«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 19 de diciembre de 2023

Elisa Ferrer: «El protagonista de ‘El holandés’ es un personaje crepuscular, muy pendiente de revivir su pasado»

copyright@hermezo23
Nº 677.- Dice Elisa Ferrer (L’Alcúdia de Crespins, València) que para ella la escritura «era
antes una necesidad que no podía tomarme en serio. Sin embargo, tras estudiar un tiempo en Iowa, la convertí en mi oficio». A comienzos del otoño, Elisa ha publicado su segunda novela, ‘El holandés’ (Tusquets Editores), desarrollada en el Benidorm de finales de los años ochenta, con episodios en Utrecht y otros lugares, y basada en un hecho real. Un hombre con ambición desmedida, haciéndose pasar por otro, consiguió vender un solar que no era suyo. El monto de la estafa ascendió a cuatrocientos millones de pesetas. Detrás de Rafael, el protagonista de falso nombre, se esconde el antiguo dueño de un bar y de una discoteca, al que se llegó a conocer como «el Rey de los bajos fondos». Decidido a recordar sus buenos tiempos, hace unos años Rafael se plantó ante Alba, una guionista de series, y le ofreció su historia. Sin duda era un proyecto atractivo y sugerente, difícil de rechazar para cualquier escritora. Una mañana de noviembre, fresca ma non troppo, poco antes del mediodía, conversé con Elisa Ferrer sobre su novela. Ocurrió en el Café Artysana de la ciudad del Túria, sentados a una mesa, al lado de una pared blanca, tapizada con media docena de cuadros. Tras pedir una infusión y un café comenzamos la charla. Grabadora mediante. Obviamente.    

Elisa, ‘El holandés’ se inicia con unos párrafos que hablan de un solar. Solar es la palabra clave de esta novela, una imagen que imagino imposible en el Benidorm actual, un lugar pinchado de rascacielos.  

Empezar por el solar me pareció una buena introducción para que el lector supiera lo que encontraría en el libro y no se sintiese engañado. El terreno era el punto de partida de la estafa de esta novela. Cuando estaba acabando de escribirla, me di cuenta de que ese terreno era una metáfora de nuestro país, de cómo un sitio privilegiado se convierte en un objeto de especulación. Así que, en primer lugar, me acerqué a la historia de Benidorm, que también es la historia de nuestro país y que, obviando los clichés, funciona aquí como un personaje. Su evolución es muy parecida a la de Rafael, mi protagonista. Benidorm era un pueblo que quería consagrarse como la ciudad de vacaciones preferente de la Comunidad Europea y Rafael era un traficante de poca monta, que pretendía convertirse en el cabecilla de una estafa multimillonaria y engañar a los de arriba, cosa que consiguió.


¿Cómo te tropiezas tú con esta historia? ¿Es cierta la peripecia que cuentas en ‘El holandés’ o es una pura invención?

Hay muchas cosas inventadas. Conocía la historia desde siempre, pero nunca había pensado en hacer una película o una serie sobre ella. De pequeña yo me acercaba a la mesa de los mayores y escuchaba lo que contaban. La historia de Rafael, que obviamente no se llama así, sonaba mucho y cuando decían que había vendido un solar yo imaginaba que se trataba de un lugar donde daba el sol y fantaseaba sobre eso. Se contaban más cosas suyas: que se había fugado, que estaba en Utrecht, que había vuelto para la comunión de su hijo, que lo habían pillado… En base a todo esto se generó una leyenda y en el año 2017, cuando estaba a punto de marcharme a Iowa con una beca, Rafael apareció por casa de mis padres. Me preguntó si yo era guionista y me dijo que me iba a contar una historia con la que fliparía. Al principio pensé que se trataba de un marrón, pero cuando ya estaba en Estados Unidos, participé en un taller con compañeros sudamericanos que tenían buenos relatos para escribir, mientras que yo no disponía de ninguno. Así que, como la historia no había parado de dar vueltas en mi cabeza, me decidí a escribirla como una narración de no ficción. Pero me di cuenta de que no funcionaba.

¿Qué hiciste entonces?

Rafael pretendía que escribiera un thriller de su vida. Quería ser como Scarface, pero yo no lo veía así. Tuve la suerte de analizar esos primeros textos en el taller y el profesor me dijo que Rafael era una novela con patas. Gracias a ello me di cuenta de que no quería escribir sobre lo que él había hecho, sino sobre su persona mientras recordaba sus gestas. Me interesaba mucho la visión crepuscular de un hombre que había regresado a vivir a su pueblo, algo que para él era peor que estar en la cárcel. Así que me dediqué a cazar aquel momento, a contar el aburrimiento existencial que le embargaba y a reflejar la ilusión de Rafael por mantener vivo lo que había sido y ya no era.

Muchos escritores dicen que las historias les asaltan y les piden ser escritas. Este parece ser tu caso también, ¿no?

Exacto. Hay un texto de Virginia Woolf que habla de un personaje que le dice a un escritor: atrápame si puedes. Y entonces el escritor corre detrás de él. Eso me ocurrió en mi anterior novela, pero esta vez la historia vino a mi y me atosigó hasta que me senté a escribirla. Aunque Alba, la narradora, y yo somos muy distintas, en este sentido sí que nos parecemos. 

«Compra terrenos A.J., porque Dios no va a crear más» esta cita, que pertenece a la serie Los Soprano la has insertado en los preliminares de ‘El holandés’. ¿Rafael se parece a Toni Soprano?

No, es más cutre que Toni, aunque Toni también lo es. La de Rafael es una estafa alejada de la violencia que ejerce la familia mafiosa de Los Soprano. Pero me apetecía abrir el libro con esa cita, porque la frase es brutal y me interesa mucho el hecho de que un personaje, moralmente reprobable como Toni Soprano, nos caiga bien, nos atraiga y resulte carismático. Yo quería hacer de Rafael un personaje parecido a Toni, con el que empatizáramos a pesar de las cosas que dice y hace.

En ‘El holandés’ por un lado, está Rafael y su historia. Por otro y en el centro, está la narradora. ¿En algún momento has sentido que tu papel se parece bastante al de una médium?

[Risas] Me gusta eso de médium y es verdad que me he sentido un poco así, aunque no tanto porque para eso estaba Alba. Hace poco hablé con Rafael y lo encontré algo enfadado. Decía que todo el rato me lo pasaba hablando de mí en la novela. A pesar de que le expliqué que no era yo sino Alba, insistía en que había perdido demasiado tiempo conmigo misma, sin tener en cuenta la cantidad de cosas interesantes que él me había contado. Eso me pareció brutal, porque reflejaba muy bien cómo es Rafael. Yo necesitaba narrar esta historia desde el presente y, por una vez, con la mirada femenina de alguien que fuera, más o menos, de mi generación y hubiera vivido experiencias parecidas a las mías. En resumen, quería construir el relato bajo un punto de vista opuesto al suyo.    

¿Es por eso por lo que has escogido la primera persona para narrar, aunque también es verdad que en ciertos párrafos has utilizado la tercera?

Me gustaba jugar con ambas voces. Escogí la primera persona porque quería mostrar un poco todas las dudas y miedos que Alba siente, así como la manera en la que ve al personaje, puesto que ella es nuestro primer filtro. Hacerlo así, además, me permitía separar lo que piensa de lo que luego escribe. La tercera persona que has nombrado es esa voz omnisciente que representa todo lo que Alba está escribiendo.

Como acabas de decir, has incluido en el texto los miedos y las dudas de Alba, lo has convertido todo en material de escritura.

Una segunda novela siempre resulta dura. Y esta de verdad que lo fue. Se trataba de un tema que me costó llevarme a mi terreno y, cuando lo conseguí, comencé a pasármelo bien. Pero a pesar de todo mantenía dudas. Normalmente, mientras escribes, tienes a tu Pepito Grillo diciéndote «no escribas, no escribas, no escribas». Además de esto, había una persona real, de carne y hueso, que me llamaba continuamente para ver cómo me iba. Y eso era muy duro. Todo el rato viví con la incertidumbre de si a Rafael le gustaría o no, hasta que mi editor me pidió que me olvidara de Rafael porque la escritora era yo y él era mi personaje. A partir de aquel momento me apliqué a ello y la novela marchó como un tiro. Lo que sí me resultaba claro era que debía reflejar esas dudas en el libro, porque me parecía interesante que la narradora contase que las tenía. Trabajamos con una historia real, un material inflamable, y al final esa realidad salpica a la ficción y yo quería que todo eso se percibiese.

Hablemos un poco del escenario. Cuando el alcalde Pedro Zaragoza puso en marcha su proyecto y convirtió Benidorm en la capital del turismo, llegaron los extranjeros. Y las extranjeras, obviamente. Y con ellas, el bikini. Cuentas que el obispo de Alicante organizó una misión evangelizadora para colocar una cruz sobre una de las colinas que bordean la ciudad.

Me parece que Benidorm está muy poco contada. Su historia es fascinante. Yo no sabía nada y, a medida que hablaba con Rafael, me puse a investigar y vi que ciertas cosas tenían que aparecer en la novela. Benidorm se convirtió en la ciudad del pecado, un pecado consentido en plena dictadura franquista. Se cuenta que Pedro  Zaragoza fue en vespa al Pardo a pedir permiso para su proyecto. Pero no hay ninguna documentación que demuestre que eso sucediera. Forma parte de la leyenda. Solo las mujeres europeas podían ir en bikini. Pero ocurrió que las españolas se pusieron también a ello. Y eso tuvo consecuencias. Fueron multadas y se dirigieron múltiples peticiones dirigidas al alcalde para que les quitase las sanciones por llevar bikini. Otra cosa alucinante fue la campaña de marketing que se desarrolló en aquella época. Aunque la novela no lo cuenta, Zaragoza trajo a una familia de lapones, que salió en  el NO-DO paseándose con sus ropajes tradicionales por Benidorm con el calor que hacía.  

La construcción de la ciudad turística produjo una paradoja social: los herederos de las mejores tierras para la agricultura se vieron superados en ganancias por sus hermanos segundones, a los que sus padres les dejaban en herencia terrenos sin apenas valor, que luego se vendieron muy caros para construir apartamentos. De esta forma, se invirtió el «orden natural» de enriquecimiento de las familias benidormenses.   

Resulta muy curioso que haya muchas mujeres hoteleras, tanto en Benidorm como en las Islas Baleares, precisamente a causa de esto que comentas. Las tierras no fértiles se les dejaban a los vagos, a los hijos que no tenían ganas de trabajar. Pero al mismo tiempo, empezó la especulación, porque Pedro Zaragoza avisó a sus amiguetes y estos se convirtieron en los dueños de las tierras, comprándolas por el doble de su valor original. Más tarde los vendedores se dieron cuenta del dinero que habían perdido. Eso fue una especie de caldo de cultivo para todo lo que iba a venir después. 

Cuando vas por la carretera y, de repente, aparece Benidorm, casi asusta, ya que resulta impensable e inesperado ver ese puñado de rascacielos tan pegados al mar.

Pedro Zaragoza empezó a utilizar en Benidorm el término sostenible. Afirmaba que cuanto más altos fueran los edificios menos iban a estropear la costa, porque ocuparían menos espacio. Y de hecho, hay mucho arquitecto deslumbrado con Benidorm. La cubierta del libro es de Óscar Tusquets, un escritor, pintor y arquitecto muy fascinado con la ciudad, algo que me flipa.

Como guionista que eres, ¿has seguido un guion, valga la redundancia, o ha sido la propia historia la que te ha hecho avanzar en la narración?

Soy escritora de tripa, pero aquí me estaba enfrentando a una historia real. Cuando andaba ya con el ochenta por ciento de la novela escrito, me concedieron otra beca, esta vez para marcharme a Utrecht a investigar. Lo primero que hice al llegar fue comprarme una pizarra gigante. Allí apunté todo el material del que disponía, vi lo que me valía y lo que no, comprobé lo que me faltaba por escribir, construí un esquema y empecé a funcionar más como una guionista. Y cuando creía que lo tenía todo ultimado, pensé que faltaba algo. Mi editor también lo vio así y entonces borré algunas cosas y escribí seis capítulos nuevos. Poco a poco fui diluyendo la presencia de Alba en la novela y vi la luz del final.

Durante la lectura percibí un cierto desorden cronológico pero, cuando acabas de leer el libro, todo cuadra.

Sí, sí, todo cuadra. La estructura está muy trabajada y pensada y ese cierto desorden es Alba, que va introduciendo la historia a golpes en tu cabeza. Al principio, los capítulos llevaban título, pero cuando la tuve terminada el editor me dijo que los suprimiera. Le respondí que no, porque creía que no se iba a entender, pero él me dijo que confiase en el lector. Le hice caso y los quité. Entonces descubrí que solo eran andamios que yo había puesto para sujetar la narración. El edificio ya estaba hecho, era consistente y no se iba a caer. Descubrir ese detalle fue algo muy importante para mí.

En un momento de la novela llegas a sospechar que tu interlocutor puede ocultar algo más turbio en su vida, ¿eso es real o es otro artificio literario más?

No, no, en ningún momento tuve sensación de miedo. Para nada. Con Rafael me llevo estupendamente. Sólo es un detalle para la escritura. Como ya te he dicho hay muchísima ficción en la novela.

Si tuvieras que poner cifras a la realidad y la ficción, ¿de qué porcentajes estaríamos hablando?

Yo diría que de un sesenta-cuarenta, pero en verdad está todo tan entremezclado que es difícil discernir. Si yo parto de la versión de la persona en la que me he inspirado para crear a Rafael, eso ya constituye un recuerdo y cualquier recuerdo  es una construcción de la ficción para mí, sobre todo cuando está pasado por un filtro tan peligroso como el de la nostalgia y la grandilocuencia. Incluso he escrito cosas que, realmente, dudo de si me las han contado o me las he inventado.

Aún no te he preguntado por el empresario vasco estafado, que adquirió el solar por cuatrocientos millones de pesetas. Imagino que acusaría el golpe.  

De esa parte de la historia no hablé con nadie. Yo solo quería contar la versión de Rafael y su leyenda. Traté de indagar un poco e incluso, cuando presentamos la novela en Benidorm, algunos periodistas también se interesaron por el tema. Era de Vitoria y sé que acabó harto de esta historia y que, aunque tuvo que pagar dos veces el solar, al final ganó mucho dinero, lo que me parece muy fuerte también. El otro día conocí a una sobrina suya y supe que había muerto, porque era muy mayor. Ella me dijo que en el libro había imprecisiones, pero yo le expliqué que eso era lo que contaba la novela, que no tenía porqué ser real. 

En ‘El holandés’ has dejado hueco para reflexionar sobre el arte de escribir. En un momento dado comparas la literatura y el cómic y dices que, como vehículo narrativo, el cómic ofrece mejores posibilidades que la escritura.

Esa es una reflexión de Alba en la novela. El guionista solamente vive el momento previo y ella está tratando de construir un guion, que es algo muy limitado, porque la naturaleza del guion te impide jugar con las palabras del mismo modo que la literatura. Mientras lo escribes te sientes más constreñida. Alba lo compara con un storyboard y comprueba que esa herramienta le permite ver más cosas. Precisamente por esa limitación se da cuenta que no puede contarlo todo y opta por escribir una novela.

Rafael quiere que su vida se cuente en forma de serie. Yo no sé si ‘El holandés’ tiene una serie, pero una película larga desde luego que sí la veo.

A mí me parece que sí tiene una película larga y hay productoras interesadas en rodarla. No sé como la llevarán al cine, pero a mí no me gustaría que se perdiese la parte de la narradora, porque anclar a este Rafael en su presente actual me parece muy interesante.

Después de todo este lío de la estafa, ¿Rafael ha podido reintegrarse a vivir en su pueblo, donde todo el mundo conoce sus andanzas, con total normalidad?

Cuando él regresó al pueblo se habló mucho, pero es verdad que es tan majo y carismático que a la gente le hace gracia. De hecho, entras con él en un bar y se pasa el tiempo saludando y hablando con todo el mundo. El personaje de la novela también está totalmente integrado, aunque quizá pueda resultar un poco más triste que la persona en la que me he inspirado.

El final me ha dejado un sabor agridulce, una mezcla entre decepción y una cierta esperanza... 

Sí, quería que quedase ese regusto amargo. Traté de construir un personaje que seguia pensando que aún iba a conseguir algo más, aunque por dentro sabía que no, que ya no había nada que rascar. Me gustaba también la idea de que ella se quedase con una sensación de incertidumbre sobre su propio futuro y él con esa certeza de que ya todo está hecho. A pesar de que son muy diferentes, Alba y él tienen en común que ambos son unos outsiders en su pueblo y los dos tienen ganas de figurar. Sin embargo, ese paralelismo no se les da bien.

La última pregunta por hoy: ¿estás escribiendo algo nuevo?

Sí, ya estoy trabajando en algo, aunque tengo muy poco escrito. Mientras escribes una novela permaneces enganchada a su historia. Es como una relación de pareja. Primero, superenamorada, después aparecen las carencias, te desenganchas un poco y llega un punto en el que has perdido el feeling. En un momento dado, eso me ocurrió con ‘El holandés’ y me puse con una cosa nueva. Apenas escribí una página, pero eso para mí es mucho porque soy muy meticulosa. Después retomé la novela y la acabé. Ahora, poco a poco, la estoy dejando atrás. Me encuentro en pleno duelo y tengo muchas ganas de que llegue el mes de enero para ponerme en serio con el nuevo proyecto.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 19/12/2023