El tabaco y los cómics
Con el sombrero calado hasta las cejas y el cigarrillo estrujado entre los labios, Luca Torelli, más conocido por Torpedo, se enfrenta a la ventanilla del banco. En lugar de la pistola lleva un fajo de billetes en la mano. Torpedo no piensa atracar. Hoy se dispone a ingresar, cosa insólita donde las haya. Una sonrisa de alivio recorre el rostro del cajero. El humo del cigarrillo, ajeno a la balacera que, silenciosa, se aproxima, asciende hasta el techo de la sucursal bancaria. El cigarrillo también es ajeno a la que se le avecina en los próximos meses, porque parece ser que la Ley antitabaco, que prohibirá fumar en los espacios públicos cerrados en España, entrará en vigor a principios del año 2011 o, incluso, antes. Curiosamente, los establecimientos donde el tabaco se expende actualmente, léase bares, restaurantes, estancos y algún otro lugar, podrán seguir vendiéndolo, pero no permitirán el consumo en sus instalaciones. ¡Vaya por Dios! Pero volvamos al comienzo, porque el objeto de este artículo no es reivindicar o condenar el tabaco y su uso y disfrute o padecimiento, sino constatar su presencia en el universo del cómic.
Prácticamente desde que comencé a leer tebeos, he considerado algo normal la aparición de cigarrillos, pipas o habanos en sus viñetas. Los personajes, a fin de cuentas, no son más que representaciones, muchas veces caricaturizadas, de ciertos seres humanos. Y los seres humanos fuman unos si y otros no, como pican los pimientos de Padrón. La primera aparición en la revista Pulgarcito de Filemón, la criatura dibujada y creada por el barcelonés Ibáñez, nos lo muestra con un extraño sombrero y una pipa colgada de sus labios, a lo Sherlock Holmes, mientras unas nubes, algodonosas y menudas, pululan alrededor de su rostro. La pipa acentúa en Filemón los instantes en los que cavila, intensificando la gravedad de sus pensamientos y deducciones y añadiéndoles un plus de intelectualidad, facultad esta, por supuesto, heredada de la criatura de Conan Doyle. Mucho después, Filemón, como consecuencia de su evolución y no de prohibición alguna, abandonaría la pipa. Continuando entre la extensísima galería de personajes de Bruguera, había más fumadores. Por ejemplo, el hambriento Carpanta, creo recordar, anhelaba como remate de una opípara comida lo que podríamos llamar el triángulo mágico: café, copa y puro. Lo cierto es que en pocas ocasiones le vemos fumar, pero en sus historietas el tabaco tiene una consideración especial, como el no va más de la felicidad de un mendigo como era el amigo de Protasio. Otro ejemplo, éste con mayor pecado, lo constituye el Doctor Cataplasma, ya que el galeno de Schmidt fumaba puros y en pipa y en más de una ocasión en plena consulta. Más refinado resulta el señorito de Pascual, criado leal, creado por el dibujante Nadal, ya que habitualmente consume cigarrillos sujetos con boquilla larga y refinada, otorgando un aspecto snob a su semblante, que remata con la presencia de un monóculo opaco (nunca vemos a través suyo el ojo del señorito). Quien también utiliza pipa como método para quemar tabaco es Sir Tim O’Theo, el genial aristócrata inglés, aprendiz de aficionado a detective, que habita la mansión de Las Chimeneas de la localidad campestre de Bellotha Village, todo un prototipo de serie british tanto en el fondo como en la forma (como señala Antoni Guiral en el prólogo de Clásicos del Humor dedicado al personaje dibujado por Raf y guionizado por Andreu Martín).
Si en un requiebro rápido nos desplazamos hacia la escuela belga, observamos que el capitán Haddock, el íntimo amigo de Tintín, gasta también la pipa, lo que ocurre es que el marino retirado al tabaco le añade un componente no menos explosivo: el whisky, su auténtico talón de Aquiles, porque lo cierto es que nos hallamos ante una esponja que, además de beber, fuma. De hecho su antiguo contramaestre, Allan, le llama viejo borracho. En sentido contrario, el periodista belga del mechón rubio, que da nombre a sus aventuras, no fuma. Claro que Tintín no fuma, no bebe y tampoco va con mujeres. Surgidos del mismísimo E. P. Jacobs, antiguo colaborado de Hergé, Blake y Mortimer fuman en pipa, como el capitán, Sir Tim, el Doctor Cataplasma y Filemón en sus comienzos. Blake y Mortimer son socios de un club reservado y distinguido, en el que leen el periódico, algún libro, platican y, en ocasiones, cenan y, sobre todo, fuman. En esto, la serie no hace sino recoger una tradición británica que escritores clásicos, por ejemplo, Stevenson, describen en sus novelas cuando hablan de clubes de acceso reservado para fumadores o simples centros de reunión de cierto tipo de ciudadanos ingleses. Volviendo a Mortimer, precisamente en el álbum ‘El caso Blake’ una pipa es la causante del descubrimiento del científico aventurero cuando intentaba ocultarse de una persecución policial. Un último vistazo a la escuela belga de la línea clara permite observar las aventuras de Gil Pupila, cuyas historietas son poco menos que el imperio del cigarrillo, ya que en sus viñetas buenos y malos los consumen constantemente. Libélula, el ayudante de Pupila, que incluso dibuja buñuelos de humo en algún momento intrascendente, y el inspector Corrusco siempre llevan la colilla suspendida de la comisura de los labios.
Hurgando un poco más en el cómic policial y pasando al otro lado del Atlántico, nos tropezamos con que el comisario Dolan de Central City, jefe de Spirit, nacido de la inigualable pluma de Eisner, también fuma en pipa. Sin duda el género policial es el más adicto a las escenas de tabaco. Si no, que se lo pregunten al Agente Secreto X-9, obra del guionista Dashiell Hammet y del dibujante Alex Raymond, que gasta pitillos con elegancia, método y pausa, ataviado con chaqueta de cuadros, correcta camisa y pañuelo que asoma por el bolsillo superior de su americana. También le pueden preguntar qué opina del tabaco a Alack Sinner, de los argentinos Muñoz y Sampayo, un detective que medita y habla con el cigarrillo pegado al labio superior y que puede expulsar el humo, en claro alarde exhibicionista, por nariz y boca a la vez. Parece claro que, al igual que ocurre en el cine de blanco y negro, donde Bogart y Mitchum fueron los reyes del fumeteo, el humo y el arte de encender el cigarrillo constituyeron recursos estéticos de primer orden, en los que se recrearon los mejores directores del género y en el cómic también los dibujantes. Los primeros planos de los rostros de ambos actores, con gesto escéptico y fondo oscuro, sobre los que revoloteaban las volutas de humo, no tienen precio.
En el ambiente bélico también fuman los protagonistas de algunas series. El tabaco siempre fue una importante fuente de distracción para los soldados, que ignoraban si vivirían o no los próximos momentos de su existencia. El famoso sargento Gorila, que hizo nuestras delicias en los años sesenta, no sabía vivir sin fumar y podemos verle disparando o repartiendo mamporros con el cigarrillo encendido. En uno de los episodios incluso llegó a lanzarse en paracaídas colilla en ristre (sin apagar, claro).
El humo, o mejor la atmósfera que es capaz de crear, también es un elemento dispensable en el Far-West americano, repleto de saloones de puertas batientes, donde se ejerce la prostitución, se descartan naipes, se bebe whisky y se dispara a muerte por pocos motivos. El teniente Mike S. Blueberry no podía faltar a la cita, así que a menudo lo vemos fumando unos puros, finos y alargados, que le ayudan a conformar su paisaje facial, tanto en momentos de descanso como en plena galopada. Igual le ocurre a ese extraño justiciero o fuera de ley, que ahora van a llevar, si no lo han hecho ya, a la gran pantalla, que es Jonah Hex (precisamente en la portada de uno de sus recopilatorios, el pistolero está prendiendo lumbre a uno de sus cigarros mientras un grupo de piel rojas se aprestan a atacarle por la retaguardia).
Y cierro este repaso, somero por cierto, con el marino del pendiente. Me refiero a Corto Maltés. El tabaco en la vida del aventurero creado por Hugo Pratt es un elemento indispensable, que proporciona al lector las grandes parrafadas de la serie. Igual que su figura alargada, vertical y levitada, y su gorra, ¿qué sería de Corto Maltés sin sus cigarrillos? Esta cuestión, por extensión, la hago llegar al resto de personajes. ¿Qué hubiera sido de ellos sin el tabaco? ¿Sus episodios hubieran derivado por los mismos derroteros o alguno habría tenido un final distinto? Y ¿qué ocurrirá con los personajes que todavía siguen en nómina, entreteniendo al personal con sus aventuras? ¿Les afectará la prohibición? ¿Se convertirán en seres marginales como ya se han convertido sus homónimos de carne y hueso que todavía fuman? ¿Se transformarán en viciosos irreductibles que fumarán a escondidas? ¿Explotarán locales prohibidos, donde el humo campe a sus anchas?
Las respuestas a estas preguntas sólo nos las dará el tiempo y la imaginación de sus autores. De momento, confórmense con esta breve semblanza, en la que son todos los que están pero, seguramente, no estarán todos los que son.