Herme Cerezo / SIGLO XXI, 16/11/09
José Ángel Mañas (Madrid, 1971) y Antonio Domínguez Leiva (sin lugar ni fecha de nacimiento conocidos para el que suscribe), al alimón, o sea a cuatro manos, a veinte dedos, como si de un piano se tratase, acaban de publicar ‘El quatuor de Matadero’, cuatro novelas cortas de género negro, con suficientes dosis de humor, intriga y esperpento como para que el lector más exigente, y el menos versado, pueda disfrutar un buen rato con ellas. El protagonista de las cuatro historias es un peculiar sicario: el Hombre de los Veintiún Dedos, un tipo ponzoñoso, camaleónico y al que casi todo le sale mal. Hace unos días, José Ángel Mañas pasó por Valencia. Domínguez Leiva, profesor de literatura comparada, no pudo comparecer porque se encontraba en el extranjero, ejerciendo su oficio docente. Con él, con Mañas, digo, y sobre estas novelas duales, mantuve la siguiente conversación.
Eso de escribir a cuatro manos es poco creíble, ¿cómo funciona?
Escribir entre dos no es nada nuevo. Ha habido otros escritores que han escrito obras a cuatro manos antes que nosotros: los hermanos Quintero, los Goncourt, Dominique Lapierre y Larry Collins... No somos originales en esto. Cada novela nos ha supuesto unos diez días de encierro, de trabajo conjunto. Nos hemos sentado los dos ante un ordenador y hemos escrito las novelas palabra por palabra, consensuándolo todo. El único criterio era aceptar la frase que más risa nos suscitaba. Después nos hemos ido pasando las novelas para que cada uno las retocase durante un tiempo a su manera. A mí, como experiencia, me ha gustado.
Para trabajar de esta forma, ¿los escritores han de ser iguales, distintos, contradictorios ...?
Nosotros somos complementarios. Hace más de veinte años que nos conocemos, hemos trabajado juntos varias veces y seguimos siendo amigos, cosa difícil [Risas]. Antonio es un erudito, tiene una preparación vastísima, muy puesto en eso que se llama la cultura popular. Yo soy más de novela dura. Por ejemplo, los refranes son cosecha mía, pero el brasileño, el portuñol, son creaciones suyas. Hay puntos donde yo no llego y él sí y viceversa. Nuestra idea era construir un universo propio pero que nos trascendiese a los dos.
¿Cómo es Veintiún Dedos?
Buscábamos construir un criminal perverso, una especie de Ripley, pero luego se contaminó con el antihéroe hispánico. Por eso tiene un poco de Torrente, de Mortadelo y de Superlópez. Veintiuno es un asesino, un tipo cizañero, alguien que siempre está en un grupo más o menos cerrado, próximo a un botín del que quiere apoderarse. Es el hombre de la mil caras, en cada novela no se sabe quién es Veintiuno hasta el final. Siempre le descubren de una forma más bien estrafalaria gracias al dedo que le sobra. También es un explorador social, que va visitando distintos espacios y descubriendo que todo lo que ve es una chapuza: políticos, policías, médicos ... Pero al final te das cuenta que el verdadero chapucero es él.
¿El ambiente y los tipos que describís en ‘El quatuor de Matadero’ se parece a la realidad?
‘Matadero’ es puramente un esperpento a lo Valle Inclán, un espejo deformante. La base es ésa, pero el desarrollo es completamente surrealista. Para escribir yo necesito un grupo de personajes. Cuando los conozco y sé cómo se comportan entre sí, pienso una anécdota de algo que les pueda ocurrir y empiezo. Luego, los personajes pueden convertirse en cualquier otra cosa. Nosotros les hemos dado vida, pero ellos han cobrado independencia y han crecido como han querido.
Antes has citado a Torrente, Mortadelo y Superlópez, ¿tiene alma de cómic esta serie?
Sin duda. Sus referencias están muy pegadas al universo del cómic y del género negro. Es una especie de ‘Cosecha roja’ a la española. Nos sentimos tan deudores de Tarantino o de Dashiell Hammet como de Ibáñez, el dibujante español.
Estas historias forman parte de una serie más larga en torno al mismo personaje, ¿las novelas las habéis escrito para que sean llevadas a la televisión?
Me encantaría que así fuera. Veintiuno tiene vocación de serie. ‘El quatuor de Matadero’ es la joya de la corona, y en estas cuatro novelas respetamos todas las características que en las primeras historias, publicadas un poco marginalmente, atribuimos al personaje. Pretendíamos escribir una obra seria con el mismo personaje y construir una auténtica novela negra.
Habéis ubicado las historias de Matadero en territorio español.
Buscamos una ciudad corrupta de verdad y aunque no existe, pensamos en seguida en la Marbella de Gil. Mezclamos ambientes propios de la década de los cuarenta con los del Chicago de los años veinte. Y trasladamos la acción a los noventa porque queríamos distanciarnos un poco temporalmente. La verdad es que hemos inventado una ciudad inexistente pero real. Hemos creado sus plazas, sus calles, sus playas, su plano ...
En Matadero, no parece haber nadie en su sano juicio, ¿el nombre viene de que allí son todos "unos mataos"?
[Risas] Sí, sí, están todos zumbadísimos, pero lo cierto es que el nombre salió solo, surgió de Cosecha Roja. No lo había pensado pero le añade riqueza, parece que al final hemos encontrado un significado polisémico para el título.
"Te voy a matar, nos hemos vuelto a perder", ésta es la primera frase del libro. Empezáis con fuerza, ¿hay que enganchar pronto al lector?
Soy muy fan de los primeros párrafos, voy a las librerías para leer los comienzos. Y cuando alguien escribe una primera frase que no tiene gancho, me cabreo. Cuando un escritor no trabaja eso, me parece una negligencia.
También el primer muerto es importante, ¿no?
Se podría aplicar lo de la primera frase, pero no sé... Chandler decía que alguien saque una pistola cuando el escritor note que el lector se va a aburrir. Bueno, en esto no soy tan analítico, no estoy tan pendiente, surge cuando tiene que surgir. Depende también del ritmo: si se trata de una novela lenta o no. A veces antes de matar hay que colocar muchas piezas.
En ‘El quatuor de Matadero’ abundan las frases cortas y los tacos utilizados como adjetivos, algo poco frecuente.
En la escritura yo he pasado por varias etapas. En ‘El caso Karen’ me dio por los mazacotes, pero con el tiempo me he dado cuenta de que los textos han de respirar. ‘Matadero’ está pensado para el deleite del lector. Por eso insistí mucho en el párrafo corto, que me parece especialmente importante para las novelas negras. Simenon, por ejemplo, lo maneja muy bien. Los tacos se suelen utilizar preferentemente en los diálogos y al introducirlos en la narración se le da un toque cachondo, cercano. Era una estrategia encaminada a conseguir el colegueo, había que evitar el distanciamiento con el lector. Sin embargo, al mismo tiempo, teníamos que tener mucho cuidado, porque el abuso de los tacos puede empobrecer el texto.
Algo que también caracteriza tu escritura es el manejo del lenguaje de argot, de ambiente, en ‘Historias del Kronen’ ya se notaba.
Sí, pero con la diferencia que en Kronen eran jergas locales y en ‘Matadero’ hablan como ahora en las ciudades, que se han convertido en espacios cosmopolitas donde cabe de todo: colombiano, andaluz, refranero castizo, portuñol, sirio, inglés... Nos interesaba una atmósfera muy políglota, muy abierta. Hay muchas horas de trabajo detrás de esto y creo que es una de las mayores riquezas de la obra.