Año 1929, Londres, Hércules
Poirot se encuentra en el café Pleasant. Una mujer se le acerca en el local
para decirle que está a punto de ser asesinada. Al mismo tiempo le pide que no haga
nada por evitarlo, porque con su muerte se habrá hecho justicia. Horas después,
los cadáveres de tres personas son hallados en el Bloxham, un elegante hotel
londinense. Edward Catchpool, agente de Scotland Yard, conocido de Poirot con
quien comparte pensión, es el encargado de llevar el caso. Aunque el detective
belga, según el mismo confiesa, se encuentra en año sabático para regenerar sus
células cerebrales, la materia gris, decidirá involucrarse de lleno en la
investigación. De este modo tan atractivo arranca la novela ‘Los crímenes del
monograma’, editada por Espasa, un nuevo caso de Poirot, una secuela escrita en
esta ocasión por la escritora británica Sophie Hannah (Manchester, 1971), tras
obtener el placet de los descendientes de Agatha Christie, madre literaria del hombrecillo de los bigotes puntiagudamente simétricos.
La primera sensación que uno
percibe al sostener entre sus manos un ejemplar de ‘Los crímenes del monograma’
no es literaria, es estética. La editorial ha cuidado al máximo, o eso parece,
todos los detalles de la edición, revistiéndola de un aire clásico y elegante a
través de sus tapas negras, con esquinas redondeadas, que traen a la memoria el
formato de una agenda Moleskine, la más clásica de cuantas existen (ya saben,
la usaba Picasso). Prosiguiendo por esta senda, si abrimos el ejemplar por su
mitad, como si lo colocáramos en un atril, en seguida observamos que también
nos recuerda una Biblia al estilo de la edición de Casiodoro de Reina, el texto
sagrado adoptado como oficial por los fieles evangélicos, a la que solo
faltaría, disculpen la redundancia, el llamado “papel biblia”. Con este
preámbulo sólo quiero señalar que ‘Los crímenes del monograma’ pretende ser
clásico hasta en su diseño, que es lo que merece la continuación de la obra de
la escritora más vendida del mundo.
‘Los crímenes del monograma’ de
Sophie Hannah se inscribe en esa tendencia actual de la República de las Letras
de recuperar obras o personajes que gozaron de gran éxito y predicamento en su
época y que perdieron ese halo, porque los
autores fallecieron o porque por su voluntad se truncó su carrera como seres de
ficción. Ejemplos recientes tenemos varios como Philip Marlowe, recuperado por
Benjamin Black, o James Bond, cuyas nuevas aventuras prosigue el escritor William
Boyd.
El Poirot de Sophie Hannah se
presenta tan agudo y perspicaz como el de Agatha Christie, pero un tanto subido
de tono, como un punto más engreído, excesivo a mi entender. En ese sentido y
aunque en algunos pasajes se comporte de modo autocrítico, resulta más pedante
de lo habitual, vanidoso, y adicto al buen café - por eso frecuenta el Pleasant
donde lo preparan de gran calidad -, aunque él solía ser un asiduo de las tisanas
y del chocolate caliente. Probablemente esta acentuación de los rasgos de
Poirot sea también común a otros personajes de esta historia, como el gerente
del hotel, demasiado extremado en su caracterización. Abundando en ello, Catchpool
más parece un aprendiz que un investigador y quizá por ello sufre las
invectivas del detective belga. No obstante, al final del texto, Poirot tratará
de resarcirlo, ponderando y elevando el valor
de las deducciones y aportaciones del inglés. Precisamente en el final es donde, tal
vez, chirríen un poco estos crímenes de Sophie Hannah, cuyo desenlace construye
y destruye demasiadas veces.
Aunque la acción mayoritariamente
se desarrolla en Londres, no falta una interesante, indispensable para el desarrollo
argumental, pincelada del mundo rural. La visita que Catchpool efectúa el
pueblo de Great Holling, además de cimentar la acción, le sirve a Sophie Hannah
para efectuar el retrato de la galería de personajes secundarios más relevantes
de la población: el médico, el pastor y su esposa, el tabernero, la asistenta,
los beodos… Sobre todos ellos se cierne la maldición de lo que ocurrió en esa
misma localidad en 1913, es decir, 16 años antes de que se produzcan los
crímenes del monograma. Una vez más, en las novelas policiacas de Agatha
Christie, aunque en este caso haya sido escrita por otras manos, el pasado
resulta indispensable y, sobre todo, regresa con fuerza imparable.
Un par de diferencias formales más
se aprecian en ‘Los crímenes del monograma’ con respecto a las novelas de
Agatha Christie. En primer lugar, la ausencia de ese acostumbrado Dramatis personae, antiguamente llamado
Guía del Lector, que incluía la Editorial Molino en las ediciones que publicó
en nuestro país a partir de la década de los setenta, cuando parecía que
consumir novela policiaca estaba mal
mirado porque era lectura intrascendente. La segunda diferencia radica en la
extensión de la novela. Tradicionalmente las obras de Christie se han movido
entre las doscientas veinte-doscientas ochenta páginas, mientras que la novela
de Sophie Hannah se acerca a las cuatrocientas, en buena parte debido a las
repetidas soluciones del caso ya aludidas, algo que por otra parte no resulta
novedoso, ya que la escritora inglesa ya utilizó en algunas ocasiones este
mismo recurso, aunque con menor intensidad. Por cierto, el final se desarrolla
de la manera más ortodoxa, incluyendo la escena final del sabio belga, rodeado por los presuntos autores con
los que conjuntamente despeja la maraña del problema.
De modo global, tras leer ‘Los
crímenes del monograma’ pienso que esta “resurrección de Poirot” resulta
positiva y que nos puede proporcionar el disfrute de nuevos enigmas policiales,
protagonizados por el sabihondo Hércules y su bigote engominado.
‘Los crímenes del monograma’ de
Sophie Hannah. Ed. Espasa. Año 2014. 368 páginas, tapa blanca. Precio: 18,50 euros.
Calificación: 2