Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) es uno de los escritores más versátiles e impredecibles de la literatura hispana. Tras debutar con ‘Pudor’, su novela ‘Abril rojo’, inspirado thriller político de ambiente peruano, le proclamó ganador del Premio Alfaguara en el año 2006. Después ha publicado otros dos libros: uno de no ficción, ‘La cuarta espada’, y otro de narrativa, ‘Memorias de una dama’. En total, Roncagliolo suma ya más de 150.000 ejemplares vendidos de sus obras. Establecido en España desde hace un tiempo, el escritor peruano, parece seguir las huellas del omnipresente y paradigmático Vargas Llosa, habiendo convertido su aventura europea e hispana en el objetivo principal de su trayectoria artística.
Precisamente ahora termina de publicar su última novela, ‘Tan cerca de la vida’, una reflexión sobre la soledad, la deshumanización del hombre y la humanización de las máquinas, en la que se aprecia la transformación sufrida por su escritura desde sus inicios. “A mí me gusta cambiar todo lo posible mi estilo de un libro a otro. No sé por qué esto es algo tan raro en la literatura, cuando en otras artes no lo es. Kubrick o Picasso me atraen precisamente por eso, por sus cambios”. Con ese criterio tan variable, la narrativa de Roncagliolo nunca es monótona. “Claro, lo excitante de la literatura es que cada libro te lleve a un viaje distinto”. No obstante, los cambios no aparecen únicamente en el lenguaje más claro, más estándar, menos localista, sino también en los temas, en este último caso, quizá obligado por factores externos. “Es cierto que he tenido malas experiencias, pero no con las novelas, que han funcionado muy bien. Con el tiempo me he vuelto más aséptico y he comprendido que cuando escribes sobre temas políticos necesitas creer en ellos con fuerza, algo que a mí, en este momento, me cuesta mucho”.
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Max trabaja en el departamento de Logística de una multinacional de la informática y no parece que le resulta muy fácil integrarse en su propio entorno laboral. “Creo que todos los que hemos trabajado en empresas muy grandes, y cada vez son más grandes, hemos sentido alguna vez que las decisiones que nos afectan se toman muy lejos de nosotros. Los trabajadores son tratados como productos de las propias empresas. En este sentido, es muy curioso que la Sección de Personal se llame Recursos Humanos, como si el trabajador fuese un cable, una mesa o un ordenador más”. A pesar de todo, Max consigue, o lo intenta al menos, romper su aislamiento alquilando los servicios de una mujer. Ahí es donde entra en escena Mai, la protagonista femenina. En Japón, esto es una costumbre habitual no sólo para practicar sexo, sino simplemente como “dama de compañía”. “Yo contraté a una chica para hablar, pero fue algo absurdo porque no utilizábamos el mismo idioma. Tuvimos que recurrir a las señas y a las muecas. En la novela, Max consigue comunicarse con Mai, que es muda, a través del lenguaje del sexo”. Para trasladar al lector lo que piensan o dicen los personajes, Roncagliolo ha construido la novela en tercera y segunda personas, un recurso este último no novedoso pero sí poco usual. “Da mucho suspense que aparezca la segunda persona y uno, al leer, se pregunta qué está pasando. A la vez este recurso individualiza mucho la narración y facilita su entendimiento. Eso es lo que le ocurre a Max que encuentra a una mujer que destaca del fondo, que se muestra uniforme, igual, monótono. Busco con eso que el lector descubra a Mai y que también se enamore de ella”.
Santiago Roncagliolo partió poco después de la entrevista rumbo a otro destino. El tren, eterno impaciente, no pensaba esperarle más tiempo que al resto de viajeros. Líneas atrás quedan sus palabras, sus reflexiones, su sonrisa, irónica y burlona, su rictus de gnomo travieso y un vaso, el suyo, vacío y huérfano de Coca-cola “sin naaaaada de hielo”.