Nº634.- Tres años han transcurrido desde nuestro último encuentro. Dos de ellos los hemos vivido bajo la dictadura del covid y sus derivados, que no del gobierno, sometidos a unas reglas y comportamientos completamente desconocidos hasta ahora. La pandemia ha abierto un agujero en el tiempo, un vacío, y todos hemos enterrado una parte de nuestras vidas en él. Sobre este asunto, José Carlos Somoza, el entrevistado de hoy, me cuenta que «un escritor pasa todo el tiempo encerrado» y que él «no había notado demasiado los efectos del confinamiento, aunque es verdad que ya dan ganas de salir a la calle». Somoza acaba de publicar ‘El signo de los diez’ (Espasa), un thriller victoriano que se desarrolla en 1882. En sus páginas, los teatros son espectáculos perturbadores, los locos y ciegos pueden descubrir la verdad y los sueños matan. De nuevo nos situamos en la clínica mental de Clarendon, en Portsmouth, donde reside el señor X, ese particular trasunto de Sherlock Holmes que el escritor cubano ha creado, bien atendido por la enfermera Anne McCarey. A Clarendon llegarán su amigo Charles Dogson, verdadero nombre de Lewis Carroll, Arthur Conan Doyle y unos cuantos personajes más. Carroll ha acudido, en secreto, a la clínica mental con la esperanza de poner fin a las pesadillas que sufre, provocadas por los personajes de su ‘Alicia en el País de las Maravillas’. Son malos sueños que no se equivocan y anuncian muertes que se cumplen. En València el día despertó caluroso. Es el último jueves del mes de mayo. Falta algo más de una hora para el mediodía cuando José Carlos Somoza y quien suscribe comenzamos a charlar. Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido. Evidentemente.
José
Carlos, algunos escritores han declarado que durante la pandemia no podían
leer, pero sí escribir. ¿‘El signo de los diez’ es hija del enclaustramiento
que hemos padecido?
Sí,
aunque ya tenía una versión lista para corregir y durante la pandemia me
dediqué a ello. En este cometido me ha ayudado bastante el hecho de que, como
verás, la novela es casi una obra teatral y cuenta con un solo escenario.
También los personajes están un poco confinados y pienso que eso me facilitó el
trabajo de composición.
La
última vez que te entrevisté, me comentaste que la influencia de Sherlock
Holmes en tu obra se debía a que tu padre te había regalado sus aventuras
completas. Nuestras lecturas tempranas nos marcan de alguna manera, ¿es
necesario regresar a ellas de vez en cuando?
Hay
cosas que leemos de jóvenes o de niños que, a lo mejor, no merecen una segunda
lectura, pero si se trata de grandes obras, por supuesto que conviene regresar
a ellas. Las ‘Mil y una noches,’ los libros de Stevenson o las novelas de
Sherlock Holmes merecen no una relectura, sino varias.
Como
tu anterior novela, ésta también discurre, inexcusablemente, en época victoriana.
Al José Carlos Somoza no solo escritor, sino también lector, ¿qué le atrae de
ese momento histórico?
Es
una época muy literaria, brumosa, en la que además flota un aire de aventura
que crearon los escritores de entonces. Todos tenemos en la cabeza unos señores
con chistera, un grito en la noche y una niebla que, por desgracia, supimos
después que se debía al humo de las chimeneas y no al clima de Londres. La
victoriana es época de crímenes, de Jack el Destripador, que fue real, y también
el tiempo del nacimiento de grandes personajes como el propio Sherlock Holmes. En
aquel momento, Inglaterra era un país en expansión y muchos relatos arrancan
allí, pero terminan en lugares muy remotos, en cualquier otra parte del mundo.
No podemos olvidar la relación con su propio imperio y en especial con la
India. Todos esos condicionantes hacen que ese momento histórico constituya un
excelente caldo de cultivo para este tipo de novelas.
Mientras
leía ‘El signo de los diez’ me entraron ganas de releer ‘Alicia en el País de
las Maravillas’. Pero, escuchándote ahora, tengo deseos de regresar a ‘La
piedra lunar’ de Wilkie Collins.
No
te olvides de cogerla porque la de Collins es una de las grandes obras no solo
de misterio, sino de la literatura en general. Lewis Carroll es uno de los
personajes de la novela y es indispensable para comprender la época victoriana.
Fíjate que hablamos de un individuo que fue matemático, pastor anglicano,
fotógrafo y que, además, escribía esos libros, insensatos e ilógicos, para
niños, inspirados en su amistad con Alice Liddell, la hija del decano de su
universidad, que tenía 8 años. ¡Imagínate qué personaje tan extraordinario para
construir una novela!
En
un pasaje de tu libro, Arthur Conan Doyle, que también aparece como personaje,
afirma que la primera persona es la mejor para narrar. ¿Estás de acuerdo con
las palabras de tu personaje?
Pues
la verdad es que no [risas]. Eso lo opinaba Conan Doyle, porque escribía en
primera persona las novelas de su Sherlock Holmes, lo que le permitía hablar de
él a través de otra persona, el Doctor Watson. Sin embargo, la manera más
normal para mí es utilizar la tercera voz, el narrador omnisciente. De hecho,
la mayor parte de mis novelas las he escrito en tercera persona, aunque, a
diferencia de otros colegas míos, yo me he movido también en la primera con
soltura. Estas dos últimas novelas son un buen ejemplo de ello.
Efectivamente,
igual que en la anterior entrega, Anne McCarey continúa como narradora y lo
hace en primera persona. Además,
has respetado el canon holmesiano de manera escrupulosa, porque a Sherlock le
narra Watson y al señor X su enfermera.
He
tratado de seguir esa norma que me pareció un triunfo excelente de Doyle,
utilizando a una mujer bien alejada del mundo del señor X, ya que Anne McCarey
es una enfermera madura, que había tenido poca suerte en sus relaciones
amorosas y que ahora, por fin, encuentra su destino al lado de ese extraño ser,
un trasunto de Sherlock Holmes. El señor X está loco, por eso está internado en
una residencia para enfermos mentales, y toca un violín que nadie ve excepto él
mismo. Todos estos aspectos me parecían interesantes a la hora de construir un
espejo mudo de las relaciones entre Watson y Sherlock Holmes.
El
señor X interpreta con su violín obras de Paganini, un compositor del que se
decía que tenía los dedos muy largos e iguales, lo que le permitía alcanzar sonidos
que resultaban imposibles para otros violinistas. ¿Qué tienen de particular las
obras de este compositor para gustarle al señor X?
Eso
habría que preguntárselo al señor X [risas]. Según él mismo dice, toca muy bien
el violín, pero la verdad es que nadie le oye. Le gustan mucho esas evoluciones
endiabladas, porque le permiten concentrarse e introducirse en un mundo mucho
más amplio del que le rodea, circunscrito a una habitación en la que permanece
constantemente sentado en un sillón. Creo que su predilección por Paganini
obedece a ese motivo.
En
la novela se habla con frecuencia de unas representaciones denominadas teatro
mental. ¿El teatro mental es una terapia o un espectáculo?
Bueno,
no realmente. Los teatros que aparecen en mi novela son en gran parte una
ficción, pero no olvidemos que en aquella época había muchísimas clases de
teatro. La cuestión del teatro mental me pareció una idea estupenda, aunque no
es propia de la época, pero de nuevo recuerdo a los lectores que en aquel
momento comenzaba a despuntar el mundo del inconsciente, es decir, Sigmund
Freud estaba ya tratando casos de neurosis en Viena y, de alguna manera, nos
dábamos cuenta de que los seres humanos no solo somos personas que vivimos una existencia,
sino que tenemos otra vida oculta, que aparece en los sueños, en las
asociaciones libres y en los lapsus o cuando hablamos de prisa y nos
equivocamos, o entramos en conflicto con nosotros mismos. Todo eso representaba
ese mundo oscuro que iba a descubrir Freud y que en mi novela tiene una enorme
importancia, porque ahí se manifiesta ese teatro mental. Para entendernos, el
teatro mental es un psicodrama, una representación de los conflictos que
aquejan a un paciente, pero en este caso cuenta con un decorado, actores, etcétera.
Es una invención que creo que funciona bien en la novela y se utiliza para averiguar
qué es lo que le sucede a Lewis Carroll.
Al
teatro mental se le añaden otras representaciones, mucho más provocadoras,
impúdicas, «snuff» en algunos casos (en
la novela se las denomina «One Day Only»), a las que todos quieren asistir pero
que todos niegan haber visto, especialmente las mujeres. Me imagino que serían funciones
clandestinas y prohibidas por la ley.
Bueno,
fíjate que en este asunto yo contestaría que sí y que no. Por un lado, esas
representaciones clandestinas son propias de la novela, pero por otro, nos
equivocaríamos si pensáramos que la época victoriana solo fue puritana. Es un
momento histórico rígido, cargado de normas muy estrictas, pero también lo es
de una búsqueda insaciable de placeres prohibidos y de secretos, como por
ejemplo el espiritismo. De alguna manera la sociedad victoriana buscaba la
liberación de sus instintos, del subconsciente, como consecuencia de la rígida
moral que la gobernaba y hubo círculos, como la orden de la Golden Dawn, que
buscaban llevar a cabo representaciones y ritos prohibidos. La gente se
liberaba en los escenarios donde veía cosas morbosas y perversas que no se
podían ni siquiera mencionar. En ‘El signo de los diez’ aparece retratado todo
este conflicto.
También has dejado un hueco al humor. Y en un pasaje podemos leer un comentario acerca de la siesta, de la que se afirma que es un perverso hábito español que “produce problemas gástricos”.
[Risas].
Sí, es el comentario de una enfermera. Quizá opinaran eso en la época
victoriana, pero no cabe duda de que se equivocaron, como han venido a
demostrar los japoneses. Así que hoy en día ese comentario resulta obsoleto
[nuevas risas].
Ya
hemos citado antes la presencia de Lewis Carroll en ‘El signo de los diez’ y también
de sus pesadillas, provocadas por los personajes de ‘Alicia en el País de las
Maravillas’. A Carroll el éxito de su libro le persiguió durante toda su vida,
¿llegó a estar arrepentido de haber escrito la novela?
Hay
datos para creer que, en efecto, fue un libro que le cargó más que otra cosa. A
pesar del éxito, él continuó viviendo modestamente, aunque se permitió algunas licencias
como viajar a Europa y Rusia. Pero en ocasiones la fama de su libro superó a
todo lo que había hecho en el campo de las matemáticas, que era lo que Lewis
Carroll consideraba su buen hacer. Por otra parte, la relación con Alice
Liddell fue distanciándose y llegó a quemar todas las fotografías que le había
tomado a ella y a otras muchas niñas, porque era un buen fotógrafo aficionado.
Sobre Carroll se han escrito miles de páginas acerca de cómo era realmente. Al
igual que les sucede a los grandes escritores, todos los éxitos inesperados y
que pillan por sorpresa, se convierten al final en una carga.
Hubo
sospechas de pedofilia sobre Carroll y algunos investigadores han llegado a
relacionarle con Jack The Ripper, ¿qué opinas sobre esto?
Me
parece que es pasarse un poco. Lo cierto es que esas sospechas vienen motivadas
por la idea de «persona anormal» que se tenía de él. Creo que no son opiniones
serias. En cuanto al problema de si era pedófilo o no, ese asunto habría que
tratarlo de acuerdo con cada momento. En aquella época había determinadas
conductas que hoy serían completamente consideradas como tabú. Creo que todo se
ha exagerado mucho y se ha llevado demasiado lejos, como ocurre siempre que juzgamos
un momento histórico de acuerdo con los criterios que imperan en nuestra propia
época. Carroll fue un individuo que, como todos, guardaba desvanes oscuros,
que, en un momento determinado, se convirtieron en una materia muy buena para
escribir sobre ello. En cuanto a él, creo que su vida fue mucho más aburrida de
lo que podamos pensar.
Conan
Doyle y Lewis Carroll. De alguna manera en tu novela los enfrentas con sus
criaturas, el Señor X, trasunto de Sherlock, y El Sombrerero Loco, el Conejo Blanco
y otras criaturas. ¿Te gusta convertir en seres de ficción a escritores que
fueron personas reales?
Creo
que todo depende de la novela. Llevo veinte años en esto y he sacado a algún
que otro escritor real en mis libros, como a Platón en ‘La caverna de las
ideas’. Y tengo la gran tentación de que mi escritor favorito, William Shakespeare,
aparezca en otra de ellas. De hecho, ya he construido algunas piezas sobre él y
el gran misterio que rodea a su persona. Me pareció muy interesante que Carroll
y Conan Doyle desfilaran por esta novela. En concreto, Conan vivió en esa época
y trabajó como médico en Portsmouth, el pueblo donde se desarrolla ‘El signo de
los diez’. Me parecía fascinante la idea de que pudiera haber conocido a un
paciente que le hubiera inspirado la creación de Sherlock Holmes.
No
te lo he preguntado aún, pero el título de la novela es un homenaje a Conan
Doyle y su personaje, ¿no?
Totalmente
y tengo planeada una tercera entrega que girará alrededor de ‘El sabueso de los
Baskerville’, aunque aún no tengo decidido el título que le pondré. Con esa
novela concluirá esta especie de trilogía sobre el señor X.
Terminamos
por hoy: tú sueles escribir acompañado por la música, ¿qué has escuchado mientras
escribías ‘El signo de los diez’?
Es
verdad que suelo escuchar música mientras escribo. En esta novela, lo que he
oído no es lo esperable, ya que aunque he escuchado música victoriana, la
verdad es que a quien más atención he prestado ha sido a Ludovico Einaudi, un
compositor que ha escrito temas pianísticos extraordinarios, que conforman un
aura y una atmósfera muy típicas, que me han venido muy bien para concebir el
ambiente que pretendía crear en Portsmouth. Igualmente, he escuchado a Max
Richter, que también me ha proporcionado pistas para lo mismo, pero a menor
escala.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 06/06/2022