Nº 652.- En octubre de 1936 Sevilla es una ciudad en guerra que no vive la guerra. La capital hispalense se encuentra en la retaguardia de la zona rebelde. No hay bombardeos, pero sí represión. Detenciones, fusilamientos, delación, miedo… Queipo de Llano controla el escenario. En esa situación, un tríptico del siglo XV, obra del flamenco Jan Van Eyck, ha desaparecido. Crisanta, la protagonista, recibe un encargo peligroso: localizar la tabla a cambio de un pasaje para un avión que la conducirá fuera de España. Junto a Crisanta se mueven los miembros de la Sociedad Mediúmnica de Sevilla, el capitán Mayordomo, el padre Serrador, excapellán legionario, y algunos otros personajes, todos iluminados por la magia creadora de Juan Ramón Biedma. A grandes rasgos esta es la trama de ‘Crisanta’ (Alianza editorial), la nueva novela de este singular escritor sevillano, del que la crítica ha dicho que «recuerda a James Ellroy» y que «es el mejor Caravaggio de la literatura negra española contemporánea». Víspera del Miércoles de Ceniza, bien pasado el mediodía, a través de zoom, pude conversar con él acerca de su novela. La grabadora, sin tenebrismo alguno, registró nuestra conversación.
Juan Ramón, ¿necesitas tenerlo todo bien atado antes de
sentarte a escribir?
Yo planifico hasta la obsesión. Procuro que las tramas, los
personajes e incluso algunos fragmentos de diálogo estén bien perfilados. Soy
incapaz de ponerme a trabajar en algo que no tenga un título, aunque no sea el
definitivo. Y este es el método que enseño a mis alumnos. Es la mejor manera de
no encontrarse nunca con el problema, tan traído y llevado, de la página en
blanco. Una vez con la escaleta terminada, comienza la labor de ingeniería para
armarlo todo y llega el momento de pelearse con la voz, con la palabra.
¿Hay alguna imagen que diera pie a la escritura de
‘Crisanta’?
Tenía una idea y un escenario. Albergaba la vieja pretensión
de escribir sobre lo que fue la retaguardia durante la Guerra Civil en Sevilla.
Además de lo que sabía sobre ella, intuía que había mucho más de lo que
habíamos aprendido en los manuales de Historia, que casi siempre se quedan en
la superficie. Ese era mi punto de partida. Lo que ocurre es que, una vez que
comienzas a ahondar y a trabajar los personajes, has de tener bien claro que,
ante todo, debe primar el hecho novelesco. Al lector no debes acercarte
únicamente con un afán pedagógico, sino que has de presentarle una historia que
pueda apasionarle y en la que pueda sumergirse, porque no podemos olvidar que
hablamos de una novela y todo lo demás debe quedar supeditado a eso.
En ‘Crisanta’ vuelves a tu ciudad como escenario. ¿Esa Sevilla sobre la que escribes es una ciudad real, una versión antigua, inventada, o una mezcla de todo eso?
Es una Sevilla muy real. Es una Sevilla tan tremendamente
terrorífica y extravagante que no he necesitado introducir elementos ajenos. Durante
la escritura, he pensado una y otra vez que, con un contexto como este, no
resultaba necesario irse, por ejemplo, al White Chapel victoriano, para
establecer un espacio gótico donde situar la historia. Mientras investigaba
para documentarme, descubrí que el idílico Parque de María Luisa fue un enorme
campamento en el que se alojaban las tropas marroquíes; luego me tropecé con
las comisarias, con los cines e incluso con un barco que llegó a Sevilla para
servir de prisión, porque no había suficientes cárceles en la ciudad para tanto
preso; y me encontré también con unas noches de terror en las que, durante los
dos meses que transcurre la novela, hubo más de seis mil muertos, sacados de su
casa de madrugada y fusilados en cualquier tapia. Eso al margen de los que
ajustició la policía y el poder judicial de la época. Como verás, con un marco
como este no era necesario inventar nada.
Precisamente, una de las cosas de las que hablas en la novela
es que en Sevilla no hubo Guerra Civil, sino represión y fusilamientos.
Efectivamente, a Gonzalo Queipo de Llano, que fue un
genocida, hay que reconocerle el mérito de ser un tahúr. A él le dijeron que
iba a contar con numerosas fuerzas de apoyo para el golpe militar por parte de
la Falange y de voluntarios. Pero cuando llegó aquí se encontró con que solo disponía
de unos pocos oficiales y unos cuantos falangistas. Sin embargo, supo convencer
a las fuerzas vivas de aquel momento, de manera que llegó a convertirse en un
auténtico virrey al margen del gobierno del resto del país. Este fue el espacio
donde llevó a cabo la carnicería que es de todos conocida.
‘Crisanta’, nombre de la protagonista, es el título de la
novela, un título que suena a ‘Tristana’, ‘Marianela’ o ‘Casandra’, conocidas
novelas de Galdós…
No había pensado en eso, pero como me gusta que me lo digas…
… Entonces, ¿cuánto tiene de galdosiana y también de
picaresca esta novela tuya?
Una de las labores que, a lo mejor no se percibe a simple
vista, es una investigación sobre las expresiones y el vocabulario de la época,
que he tratado de recuperar. Para ello me he servido, además, de testimonios
orales y de los escritores de entonces. Por otro lado, efectivamente hay una
corriente realista en este país, no tan reconocida quizá como se debiera, que a
mí me influye muchísimo. Y me refiero a la obra de Galdós y a la de Emile Zola.
Creo que es por ahí por donde quiero que discurran este tipo de narraciones. A
lo largo de mi carrera, he publicado tres novelas históricas, más o menos
situadas en la misma época. Con ‘Crisanta’ llego ya a 1936, un momento crucial
en la historia de este país. Y es justo entonces, en un tiempo en el que
todavía podemos ver a las personas por encima de las nuevas tecnologías y de
las pantallas virtuales, cuando la picaresca a la que aludías era más perceptible
que nunca.
En el argumento de ‘Crisanta’ mezclas la Guerra Civil y
Queipo de Llano como telón de fondo, con una sociedad parapsicológica, una
tunanta traficante de obras de arte, un homosexual en plena zona rebelde, un
cura exlegionario de conducta poco modélica y un tríptico de Jan Van Eyck que
es el objeto de la codicia de ciertos personajes. ¿Este tríptico del pintor
flamenco es lo que te lleva a dividir la novela en tres partes?
Sí, se debe a eso. En el
fondo no es más que un juego de los muchos que hay en el libro. Si después surgen
lectores avispados que llegan a darse cuenta, pues estupendo, y si para los
demás pasa inadvertido, no ocurre nada, es casi lo de menos. Como te decía
antes, la obra, la novela, es lo que debe primar sobre todo lo demás.
Hace unos días releía yo ‘El
loto azul’, una de las aventuras de Tintín, y me fijé en que era un álbum donde
pasaban muchas cosas. Leyendo tu novela pienso lo mismo, envuelves la lectura
con un montón de azares, sin descanso. ¿Cómo consigues mantener la atención del
lector desde el primer momento hasta la última página?
[Risas] Yo era más de Roberto
Alcázar y Pedrín, pero también he leído y me gustaba mucho Tintín. Con respecto
a tu pregunta, la verdad es que, aunque en algunos sí lo percibo, echo de menos
en los autores de esta generación esa acumulación de acontecimientos, ese
esfuerzo para llenar la novela de muchísimos colores, personas y sucesos y de
retorcer la imaginación para que cada episodio presente algo distinto. Que lo
logres o no es algo que ha de decir el lector, pero el esfuerzo debe estar ahí.
Leo constantemente novelas en las que nos encontramos con cuatro mercenarios y
tres sentimientos estirados hasta la extenuación. Y eso, como lector, me cansa
mucho. Hay que ser un autor brillantísimo para mantener la tensión en estos casos
y en la mayoría de las veces no lo somos tanto. Desde que empecé a escribir
vivimos tiempos de crisis lectora y tengo muy presente que no voy a conseguir
lectores gratuitos si no me los gano. Mi esfuerzo va encaminado en ese sentido.
Por muchas transgresiones de tipo moral que establezca a través de los métodos
narrativos, no puedo perder de vista que he de tener cogido al lector de la
mano, página a página, y eso solo se consigue mediante tu oficio de escritor. Hay
que organizar una narración perfectamente sincronizada y, si utilizas varias
tramas, no puedes perder nunca de vista que todas ellas han de tener un nexo de
unión, que lleve a algún sitio, porque si decepcionas al lector lo pierdes para
siempre.
Un detalle importante de
‘Crisanta’ es que está trufada de un fino sentido del humor. ¿Qué papel
desempeña el humor en tu literatura?
Como en la vida, y esto es algo
muy español, aquí somos capaces de reírnos de lo más oscuro y de lo más
terrible. Es algo que nos caracteriza. Hay escritores de otros países que nos
miran, extrañados, al ver esa socarronería tan nuestra, y creo que el humor es
un elemento que descarga la temperatura de la novela. Y a mí me brota de manera
natural. Seguramente se debe, supongo, entre otras cosas, a que yo seré un tipo
infame e inmisericorde, capaz de reírme de lo más sagrado [risas].
Centrémonos un poco en
Crisanta, la protagonista principal, profesora y traficante de obras de arte,
¿explícanos cómo es Crisanta?
Cuando ya tenía claros los
elementos básicos de la novela, buscaba un tono narrativo. Podía haber elegido
un personaje más acorde con la tradición, un sevillano, una sevillana o un
español de a pie, pero pensé que lo que realmente contrastaba con todo aquello
era introducir una protagonista al estilo de las artistas del Hollywood de
principios de los años treinta. Para caracterizarla he tenido bien presente las
películas de Von Sternberg, protagonizadas por Marlene Dietrich, y también las
de Greta Garbo o Jean Arthur, que eran actrices muy potentes, que llevaban
sobre ellas las historias hasta el final, se enfrentaban a multitud de
dificultades, se rebelaban siempre contra la sociedad y la moral de entonces y
terminaban pagando un alto precio por ello. La suma de todo eso es Crisanta,
que también pagará un alto precio, porque quiere largarse de un país en el que
todo se va al traste.
Hemos hablado de tu interés en
contar la vida en una ciudad de la retaguardia durante la Guerra Civil. Sevilla
entonces era un hervidero de envidias, recelos, codicia, denuncias, intrigas…
Tú explicas que el mismísimo Queipo de Llano sufrió censura en sus discursos,
¿eso es cierto o es ficción?
Este tipo era tan salvaje que llegó un momento
en que su propio estado mayor empezó a temer que aquellos discursos, aquellas
soflamas que emitía cada noche a través de Radio Sevilla, a veces en situación
etílica, llegasen a violentar los cimientos de las fuerzas conservadoras que le
apoyaban. Él ejercía un poder absoluto, sin ningún tipo de límite o barrera, y
no se atrevían a pedirle que no dijese aquellas cosas. Entonces, y esto es completamente
real, enviaron un mensaje a los medios de comunicación de la época para que,
antes de publicar la reseña escrita de la emisión de Queipo, pasase por las
manos de un censor que eliminase las cosas improcedentes. Y eso me lleva a imaginar
qué era lo que Queipo de Llano dijo durante aquellas emisiones y que nunca
podremos saber ya, porque circuló por ese filtro en el que se quedaron muchas
cosas. Es curiosa la enorme similitud entre su actitud y la de los dictadores
de esas repúblicas bananeras que retrataron los escritores del boom
sudamericano de los sesenta. Y lo lamentable es que, hasta hace cuatro días,
estuviera enterrado en una basílica muy importante de esta ciudad y que hubo
gente que puso el grito en el cielo cuando lo sacaron de allí.
Has pronunciado la palabra clave: imaginar. Tú
no eres historiador sino escritor y puedes especular sobre ciertos temas como
este. Evidentemente, para ti eso es una suerte.
Es una suerte como escritor y no solo en este
aspecto. Yo mantengo una obligación de compromiso para denunciar algunos temas
a través de mi literatura. Es una postura de izquierdas, de apoyo a los más desfavorecidos.
Tengo la suerte de poder resaltar estas cuestiones y sacarlas a la palestra,
aunque por fortuna no he de establecer la solución, porque no es mi misión. Con
las cuestiones históricas me ocurre lo mismo. Puedo resaltar y enseñar lo que
sucedió en determinados momentos sin llevar a cabo una labor historiográfica
como hacen los autores de ensayo, que se dedican a trabajar en la no ficción.
Hablas de la Sociedad Mediúmnica
Sevillana, experta en asuntos parapsicológicos. Desde la segunda mitad del
siglo XIX, en Europa se produjo un gran auge del espiritismo. Escritores como
Dickens, Machen o Conan Doyle estuvieron muy interesados en ello. Sevilla no se
quedó al margen de este fenómeno.
Documentándome llegué a descubrir que Sevilla
contaba con una tradición de estudios acerca de lo sobrenatural desde mediados
del siglo XIX. Esos estudios los llevaban a cabo estratos sociales acomodados y
también militares y ello me llevó a preguntarme por este fenómeno. A medida que
entraba en materia, vi que existía una gran sed de conocimiento en este campo y
que para su estudio aplicaban cualquier medio técnico que tuvieran a su
alcance. Trataban de aplicar el método científico a lo inaprensible, a lo
paranormal, y contrastaban y discutían los resultados. Esta verdad tan metódica
de trabajo, inmersa en un momento de caos absoluto que es el tiempo en el que
transcurre la novela, me pareció un contraste muy interesante desde el punto de
vista narrativo.
A muchos escritores les
fascinan las casas. En tu novela aparece un buen ejemplar, muy sui géneris, la
Casa del Malmuerto, ¿cómo es ese lugar?
Bueno, por un lado, la literatura es una
especie de tela de araña en la que terminamos todos homenajeándonos unos a
otros y tomando ideas para darles otra vuelta más. La casa embrujada,
efectivamente, es una constante y se trata de llevar lo inexplicable al lugar
donde vives. ¿Qué mayor terremoto personal puede ocurrirle a alguien si, cuando
regresa a su casa después de luchar con los avatares de la vida, también ha de
enfrentarse a un medio absolutamente hostil en el que surge algo extraño que no
se sabe de dónde proviene. Enlazo ahora con la novela en la que, efectivamente,
hay una casa embrujada, llamada del Malmuerto, donde suceden fenómenos
paranormales. Su existencia me pareció una metáfora perfecta para describir lo
que estaba ocurriendo en Sevilla, donde cada noche se efectuaba una purga que
se cobraba la vida de muchos sevillanos.
Al principio de la entrevista
has señalado que Sevilla es un escenario tan bueno como cualquier otro para que
se produzcan hechos narrativos interesantes. Ahora te formulo la misma pregunta,
pero de otro modo: ¿todo el entramado que has tejido para escribir ‘Crisanta’
podría funcionar en un lugar distinto a la capital hispalense?
Bueno, durante el otoño de
1936, en Sevilla se vivía un contraste tremendo. De día, era el cuartel y el
hospital de España, lugar de abastecimiento de alpargatas para las tropas y un
espacio donde se vivían escenas cotidianas tan apacibles como ver a la gente
tomando chocolate tranquilamente en los bares. Y de noche, tras el toque de
queda, las calles sevillanas se transformaban en un infierno. En medio de todo
ello se encontraba el sevillano de a pie, capaz de evadirse en los momentos más
difíciles. En consecuencia, creo que esta historia está concebida solo para la
Sevilla de 1936.
Terminamos por hoy: ¿qué
nuevas calenturas se concitan en tu mente ahora? ¿Preparas ya un nuevo proyecto
literario?
Sí, estoy escribiendo otra novela, muy distinta a esta. Transcurre
en tiempo presente, y se centra en el mundo de los buscavidas. Cuando la termine,
hablaremos de ella y podremos establecer comparaciones con ‘Crisanta’.