Jesús Carrasco (C) Ivan Giménez – Seix Barral |
Jesús, en cinco años has escrito tres novelas. Has descartado dos y te has quedado con una. ¿Qué tiene de particular 'Llévame a casa' para haber sido la escogida y ser publicada?
Bueno, no es exactamente así. No es que tuviera tres
novelas encima de una mesa y decidiera sobre una. Lo que ocurrió es que acabé
las dos primeras y me di cuenta de que no estaban para ser publicadas. Había
que introducirles bastantes modificaciones y, en aquel momento, era una tarea
que no me sentía con fuerzas para acometer. Y en algún punto me resultó más
fácil comenzar un nuevo proyecto, partir de cero, antes que desarmar y volver a
armar lo que ya tenía escrito. En cuanto comencé, me di cuenta de que aquello
iba a funcionar bien. De hecho, su escritura surgió muy fluida, muy fácil, y en
poco tiempo lo tuve listo.
¿Hubo alguna imagen o alguna frase que incentivara su
escritura?
No, no las hubo. Lo que sí había fueron quince o
veinte páginas que encontré de un texto iniciado unos años atrás. Faltaban
doscientas ochenta páginas más, pero las vi enseguida y me animé a escribirlas.
Comencé con el personaje de Juan dándole vueltas a su rollo y, cuando me di
cuenta, llevaba poco más de un mes escribiendo y estaba casi terminando. Fue
una cosa muy eléctrica, casi no tuve ni que tomar decisiones. Me senté a
escribir y apareció la novela.
Además del ámbito rural, que es evidente, ¿qué otros
elementos comparten ‘Llévame a casa’, ‘Intemperie y ‘La tierra que pisamos’?
Aparte
de que soy el autor…
Por
descontado…
… Está también presente en las tres novelas el hecho
de que yo le concedo la máxima importancia a la textura de la prosa, una prosa
más o menos específica, pero siempre lo más cuidada posible. Hay otro punto en
común, como me comentaron el otro día, que es la presencia en mis novelas de
alguien que busca un lugar, una casa… Una persona desprotegida que busca
protección. No me había dado cuenta, pero mis tres novelas hablan de seres
aislados que necesitan de refugio y salen al mundo para buscarlo. Y la
peripecia de la novela está precisamente ahí, en esa búsqueda.
Cuando uno lee ‘Llévame a casa’ tiene la impresión de
que en sus páginas no pasa nada. Sin embargo, si se detiene a reflexionar un
poco, descubre que sí que pasa y que lo que pasa es, nada menos, que la vida.
Sí, ese es un poco el espíritu de ‘Llévame a casa’. Es
una novela doméstica y cotidiana y en este ámbito, habitualmente, no sucede
nada. Todo lo que se recuerda como memorable o heroico siempre es un viaje, una
peripecia fuera de tu rutina y yo quería llevarme la novela a un lugar muy
cotidiano, una casa donde supuestamente no sucede nada, donde pasan el tiempo y
los años. Sin embargo, bien mirado, dentro de la casa ocurren las cosas más
importantes de la vida, sobre todo en lo que tiene que ver con la formación
emocional de las personas y en cómo resolvemos el plano de la vida. Después,
uno ya se foguea con los amigos, las parejas y el resto del mundo, pero la
formación básica pienso que ocurre en la casa. Y en la novela suceden montones
de pequeños movimientos, heroicidades y saltos, que no son nada y lo son todo a
la vez. Eso es lo que constituye el centro, la sustancia de esta novela.
Convertir esos pequeños movimientos a los que aludes,
por ejemplo, acudir al dentista o visitar una oficina de la Seguridad Social, en
momentos literariamente importantes, debe ser un reto complicado, ¿es así?
Sí, me recuerda una frase de Baudelaire, creo, que
decía que la tarea del héroe consistía en buscar en las profundidades de lo
desconocido. Yo siempre he tenido muy presente esa cita, pero invertida, es
decir, me parecía mucho más difícil profundizar en lo conocido, en lo que vivimos
cada día. Como escritor hallar literatura, peripecia, profundidad, emoción, expresión,
desarrollo y aprendizaje en una visita al médico, me resulta más estimulante,
que hacer eso mismo a través de una gran epopeya, en la que lo exterior ya te
da la pauta para demostrar la evolución del personaje.
Tú procedes del secano y te marchaste a la húmeda
Escocia durante un tiempo. A Juan Álvarez, el protagonista de ‘Llévame a casa’,
le ocurre igual y parece lógico pensar que sea así, porque Escocia representaba
todo lo contrario de lo que veía en su entorno.
Esa es otra cosa que está presente, al menos, en
‘Intemperie’ y también en esta novela: la ausencia del agua. En este caso, Juan
relaciona su vida futura con las coordenadas de lo húmedo, de los árboles, de
la fragancia y de la fertilidad de la tierra y lo contrapone, de una manera muy
intencionada, con el mundo del que proviene y que asocia a la esterilidad, a la
parálisis del secano, un territorio donde todo está aletargado. Esa es la línea
que traza el personaje, pero claro, en la novela todo tiene ida y vuelta y
constituye el eje para escapar de su territorio, pero también para regresar.
La acción se desarrolla preferentemente en Cruces, un
pueblo imaginario de la provincia de Toledo, ¿guarda similitudes con Olivenza,
tu pueblo natal?
No, tiene más que ver con Torrijos y su comarca,
lugares en los que me crie. Yo me fui de Olivenza con cuatro años, es decir,
muy pequeño, y los recuerdos que guardo de allí son fuertes gracias a los lazos
familiares, pero su presencia la conservo más lejana y se hunde un poco en la
noche de los tiempos. Sin duda, mi repertorio de imágenes se encuentra en Toledo
y en Torrijos.
A la ciudad de Edimburgo la citas bastante, pero la
describes poco. Sin embargo, el lector sabe de qué estás hablando en todo
momento.
He tenido que hacer una labor de contención, porque
Edimburgo es una ciudad que amo mucho y en los primeros borradores estaba muy
presente, tanto que se me iba por ahí la novela. Ponía demasiado el acento en
ella cuando en realidad las cosas importantes sucedían en Torrijos. Así que tuve
que recortar y dejar unos elementos básicos, un esbozo nada más, para que
aquellas personas, que no conocen Escocia, puedan entender qué es lo que siente
el protagonista y comprendan porqué vive atraído por esa ciudad. Creo que Edimburgo y yo tenemos un libro
pendiente.
La muerte de su padre trunca la vida de Juan Álvarez.
Se ve obligado a regresar de Escocia y comprueba que, en su casa, las cosas
permanecen como siempre, en el mismo sitio, todo igual, pero con más polvo. Has
convertido el polvo en la unidad de medida del tiempo transcurrido.
Si hubiera pensado qué define el tiempo a lo mejor no
se me habría ocurrido esta imagen, pero lo cierto es que me encontré con una
serie de reflexiones sobre el polvo, que me ha gustado mucho escribir. Simplemente
me he dedicado a observar algo que tenía olvidado, algo que las personas
conocemos bien, porque en todos los lugares hay polvo, tanto en las casas de
los ricos como en las de los pobres. Quería que el polvo reflejase el paso del
tiempo, la presencia y la ausencia de la madre y también la distancia que
separa a los personajes entre sí, por ejemplo, a Juan y su padre.
La actitud de Juan Álvarez, tras su huida a Edimburgo,
ha construido en mi mente la imagen de un barco acorazado, al que, sin embargo,
la vida, inclemente, a través de su vuelta a Torrijos torpedea sin pausa hasta
perforarlo por completo.
Claro, es que en España justamente está todo lo que le
llevó a escapar, su vínculo escondido. A su regreso, Fermín, el amigo de
siempre, le dirá cosas que Juan no escucharía en Edimburgo, porque allí nadie
le conoce. Él ha inaugurado una nueva vida en un lugar que para él es
maravilloso y donde no hay problemas. Pero en Torrijos la gente que
verdaderamente le quiere, le hará sufrir. Y son cosas que le dolerán, pero que al
mismo tiempo harán que crezca. Esa experiencia la tenemos todos, porque a base
de elogios uno no crece, cría un ego enorme, pero nada más.
Asistimos a un abrazo muy emotivo de la enfermera de
cardiología con la madre de Juan Álvarez. Desde ese momento, el protagonista
aprende a amarla gracias a la actitud que ve en los demás hacia ella.
Sin duda, la figura de Guadalupe, la enfermera, es
clave en la novela. Al principio, no le concedí tanta importancia como se ha
revelado después en la interpretación que los lectores han hecho del libro. Es
un punto de inflexión para el protagonista, porque ahí Juan descubre que no
conoce a su madre, que es una persona que ha ido labrándose una serie de
afectos, que él pensaba que solo podía encontrar en su familia y con sus hijos.
De alguna manera eso hace que Juan cambie y encarrila la novela hacia el
desenlace.
Al cardiólogo y también a los médicos en general, lo
defines en la novela como «un sacerdote,
el intérprete de un arcano, en todo caso, un ser venerable, sagrado». ¿Hoy en
día continúa vigente esa visión de los médicos, especialmente entre personas
mayores?
Creo que, cuando las cosas vienen duras, cuando
verdaderamente te las ves tiesas con una enfermedad, sigue siendo igual, y al
tratar con un cirujano le dices «en sus manos estoy, confío plenamente en usted».
Sin embargo, en la parte de la atención primaria tal vez les hemos perdido el
respeto a los médicos y pensamos que, con teclear en Google los síntomas que
padecemos, enseguida vamos a encontrar la respuesta. Y es un error. La
profesión del médico requiere del contacto con el paciente, que vea como habla
el enfermo, como respira, qué siente… Nuestros padres los veneraban y más en
los pueblos, donde había como una estratificación social por categorías,
definida por el alcalde, el cura, el sargento de la Guardia Civil y el médico,
figuras arquetípicas que representaban el conocimiento y la autoridad. Ahora
eso no es exactamente así, pero en general creo que seguimos confiando en los
médicos, porque nos va la vida en ello y más ahora, con la pandemia.
(C) Ivan Giménez – Seix Barral |
Es una buena pregunta y no quiero trivializar la
respuesta, pero creo que tiene que ver con nuestras coordenadas geográficas, situadas
al Sur, y con nuestra forma de existir, mediterránea, donde parece que la vida
se impone como algo torrencial y todo lo que no sea vida va al saco desechable.
En el Norte tienen otra concepción del tránsito de la vida a la muerte. Ellos
no pasan tanto tiempo en la calle practicando nuestra vitalidad y quizá ese momento
lo tienen más naturalizado. Los enterramientos que cito en la novela partieron
de la política de la reina Victoria, que, cuando los cementerios parroquiales
se saturaron, construyó cementerios en el interior de las ciudades. Habilitó
una serie de espacios con la idea de que fueran parques, donde la gente pudiera
ir a ver a sus fallecidos y, al mismo tiempo, pasear por un lugar tranquilo e
incluso hermoso. Nosotros, tal vez por nuestra tradición judeocristiana, eso no
lo hemos hecho y, por lo menos en los pueblos, los cementerios siempre están
aislados y se ven las tapias con los cipreses. Sin duda eso se debe a que la
visión de los muertos nos incomoda más a los del Sur que a los del Norte.
Los padres guían a los hijos hacia la vida; los hijos
guían a sus padres en el camino hacia la muerte.
En un mundo completamente ideal sería así, pero luego
cada uno ve la relación que tiene con su familia y las posibilidades que
existen son infinitas. Hay personas a las que se les quitan las ganas de
atender a sus padres, a causa de la existencia que han llevado con ellos y no
hay una santificación de la vejez en ningún caso. Al menos, en la vida que me
ha tocado en suerte, con unas relaciones normales como las que mantengo con mi
familia, pues me siento impelido a cuidar a mis mayores, también con la
esperanza de que nuestros hijos no nos dejen solos cuando los necesitemos. Es
esa cadena que se repite eternamente.
Además de en las carreras de atletismo y en tus paseos
junto al río por Edimburgo, ¿dónde está Jesús Carrasco en la narración? ¿Es
‘Llévame a casa’ tu novela más autobiográfica?
Es bastante autobiográfica, no puedo negarlo… Bueno,
mejor digamos que el material primario está muy próximo a mí. Mirando a mi
alrededor, observo que las relaciones familiares que me envuelven están cerca
en esta novela y también los lugares como Torrijos. Desde ese punto de vista,
sí que resulta una obra muy cercana.
¿El hecho de haber pasado cinco años en Edimburgo te
ha ayudado a reflexionar mejor sobre tu tierra?
Sí, la distancia geográfica se convierte en distancia
emocional y te permite ver las cosas con mayor frialdad, en parte debido a que
una porción del tiempo se te va en interesarte por la actualidad del país donde
vives y no te obsesionas por la política española. En este sentido, la atención
se reparte y de alguna manera eso lo agradezco, porque me ayuda a entender
mejor otras cosas.
Herme
Cerezo/Diario SIGLO XXI, 22/02/2021