Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957) termina de publicar su última obra, ‘La sirvienta y el luchador’, editada por Tusquets, que entrelaza las historias de varios personajes, Vikingo, María Elena, Belka y Joselito, cuyas relaciones crean un submundo dentro de una atmósfera de barbarie salvaje, donde los golpes de mano, los atentados, los secuestros indiscriminados y el horror se suceden. Escrita con frase corta, que acentúa la fuerza y el dramatismo de la acción, esta novela rabiosa y cruenta narra los terribles momentos que precedieron al inicio de la guerra civil en El Salvador y junto con otros tres títulos (‘Donde no estén ustedes’, ‘Desmoronamiento’y ‘Tirana memoria’) forma parte de un ciclo más extenso, aunque según el autor hondureño “son novelas que funcionan autónomamente y cada una responde a un tiempo diferente. Están construidas a impulsos y los que en las entregas anteriores fueron personajes secundarios, en ésta son principales”.
EL ORIGEN DE ‘LA SIRVIENTA Y EL LUCHADOR’.
Los personajes de la novela no son reales sino “construcciones literarias a partir de informaciones generales. Son verosímiles y con veracidad histórica, pero no son nadie en concreto”. El Vikingo es un viejo ex luchador profesional, enfermo, que quiere demostrar a sus superiores que continúa siendo un tipo duro capaz de cumplir todas las misiones que se le encomienden. “Nunca conocí a ningún luchador como el Vikingo, aunque sí tuve noticias de algunos luchadores que ejercieron de torturadores. Este personaje surgió como una reacción mía, como un exabrupto, contra mi novela anterior, cuyo protagonista era un tipo muy correcto. Y cuando escribí su historia no sabía muy bien si me serviría para algo”.
ESTILO Y LENGUAJE
‘La sirvienta y el luchador’ no está escrita en castellano estándar. “Ni siquiera me he planteado esta cuestión, simplemente es como yo escribo. Si no se entendiera tendría problemas de interpretación, pero mi escritura no obedece a niveles de dialectización profundos. Lo que sí utilizo es una sintaxis y una cierta terminología que es castellano comprensible, pero no usual en España”. Dentro de la novela, los diálogos cumplen una misión fundamental. El escritor centroamericano los utiliza como elemento descriptivo al tiempo que para dinamizar la acción. “Es una forma de trazo en la que no hay descripción exhaustiva, porque no la permite el tipo de percepción que tienen los protagonistas. La historia se cuenta en una tercera persona, que funciona como una primera, porque responde al punto de vista de cada personaje. Con ello obligo al lector a que se introduzca en el pensamiento de cada uno de ellos, lo que me permite una mayor flexibilidad. Los diálogos no sólo mueven la acción sino que en buena medida me sirven para crear el clima, la atmósfera, el escenario”. Afrontar una historia con una temática tan dura no debe resultar fácil. “Como ya dije, primero escribí la historia de El Vikingo y me dejó mal sabor de boca. Cuando desarrollé la segunda parte, precisé de varios meses para encajar todo el mecanismo en mi cabeza. Luego la armé, dejándome llevar no por el raciocinio sino por la historia como la tenía pensada”. A pesar de todo, ‘La sirvienta y el luchador’ no es un ajuste de cuentas. “Creo que ciertos escritores siempre estamos ajustando cuentas a diferentes grados y niveles. Ahora bien, pienso que no tiene mucho sentido escribir con este fin, sobre todo si los que vivieron la historia ya murieron. En realidad, mi novela surgió como algo que había quedado doliendo en mi interior. Podríamos hablar de un ajuste de cuentas con aquella realidad que a mí me hirió, que percibí con mi sensibilidad joven y que me conmocionó”.
Herme Cerezo