Un hombre le cuenta un cuento a su nieta, Caterina. Es la historia de un gato sin nombre decidido a ser persona. Un gato de un pueblo de Soria, que no parará hasta encontrar su alma. Un gato que verá el halo de los muertos en los páramos de Numancia y hablará con los guerreros que allí habitan; que asistirá a aquelarres en las ruinas de una iglesia y que huirá despavorido ante la presencia del diablo. Un gato de grandes ojos verdes y rayas de tigre, con ansias de libertad, que buscará su lugar en una casona con un olivo en la entrada y se convertirá en Teseo para librar a la princesa del Minotauro. Ésta es la historia del desaparecido Soseki. Fernando Sánchez-Dragó, dolorido y apenado por la muerte del animal, ha escrito un cuento, él lo ha subtitulado novela, que lleva por título ‘Soseki. Inmortal y tigre’, editado por Planeta. El escritor madrileño se dio una vuelta por Valencia para presentar su libro, firmar ejemplares y tomar contacto con sus lectores, una de las cosas que más le gusta, porque Fernando es un amigable, erudito y divertido conversador. En el hotel Astoria, el viernes 20 de noviembre, estuvimos hablando con él del libro, de su gato y de alguna otra cosa.
¿Cómo surge este ‘Soseki. Inmortal y tigre’?
Este libro surgió por la muerte de Soseki, mi gato, que interrumpió la redacción de mis memorias en la que me hallaba inmerso. Al día siguiente, como cada domingo, intervine en el programa radiofónico de Isabel Gemio y estuve llorando durante toda mi intervención. A resultas de ello, recibí montones de fax, correos electrónicos y cartas de condolencia y sentí a necesidad de sentarme ante la máquina de escribir y tecleé un obituario titulado ‘Soseki. Mortal y tigre’ para el diario ‘El Mundo’. Ahí nació este libro.
¿Desde el primer momento quisiste escribir un cuento?
Yo pensé que escribiría un cuento de 80 ó 90 páginas, de hecho me fui a Bangkok para aislarme y acabarlo en un plazo breve. Pero el libro comenzó a crecer de tal manera que, de todos los que he escrito, éste es el que más trabajo me ha dado. Al final se convirtió en una especie de río con tres afluentes: la historia de Soseki, una novela de iniciación y aventuras; un canto de amor a las Tierras Altas, sus magias, leyendas y mitos, y por último, las conversaciones con mi nieta, que me pregunta por el significado de las palabras que no entiende. Y como la etimología es la sabiduría, la que explica el significado de las palabras, me valgo de ella para explicarle a Caterina lo que es la vida.
En este libro tu estilo literario ha cambiado bastante.
Sí, yo suelo ser un escritor intenso y extenso, y aquí he intentado conseguir un castellano nítido, limpio, que pudiera entender desde un adulto hasta un niño, y esa lucha contra mi propio barroquismo me ha resultado agotadora. Han sido 10 meses de trabajar diez horas al día.
Describir tus sentimientos hacia Soseki, ¿qué te ha supuesto: una dificultad o una forma de cerrar el duelo?
Ha sido algo extraordinariamente emocionante. Este libro es pura emoción. Yo sólo en la habitación del hotel me echaba a llorar sobre las teclas del ordenador. Aún hoy me ocurre. La muerte de Soseki la llevo dentro, es una ausencia que todavía percibo. En este sentido, la literatura ha servido un poco de bálsamo, al escribir sobre él lo he inmortalizado y con este homenaje he conseguido apaciguar mi sentimiento de culpa y cauterizar la herida aunque no el dolor por su muerte.
Aunque la has subtitulado como novela, la dulzura y el cariño con que pintas a los personajes y las situaciones, creo que lo convierten en un cuento grande, ¿no?
Efectivamente, es un libro muy tierno, bondadoso, hecho con muy buenos sentimientos. Cuando empecé como escritor, siempre pensé que la cumbre de la literatura era escribir obras como ‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘El Libro de la Selva’ o ‘Peter Pan’, libros que son para niños pero que leen adultos.
Resultaría absurdo preguntarte si ‘Soseki. Inmortal y tigre’ es pura realidad o ficción.
Este es un libro donde la mitad es ficción y la otra mitad no. Fabulo, mitologizo, invento, imagino, pero bueno eso es la literatura, que nos sirve para enriquecer la realidad. El libro es puro sentimiento y los sentimientos son verdaderos. Otra cosa es que yo fantasee con los propósitos del gato y le añada otras muchas cosas.
¿El gato se atreve a decir cosas que Fernando Sánchez-Dragó no diría nunca?
Yo creo que no hay nada que Fernando no se haya atrevido a decir. Y si digo Fernando es porque Aute, el cantautor, en la presentación del libro dijo que este libro ni es de Sánchez, ni de Dragó, sino de Fernando. En definitiva, yo siempre he vivido rodeado de gatos, he sido su discípulo, han sido mis maestros. No es casualidad que yo tenga ahora al hermano de Soseki, y le haya puesto de nombre Sensei, que significa maestro en japonés. En la medida que he sido discípulo de los gatos he aprendido a ser tan libre como ellos y a decir todo lo que se me ha pasado por la cabeza. Y eso me ha causado numerosos problemas.
¿El gato es una buena compañía para el escritor?
La máxima, no hay otra. El gato entra en la Historia de la Literatura en el siglo XIX. Hasta entonces permanecía confinado en las fábulas para niños, pero en el siglo XIX irrumpe tumultuosamente. Resulta impresionante comprobar la cantidad de páginas espléndidas que han escrito los escritores sobre los gatos. El gato es silencioso, elegante, no pierde nunca la dignidad, es reflexivo. Su máxima cualidad es lo que mi filósofo favorito, Lao-Tsé, consideraba que era la virtud del sabio: estar al mismo tiempo alerta y en reposo, que es como tiene que estar siempre un escritor.
Con Soseki fuiste pionero: lo llevaste a un telediario.
A uno no, a dos. Fue tan divertido que hasta me llamaron agencias de prensa de Londres y Nueva York, porque nunca se había hecho esto. Aquel día tenía a Diego López Garrido de invitado y el gato se bebió su vaso de agua [risas]. Unos meses después volvió a venir López Garrido, que era portavoz del gobierno, y tapó con la mano su vaso al tiempo que me preguntaba: "¿está el gato?"[más risas] Nadie se enteró del contenido del informativo, porque es tal la belleza del gato que cualquier noticia perdía su interés ante su presencia.
Si se cruzara un gato con un ser humano, ¿quién saldría ganando?
Según decía Mark Twain, la condición humana mejoraría pero los gatos saldrían perdiendo. El gato es el animal de los dioses. En el Antiguo Egipto nació el culto al gato. Allí el maltrato a este animal estaba castigado con la muerte. Todas las culturas lo han tratado bien menos la cristiana, que lo persiguió hasta tal punto que en la Edad Media casi fue exterminado. Entonces aparecieron las ratas, que trajeron consigo la peste negra y para que desapareciese la peste, hubo que criar gatos, que se encargaron de eliminar a las ratas.
La verdad es que escribir sin ordenador me complicaba la vida una barbaridad. Yo soy un escritor muy nómada y llevar todos los libros que utilizo, el papel y dos máquinas de escribir, por si una se estropeaba, me suponía cargar con más de cien kilos de equipaje en cada viaje. Hice el esfuerzo y salté al ordenador aunque con prudencia. Sobre esto, tengo una anécdota. A los cuatro meses de escribir, llevé el portátil a reparar porque trece teclas se habían borrado de tanto que había trabajado en esta novela. En el taller, asombrados, me dijeron que no había precedentes.
¿Hay diferencias entre usar la máquina y el ordenador?
Sí, ahora que lo utilizo, he podido comprobar que Umbral tenía razón cuando decía que el ordenador te cambia el estilo y te da concisión. Ahora clavas un texto con las palabras exactas.
¡Y también tienes una página web!
Mi página web, aunque parece increíble, no la he visto nunca. Me la lleva un chico que se ha convertido en mi secretario, en mi mano derecha, y que me pidió permiso para ponerla en funcionamiento. Alguna vez, en los tiempos muertos de los aeropuertos, he leído las barbaridades que la gente escribe en el blog, pero me he consolado al ver que a todo el mundo le ocurre lo mismo.
Esta entrevista, que ha versado sobre un cuento largo, tiene que acabar con otro. Por favor, narra para los lectores de SIGLO XXI el cuento de la flor amarilla.
Cuando yo recorrí la India con mi mujer embarazada de mi hija Allanta, ya en el séptimo mes, teníamos que regresar a Europa para que diese a luz. Pero todavía nos faltaba recorrer un buen trecho de la India: el Sur, Madrás y las cuevas de Ayanta. Para conseguirlo, con los dos amigos que nos acompañaban en el Volkswagen, un argentino y un italiano, pusimos colchonetas que nos permitieran descansar y establecimos turnos de conducción. Y a mí me tocó el de la noche. Al salir de Ayanta y mientras los otros dormían, a eso de las cinco de la mañana, cuando despuntaba el sol y se abría el océano Índico ante mis ojos, la barrera de un paso a nivel nos cerró el paso. Entonces se me acercó uno de estos locos desgreñados, uno de tantos faquires que pululan por la India, ojos febriles, barbas al viento. Yo estaba fumando un cigarrillo y me dijo perentoriamente, "abre tu mano izquierda, echa ceniza sobre ella y ciérrala". Hice lo que me dijo y a continuación añadió: "abre tu mano". Y al abrirla vi que allí había una flor amarilla, de la que todavía guardo restos metidos en una urna que tengo sobre mi escritorio. ¿Qué pasó allí? Pues no lo sé. ¿Se trataba de un extraordinario prestidigitador? Pues tampoco lo sé. Pero si hacemos caso de la Biblia que dice que importa más el fin de las cosas que su principio, lo comprendes todo después, a posteriori. Y yo que era escritor pero que, distraído entre los viajes, las mujeres y las aventuras, era incapaz de estar ocho horas diarias junto a la máquina, me di cuenta de que había llegado el momento de hacerlo y me puse a escribir. Estuve cinco años sentado a la mesa y di a luz esos cuatro tomos que son ‘Gárgoris y Habidis’.
Y colorín colorado, este cuento (subtitulado entrevista) se ha acabado.