
para levantarse cada mañana, necesita creer en conspiraciones?
Creo que sí, aunque hay unas conspiraciones más aceptables e inocuas que otras. Por ejemplo, cada uno de nosotros pensamos que somos más importantes de lo que lo somos y que la gente nos quiere más de lo que nos quiere, entre otras cosas. Exactamente, eso no es una conspiración, pero es un efecto foco que nos ayuda a sobrevivir. Pero si crees que eres un punto en el universo que no le importa a nadie, es entonces cuando realmente te deprimes. Y sucede que, en ocasiones, estas situaciones se convierten en algo mucho más traumático. Lo que más me interesa de las teorías de la conspiración es cuando desempoderan políticamente al individuo. Por ejemplo, si tú dices no me gusta cómo está el país, tú puedes quejarte o escribir un artículo, aunque no vas a cambiar nada. Pero si crees que eso no tiene solución, que todo está controlado por América, entonces ves que no hay nada que te pueda hacer feliz. En la vida siempre nos movemos por ficciones, lo que pasa es que hay que elegir las que nos hacen más y no las que nos hacen menos.
Acabas de poner el
ejemplo de que el mundo está controlado por América. Y eso puede ser mentira o
verdad. Decidir si una teoría de la conspiración es auténtica o no, resulta
complicado, por no decir imposible.
Pero el problema
de una teoría de la conspiración no es si acierta por casualidad. Por ejemplo, Iker
Jiménez acertó con el covid, pero no se trata de eso, sino de cómo te adhieres
a una creencia. Cuando en filosofía se discute sobre la teoría de la
conspiración, aunque tampoco se habla mucho de ello, hay gente que piensa que
depende de la teoría. La pregunta que hay que formularse es ¿cuál es el grado
de verdad para que una teoría de la conspiración sea cierta? Y hay gente que
dice que es verdad. Y entonces ha acertado y se ha desvelado la verdad. Pero a
mí me parece más interesante pensar que no, porque si yo creo que el mundo está
controlado por América, dicho así de manera imprecisa, como si América fueran
diez señores, que quedan a fumarse un puro y tal, y lo hago sin ningún tipo de
prueba, pensando además que no hay nada que yo pueda hacer al respecto, aunque
luego se desvelase que efectivamente era real, ¿qué tipo de pruebas tenía yo? ¿Cómo
llegué a esas conclusiones? Otra cosa es que a través de documentos se descubran
ciertos datos. No creo que se trate de ver cómo se acierta, sino de la manera como
decides creer en algo. Disculpa por esta respuesta tan abstracta.
Otro tema que
circula por ‘Los escorpiones’ es el del suicidio o, mejor dicho, de la
necesidad o el deseo de suicidarse sufriendo el menor dolor posible. Mientras
la leía, me vino a la memoria una novela corta de R.L. Stevenson, ‘El club de
los suicidas’ -le resumo a Sara, muy brevemente, su argumento-, ¿la conoces?
No, no la conozco.
Y me la voy a apuntar [Toma nota en un papel]. Ojalá la hubiera podido leer
mientras escribía la novela. Me habría venido bien. Es curioso que le he
contado la historia de ‘Los escorpiones’ a mucha gente y nadie me la ha
recomendado nunca. Tampoco mi editora y, por lo que me has explicado, parece
muy adecuada.
Dice Nietzsche en
el libro que «El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con
él se logra soportar más de una mala noche». Jamás hubiera imaginado que pensar
en el suicidio pudiera resultar terapéutico.
Si sientes que tu
vida es inaguantable, llegas a pensar que, si quieres, puedes acabar con todo.
Entonces, si puedes acabar con todo, todo te molesta menos. A lo mejor es un
pensamiento muy mío, pero a Nietzsche le sucedía lo mismo. Yo entiendo
perfectamente por qué pensar en el suicidio puede proporcionar calma.
El suicidio siempre
me pareció interesante y enigmático al mismo tiempo.
Bueno, no sé si tú
lo habrás pensado alguna vez, pero cuando alguien se suicida, aparte de la pena
que te pueda dar, de alguna manera cuestiona un poco tu deseo de seguir con
vida, porque el hecho de que alguien renuncie a la existencia, algo que
normalmente nos parece irrenunciable, es como romper ese consenso humano de que
estar vivo está bien.
Nunca puedes saber
por qué un ser humano se suicida. Por muchas vueltas que le des, únicamente lo
sabe el propio suicida, que se lleva su secreto a la tumba.
Sí, nunca sabes…
La mente humana es un misterio. No puedes saber qué hay en el interior de la
cabeza de las personas, incluso de las más allegadas, de las que mejor conoces.
Sara y Thomas, los
protagonistas principales de la novela, se aventuran en la Internet más oscura
y frecuentan foros en los que participan suicidas. ¿Definitivamente, Internet
se ha instalado entre nosotros como un medio preferente de relación?
Puede que esté
sustituyendo a otros tipos de relación. Pero no creo que eso sea ni bueno, ni
malo. Es otra forma de conectar que, quizá, en algún sentido es más fría,
porque no tienes contacto humano, pero en otros es mucho más profunda. En
ocasiones, a través de Internet, puedes contar cosas íntimas a un desconocido, algo
que jamás le dirías a alguien que conoces mucho mejor, mirándole cara a cara. Internet
es como un narrador poco fiable, en primera persona todo el tiempo. Y te lo crees
y confías en el otro.
Ahora mismo, tú y
yo estamos hablando, face to face. Tú sabes quién soy yo y yo sé quién eres tú.
En Internet careces de la certeza absoluta de quién es tu interlocutor.
Ya, pero es que
tiene sus cosas buenas y malas. Quizá si tú te estás sintiendo todas las
mañanas triste, por tu forma de ser no le dices a una persona conocida lo que
te pasa. Sin embargo, si te conectas a un foro de Internet y hablas de lo que
sea, si alguien te pregunta, a lo mejor, tú le cuentas la verdad y le dices que
todas las mañanas te sientes triste. Y eso es salgo que, a lo mejor, no puedes
decirle a una persona cara a cara. Obviamente, estoy en contra de que alguien
finja ser quien no es y más si es para sacar dinero. Está claro que eso está
mal. Pero a mi, lo que me interesa de Internet, es saber cómo llevará mi
generación la vejez. Por muchos años que tengas, no te imaginas a ti mismo con
la edad que tienes. Nadie piensa «soy viejo». Me pregunto qué sucederá con eso
en Internet, cuando alguien con setenta años diga que tiene treinta y cinco…
Volvemos a
Nietzsche: «La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que puede
aguantar». Frase demoledora. Creo que Internet produce mucha soledad en los
individuos, los aísla.
No lo sé. Por una
parte, sí. Para mí lo ideal es que la gente con la que conectas en Internet genere
una comunidad, puedas llegar a verte con ella y convertirse en amistades
reales. Mira, yo estudié mi carrera porque conocí a un chaval a través de un
foro de Internet. Me dijo que él iba a hacer Filosofía y yo le imité. Quince
años después, nos seguimos viendo de vez en cuando. Pienso que Internet y
realidad no tienen por qué ser ámbitos opuestos. No creo que una persona, que
viva en un entorno perfectamente bueno y amoroso, lo deje para adentrarse en Internet.
Normalmente no es así. Quien se introduce en la red es porque no tiene nada y
quiere encontrar otra cosa. La época en la que más amigos tuve yo en Internet
fue porque no tenía ninguno en el instituto. Yo creo que puede llegar a ser un
buen antídoto en estas situaciones.
copyright:@hermezo2024 |
No sé si esa misma
pregunta se la formularán también los escritores.
Tener todo a tu
alrededor para ser feliz no significa que lo seas. Supongo que la escritura es
un gusto particular para algunas personas, pero en el momento en que te pones
las gafas de escritor, para bien o para mal, no experimentas la vida de una
forma directa. Y esa felicidad no es completa sin un cierto grado de cinismo.
Sara y Thomas,
juegan a videojuegos. En la historia que ubicas en 1922, la del tiempo
fascista, los personajes practican el ajedrez. Es decir, en la actualidad,
juegan contra la máquina, solos, y hace cien años jugaban contra personas.
¿Pretendías establecer algún paralelismo entre ambas situaciones?
Es una muy buena
observación por tu parte, pero la verdad es que no pretendía nada de eso. Los
italianos oscuros a los que aludes no sólo juegan entre ellos. También lo hacen
con otras personas. La diferencia estriba entre cómo se jugaba antes y cómo se
hace ahora. Y lo cierto es que en la actualidad no necesitas amigos para jugar.
Nos acercamos al
final de esta entrevista. ¿Cuánto tiene de autoficción tu novela o, dicho de
otro modo, dónde te escondes tú?
Normalmente,
cuento cosas de mi propia psicología en los personajes más ajenos a mí. En la
novela hay dos hombres y yo diría que, cuando quiero narrar algo muy oscuro de
mí misma, lo pongo en su voz de manera muy disfrazada. Con un personaje que se me
parece, me cuesta mucho más ser sincera.
¿Detrás de las
ochocientas páginas de ‘Los escorpiones’ se esconde tu miedo a la muerte?
[Primero, con
rotundidad; después, con risas] Sí.
Tantas vueltas
para acabar en eso.
Total. Es verdad [nuevas
risas].
HermeCerezo/Diario SIGLO XXI, 11/03/2024