«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 5 de junio de 2022

José Carlos Somoza: «Los escritores de entonces convirtieron a la época victoriana en un tiempo histórico muy literario»

Nº634.- Tres años han transcurrido desde nuestro último encuentro. Dos de ellos los hemos vivido bajo la dictadura del covid y sus derivados, que no del gobierno, sometidos a unas reglas y comportamientos completamente desconocidos hasta ahora. La pandemia ha abierto un agujero en el tiempo, un vacío, y todos hemos enterrado una parte de nuestras vidas en él. Sobre este asunto, José Carlos Somoza, el entrevistado de hoy,  me cuenta que «un escritor pasa todo el tiempo encerrado» y que él «no había notado demasiado los efectos del confinamiento, aunque es verdad que ya dan ganas de salir a la calle». Somoza acaba de publicar ‘El signo de los diez’ (Espasa), un thriller victoriano que se desarrolla en 1882. En sus páginas, los teatros son espectáculos perturbadores, los locos y ciegos pueden descubrir la verdad y los sueños matan. De nuevo nos situamos en la clínica mental de Clarendon, en Portsmouth, donde reside el señor X, ese particular trasunto de Sherlock Holmes que el escritor cubano ha creado, bien atendido por la enfermera Anne McCarey. A Clarendon llegarán su amigo Charles Dogson, verdadero nombre de Lewis Carroll, Arthur Conan Doyle y unos cuantos personajes más. Carroll ha acudido, en secreto, a la clínica mental con la esperanza de poner fin a las pesadillas que sufre, provocadas por los personajes de su ‘Alicia en el País de las Maravillas’. Son malos sueños que no se equivocan y anuncian muertes que se cumplen. En València el día despertó caluroso. Es el último jueves del mes de mayo. Falta algo más de una hora para el mediodía cuando José Carlos Somoza y quien suscribe comenzamos a charlar. Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido. Evidentemente.

José Carlos, algunos escritores han declarado que durante la pandemia no podían leer, pero sí escribir. ¿‘El signo de los diez’ es hija del enclaustramiento que hemos padecido?

Sí, aunque ya tenía una versión lista para corregir y durante la pandemia me dediqué a ello. En este cometido me ha ayudado bastante el hecho de que, como verás, la novela es casi una obra teatral y cuenta con un solo escenario. También los personajes están un poco confinados y pienso que eso me facilitó el trabajo de composición.

La última vez que te entrevisté, me comentaste que la influencia de Sherlock Holmes en tu obra se debía a que tu padre te había regalado sus aventuras completas. Nuestras lecturas tempranas nos marcan de alguna manera, ¿es necesario regresar a ellas de vez en cuando?

Hay cosas que leemos de jóvenes o de niños que, a lo mejor, no merecen una segunda lectura, pero si se trata de grandes obras, por supuesto que conviene regresar a ellas. Las ‘Mil y una noches,’ los libros de Stevenson o las novelas de Sherlock Holmes merecen no una relectura, sino varias.

Como tu anterior novela, ésta también discurre, inexcusablemente, en época victoriana. Al José Carlos Somoza no solo escritor, sino también lector, ¿qué le atrae de ese momento histórico?

Es una época muy literaria, brumosa, en la que además flota un aire de aventura que crearon los escritores de entonces. Todos tenemos en la cabeza unos señores con chistera, un grito en la noche y una niebla que, por desgracia, supimos después que se debía al humo de las chimeneas y no al clima de Londres. La victoriana es época de crímenes, de Jack el Destripador, que fue real, y también el tiempo del nacimiento de grandes personajes como el propio Sherlock Holmes. En aquel momento, Inglaterra era un país en expansión y muchos relatos arrancan allí, pero terminan en lugares muy remotos, en cualquier otra parte del mundo. No podemos olvidar la relación con su propio imperio y en especial con la India. Todos esos condicionantes hacen que ese momento histórico constituya un excelente caldo de cultivo para este tipo de novelas.

Mientras leía ‘El signo de los diez’ me entraron ganas de releer ‘Alicia en el País de las Maravillas’. Pero, escuchándote ahora, tengo deseos de regresar a ‘La piedra lunar’ de Wilkie Collins.

No te olvides de cogerla porque la de Collins es una de las grandes obras no solo de misterio, sino de la literatura en general. Lewis Carroll es uno de los personajes de la novela y es indispensable para comprender la época victoriana. Fíjate que hablamos de un individuo que fue matemático, pastor anglicano, fotógrafo y que, además, escribía esos libros, insensatos e ilógicos, para niños, inspirados en su amistad con Alice Liddell, la hija del decano de su universidad, que tenía 8 años. ¡Imagínate qué personaje tan extraordinario para construir una novela!

En un pasaje de tu libro, Arthur Conan Doyle, que también aparece como personaje, afirma que la primera persona es la mejor para narrar. ¿Estás de acuerdo con las palabras de tu personaje?

Pues la verdad es que no [risas]. Eso lo opinaba Conan Doyle, porque escribía en primera persona las novelas de su Sherlock Holmes, lo que le permitía hablar de él a través de otra persona, el Doctor Watson. Sin embargo, la manera más normal para mí es utilizar la tercera voz, el narrador omnisciente. De hecho, la mayor parte de mis novelas las he escrito en tercera persona, aunque, a diferencia de otros colegas míos, yo me he movido también en la primera con soltura. Estas dos últimas novelas son un buen ejemplo de ello.  

Efectivamente, igual que en la anterior entrega, Anne McCarey continúa como narradora y lo hace en primera persona. Además, has respetado el canon holmesiano de manera escrupulosa, porque a Sherlock le narra Watson y al señor X su enfermera.

He tratado de seguir esa norma que me pareció un triunfo excelente de Doyle, utilizando a una mujer bien alejada del mundo del señor X, ya que Anne McCarey es una enfermera madura, que había tenido poca suerte en sus relaciones amorosas y que ahora, por fin, encuentra su destino al lado de ese extraño ser, un trasunto de Sherlock Holmes. El señor X está loco, por eso está internado en una residencia para enfermos mentales, y toca un violín que nadie ve excepto él mismo. Todos estos aspectos me parecían interesantes a la hora de construir un espejo mudo de las relaciones entre Watson y Sherlock Holmes.

El señor X interpreta con su violín obras de Paganini, un compositor del que se decía que tenía los dedos muy largos e iguales, lo que le permitía alcanzar sonidos que resultaban imposibles para otros violinistas. ¿Qué tienen de particular las obras de este compositor para gustarle al señor X?

Eso habría que preguntárselo al señor X [risas]. Según él mismo dice, toca muy bien el violín, pero la verdad es que nadie le oye. Le gustan mucho esas evoluciones endiabladas, porque le permiten concentrarse e introducirse en un mundo mucho más amplio del que le rodea, circunscrito a una habitación en la que permanece constantemente sentado en un sillón. Creo que su predilección por Paganini obedece a ese motivo.

En la novela se habla con frecuencia de unas representaciones denominadas teatro mental. ¿El teatro mental es una terapia o un espectáculo?

Bueno, no realmente. Los teatros que aparecen en mi novela son en gran parte una ficción, pero no olvidemos que en aquella época había muchísimas clases de teatro. La cuestión del teatro mental me pareció una idea estupenda, aunque no es propia de la época, pero de nuevo recuerdo a los lectores que en aquel momento comenzaba a despuntar el mundo del inconsciente, es decir, Sigmund Freud estaba ya tratando casos de neurosis en Viena y, de alguna manera, nos dábamos cuenta de que los seres humanos no solo somos personas que vivimos una existencia, sino que tenemos otra vida oculta, que aparece en los sueños, en las asociaciones libres y en los lapsus o cuando hablamos de prisa y nos equivocamos, o entramos en conflicto con nosotros mismos. Todo eso representaba ese mundo oscuro que iba a descubrir Freud y que en mi novela tiene una enorme importancia, porque ahí se manifiesta ese teatro mental. Para entendernos, el teatro mental es un psicodrama, una representación de los conflictos que aquejan a un paciente, pero en este caso cuenta con un decorado, actores, etcétera. Es una invención que creo que funciona bien en la novela y se utiliza para averiguar qué es lo que le sucede a Lewis Carroll.

Al teatro mental se le añaden otras representaciones, mucho más provocadoras, impúdicas,  «snuff» en algunos casos (en la novela se las denomina «One Day Only»), a las que todos quieren asistir pero que todos niegan haber visto, especialmente las mujeres. Me imagino que serían funciones clandestinas y prohibidas por la ley.

Bueno, fíjate que en este asunto yo contestaría que sí y que no. Por un lado, esas representaciones clandestinas son propias de la novela, pero por otro, nos equivocaríamos si pensáramos que la época victoriana solo fue puritana. Es un momento histórico rígido, cargado de normas muy estrictas, pero también lo es de una búsqueda insaciable de placeres prohibidos y de secretos, como por ejemplo el espiritismo. De alguna manera la sociedad victoriana buscaba la liberación de sus instintos, del subconsciente, como consecuencia de la rígida moral que la gobernaba y hubo círculos, como la orden de la Golden Dawn, que buscaban llevar a cabo representaciones y ritos prohibidos. La gente se liberaba en los escenarios donde veía cosas morbosas y perversas que no se podían ni siquiera mencionar. En ‘El signo de los diez’ aparece retratado todo este conflicto.


También has dejado un hueco al humor. Y en un pasaje podemos leer un comentario acerca de la siesta, de la que se afirma que es un perverso hábito español que “produce problemas gástricos”.

[Risas]. Sí, es el comentario de una enfermera. Quizá opinaran eso en la época victoriana, pero no cabe duda de que se equivocaron, como han venido a demostrar los japoneses. Así que hoy en día ese comentario resulta obsoleto [nuevas risas].

Ya hemos citado antes la presencia de Lewis Carroll en ‘El signo de los diez’ y también de sus pesadillas, provocadas por los personajes de ‘Alicia en el País de las Maravillas’. A Carroll el éxito de su libro le persiguió durante toda su vida, ¿llegó a estar arrepentido de haber escrito la novela?

Hay datos para creer que, en efecto, fue un libro que le cargó más que otra cosa. A pesar del éxito, él continuó viviendo modestamente, aunque se permitió algunas licencias como viajar a Europa y Rusia. Pero en ocasiones la fama de su libro superó a todo lo que había hecho en el campo de las matemáticas, que era lo que Lewis Carroll consideraba su buen hacer. Por otra parte, la relación con Alice Liddell fue distanciándose y llegó a quemar todas las fotografías que le había tomado a ella y a otras muchas niñas, porque era un buen fotógrafo aficionado. Sobre Carroll se han escrito miles de páginas acerca de cómo era realmente. Al igual que les sucede a los grandes escritores, todos los éxitos inesperados y que pillan por sorpresa, se convierten al final en una carga.

Hubo sospechas de pedofilia sobre Carroll y algunos investigadores han llegado a relacionarle con Jack The Ripper, ¿qué opinas sobre esto?

Me parece que es pasarse un poco. Lo cierto es que esas sospechas vienen motivadas por la idea de «persona anormal» que se tenía de él. Creo que no son opiniones serias. En cuanto al problema de si era pedófilo o no, ese asunto habría que tratarlo de acuerdo con cada momento. En aquella época había determinadas conductas que hoy serían completamente consideradas como tabú. Creo que todo se ha exagerado mucho y se ha llevado demasiado lejos, como ocurre siempre que juzgamos un momento histórico de acuerdo con los criterios que imperan en nuestra propia época. Carroll fue un individuo que, como todos, guardaba desvanes oscuros, que, en un momento determinado, se convirtieron en una materia muy buena para escribir sobre ello. En cuanto a él, creo que su vida fue mucho más aburrida de lo que podamos pensar.

Conan Doyle y Lewis Carroll. De alguna manera en tu novela los enfrentas con sus criaturas, el Señor X, trasunto de Sherlock, y El Sombrerero Loco, el Conejo Blanco y otras criaturas. ¿Te gusta convertir en seres de ficción a escritores que fueron personas reales?

Creo que todo depende de la novela. Llevo veinte años en esto y he sacado a algún que otro escritor real en mis libros, como a Platón en ‘La caverna de las ideas’. Y tengo la gran tentación de que mi escritor favorito, William Shakespeare, aparezca en otra de ellas. De hecho, ya he construido algunas piezas sobre él y el gran misterio que rodea a su persona. Me pareció muy interesante que Carroll y Conan Doyle desfilaran por esta novela. En concreto, Conan vivió en esa época y trabajó como médico en Portsmouth, el pueblo donde se desarrolla ‘El signo de los diez’. Me parecía fascinante la idea de que pudiera haber conocido a un paciente que le hubiera inspirado la creación de Sherlock Holmes.

No te lo he preguntado aún, pero el título de la novela es un homenaje a Conan Doyle y su personaje, ¿no?

Totalmente y tengo planeada una tercera entrega que girará alrededor de ‘El sabueso de los Baskerville’, aunque aún no tengo decidido el título que le pondré. Con esa novela concluirá esta especie de trilogía sobre el señor X.

Terminamos por hoy: tú sueles escribir acompañado por la música, ¿qué has escuchado mientras escribías ‘El signo de los diez’?

Es verdad que suelo escuchar música mientras escribo. En esta novela, lo que he oído no es lo esperable, ya que aunque he escuchado música victoriana, la verdad es que a quien más atención he prestado ha sido a Ludovico Einaudi, un compositor que ha escrito temas pianísticos extraordinarios, que conforman un aura y una atmósfera muy típicas, que me han venido muy bien para concebir el ambiente que pretendía crear en Portsmouth. Igualmente, he escuchado a Max Richter, que también me ha proporcionado pistas para lo mismo, pero a menor escala.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 06/06/2022