«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 11 de marzo de 2024

Sara Barquinero: «Tal vez Internet esté sustituyendo a otros modelos de relación, pero no creo que eso sea ni bueno ni malo»


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Nº 681.- Reconozco que, con los años que llevo, más de quince ya, en esto de entrevistar escritores, nunca había visto despertarse tanta expectación ante la inminente publicación de una novela. La cosa olía, o la pintaban, como un acontecimiento. Me estoy refiriendo a ‘Los escorpiones’, la nueva novela de Sara Barquinero, editada por Lumen. He de confesar que una cierta impaciencia, o prisa, o inquietud, recorrió mis neuronas cuando concerté la entrevista. Además, entre los juicios sobre la autora que acompañaban al libro, había uno de Carlos Zanón, a quien sigo cada sábado en sus comentarios literarios, que hablaba «de estilo claro, directo y fresco». Así que ¿por qué tanto interés? Y, sobre todo, ¿qué es exactamente ‘Los escorpiones’? ¿De qué va esta novela? Protagonizada por Sara y Thomas, aunque hay más personajes, y estructurada en cinco partes, tres interludios, un prólogo y un epílogo, temas como la soledad, el suicidio, Internet, la adicción y las teorías de la conspiración, entre otros, atraviesan sus más de ochocientas páginas, que se mueven por el pasado, el presente y aún en un futuro inmediato. Más de uno ha calificado el libro como una suma de novelas. En ese amplio espacio, ambicioso, Barquinero experimenta con el estilo. Tal vez incluso con la estética. Juega con párrafos sin puntuación, invertidos, una estructura en columnas o, incluso, con un pentagrama vertical. Y los personajes se nos muestran desconcertados, tristes, desanimados, solitarios, derrotados… Con las Fallas en el horizonte inmediato, habíamos concertado la entrevista en un hotel próximo a la Estació del Nord de València. A las once de la mañana. La víspera, la escritora aragonesa había presentado su novela en la Librería Bartleby. Poco después, la primera mascletà abrumaría el centro de la ciudad. Conecté la grabadora. Desplegué el cuestionario. Y empezaron las preguntas. Y las respuestas.



Sara, a priori, de una licenciada en Filosofía como tú, cabría esperar la escritura de un ensayo, sin embargo, te has decantado por la ficción.

Sí, creo que se me da mejor. Hice una tesis doctoral extremadamente académica y, después de acabarla, no me apetecía leer filosofía contemporánea. Por descontado que podría publicar un ensayo sobre Kant o sobre la actualidad. Pero no quería porque me encontraba un poco hastiada. De hecho, no he vuelto a leer ensayo desde que entregué la tesis. A pesar de todo, no descarto escribir alguno más adelante.  

Entonces, ¿qué significa para ti la escritura?

Me resulta muy difícil contestar a esta pregunta. Me gusta hacerlo, eso desde luego. Sé que es una respuesta muy banal, pero es que me resulta fácil escribir. Cuando no lo hago, me siento angustiada por no tener nada en qué ocupar mi mente. Supongo que, si tuviera que darte una contestación más filosófica, te diría que en la última escena de ‘La náusea’ de Sartre, el personaje se pregunta por el sentido de su vida. En ese instante, escucha una música, gracias a la cual percibe que ha conectado con el compositor de la melodía. Y llega a la conclusión de que, aunque él esté angustiado en ese momento, tal vez en el futuro, al leer su texto, alguien se sienta tan aliviado como él mientras escuchaba aquella música. Y pensé que, si alguna vez escribo algo, solamente por el hecho de que acompañe a una persona en algún trance angustioso, estará bien y valdrá la pena hacerlo.  

Creo que esta es tu segunda novela, aunque esto es relativo, porque podríamos considerar a ‘Los escorpiones’ como varias novelas en una sola. En tu caso y después de haber escrito ochocientas páginas, no cabe duda de que el pavor al folio en blanco es un mito.

En realidad, sería la tercera, aunque la primera podríamos considerarla como algo raro. Y no, no tengo ningún miedo al papel en blanco. Lo que sí me causa temor, y mucho, es la corrección. Lo de corregir lo llevo fatal. Sufro cuando he de revisar cincuenta páginas que sé que no están bien. Muchas veces prefiero tirarlas y escribirlas de nuevo. Conmigo eso de empezar a retocar o a cambiar algo no va. Si eso me ocurre, se me rompe el flow y ya no me vale.  

¿De dónde parte la idea inicial para escribir ‘Los escorpiones’? ¿Hubo alguna imagen que te impulsó a ello?

Estaba leyendo ‘La broma infinita’, que es mi referencia para esta novela, y en un Telepizza, un sitio infame, nada romántico, hablaba con mi novio de entonces sobre si ‘La broma infinita’ era o no algo actual. Y nos parecía que no tanto, porque la idea de un entretenimiento infinito ya no era un ejercicio de ficción. Entonces pensé que ahora no habría que hablar de broma, sino de una calma infinita. A partir de ahí empecé a tirar de mi propio hilo mental. Por tanto, el punto de partida no fue una imagen sino un concepto, la calma. 

Diez años te ha llevado escribir ‘Los escorpiones’. Eso es mucho tiempo, ¿cuánto ha cambiado la concepción inicial de la novela con relación al resultado final?

En el momento inicial ya sabía que quería dos personajes principales, que se conocieran, y que necesitaba dos escenarios: uno, dentro de un momento de auge del fascismo, y otro, norteamericano, referido a la teoría de la conspiración más famosa, aunque todavía tenía que elegir cuál. Por tanto, la macroestructura estuvo clara muy pronto, pero luego cambié alguna cosa, por ejemplo la segunda parte, porque antes había incluido otro texto, con otro protagonista, que no terminaba de funcionar bien. Lo que más tiempo me llevó fue escribir las partes, individualmente, porque era como si se tratase de una novela distinta y arrancaba de cero cada vez.    

En la novela tropezamos con páginas escritas en columnas, un párrafo largo sin puntuación e, incluso, un pentagrama vertical, ¿qué papel desempeñan estos elementos estilísticos en la escritura de ‘Los escorpiones’?

Bueno, creo que salió así sin más. Pero, y eso no sé si es una virtud o un defecto mío, siempre que escribo algo denso, me gusta compensar, ofrecerle al lector un poco de trama. Es decir que, por mi parte, ha existido una voluntad de equilibrar las partes experimentales, con otras más comprensibles. Al menos, es lo que yo he intentado hacer. Por otro lado, no me gustan los productos excesivamente vanguardistas y excelsos, que resultan inaccesibles para todos.

Entonces, ¿te podemos definir como una escritora de plano, pero con sobresaltos?

Como de dirección general. Miro el gepese, digo a la izquierda, y luego ya pregunto.

¿Te preocupaba la expectación generada por la editorial antes de la publicación de ‘Los escorpiones’?

La verdad es que no. Piensa que la expectación que haya podido despertar la editorial,  la ha generado como mucho en el último año, cuando ya tenía escrito casi todo. Por lo tanto, no ha tenido tiempo para condicionar mi escritura. Además, creo que la obligación de la editorial es publicitar que va a vender un tocho de ochocientas páginas y decir que es lo mejor del mundo. Por mi parte, he intentado no tomármelo demasiado en serio. No agobiarme. No pensar que soy la mejor escritora de mi generación, porque entonces me volvería una gilipollas. Yo ya he hecho lo que tenía que hacer, que era escribir el libro. La venta es cosa de la editorial.  

Tras la publicación, han aparecido críticas para todos los gustos. A Nadal Suau le ha gustado y afirma que has conseguido una novela de novelas; por su parte, a Alberto Olmos no le ha gustado, aunque ensalza la nouvelle ‘Tarde para nada’, incluida en ‘Los escorpiones’, de la que dice que «esas son las 90 páginas que debería haber publicado». ¿Cuál es tu opinión al respecto?

No sé qué decir sobre esto sin meterme en un berenjenal. El texto de Nadal Suau me ensalza, es una crítica muy positiva y, claro, cómo no me va a gustar. La de Olmos, creo que es más una opinión que una crítica. A mí me habría dolido mucho más una crítica negativa férrea, que el hecho de que alguien diga que no le ha gustado mi novela. Tengo asumido que a mucha gente no le gustará y no voy a montar un drama por ello. Sé qué aspectos de mi libro son mejorables y,  como autora, trato de disimularlos.  

Tanto tu anterior novela,  ‘Estaré sola y sin fiesta’, como ‘Los escorpiones’, parten de unas agendas o diarios encontrados. ¿Simple casualidad o pretexto buscado?

Casualidad, aunque supongo que es un mecanismo narrativo que aprendí una vez. Y no fue una decisión como tal. Simplemente, surgió. Sin embargo, he de decirte que me gusta mucho la estructura de búsqueda dentro de las novelas. Incluso en textos que no tienen esa estructura, me interesa bastante que todo sea muy conceptual, que formule una pregunta que se responda.

Me la has dejado botando, ¿qué pregunta querías responder tú en ‘Los escorpiones’?

¿Cómo podemos aceptar que la vida no tiene sentido? [Risas].

En la novela saltas del presente al pasado, regresas al presente y luego llegas incluso al futuro, un futuro inmediato, septiembre de 2024, que para próximos lectores ya no será futuro. ¿A qué obedece la elección de ese juego temporal?

Me gustaría tener una buena razón para contestarte, pero cuando empecé a pensar en la estructura de la novela ese detalle también salió solo. Hay veces que las cosas se deciden muy concienzudamente y otras que surgen así. Como en este caso.

En ese viajar al pasado del que hablamos, te remontas hasta la República de Fiume, actualmente Rijeka (Croacia), en plena época fascista.

Me parecía que el hecho de pertenecer a una cierta ideología política y pasar al extremo de esa misma ideología tenía relación con la teoría de la conspiración. No sabía cuál era el espacio que debía tratar y me pareció que Fiume sería muy interesante. Y, aunque al principio, pensé incluir más cosas acerca de esa república, me di cuenta de que me iba a resultar una novela muy larga. Entonces decidí que solo ocuparía seis meses, porque no tenía sentido hablar de un único momento. Lo que sí lo tenía era narrar su creación y su auge. Así que decidí dejarlo solo en atmósfera. La figura de D’Annunzio me parece una locura. Si me preguntaran con qué persona muerta me gustaría quedar, lo elegiría a él porque era un señor súper raro.

S. Barquinero en Bartleby(copyright@hermezo2024)

¿Hay gente que, para levantarse cada mañana, necesita creer en conspiraciones?

Creo que sí, aunque hay unas conspiraciones más aceptables e inocuas que otras. Por ejemplo, cada uno de nosotros pensamos que somos más importantes de lo que lo somos y que la gente nos quiere más de lo que nos quiere, entre otras cosas. Exactamente, eso no es una conspiración, pero es un efecto foco que nos ayuda a sobrevivir. Pero si crees que eres un punto en el universo que no le importa a nadie, es entonces cuando realmente te deprimes. Y sucede que, en ocasiones, estas situaciones se convierten en algo mucho más traumático. Lo que más me interesa de las teorías de la conspiración es cuando desempoderan políticamente al individuo. Por ejemplo, si tú dices no me gusta cómo está el país, tú puedes quejarte o escribir un artículo, aunque no vas a cambiar nada. Pero si crees que eso no tiene solución, que todo está controlado por América, entonces ves que no hay nada que te pueda hacer feliz. En la vida siempre nos movemos por ficciones, lo que pasa es que hay que elegir las que nos hacen más y no las que nos hacen menos. 

Acabas de poner el ejemplo de que el mundo está controlado por América. Y eso puede ser mentira o verdad. Decidir si una teoría de la conspiración es auténtica o no, resulta complicado, por no decir imposible. 

Pero el problema de una teoría de la conspiración no es si acierta por casualidad. Por ejemplo, Iker Jiménez acertó con el covid, pero no se trata de eso, sino de cómo te adhieres a una creencia. Cuando en filosofía se discute sobre la teoría de la conspiración, aunque tampoco se habla mucho de ello, hay gente que piensa que depende de la teoría. La pregunta que hay que formularse es ¿cuál es el grado de verdad para que una teoría de la conspiración sea cierta? Y hay gente que dice que es verdad. Y entonces ha acertado y se ha desvelado la verdad. Pero a mí me parece más interesante pensar que no, porque si yo creo que el mundo está controlado por América, dicho así de manera imprecisa, como si América fueran diez señores, que quedan a fumarse un puro y tal, y lo hago sin ningún tipo de prueba, pensando además que no hay nada que yo pueda hacer al respecto, aunque luego se desvelase que efectivamente era real, ¿qué tipo de pruebas tenía yo? ¿Cómo llegué a esas conclusiones? Otra cosa es que a través de documentos se descubran ciertos datos. No creo que se trate de ver cómo se acierta, sino de la manera como decides creer en algo. Disculpa por esta respuesta tan abstracta.

Otro tema que circula por ‘Los escorpiones’ es el del suicidio o, mejor dicho, de la necesidad o el deseo de suicidarse sufriendo el menor dolor posible. Mientras la leía, me vino a la memoria una novela corta de R.L. Stevenson, ‘El club de los suicidas’ -le resumo a Sara, muy brevemente, su argumento-, ¿la conoces?

No, no la conozco. Y me la voy a apuntar [Toma nota en un papel]. Ojalá la hubiera podido leer mientras escribía la novela. Me habría venido bien. Es curioso que le he contado la historia de ‘Los escorpiones’ a mucha gente y nadie me la ha recomendado nunca. Tampoco mi editora y, por lo que me has explicado, parece muy adecuada.

Dice Nietzsche en el libro que «El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche». Jamás hubiera imaginado que pensar en el suicidio pudiera resultar terapéutico.

Si sientes que tu vida es inaguantable, llegas a pensar que, si quieres, puedes acabar con todo. Entonces, si puedes acabar con todo, todo te molesta menos. A lo mejor es un pensamiento muy mío, pero a Nietzsche le sucedía lo mismo. Yo entiendo perfectamente por qué pensar en el suicidio puede proporcionar calma.  

El suicidio siempre me pareció interesante y enigmático al mismo tiempo.

Bueno, no sé si tú lo habrás pensado alguna vez, pero cuando alguien se suicida, aparte de la pena que te pueda dar, de alguna manera cuestiona un poco tu deseo de seguir con vida, porque el hecho de que alguien renuncie a la existencia, algo que normalmente nos parece irrenunciable, es como romper ese consenso humano de que estar vivo está bien.

Nunca puedes saber por qué un ser humano se suicida. Por muchas vueltas que le des, únicamente lo sabe el propio suicida, que se lleva su secreto a la tumba.

Sí, nunca sabes… La mente humana es un misterio. No puedes saber qué hay en el interior de la cabeza de las personas, incluso de las más allegadas, de las que mejor conoces.  

Sara y Thomas, los protagonistas principales de la novela, se aventuran en la Internet más oscura y frecuentan foros en los que participan suicidas. ¿Definitivamente, Internet se ha instalado entre nosotros como un medio preferente de relación?

Puede que esté sustituyendo a otros tipos de relación. Pero no creo que eso sea ni bueno, ni malo. Es otra forma de conectar que, quizá, en algún sentido es más fría, porque no tienes contacto humano, pero en otros es mucho más profunda. En ocasiones, a través de Internet, puedes contar cosas íntimas a un desconocido, algo que jamás le dirías a alguien que conoces mucho mejor, mirándole cara a cara. Internet es como un narrador poco fiable, en primera persona todo el tiempo. Y te lo crees y confías en el otro.  

Ahora mismo, tú y yo estamos hablando, face to face.  Tú sabes quién soy yo y yo sé quién eres tú. En Internet careces de la certeza absoluta de quién es tu interlocutor.

Ya, pero es que tiene sus cosas buenas y malas. Quizá si tú te estás sintiendo todas las mañanas triste, por tu forma de ser no le dices a una persona conocida lo que te pasa. Sin embargo, si te conectas a un foro de Internet y hablas de lo que sea, si alguien te pregunta, a lo mejor, tú le cuentas la verdad y le dices que todas las mañanas te sientes triste. Y eso es salgo que, a lo mejor, no puedes decirle a una persona cara a cara. Obviamente, estoy en contra de que alguien finja ser quien no es y más si es para sacar dinero. Está claro que eso está mal. Pero a mi, lo que me interesa de Internet, es saber cómo llevará mi generación la vejez. Por muchos años que tengas, no te imaginas a ti mismo con la edad que tienes. Nadie piensa «soy viejo». Me pregunto qué sucederá con eso en Internet, cuando alguien con setenta años diga que tiene treinta y cinco…

Volvemos a Nietzsche: «La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que puede aguantar». Frase demoledora. Creo que Internet produce mucha soledad en los individuos, los aísla.  

No lo sé. Por una parte, sí. Para mí lo ideal es que la gente con la que conectas en Internet genere una comunidad, puedas llegar a verte con ella y convertirse en amistades reales. Mira, yo estudié mi carrera porque conocí a un chaval a través de un foro de Internet. Me dijo que él iba a hacer Filosofía y yo le imité. Quince años después, nos seguimos viendo de vez en cuando. Pienso que Internet y realidad no tienen por qué ser ámbitos opuestos. No creo que una persona, que viva en un entorno perfectamente bueno y amoroso, lo deje para adentrarse en Internet. Normalmente no es así. Quien se introduce en la red es porque no tiene nada y quiere encontrar otra cosa. La época en la que más amigos tuve yo en Internet fue porque no tenía ninguno en el instituto. Yo creo que puede llegar a ser un buen antídoto en estas situaciones.  

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No sé si esa misma pregunta se la formularán también los escritores.

Tener todo a tu alrededor para ser feliz no significa que lo seas. Supongo que la escritura es un gusto particular para algunas personas, pero en el momento en que te pones las gafas de escritor, para bien o para mal, no experimentas la vida de una forma directa. Y esa felicidad no es completa sin un cierto grado de cinismo.  

Sara y Thomas, juegan a videojuegos. En la historia que ubicas en 1922, la del tiempo fascista, los personajes practican el ajedrez. Es decir, en la actualidad, juegan contra la máquina, solos, y hace cien años jugaban contra personas. ¿Pretendías establecer algún paralelismo entre ambas situaciones?

Es una muy buena observación por tu parte, pero la verdad es que no pretendía nada de eso. Los italianos oscuros a los que aludes no sólo juegan entre ellos. También lo hacen con otras personas. La diferencia estriba entre cómo se jugaba antes y cómo se hace ahora. Y lo cierto es que en la actualidad no necesitas amigos para jugar.  

Nos acercamos al final de esta entrevista. ¿Cuánto tiene de autoficción tu novela o, dicho de otro modo, dónde te escondes tú?

Normalmente, cuento cosas de mi propia psicología en los personajes más ajenos a mí. En la novela hay dos hombres y yo diría que, cuando quiero narrar algo muy oscuro de mí misma, lo pongo en su voz de manera muy disfrazada. Con un personaje que se me parece, me cuesta mucho más ser sincera.  

¿Detrás de las ochocientas páginas de ‘Los escorpiones’ se esconde tu miedo a la muerte?

[Primero, con rotundidad; después, con risas] Sí.

Tantas vueltas para acabar en eso.

Total. Es verdad [nuevas risas].

HermeCerezo/Diario SIGLO XXI, 11/03/2024