«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 11 de abril de 2019

Juan Manuel de Prada: «He escrito una novela de intriga, con presupuestos estéticos argumentales muy distintos del thriller»


Nº 568.- Finales de marzo. València. Un martes por la tarde. La primera vez que entrevisté a Juan Manuel de Prada fue en la cafetería del Hotel Astoria, ahora presa de reparaciones y reformas. Fue una charla interesante, donde resultó inevitable hablar, aunque sólo fuera de pasada, de la primera novela suya que leí: ‘Las máscaras del héroe’, un auténtico «obrón». Recuerdo que Juan Manuel depositó la grabadora sobre la meseta de su abdomen para soslayar, en lo posible, el barullo de voces, o algarabía, que había en el local. Tres años después, se repitió la entrevista, esta vez en un bareto miserioso, perdido entre el dédalo de calles del centro de València, poco apropiado no el dédalo, sino el bareto miserioso, para hablar de Santa Teresa. El lugar previsto en principio, un garito de más caché, incomprensiblemente cerraba aquella tarde. Así que hubo que improvisar. La tercera vez ocurrió tan sólo un año más tarde. Hablamos en un lugar agradable, muy próximo a la estatua del rey Jaume I. Sin embargo, nos ubicaron en una esquina mínima, y dos tipos de nuestras respectivas envergaduras hubimos de constreñirlas al espacio disponible para conversar. A la cuarta, por fin, sentados en torno a una mesa redonda, en el Hotel Vincci Lys, pudimos desenvolvernos un poco más a nuestras anchas. El motivo de esta cita fue la promoción en València de su reciente novela, ‘Lucía en la noche’, editada por Espasa, en la que nos habla de Alejandro Ballesteros, un escritor cuya decadencia y falta de inspiración le han llevado a renegar tanto de sí mismo como del mundo que le rodea. Cuando una noche de humo y alcohol, conoce a Lucía, siente que la vida con todos sus misterios, ilusiones y desengaños, vuelve a valer la pena. Pero, ¿quién es esta mujer? Después de un año de relación, Lucía desaparece y, a partir de este instante, se desencadena una búsqueda febril, salpicada de revelaciones inesperadas sobre la muchacha.  
Juan Manuel, otra vez en València y con nueva novela debajo del brazo, ¿cómo surgió la idea para escribirla?
Surgió porque llegué a conocer la historia, acaecida en un lejano país, de una persona que pasó por las mismas vicisitudes que soporta Lucía, la protagonista femenina de la novela, que vive oculta y en circunstancias muy duras. Esta situación me impresionó mucho, fui madurando la idea y, finalmente, decidí narrarla aunque en otro contexto.



‘Mirlo blanco, cisne negro’, tu anterior novela, y ‘Lucía en la noche’, comparten protagonista, Alejandro Ballesteros, la relación entre ambas es evidente, ¿no?
Bueno, hasta cierto punto… Por los personajes, sí, pero aquella es una novela más confesional y esta es más imaginativa, digámoslo así. Son novelas que tienen intenciones muy distintas.
¿Podemos pensar  que Ballesteros es tu trasunto literario?
Ballesteros no tiene mucho que ver conmigo. Sí, hay una experiencia compartida, e igual que él yo soy un escritor que triunfó muy joven y sufrió un bache, pero sus rasgos no son los míos y la peripecia que vive tampoco. A los treinta y tantos años, Alejandro experimentará un bajón creativo y abandonará la literatura para entregarse a una vida más disipada. Luego se redimirá a través del amor, recuperando su vocación escritora.
¿Te interesa jugar con la ambigüedad que proporciona el hecho de que la gente pueda pensar que tú y él sois la misma persona?
No, no, no, para nada, lo que me guía al escribir esta novela es otra cosa. A medida que me hago viejo, percibo la necesidad de implicarme en las historias que cuento, en que lo que escribo tenga que ver conmigo y con lo que yo he sentido y siento.
Apenas comenzada ‘Lucía de noche’, ya aparece una referencia cinematográfica: ‘Vértigo’, la película de Alfred Hitchcock. El año pasado publicaste ‘Los tesoros de la cripta’, un libro sobre cine, ¿qué significa el séptimo arte para ti?
Soy muy cinéfilo. El cine es una pasión, algo que en algún momento de mi vida he vivido con una gran intensidad. De hecho, en mi adolescencia hubo momentos en los que no tenía claro si quería ser escritor o director de cine. He escrito bastante sobre este asunto y es raro el día en que no veo una película. El cine, especialmente el clásico, forma parte de mi mirada sobre el mundo y de mi formación estética, es una referencia natural para mí.  
Por lo tanto, en tu referencia a ‘Vértigo’ se esconde un homenaje.
Sí, sin duda, ‘Lucia en la noche’ es una novela de intriga que tiene mucho que ver con ‘Vértigo´, también con otras películas de Hitchcock y con ‘Ciudadano Kane’, donde un personaje entrevista a varias personas, que proporcionan distintas imágenes de Kane. Aquí ocurre lo mismo, porque  Alejandro va recibiendo perspectivas diversas de Lucía.
En algún lugar te he oído decir que ‘Lucía en la noche’ es una novela de misterio, no un thriller, ¿qué diferencias encuentras tú entre un género y otro?
Detesto los anglicismos innecesarios y el thriller está asociado a un género un poco conspiranoico, muy en boga actualmente, donde las conspiraciones informáticas, militares y políticas gozan de mucha presencia. Esta novela, aunque al final tiene connotaciones políticas, trata del misterio de una mujer, que es lo que me gusta. Por eso me atrae tanto Hitchcock. No me interesan los ropajes del thriller contemporáneo, ni los asesinatos rituales o en serie. He escrito una novela de intriga, pero con presupuestos estéticos argumentales muy distintos.
Sigamos un momento con Hitchcock, ¿en tu papel de escritor te sientes un poco como el protagonista de ‘La ventana indiscreta’, que lo ve todo a través del cristal?
No, no, me identifico más con el James Stewart de ‘Vértigo’. Digamos que yo necesito coger a la mujer amada, no me conformo con mirar. Desde este punto de vista, se trata de una novela muy carnal, en el sentido de que la atracción que siente Alejandro nace del vínculo que ha establecido con Lucía, una mujer a la que creía de una manera y que resulta de otra. Esta circunstancia le sumirá en el dolor y él tratará de salvar la relación amorosa que hubo entre los dos y que cree auténtica.
También se repiten otras constantes ya aparecidas en otras novelas tuyas.
Claro, uno no puede renunciar a su mundo. Siempre me ha interesado la frontera entre el héroe y el villano, las zonas de penumbra, en las que no somos capaces de calificar nuestras conductas y comportamientos, la dificultad de los dilemas morales… Son temas que están presentes en mis anteriores novelas, y en esta también, simplemente por una cuestión de lealtad personal. Mis obsesiones siempre acaban emergiendo.
Durante cinco años atravesaste una mala época. Es justo en esos momentos de zozobra, dicen, cuando un escritor saca a relucir lo mejor de sí mismo. En tu caso, ¿hasta qué punto la presencia de una mujer, de un nuevo amor, ha obrado el mismo efecto que esos malos tragos en otros escritores?
Cuando uno sufre siempre puede sacar lo más puro de su escritura, pero cuando dejé de escribir no fue a causa de ese sufrimiento, sino porque me había quedado calcinado, roto. No tenía nada que contar realmente, había dejado de ser escritor porque para mí escribir se había convertido en un suplicio, era incapaz de hacerlo. Luego el amor me recompuso y, después de mucho tiempo de pensar que estaba acabado para muchas cosas, el hecho de descubrir que volvía a importarle a alguien y que este alguien se interesaba por mí, me devolvió la vibración perdida. Hay que tener en cuenta que mi vida fue siempre muy intensa. Con veinticuatro años publiqué mi primer libro con éxito, y a los veintiséis, apenas nueve meses después de concluir mi carrera, gané el Planeta. Desde ese momento me convertí en una persona muy querida, sobornada, adulada, me requerían para ser llevado de un lado a otro, para ofrecerme cosas que no pude rechazar. Por un lado, eso estaba bien porque haces caja, pero por otro te quema. Abandonas el hábitat de paz, tu vida interior, tu capacidad de introspección, que un escritor siempre necesita, y una cierta soledad controlada. Te ves sometido a un ajetreo constante que te fulmina como escritor. Si a todo eso, le añadimos otras circunstancias personales tenemos una bomba.
Como Alejandro Ballesteros, tú has tenido la oportunidad de conocer la cara B de la literatura.
Sí, digamos que tengo una experiencia ya muy dilatada. Son ya muchos años de dedicación a este oficio. Con la literatura lo he pasado muy bien y también muy mal. Aunque aún me falta por vivir muchas cosas, creo que en lo relativo  a mi vocación ya lo he vivido casi todo. Ojalá no lo viva nunca, pero me falta pasar por ese momento en que has perdido la chispa y escribes por oficio, sin  entusiasmo. Lo he visto en otros escritores que he conocido. He sentido el fervor del escritor juvenil inédito, que escribe sin esperar nada a cambio; he conocido el rechazo de las editoriales, el éxito fulgurante, la etapa de autodestrucción, el amor al oficio cuando ya no tienes delirios de grandeza y te acercas a la literatura con modestia de artesano; he visto a compañeros de generación quedarse por el camino; he comprobado el deterioro de la profesión; he comprobado que antes se publicaba a escritores literarios y ahora a «youtubers», en fin, todo ha cambiado mucho. Sin ser un anciano, sí soy muy veterano y he pasado por todo.
Al igual que ‘Mirlo blanco, cisne negro’, ‘Lucía de noche’ está escrita en primera persona, ¿por qué escogiste esta voz narrativa?
Bueno, aquí yo necesitaba utilizar un personaje muy implicado en la historia, alguien que se encargase de llevar de la mano al lector y que lo acompañase. Ambos debían vivir los misterios, descubrimientos y engaños al mismo tiempo.
De nuevo en esta novela se demuestra tu maestría en el manejo del lenguaje, en la elección de las palabras.
Ahora soy muy poco permeable a los halagos y a los vituperios. Tengo muchas conchas ya. Para unos seré bueno y para otros malos, los gustos son muy variados. A estas alturas, lo que cuela menos son las descalificaciones por haber tomado determinadas opciones vitales o por tener una determinada visión del mundo. Cuando triunfé como escritor joven también sufrí ese tipo de comentarios, pero ahora llevo publicados más de veinte libros, he trabajado mucho y creo que cada vez más gente ha de reconocer que soy un escritor. El esfuerzo y la dedicación no me las pueden discutir.
De tus palabras, de esas conchas a las que aludes, parece deducirse que con tu extensa trayectoria ahora escribes lo que realmente te apetece.
Sí, escribo lo que me apetece, lo que me interpela en cada momento. La verdad es que siempre lo he hecho, pero con los años vas adquiriendo ese oficio que te induce a ir por caminos trillados, a repetir fórmulas y has de ser capaz de resistir esas tentaciones. ‘Lucía en la noche’ se interpuso sobre otra novela en la que estaba trabajando. La historia me resultó tan perturbadora que no me pude resistir.
Acabamos por hoy. En días pasados, en una entrevista de ‘El Confidencial’, te preguntaron sobre la decadencia de la novela, a lo que respondiste que «A la novela le pasa como al Dios de los cristianos, que aunque esté muerto sabe cómo salir de la tumba». ¿Por qué se cuestiona continuamente la vitalidad de un género que renueva sus modelos y goza de una más que aceptable salud?
Claro, es absurdo, la novela puede morir tal y como la concebimos hoy, pero la fabulación, el crear historias que no han ocurrido, aunque estén basadas en hechos reales, aunque sean como La Ilíada y La Odisea, que son novelas en verso, no va a morir nunca. Lo que desconocemos es cómo serán las novelas en el día de mañana, tal vez discurran por cauces impensables en estos momentos. Llegará un momento en que la novela, como la escribimos hoy, quede obsoleta, pero surgirá un Cervantes y la convertirá en otra cosa para que siga existiendo. Pero es verdad que hay una obsesión, que me resulta lastimosa, porque la novela es una invitación a vivir otras vidas, algo que es una necesidad humana: el hombre primitivo ya se reunía para contar historias en torno al fuego, eran novelas orales. La verdad es que no entiendo esa obsesión por matar a la novela, es como si hubiera un interés por eliminar al ser humano. Se olvidan de que la novela nos gusta porque los personajes se convierten en arquetipos para nosotros. 

Herme Cerezo