«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 26 de septiembre de 2024

Natalia Litvinova, ganadora II Premio Lumen de Novela: «Me gusta ver lo extraordinario en lo ordinario, llevar el asombro al lector todo el tiempo»

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Nº 686.- Mediodía. Jueves. Septiembre. Recién llegada a València, con el tiempo justo para alojarse, Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986) atendió mis preguntas en la cafetería del Hotel Zenit, ubicado junto a L’Estació del Nord, sufridora infatigable de ciertas obras de restauración. La tarde anterior, a eso de las siete, la escritora bielorrusa había recibido en Madrid el II Premio Lumen de novela, así que conservaba fresca en la memoria la miel de aquel momento. ‘Luciérnaga’, la obra ganadora, editada por Lumen, cuenta la vida de una muchacha, la propia escritora, nacida a pocos kilómetros de Chernóbil, que creció en un país atravesado por la confusión, la miseria y la radiactividad. Por sus páginas desfilan su abuela, su madre y su padre, los recuerdos, las tristezas y alguna dosis de humor. En un momento dado, la familia decidió emigrar rumbo a Argentina, un país del que apenas tenían referencias, pero que se anunciaba  una solución viable para sus problemas. Al fondo de nuestra conversación, el rumor borroso de algún rifirrafe parlamentario, emitido por una televisión de corte nacional. Con el piloto rojo encendido, la grabadora, eficiente y precisa, registró nuestra conversación. Y también, claro, el borroso rumor politiquero. Como acostumbra.

Enhorabuena por el premio, Natalia. Una mujer como tú, con una vida llena de avatares, estaba predestinada a la escritura?

En primer lugar, muchas gracias. Respecto a tu pregunta, creo que sí, pero no por esos avatares. En mi familia hubo grandes lectores y tuve la suerte de crecer rodeada de libros. Guardo hermosas imágenes de mi madre leyendo y releyendo. Eso me llamaba muchísimo la atención y me llevaba a pensar qué habría en aquel libro, tan interesante, tan intenso, como para que una persona lo releyera tantas veces. Dado que guardaban los libros que no querían que leyera en los lugares más altos, eso todavía incentivaba más mi curiosidad.

Has vivido siempre, pues, en un ambiente literario por así decirlo.

En Bielorrusia, en Ucrania y también en Rusia es muy importante la poesía. En las ciudades hay monumentos de escritores y muchas estaciones de subtes llevan el nombre de algunos poetas. En el colegio, como asignatura obligatoria, nos enseñaban poesía y tuve que leer, memorizar y declamar en voz alta. No me lo tomé muy en serio, pero cuando nos trasladamos a Argentina me di cuenta de que en los colegios argentinos había muy poca poesía. Así que hube de buscarla yo misma en las bibliotecas. En Rusia viví en zonas rodeadas de bosque y para mí la poesía empieza en la naturaleza que, aunque la tratemos tan mal, nos enseña muchas cosas. La conducta de los animales tiene su propio lenguaje y solo lo entiende la gente del campo. Por ejemplo, un pájaro que vuela está escribiendo algo en el cielo. La poesía nace del asombro. Ves el mundo por primera vez en la infancia y luego todo es una repetición. Por otro lado, en Argentina sufrí el choque con un idioma nuevo, y en mi adolescencia me interesé por las escuelas de poesía e investigué a los grandes poetas rusos, para lo que tuve que traducir sus obras. En mi caso la traducción ha jugado un papel muy importante, porque era una forma de mantenerme en contacto con mi propia tierra y su cultura.