
La vida de Sandra Mozarovsky se presenta
en ‘El asesino tímido’ como una trama policial irresoluble, un caso oscuro. A
los dieciocho años la actriz nacida en Tánger, hija de padre ruso y madre
española, ya llevaba a cuestas un buen puñado de películas de las catalogadas
como de destape, algo que la desmoralizaba porque siempre le asignaban este
tipo de papeles. Corrían los años en los que los españoles peregrinaban a Francia,
pero no a Lourdes sino a Perpignan, para ver películas eróticas. En su intento por
reconstruir la trayectoria de la artista, Usón recurrirá a revistas de la época
(Diez Minutos, Pronto y alguna más),
a búsquedas por Internet y al visionado de sus películas Con todo ello tratará
de responder, o no, las preguntas que ella misma se va formulando a medida que
avanza en su labor de desbroce. La muerte de Mozarovski, acaecida en Madrid,
anduvo rodeada de incertidumbre y misterio, ya que en plena madrugada cayó a la
calle desde un balcón, mientras regaba las plantas. Esto es lo que dice la
versión oficial, de la que Clara Usón recela con fundamento y se pregunta si se
deslizó ella sola al vacío o si la ayudaron a ello.
Las reflexiones sobre Mozarovsky
le llevarán a interesarse por el problema del suicidio, porque otra de las
hipótesis que se manejaron para explicar la muerte de la actriz fue ésa. Para
ello utilizará, en primer lugar, el caso de un par de amantes italianos, que
decidieron poner punto final de modo conjunto a sus vidas en aquellas mismas
fechas, y sobre todo las reflexiones que algunos escritores han dejado escritas,
negro sobre blanco, acerca de este tema, escabroso donde los haya. Y cabría
quedarse con dos de ellas. Una de Camus, «No hay sino un problema filosófico
realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale la pena o no de ser
vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía»; y otra
de Cesare Pavese: «Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de
sadismo». Precisamente de este segundo pensamiento procede el título de la
novela, ‘El asesino tímido’.
La exploración de la vida de
Sandra Mozarovski y las reflexiones de Camus, Pavese y algún otro escritor más,
como Wittgenstein, conducen al que sin duda es el gran asunto de la novela: la
relación entre Clara Usón y su madre, a la que reconoce sus méritos en estas
páginas. Escritos en primera persona como toda la novela, los fragmentos en los
que recoge el ambiente familiar y su relación con ella son los más emotivos, no
lastimeros, no lacrimógenos, sin duda. Sus
tropiezos con su hermana mayor Blanca, sus desencuentros con su padre y sobre
todo con su madre, destinada inevitablemente a cuidar y educar a sus hijos
mientras el marido se ocupaba de traer el dinero a casa, «una mujer práctica y
poco sentimental», pero que en los
momentos de zozobra, los más críticos de la existencia de Clara, fue quien tiraría
del carro para sacarla adelante. Sin ella, la vida actual de la escritora no sería
la misma y de ello deja constancia en las últimas páginas de la novela.
Termino con una reflexión que me
parece importante. En un momento dado del texto, Clara Usón se declara
contraria a la llamada Unidad de la novela. Sin embargo, los continuos saltos que
da en su narración (pasa de Sandra a su madre, de su madre a Wittgenstein) sin
más explicaciones ni preámbulos, le crean una mala conciencia y trata de
convencerse de que el juego literario que lleva entre manos observa unas ciertas
reglas y obedece a una lógica determinada. Precisamente es en esos saltos, en
esa pretendida falta de Unidad que, al contrario de lo que ella cree la
enriquece, cuando el lector se da cuenta de que cada pieza está donde debe y ha
jugado el papel que le habían asignado. En ese juego, en ese «desorden» reside el
gran mérito, el gran valor, el gran encanto de ‘El asesino tímido’.
‘El asesino tímido’ de Clara Usón. Editorial Seix Barral.
2018. Tapa blanda. 231 páginas. Precio: 17,10 euros.