Entrar a la Casa del Libro de Valencia, en plena canícula, se agradece bastante más de lo habitual. El aire acondicionado, arropado por el paisaje multicolor de los libros en sus estantes, colocados de acuerdo con el disciplinado entramado de géneros y orden alfabético, sabe mejor, diferente, reparador. En los sillones del primer piso, junto a la barandilla que domina la planta baja, está Ignacio del Valle, escritor asturiano que termina de publicar ‘Los demonios de Berlín’, tercera entrega de su – de momento - trilogía sobre el periodo 1936-1945, integrada además por las novelas ‘El arte de matar dragones’ y ‘El tiempo de los emperadores extraños’.
‘Los demonios de Berlín’ vuelve al protagonista de las dos obras previas, Arturo Andrade, un soldado español enrolado en la División Azul y enviado en otras páginas al frente ruso para contener la avalancha soviética. Ahora tratará de averiguar, como un sabueso cualquiera, quién es el autor del asesinato de un científico germano: Ewald von Kleist. Como toda novela que se precie últimamente, estas páginas endemoniadas beben, en dosis proporcionadas, de varios géneros: histórico, policiaco, filosófico ... Es lo que ahora se llama mestizaje. Andrade, poco a poco, descubrirá que no es oro todo lo que reluce y sus pesquisas se debatirán entre la vida y la muerte, el amor y la guerra, la masacre y el desenfreno, la realidad y el olvido, el asombro y la esperanza. Escrita con estilo razonado y poderoso, estos demonios berlineses nos contarán los últimos instantes de Hitler y los principales turiferarios del III Reich, Eva Braun incluida, imbricados en una entretenida trama en la que sobresalen la curiosa - iba a escribir exótica - y casi tétrica embajada española en Berlín, el misterio de Silke, los amigos de Arturo (Manolete, Saladino, el Ninfo o Ramiro), Fanjul, un falangista ambicioso y malcarado, la idea de la prisa de los últimos instantes y de la ambición por el oro bajo el continuo hostigamiento de aviones y cañones soviéticos, que todo lo cubren con olor a polvo y pólvora, que propagan en quienes leen la novela la sensación de estar en el epicentro del derrumbe, salpicados por los cascotes de los edificios desmochados a bombazos. Al fondo de todo, Thule, una interesante organización, cuya sombra planea durante buena parte de la obra como un velo impreciso e indeterminado pero indispensable.
Ignacio del Valle viene recién desembarcado de la Semana Negra de Gijón en la que ha participado. Con su acento asturiano, innegable, rebajado con el dejo madrileño, mas innegable todavía, me cuenta que viaja con frecuencia a Berlín y que "el biotipo alemán no es el que creemos, porque la imagen que tenemos de ellos en nuestras cabezas es un arquetipo". Ignacio escribió desde pequeño, desde siempre porque lo suyo eran las letras. Lo hace en ordenador, aunque corrige sobre papel, y cualquier espacio es bueno: una mesa, un hotel, un vagón de tren... Tampoco importa si es de día o de noche, "lo que cuenta es la organización".
Interrogando al pasado a través de la Historia ¿podemos intuir por dónde va a ir el futuro?
Decía Boecio que la Historia era una rueda y yo comparto su opinión. Los matices pueden ser muchos, pero la Historia siempre tiene unos denominadores comunes. Conocer el pasado puede que no evite lo que se nos venga encima, pero ayuda a saber reaccionar. A este respecto, Woody Allen dijo una vez que "Auschwitz al fin y al cabo sólo es un récord y los récords están para romperlos". Es una frase muy bestia, pero es un hecho. Y hoy hay un montón de talibanes dispuestos a batir ese récord, ideologías maniqueístas, que lo ven todo blanco o negro.
‘Los demonios de Berlín’ se desarrolla en los momentos finales de la II Guerra Mundial, ¿qué te atrajo de este periodo para ambientar allí esta novela?
Para mis novelas yo necesito personajes que interaccionen, que choquen entre sí y qué mayor choque, en todos los sentidos, que la II Guerra Mundial, un encontronazo brutal, físico, de ideologías y de concepciones del mundo, un momento de conflictos extremos, material candente para un novelista.
En la actualidad, ¿se da alguna coyuntura parecida a la que provocó la llegada de Hitler al poder?
La situación de la Venezuela actual es parecida. Para reproducir una coyuntura como aquélla hay que manejar un manual, un manual que han escrito Stalin, Franco, Pol Pot, Castro ... y que Goebbels perfeccionó mucho. Chaves lo está siguiendo al pie de la letra y ahora está creando sus propias juventudes. El perfil siempre es el mismo, da igual que sean de derechas o izquierdas. Cuando uno de estos tipos se mete en la educación, se jodió todo.
Arturo Andrade y Manolete, dos protagonistas de tu novela, suenan a nombres prototípicos del franquismo, ¿cómo se te ocurrieron?
Cuando empecé la primera novela de la trilogía, estaba leyendo ‘El maestro de esgrima’ de Pérez-Reverte y creo que el nombre de Arturo Andrade es un homenaje inconsciente a este escritor. Luego se mezcló con el apellido Andrade, uno de los seudónimos que utilizaba Franco cuando escribía. Manolete es un sobrenombre, ya que en la España de entonces se llevaban mucho los motes y todos tenían uno.
Con un pasado republicano, según cuenta la primera novela de la trilogía, ¿qué hace un hombre así metido en el servicio secreto español y colaborando con los nazis? ¿Cómo ha llegado ahí?
Arturo Andrade ha llegado ahí por las circunstancias, por la adaptación, por la ambigüedad. La gran virtud de este personaje es que es muy ambiguo, muy sesgado en todas sus opiniones. Eso me permite contemplar el mundo sin que se distorsione por ninguna ideología. Es capaz de situarse a ambos lados, aislado de fanatismos, es un tipo prismático, que me permite leer la Historia en muchas direcciones.
Y tanto: estuvo en la División Azul pero a la vez rechaza el horror nazi…
Como Andrade, hubo mucha gente en la División Azul que era súper roja y que se alistó para purgar penas. Por ejemplo, el actor Luis Ciges o el director de cine García Berlanga marcharon al frente ruso para evitar que fusilaran a sus familias. Fueron personas a las que la guerra les pilló en zona roja, se les llamaba "rojos geográficos".
Por algún sitio he leído unas manifestaciones tuyas, donde dices que Arturo Andrade existe de verdad, ¿llega un momento en que no se diferencia el personaje ficticio y el real?
No, no - risas -, lo que pasa es que llevo dos mil doscientas páginas con este señor y tú no eres él ni él es tú, pero tienes trazas. Yo siempre digo que en la vida quiero ser buena persona, pero la gente confunde cortesía con debilidad. Y una buena persona no tiene por qué ser un estúpido. Arturo observa unas reglas para andar por la vida: te puedes cargar a un ruso, pero no puedes pegarle un tiro a un niño. Lo tiene muy claro. Es una moral de guerra, que nos define como seres humanos, porque sino nos convertimos en bestias pardas.
¿Realmente hubo españoles en Berlín hasta su caída final como cuenta la novela?
Totalmente cierto. El trabajo de documentación que he realizado ha sido muy riguroso en todos los sentidos y me he tomado muy pocas licencias. Lo fascinante del tema es que un imperio, que iba a perdurar durante mil años, al final fue defendido por dos o tres mil hombres que en su mayoría no eran alemanes sino una mezcla, un ejército imperial como el de Napoleón o la Legión Extranjera. Todo Dios estaba combatiendo allí, sin olvidar a los niños y los viejos.
Hasta el último momento la lucha fue encarnizada, eso demuestra una moral muy alta.
Sí, pero la pregunta clave es ¿cómo se llega a eso? ¿Cómo un tipo que lleva pegando tiros cinco años puede seguir combatiendo con tanta ferocidad? Y esa situación se alcanza por ideología y desesperación. No hay escapatoria posible y entonces los alemanes deciden que, ya que van a tener el odio de los rusos, no van a soportar su desprecio y optan por no rendirse. Esa psicología de combate es fascinante para escribir sobre ella. La defensa de la ciudad fue salvaje, no te puedes imaginar hasta qué extremo.
¿La población alemana era consciente de que iban a perder la guerra?
Salvo cuatro locos, todos los alemanes la veían perdida desde 1943, cuando el engranaje económico se volvió en su contra. Ya sólo era cuestión de tiempo. Y es que no son los militares quienes ganan una contienda, sino la economía. En cuanto EE.UU. con toda su maquinaria industrial entró en la guerra, la cosa quedó decidida.
Casi desde el principio, sobre la narración planea una palabra: Thule, ¿qué era Thule: un secta, una logia masónica...?
Era una secta que surgió al perder Alemania la I Guerra Mundial, una guerra que estaban ganando cuando de repente se rindió su ejército. La Republica de Weimar arrasó la economía tras los acuerdos de Versalles, lo que ocasionó la ruina del país. Y a un alemán no se le puede poner contra la pared, porque entonces sale el alemán que lleva dentro. Ellos son un pueblo que se organiza tanto para celebrar el Oktoberfest como para preparar una Guerra Mundial. Thule apareció entonces con la finalidad de recuperar el orgullo prusiano perdido. Estaba formada por personajes principales de la economía: abogados, ingenieros, banqueros, … en resumen, la élite alemana. Y ése fue uno de los gérmenes del nacionalsocialismo. Hitler no llegó pertenecer a Thule, aunque luego se aprovechó de la situación, haciéndose cargo de las redes que ellos habían creado.
¿Pervive Thule hoy en día?
Yo creo que sí, aunque con otro nombre y distintos objetivos. Y no sólo en Alemania, en muchos sitios porque en todos los países hay élites.
Supongo que conoces la película ‘El hundimiento’, ¿ha formado parte de la documentación que has utilizado para tu novela?
Esa película bebió de los mismos documentos que manejé yo. Hay una información muy extensa sobre este tema. Anduve más de dos años leyendo libros sobre la guerra, el nazismo y muchas otras cosas relacionadas con este asunto. Por ejemplo, para saber qué ocurrió en el búnker de Hitler durante los últimos cien días, cuando transcurre mi novela, hay que leer a Trevor Hopper, un historiador inglés que pudo entrar en él y que llegó a hablar con algunos supervivientes.
En los momentos finales, desapareció la prensa y la población se quedó sin información. Debió ser terrible no saber lo que ocurría, ¿no?
Eso es el black out informativo, es lo primero que hacen los americanos cuando invaden un sitio: cargarse los medios de comunicación. Es un factor importante, porque ante una población sometida a un régimen totalitario, acostumbrada a escuchar siempre las mismas arengas y marchas militares, cuando la información desaparece se produce el caos: ya no hay orden porque ha desaparecido el látigo.
La gente, para ahuyentar el miedo, mantuvo sus rutinas diarias: comprar el pan, trabajar, ir al cine...
Eso es lo más increíble del todo. La dinámica social se mantiene porque es una cuestión de cordura. Si un individuo no hace eso, si no repite sus costumbres, acaba pegándose un tiro. Pero esta actitud no es exclusiva de Alemania, ocurre en todos los países que atraviesan una situación como ésta.
Concluimos con una pregunta tópica pero obligada: ¿habrá nuevas entregas de Arturo Andrade?
Ando metido en otra novela de la que ya llevo escrita más de la mitad, así que de momento no habrá más Arturo Andrade.