Para la próxima entrevista, que se publicará en breve, resulta interesante conocer la historia de una criatura de la mitología catalana: El Caçamentides. A continuación inserto un texto procedente de la web Monstruos Ibéricos en Tumblr que explica las particularidades del Caçamentides.
«Se trata del Caçamentides (literalmente Cazamentiras o Cazador de mentiras), una criatura con la que atemorizaban al investigador Joan Amades durante su infancia y que años después recogería en su obra Los ogros infantiles. Era este un ser “alto y grueso como las torres de la catedral”, con las manos hechas de hierro y afiladísimos garfios de romana en lugar de dedos. El Caçamentides se dedicaba a recorrer las tierras barcelonesas dando caza a los niños que no decían la verdad, como si se tratase de una eterna e infatigable cruzada contra las mentiras infantiles en la que no escatimaba en ingenio ni en crueldad.
Según cuenta Amades, ningún mentiroso podía escapar de este ser: se decía que cuando un niño mentía de su boca escapa un pajarillo negro, casi invisible, que dejaba una mancha oscura entre los dientes antes de marcharse revoloteando. El Caçamentides era todo un experto en rastrear dichas aves, y cuando daba con una hacía que le mostrase el camino hasta el lugar del que había salido. Una vez el monstruo hallaba un pajarito negro no había salvación posible para el embustero: el Caçamentides siempre encontraba a su presa, cotejando la mancha de sus dientes con el pajarillo que le acompañaba. El ogro enganchaba entonces a los chiquillos con sus garras, agarrándolos por el pescuezo como si fueran gatos, los metía en un saco grasiento y los llevaba junto al mar, donde acababa devorándolos de siete en siete (al parecer necesitaba comer siete docenas de mentirosos al día, así de exigente era la dieta de este monstruo). Ayudándose de sus afilados dedos, el Caçamentides destripaba y desgarraba a sus víctimas para luego arrojar sus huesos y despojos al agua. Es difícil decir, llegados a este punto, si el Caçamentides despreciaba la mentira o, simplemente, era capaz de captar en los chicos mentirosos algún tipo de regusto delicioso del que los sinceros carecían.
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Sea como sea, Amades relata cómo algunos padres catalanes, para dar verosimilitud a esta historia, señalaban los residuos y deshechos que a veces flotaban en las orillas de las playas y aseguraban a sus hijos que aquellos eran los restos de los copiosos festines del Caçamentides.»