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María, de todos los caminos que existen en el mundo del arte
elegiste el de la ilustración.
Una parte de mi personalidad me pide expresar las cosas con inmediatez
y el dibujo es la técnica que consigue eso con mayor rapidez. De todos modos, a
mi edad me he dado cuenta de que muchas cosas son circunstanciales. Si no
hubiera nacido en el seno de una familia trabajadora, tal vez hubiera tenido
tiempo para generar dinero y dedicarme únicamente a pintar, ya que soy artista
plástica. Pero el tema de la pintura en las galerías y exposiciones conlleva un
elemento snob, que provoca que la gente no se acerque, porque cree que
su contenido es mayormente de tipo intelectual. Lo cierto es que, ya sea por mi
carácter o por mis circunstancias, de lo que estoy muy contenta es de trabajar
en el dibujo. La ilustración es un puente buenísimo para transmitir ideas entre
la cultura y la gente. Como vía de expresión carece de límites, se puede decir
con ella lo mismo que con un cuadro y, por otro lado, la gente no siente ningún
temor al aproximarse a un libro ilustrado.
Durante la presentación en la librería Bartleby de ‘Un
barbero en la guerra’, el especialista en cómics Álvaro Pons comentaba que tu
anterior obra, ‘Georgia O'Keefe’, significaba un punto de inflexión en tu
carrera. ¿Eso es así?
‘Georgia O’Keefe’ representa un cambio en la manera de vivir
mi carrera como ilustradora y, particularmente, como mujer. ‘Georgia O’Keefe’
era una persona muy asertiva y segura de sí misma. Indagar en su vida me hizo
ganar autoestima y agencia sobre mi propia obra y mis decisiones. Con ella me
di cuenta de que era una adulta, algo que a las mujeres nos cuesta mucho
detectar, porque la sociedad nos coloca siempre en un lugar muy pasivo, en el
que pasas de ser la hija de a la mujer de… Nos cuesta mucho sentir el poder
para decidir sobre nuestra propia vida y darle valor a lo que realmente
queremos hacer.
Ese darte cuenta ¿te ha llevado a introducir algún elemento
de auto ficción en ‘Un barbero en la guerra’? Te lo pregunto porque tú estás
presente en la narración.
Realmente, sí. Me he metido en la historia como nieta. Ya mi
anterior libro lo construí a partir de mi propia identidad y me atreví a
utilizar más mi vida, ser menos sumisa y no proyectar tanto mis ideas en los
personajes.
‘Georgia O’Keefe’ y ‘Un barbero en la guerra’ tienen en común
que ambas parten de documentos reales, unas cartas y un diario. ¿Era una pena
desperdiciar ese material o una obligación sacarlo a la luz pública?
Quizá lo natural hubiera sido que yo investigara y buscase alguna
información distinta de la que ya disponía, como era el diario de mi abuelo.
Sin embargo, en mi familia, igual que en muchas otras, el tema de la guerra se
tapaba y con el paso de los años aprendes a preguntar menos o, directamente, a
no preguntar. Cuando ya tenía apalabrado el libro con la editorial, apareció mi
madre con su caja de cartas, lo que constituía la tripleta perfecta para
construir este libro: el diario de mi abuelo, las cartas de mi abuela y mis
propios recuerdos. Una estructura a tres que creo que envuelve y sujeta muy
bien la narración.
Has comentado que no te has documentado excesivamente, ¿eso
es porque simplemente querías dibujar un telón de fondo, más o menos difuso,
que te permitiera ubicar la historia de tu abuelo, que es el verdadero
protagonista?
Sí, exacto, eso es. Has dado en el clavo. He pretendido huir
del género bélico, a pesar de que es un libro de guerra. Si buscas género
bélico ya hay mucho publicado por ahí. Creo que lo que me llevó a interesarme
por mi abuelo es el hecho de que él se vio inmerso en un momento histórico
importante, trágico, en medio de grandes batallas y personajes muy famosos.
Cuando contrasté la información del diario me quedé muy sorprendida por su
exactitud. Ante todos los sucesos tan relevantes que vivió, él se preocupaba
por lo suyo: sobre si la burra había parido ya o si habían recogido la cosecha
en su pueblo. Su corazón estaba pendiente tan solo de los suyos. Y eso es algo
que me resulta tan tierno, que he querido centrar el foco en el lado humano de
esta historia. El diario es un documento humanista y pacifista, con el que
deseaba explicar la onda expansiva de la guerra y cómo afectaba a la vida de
los demás. En verdad mi abuelo era una persona secuestrada, que estaba en el
frente contra su voluntad y que no podía marcharse, porque si desertaba lo
fusilaban. Todo lo relacionado con el género bélico me produce rechazo. Se ha
banalizado el concepto de guerra. Se utiliza como un recurso para arreglar
conflictos cuando, en verdad, no soluciona nada y lo destroza todo.
¿Podríamos decir también que el diario y la vida de tu abuelo
narran la trastienda de la Guerra Civil, lo que taparon los cañonazos?
Sí, es algo que no se cuenta muy a menudo, aunque ahora están
apareciendo libros íntimos sobre lo que sufrieron los civiles durante la guerra
y también los soldados secuestrados, como mi abuelo, que eran niños entonces.
Cuando escriben o dibujan algo, los creadores intentan
responderse cuestiones que les preocupan, ¿cuál es la pregunta que se esconde
detrás de este libro tuyo?
Creo que mi intención era armar y recomponer la figura de mi
abuelo. Yo le había conocido con boina y garrote, pero sabía que su interior guardaba
más cosas. Era una persona muy diferente al resto de mi familia y estaba segura
de que algo le tenía que haber pasado. Cuando apareció su diario y él ya no
vivía, comprendí que la clave para conocerle estaba ahí. Eran como piezas que
se habían caído debajo del sofá y yo quería recomponer el puzle. Pero luego
estaba la pregunta subyacente: ¿le parecería bien a él que lo hiciera? Entonces
pensé que, si mi abuelo había dejado escrito su diario, sin rencor ni culpa,
era por algo. Y eso me decidió a hacerlo. Creo que él estará contento con el
resultado de mi trabajo.
Antes he dicho libro, en sentido genérico, a propósito. ‘Un
barbero en la guerra’ no me parece ni un cómic, ni un libro ilustrado.
Entonces, ¿cómo catalogarlo? ¿Tal vez como un collage construido con
elementos dispares?
He tenido el privilegio de hacer lo que he querido. Incluso
he pecado de constreñirme a mí misma, pensando que en un libro ilustrado no
podía introducir una foto o una pintura. A fin de cuentas soy una artista
plástica. Tengo claro que me expreso con imágenes y ¿qué más da si esas
imágenes se componen de píxeles, óleo o lápiz? Al final solo son eso, una
imagen. Por tanto, no lo catalogo. A la hora de crear, las definiciones solo me
sirven para imponer límites, así que prefiero no etiquetarlo.
Tu estilo está muy alejado de la línea clara o de otros pinceles
más detallistas o, incluso, más simples. Yo diría que utilizas un trazo impreciso, que por momentos me recuerda a
Edvard Munch. Sin embargo, en todo momento, el lector sabe y entiende lo que
tiene delante de sus ojos. ¿Cómo se consigue eso?
Lo de Munch es un halago enorme. Muchas gracias. Lo mío no es
línea clara. Es línea guarra [risas]. Yo tenía miedo de que la gente no pudiera
comprender cuándo hablaba del periodo de la guerra y cuándo de mis vivencias como
nieta. Para soslayar ese problema, ideé una estructura previa, algo que,
precisamente, no es lo mío. Como creadora tengo puntos fuertes como la
intuición, la empatía o el empuje, pero también débiles, como la estructura. Años
atrás pensaba que era una flaqueza, pero ahora he comprendido que cada artista
tiene su propia forma de actuar. En este caso concreto, tomé algunas decisiones,
relativas a los fondos de papel o las tipografías para que el lector comprendiera
las distintas situaciones y momentos de la historia. Me hubiera gustado dejar
las cartas como estaban escritas, porque mi abuelo tenía una letra preciosa,
muy elaborada, pero hube de manuscribirlas porque resultaban difíciles de
entender.
Sí, eso me ha ayudado mucho a la hora de generar las
atmósferas de cada una de las escenas.
Tu abuelo vivió la guerra y después pasó otros dos largos años
haciendo el servicio militar en el ejército vencedor. O sea, sirvió en ambos
bandos. Cuando todo concluyó, ¿le resultó sencillo reintegrarse a la vida civil?
Bueno, hubo represión... En España se ejerció una represión
entre comillas suave, pero que duró muchos años.
Tanto como suave…
Por eso te digo que entre comillas. Todo depende de la
generación con la que hables. Si le preguntaba a mi madre, me decía que no.
Pero luego me contaba que cuando mi abuelo iba a votar, se reían de él y le
decían que su voto no iba a servir para nada, porque en total eran cuatro
rojos. A mí esto me parece un escándalo, pero a mi madre le parecía normal y a
mi abuelo, después de todo lo que vivió, le parecería poco. Obviamente, justo
cuando acabó la guerra, la represión fue mucho más dura. En mi familia hubo exiliados
y personas escondidas, que iban librándose del peligro como podían. Sufrieron
vejaciones y humillaciones, que se fueron mitigando pero que duraron mucho
tiempo. Yo ahora tengo cuarenta años y aún las he conocido. Y las cosas se
enquistan. Unos se acostumbran a aprovecharse de otros y esos otros se
acostumbran a que se aprovechen de ellos. Al final, con todo eso se genera el carácter
de este país. Es un trauma intergeneracional, que se nos ha quedado a todos los
españoles. En este sentido, creo que ‘Un barbero en la guerra’ es un libro
sanador, terapéutico.
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Como hemos visto, para tu abuelo la guerra solo era un obstáculo para vivir en paz y conquistar el amor de tu abuela. A pesar de todo, ¿consiguió vivir su historia de amor desde las trincheras?
Él estaba agobiadísimo, inseguro. Sentía que habían parado su
vida y pensaba que su novia conocería a otro y no le esperaría. En sus cartas
le aseguraba a mi abuela que, por su parte, él no quería conocer a nadie más. Y
ella, por lo que sé, era más escueta y no le contaba tantas cosas por escrito,
probablemente porque se sentía un poco apurada, temerosa de que otros leyeran
sus palabras. Era algo muy propio de las mujeres de aquella época.
De tu abuelo heredaste el cariño por las plantas del campo:
el romero, el espliego…
La verdad es que mi abuelo se expresaba muy poco, pero yo me
mostraba muy receptiva a sus palabras. Tenía claro que había algo que me
conectaba con él y que, en parte, era sacar a la luz esta historia. Yo le
quería muchísimo, y él también a mí, pero no era una persona demasiado
expresiva.
¿Dónde está María Herreros en este libro?
En los recuerdos como nieta estoy al cien por cien. En todo
lo demás, me siento como una persona humanista y pacifista, igual que mi
abuelo, que está canalizando su historia, porque pienso como él y tengo sus
mismos ideales. Al final creo que actúo en este libro como un catalizador.
¿Cómo una médium?
Sí, completamente.
‘Un barbero en la guerra’ responde a un proceso creativo
largo, de más de diez años de duración. A su conclusión, ¿María Herreros es la
misma persona que cuando comenzó su proyecto?
No. Antes tenía miedo y ahora ya no. Esperé muchos años para
desarrollar este trabajo sin sufrir y me di cuenta de que no hay momentos así.
Mientras lo hacía sufrí un montón y ahora, diez años después, te conviertes en
testigo de la masacre de Gaza. Con todo el terror y aversión que siento hacia
la guerra. Ahora tengo un hijo y veo su cara en la de los niños fallecidos.
Alguna noche no he podido dormir y algunos días pasé mucho tiempo llorando.
Todo lo que he aprendido mientras hacía ‘Un barbero en la guerra’ me ha servido
para ver que en la vida hay que echarse al barro.