Nº 635.- Bal-kan significa miel y sangre en turco. De ahí procede la palabra Balcanes. Y precisamente casi eso, miel y sangre, es lo que vamos a encontrar en la nueva novela de Pere Cervantes, ‘La espía de cristal’ (Destino), en la que el corresponsal de guerra, Manu Pancorbo, alias Panco, acompañado por Olga Balcells, reportera gráfica, regresan al territorio ya conocido de Pristina, para localizar a Taibe Shala, también periodista e intérprete de las Naciones Unidas, una mujer «con el alma helada», que ha desaparecido en 2019. Veinte años antes Panco y Taibe habían mantenido una relación imposible que terminó rompiéndose. Corría entonces la posguerra y aquel era un territorio donde resultaba complicado sobrevivir. Ese mismo territorio lo pisó Pere Cervantes como observador de paz de las Naciones Unidas. Probablemente, Pere ha escrito una novela que ha llevado dentro, agazapada, durante muchos años y que justo ahora, incontenible, ha aflorado a la superficie de la tinta negra sobre el papel blanco, desatando una oleada de recuerdos y sentimientos encontrados. Nuestra conversación tuvo lugar en el hall del Hotel Vincci Lys de València, lugar habitualmente tranquilo, en especial a media tarde. Las paredes grises y los muebles decapados en blanco roto fueron mudos testigos de la entrevista. El piloto rojo de la grabadora, encendido, nos avisó de que podíamos comenzar.
Pere, en las primeras cuatro o
cinco páginas de ‘La espía de cristal’ suenan los Balcanes, los Beatles, el Barça,
Tintín, la ciudad de Barcelona... ¿Nos encontramos ya contigo nada más empezar?
No, no, para nada… Bueno, algo sí hay. Pero la creación del
personaje Manu Pancorbo está hecha a propósito. Yo podía haber construido la
historia con un observador de paz policial en lugar de un reportero de guerra,
pero precisamente me planteé tomar distancia para narrar. Es Manu Pancorbo
quien está enamorado de Tintín, yo tan solo soy un lector suyo. No es una
novela autobiográfica, aunque es cierto que muchas experiencias mías se las he
pasado a Manu, porque a fin de cuentas nosotros compartíamos mucho tiempo con
los reporteros de guerra y lo que yo vi, ellos también lo vieron.
¿Por qué escribir esta
historia precisamente ahora?
Llevaba mucho tiempo dentro la
idea de escribir una novela sobre los Balcanes. Y no sabía cómo. Pero es algo
fácil de explicar. Cuando escribí ‘El chico de las bobinas’, me documenté sobre
la posguerra en Barcelona y empecé a descubrir elementos en común entre aquella
posguerra y la que yo había vivido en los Balcanes. Entonces me planteé por qué
no escribir sobre aquello. Además, habían pasado veinte años, creía que ya
había madurado o digerido todo lo que viví y, como escritor, disponía de una
cierta seguridad que antes no tenía.
Desde que regresaste, ¿has
vuelto a Kosovo alguna vez?
No. Lo intenté a final de
2019, pero hube de posponer el viaje para el año siguiente. Entonces llegó el
covid y ya no pude ir. Para escribir la novela me he nutrido de contactos y de gente
de allí que conozco y me ha pasado información, fotografías y vídeos de cómo es
aquello ahora.
Aunque físicamente no has
vuelto, de alguna manera sí lo has hecho. En ‘La espía de cristal’ juegas con
dos escenarios. Uno actual y otro situado en 1999. ¿A través de toda la
documentación recibida y del propio proceso de escritura has tenido la
sensación de despertar temores antiguos?
¡Imagínate! Yo me vuelvo muy
obsesivo con las cosas que escribo y me he pasado dos años casi recluido en los
Balcanes. Podía haber escogido no documentarme y basarme únicamente en mi
experiencia personal. Pero no me fío de mi memoria y de lo que ella haya podido
borrar de mis recuerdos. Así que tiré de un compañero que estuvo en Kosovo
conmigo, que es un aficionado absoluto a la fotografía y me envió una carpeta
repleta de fotos nuestras. Seguí perfiles de Twitter de políticos y periodistas
kosovares, bosnios y también información relacionada con esa zona. He leído más
de veinticinco libros de documentación, ensayos de Ismail Kadaré y textos de
Peter Handke. He intentado acudir a todos los puntos de vista para luego hacer
una mezcla con mi propia experiencia.
Me imagino que ese bagaje acumulado que guardabas dentro
pesaba lo suyo. En ese sentido ¿estamos ante una novela terapéutica?
Sí, bastante. Era ese peso que
llevas sin darte cuenta y no lo digo por quedar bien. Siempre dije que, como
escritor, quiero estar comprometido con lo que digo y yo le debía una novela a
los Balcanes. A pesar de que en algunos momentos las pasé canutas, los Balcanes
me hicieron mejor persona. Yo era un crío de 28 años con trabajo, bien
acostumbrado. Vivía en Barcelona y disfrutaba de los fines de semana, con toda
esa tontería que llevas dentro. Y, de repente, me encontré ayudando a los
demás, a gente realmente necesitada, y sintiéndome bien gracias a lo que hacía
allí. Cuando regresé era otro, porque aunque vuelves a hacer cosas parecidas a
las de antes, ya no es lo mismo. Yo había aprendido a tomar la temperatura de
las cosas. Hoy, abro el grifo de la ducha y, si sale caliente, doy gracias por
dos cosas: una, porque sale agua y dos, porque está caliente. En Kosovo pasé
tres años sin luz y sin agua intermitentemente y veinte años después aquella
gente aún vive así.
Has hablado antes de tu
compromiso como escritor. ¿De alguna manera los escritores que han atravesado
una experiencia como la tuya, moralmente están obligados a escribir sobre ello
o solo se trata de una opción personal?
Verdaderamente, esta novela la
tenía pensada como un ejercicio de compromiso literario. Al principio, pensaba
que todo el mundo estaba al corriente de lo que allí sucedía, pero cómo iban a
ser conocedores de lo que pasaba si dependemos de lo que la prensa publica y
también del hecho de que nuestro propio interés, conforme avanza el conflicto,
va decayendo.
En tus primeras novelas, ‘No
nos dejan ser niños’ o ‘La mirada de Chapman’, me comentabas que no querías
encasillarte dentro del género negro, que lo tuyo era otra cosa. Y, poco a poco,
novela a novela, lo estás logrando.
¿Tú crees? Pienso que con ‘El
chico de las bobinas’ y con ‘Tres minutos de color’ ya empecé a ser un autor
difícil de etiquetar. ‘Tres minutos de color’ tiene dos partes: la primera es
negra, pero la segunda no sabemos qué es. ¿Género fantástico? Tal vez, puede
ser. Y ‘El chico de las bobinas’ se catalogó de thriller histórico, cosa que
acepto, pero también puede ser otra cosa. Según la promoción de la editorial, ‘La
espía de cristal’ se considera como una «novela de amor, espionaje y guerra».
Sin embargo, tiene destellos de género negro y también de espionaje.
Por lo tanto, ¿nunca más
veremos a Roberto Rial y María Médem, protagonistas de tus novelas policiales
iniciales?
Lo de nunca más ya sabes cómo
va, pero yo diría que no. Roberto Rial y María Médem representan un tipo de
novela que, ahora mismo, no me apetece escribir.
Hemingway, Kapuściński, Pérez-Reverte, Javier Reverte, tú ahora y muchos otros, ya existe una nutrida nómina de periodistas y autores que escriben sobre conflictos bélicos. Parece que el género se renueva y está vivo.
Javier Reverte escribió un
libro titulado ‘La noche detenida’, que ganó un Premio Primavera. En él habla
de Bosnia y de su estancia allí y me parece magistral. ‘Territorio comanche’ o
mi libro favorito de ‘Pérez-Reverte, ‘El pintor de batallas’ o ‘El día que
murió Kapuściński’ de Ramón Lobo son obras que no pertenecen a ningún género.
Son narrativa que bebe de muchas fuentes, libros de entretenimiento y emoción,
artefactos literarios que funcionan muy bien. Adscribir un libro o no a un
género determinado, creo que obedece a esa manía que tenemos todos de ponerle
etiquetas a las cosas.
O sea que para ti lo que más
importa es la hibridación.
Sí, es fundamental, la hago
sin querer. Me alimento de los distintos libros que leo cada semana y no me
paro a ver si es novela negra, histórica o narrativa sin más.
Has escogido la tercera
persona para narrar, ¿fue por el mismo motivo que creaste el personaje de Panco?
¿La primera te hubiera resultado difícil de soportar?
Sí. Para escribir en primera
persona hay que tener una maestría brutal. Hay quien escribe en primera y te
habla del mundo, pero es tan fácil caer en hablar de uno mismo. Me gusta que
las personas que me conocen, cuando me leen, se pregunten qué habrá vivido Pere
de todo lo que cuenta, pero que no lo sepan a ciencia cierta.
Las personas hacen cosas que no
imaginan en una guerra. Taibe Shala quería ser periodista y se ve trabajando
como espía kosovar. ¿En una guerra cada uno hace lo que puede y, al final, lo
único que importa es la supervivencia?
Esta mujer, como se dice al
principio, tenía el sueño de ser periodista, pero su propósito se vio quebrado al
ser violada por los paramilitares serbios. A partir de ahí su objetivo no es
tanto ser periodista como sobrevivir al shock postraumático que arrastra. La
historia del libro es el peso de la guerra sobre una víctima directa del
conflicto. Cuando estaba en los Balcanes, yo era un ingenuo y me tomaba cafés
con cualquier tipo, que luego resultaba ser otra cosa. Durante un tiempo Kosovo
fue una Casablanca del año 1999 y no es una casualidad que cuente el caldo de
cultivo para espías que había allí. Necesitaba hacerlo. Y me costó escribir
sobre espionaje, porque no me apetecía, no es mi género predilecto. Me
documenté con libros de John le Carré, Charles Cumming y Frederick Forsyth y he
de reconocer que disfruté leyéndolos.
En esa Casablanca que acabas
de citar, también estaban los periodistas, que informaban y sobrevivían. ¿Los corresponsales
viven su propia guerra?
Ellos tienen una visión
distinta de la vida y acaban alcanzando una visión pesimista del ser humano,
porque van de conflicto en conflicto sin solución de continuidad. La idea de un reportero de guerra o de un
fotógrafo, como el personaje de Olga Balcells en la novela, es conseguir una
foto que detenga la guerra. Cada foto que no consigue parar la guerra, por
mucho premio Pulitzer que tenga, es un fracaso. Ese fracaso lo digieren como
pueden y cada vez que regresan de una guerra sin haberla detenido, supone otra
frustración más. Al final, ellos mismos se sienten fracasados, terminan
extrapolando esa sensación al ser humano en general y adquieren un carácter cínico,
pesimista. Digo esta gente, pero yo también estoy ahí [sonrisa].
Entonces, ¿un periodista
bélico necesita que, cuando acaba un conflicto, empiece otro al que acudir para
informar?
Creo que más que necesitarlo,
en cada conflicto nuevo ellos ven la posibilidad de detener otra guerra y
piensan «¡Vamos, que a la siguiente sí lo lograremos!» Sin embargo, luego ven
que no. Fíjate si yo mismo fui ingenuo que, cuando regresé de Kosovo, pensé que
había sido testigo de la última guerra en Europa.
Hablemos un poco de la mujer
desaparecida, Taibe Shala.
Desde la Primera Guerra
Mundial los Balcanes son un territorio hostil, a causa del fracaso de la
convivencia multicultural. Ellos tienen un carácter duro, propio de
supervivientes. Sin embargo, Taibe es una mujer quebrada, rota por dentro. En
un momento de ‘La espía de cristal’, al ver que Pancorbo se ha enamorado de
ella, le dice «detente aquí, soy una mujer con el alma helada». Taibe Shala por
dentro es frágil, pero no quiere aparentarlo. Debe asumir la dureza o frialdad
que se le exige a un espía al mismo tiempo que ha de convivir con su fragilidad
de estar a punto de convertirse en cristal por dentro y quebrarse, por la
violación sufrida. De ahí procede precisamente el título de la novela.
Coméntame esta frase: “El
lugar donde se muere dice más de nosotros que el lugar en el que nacemos”.
Totalmente. Llega un momento
en que los reporteros de guerra como Panco no pertenecen a ningún sitio, son
«nowhere man», como la canción de los Beatles, que viene a colación de la
novela. Desvirtúan la palabra hogar, porque en el hogar tampoco se sienten
cómodos. No se adaptan a la vida normal. Porque ¿qué es una vida normal? ¿Que en un sitio no haya wifi? Ellos vienen
de estar en modo de supervivencia máxima y, de repente, se encuentran en medio
de discusiones tontas o dándole protagonismo a un político o a un
«instagrammer».
Al regresar, los reporteros no deben tener un concepto
demasiado bueno sobre los políticos que han provocado una guerra, ¿no?
Los que hemos estado allí tenemos la idea de que los
políticos son mediocres y fracasados, porque no hay que olvidar que una guerra
representa un fracaso de los líderes políticos. Ahora el culpable de lo que
pasa en Ucrania no es solo Putin. La Guerra del Donbass lleva ocho años y
Europa ha estado todo ese tiempo sin hacer nada, pensando que no se produciría
un nuevo enfrentamiento. Cuando estalló este conflicto solo habían transcurrido
doce años desde la Guerra de los Balcanes y, ni siquiera así, fueron capaces de
pararlo. En el caso de Milosevic, él no era militar, era un político y por su
nacionalismo exacerbado y su idea de exterminar la etnia albanesa hizo estallar
por los aires a todo el país.
¿La comisaría que aparece en
‘La espía de cristal’, la «Station Three», tiene muchos puntos en común
con una comisaría convencional?
Admito que esa fue mi comisaría.
Estaba en el Norte de la ciudad, construida con barracones, dentro de una zona
rural, rodeada de cementerios improvisados, porque era necesario encontrar un
lugar donde enterrar a tantos muertos como había. Cuando llegamos allí, la
primera orden que nos dieron fue eliminar las armas de la calle. Tú parabas un
coche y te encontrabas con tres Kaláshnikov
en el interior del maletero. No estábamos por tonterías. En las
guerras no hay de nada y en las posguerras nada funciona.
¿Crees que el lector que se
adentre en tu novela será el mismo al acabar su lectura?
Espero que no. Si no es así, asumo el fracaso.
Te traslado esta misma
pregunta a ti: ¿es el mismo Pere Cervantes quien empezó a escribir la novela y
quien la ha acabado?
No, tampoco yo soy el mismo.
¿En qué sentido?
He aprendido a entender cosas
que di por hechas, a eliminar prejuicios que en su día tuve sobre un albanokosovar
o un serbio, creyéndome yo el personal internacional, pensando que no nos
miraban, porque era español, cuando no nos estábamos enterando de que
hablábamos con una persona que había vivido una guerra o una mujer que había
sido violada delante de su hijo. Esa prepotencia arrogante de quien ni siquiera
imagina el mal, con el tiempo me hizo avergonzarme. En ese sentido, esta novela
es una expiación.
Y ahora ¿qué viene?
Ya estoy trabajando en otra
cosa que como siempre trato de que no se parezca en nada a mis anteriores
libros. Es un riesgo más para poner inquietos a mis editores.
Cuando Pere Cervantes ya no es
más que una imagen perdida en el tiempo de la última semana, cuando el calor
aprieta en València y mientras cierro la transcripción de la entrevista, hago
sonar ‘Nowhere man’ del álbum ‘Rubber Soul’ de los Beatles:
He's a real nowhere man
Sitting in his nowhere land
Making all his nowhere plans for nobody
Doesn't have a point of view
Knows not where he's going to
…
Luego desconecto el portátil.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 13/06(2022
Nuestro próximo entrevistado.