Fotografía cedida por el autor. |
Arnau, me llama la atención que un doctor en Historia con solo
29 años, se interese por la Guerra Civil, su universo y consecuencias, ahora
que a mucha gente joven parece no preocuparle este asunto, por decirlo de
manera suave.
Es cierto. Desde hace un año, más o menos, veo que se ha
producido una contra-respuesta al interés que había antes por las víctimas del
conflicto y sus familiares, y que las generaciones jóvenes se han hecho eco de
visiones revisionistas. Para ser sincero creo que, si este libro existe, es
porque ya desde pequeño en mi familia se hablaba de mi bisabuelo, Manuel Sesé,
cuya historia no estaba clara del todo. Mi abuela hablaba muy bien de él, decía
que era una persona muy politizada, con tendencia de izquierdas, alguien que luchó
por un mundo más justo y libre. Al mismo tiempo fue un hombre enigmático, casi
mítico. Este libro y todas mis investigaciones proceden del interés por conocer
qué le ocurrió realmente.
Como bisnieto de Manuel Sesé, te ha resultado difícil observar
el equilibrio y la distancia que todo historiador debe mantener en una
investigación como la tuya? Has sentido repercusiones emocionales?
Es un ejercicio complicado, no tanto porque el resultado
pueda estar viciado por mi ideología de izquierdas, mi experiencia o mi background, sino por el tema del
tratamiento que yo quería dar a los victimarios. En el caso de mi bisabuelo y
de otros muchos represaliados franquistas, la dificultad radicaba en no
presentar a los victimarios como gente violenta sin más, cosa que les ha
ocurrido a otros compañeros y compañeras que, al tratar este tema, han caído en
la facilidad de brutalizar a los guardias civiles o policías armados. Yo pretendía
ofrecer el lado humano de estos seres, personas con pensamiento propio, con
familia y con pasado, que actuaron como lo hicieron por algún motivo concreto,
y a los que su actividad profesional llevó a convertirse en asesinos. Una
dificultad añadida lo constituyen las formas brutales con las que murieron los
guerrilleros. Cuando recibí la documentación sobre mi bisabuelo, sentí un
contraste de emociones. La idea de pensar que allí encontraría lo que realmente
le había ocurrido a Manuel Sesé me hizo estar varios días sin abrirla. Luego,
al acceder a su autopsia y enterarme de cómo
le habían disparado, estuve tres semanas sin escribir. Fue un impacto muy
fuerte, porque describían cómo lo asesinaron sin ningún tipo de filtros. Y me
costó mucho gestionarlo. Hubo también otros momentos en los que tuve que parar
porque me encontraba mal.
Mientras preparabas la tesis doctoral que ha dado origen a
‘Hasta su total exterminio’, trabajaste en varios sitios para continuar con tu
proyecto, un esfuerzo duro, duro.
Cuando uno hace una tesis doctoral lo normal es llevarla a
cabo mediante algún tipo de contrato, una ayuda pública o privada. Sin embargo,
últimamente las ayudas se han ido recortando y en mi caso no tuve opción de
acceder a ellas. Trabajé cuatro años en Ikea y otro más en Sprinter, ocho horas
de jornada laboral diaria. Llegaba a casa por la tarde y tenía que compaginar
la investigación con mi vida social y sentimental. En vacaciones no iba a la
playa, me marchaba a Madrid al Archivo de la Guardia Civil o al del Partido
Comunista a buscar documentación. Esa situación me generó un trastorno obsesivo
compulsivo. Sentía la necesidad material de investigar en esas condiciones,
porque si no conseguía terminar lo más rápido posible, iba a perder la salud.
Acabar la tesis me permitiría después dedicarme a la investigación, ya de
manera retribuida, y acceder a una plaza en alguna universidad española o
extranjera.
Tu abuela falleció antes y no pudo ver el libro concluido.
Cuántas preguntas se te quedaron sin formularle?
Muchísimas. Mi abuela, además, desde 2011 desarrolló un alzhéimer
muy rápido y se quedó prácticamente senil. Dejé de hacerle preguntas sobre este
asunto cuando yo tenía dieciséis años y, claro, cuando me formé cómo
historiador, con veinte o veintiún años ya, no le pude preguntar nada. Luego
falleció. Me arrepiento de no haberle preguntado por su madre, la viuda de
Manuel Sesé, que unos años después de que lo mataran se marchó a Sabadell. Por
eso yo nací allí y soy catalán. Tuvo que soportar el trauma de que le mataran
al marido y también la carga de la comunidad que sabía que había muerto por
rojo. Creo que cayó en una gran inmunodepresión y falleció unos años después,
víctima de un cáncer atroz.
Me contaba el otro día Juan Manuel de Prada que, para su
última novela, había visitado más de 80 archivos de todo el mundo. Se refería
sobre todo a los archivos franceses y me explicó que había accedido a los
expedientes que buscaba con absoluta naturalidad. Te ha sucedido a ti lo mismo?
La documentación en la que se explica la represión por parte del aparato franquista se encuentra en poder del ministerio de Defensa o del Interior. Es decir, está en manos de guardias civiles, policías o militares. Todos, más o menos, sabemos de qué pie cojea el estamento militar, integrado por personas más conservadoras, tanto desde el ámbito familiar como laboral. Desde hace unos diez años se ha producido una apertura gracias a que en estos archivos ingresó personal civil, ya que antiguamente allí sólo trabajaba personal militar. La presencia de personas enamoradas de la archivística trajo aparejada otra sensibilidad a la hora de prestar este servicio y eso nos ha facilitado mucho el trabajo a los historiadores. Pero todavía quedan espacios a los que resulta complejo acceder. La Guardia Civil posee un archivo propio en Madrid, en el que la documentación no está clasificada y desconocemos exactamente todo su contenido. Les he pedido muchos partes de operativos de servicio y me han dicho que no los tienen, algo difícil de comprender porque de cada servicio realizado redactan un parte. Se trata de un material sensible que habla de detenciones, deportaciones, aplicación de la Ley de Fugas... Creo, y lo mismo piensan otros historiadores, que esa documentación permanece guardada en el sótano. Por alguna razón no quieren que hechos sucedidos hace ochenta años salgan a la luz pública, aunque tampoco podemos olvidar que tienen poco personal destinado al archivo y que no está muy cualificado. En este sentido, creo que todavía queda mucho camino por andar.
Por hacerte una síntesis te diré que fijé el año 1952 porque
la propia Dictadura lo determina así. He encontrado mucha documentación en la
que los estamentos gubernamentales reconocen que la lucha contra la guerrilla
es la continuación de la Guerra de 1936-1939. Aunque ellos afirman estar ya
desarrollando su modelo de estado dictatorial, en el monte todavía hay gente
contra la que luchan y que representa la herencia del conflicto bélico. Es más,
no sólo es una herencia, sino que la propia Dictadura elabora un cuerpo
legislativo donde se premia a los guardias civiles que combaten a la guerrilla
por hechos de guerra. En esa legislación se equipara la lucha antiguerrillera
con la lucha contra el ejército republicano. En consecuencia, si la misma Dictadura
en su documentación de puertas hacia adentro, asume esta situación, cosa que no
hace de cara al exterior para no deslegitimar su poder, quiénes somos nosotros
para negarlo? Creo que como mínimo, y con la documentación disponible, podemos
debatir qué limitaciones tiene pensar que la Guerra Civil duró más de tres
años, sin pretender sentar cátedra en ningún momento. Por último, muestro
documentos del año 1952, procedentes de la propia Guardia Civil, donde se dice
que han vencido a la resistencia armada y ya se ha terminado la guerra.
Simplificando mucho, podríamos decir que los
guerrilleros/partisanos de la zona golpista durante la Guerra Civil, fueron el
equivalente a la quinta columna rebelde en la zona republicana o zona legal?
No, es muy distinto. En un principio, la quinta columna es
algo muy desorganizado, pero después se produjo una gran reestructuración de
todo lo que fue el quintacolumnismo y el espionaje, mientras que la resistencia
armada republicana primigenia se generó como una especie de escape, una vía de
huida. El quintacolumnista es capaz de vivir en la zona republicana a través de
dobles identidades y otras estrategias. En el periodo 1936-1939, quien se
convirtió en guerrillero era alguien que no podía vivir en su pueblo, porque
sabía que él o sus hermanos estaban en la lista de fusilables. Podían optar por
quedarse en su lugar de origen, esperando la tortura o la muerte; quitarse la
vida, porque ante la incertidumbre del miedo del momento el volumen de
suicidios se disparó; o escapar al monte y esperar que el ejército republicano consiguiera
vencer a los rebeldes para reintegrarse a su vida habitual.
Mola afirmaba que la asonada militar urdida por él tenía que
ser extremadamente violenta. Incluyes en el libro una frase de Hitler que dice
«La dureza de hoy significa indulgencia en el futuro». Este criterio de
violencia se mantuvo al pie de la letra en la lucha asimétrica contra los
guerrilleros?
Totalmente. Fue una guerra hasta su total exterminio. Creo
que era muy interesante incluir el caso de la violencia del ejército golpista junto
con lo que ocurrió después con el fascismo y el nazismo. En general, tenemos la
visión a nivel social de las atrocidades que se cometieron durante el
holocausto o contra los partisanos. Sin embargo, si ves lo que sucedió en
España, te das cuenta de que lo que dijo Mola tuvo un rotundo traslado a la
realidad. La Dictadura Franquista, como se edificó desde el principio bajo el
paradigma de la violencia, paralizó al disidente. Durante los años cuarenta los
órganos clandestinos de dirección de comunistas y anarquistas estaban
totalmente destruidos y por eso la Dictadura pudo establecerse como lo hizo. La oposición
interior había desaparecido, físicamente eliminada, encarcelada o exiliada. Fue
una violencia exitosa muy bien desarrollada en cuanto a los objetivos y en
cuanto a la práctica, y eso explica que la Dictadura fuera tan longeva.
La lucha contra la guerrilla también se libró a través de las
palabras. Las autoridades franquistas no dejaron constancia por escrito de la
existencia de partisanos o guerrilleros, pero sí de «bandoleros y forajidos».
Claro, pero lo interesante es que ellos sí que hablan en esos
términos. El interés radica en el vocabulario que se quiere emplear para
despolitizar a los guerrilleros, que son las palabras que tú has citado. Pero
al guardia civil que está en el monte combatiendo le falla el subconsciente y
en el parte escribe guerrillero, porque para él no es un bandolero como los del
siglo XVIII con patillas y trabuco. Sabe que tiene delante a un tipo, que es
del Partido Comunista o de la CNT, un combatiente muy politizado y preparado. Y
cuando redacta el parte, aunque el jefe le ha dicho que ponga bandolero, él
escribe guerrillero. Luego el jefe se lo tacha y, a mano con estilográfica,
escribe bandolero. Eso lo he constatado yo en los documentos que he manejado. El
lenguaje fue importantísimo para el régimen. Oficialmente, la Dictadura no
podía asumir que seguía luchando contra comunistas y republicanos en ese
momento, porque eso significaba admitir que no dominaba la situación y tenía
que dar la impresión de que el orden público estaba bajo control.
Dentro de esta guerra asimétrica, abordas los factores
psicológicos de la lucha, entre ellos el miedo, algo connatural en cualquier
conflicto bélico. Pero miedo de todos: del guerrillero, de los civiles, de los
falangistas y soldados… A campo abierto las fuerzas estatales eran más débiles
que los guerrilleros?
Muchísimo más y por varias razones. La guerra da miedo a
cualquier combatiente. El instinto de supervivencia aflora y uno lo que no
quiere es morir ni quedarse tetrapléjico, tuerto o cojo. Ese factor hay que
tenerlo en cuenta. En el caso del maquis, algunos compañeros han hablado de
cómo los guerrilleros se valían del entorno y de cómo superaban el miedo que
sufrían. Pero faltaba conocer la situación del otro bando. El soldado o el
guardia civil se relacionaba con el medio rural también con miedo y en alguna
ocasión llegaron a pegar un tiro al aire para que los guerrilleros lo escuchasen,
se dispersaran y no se estableciera combate. Algunos guardias civiles llegaron
a desmayarse. Todo eso no se conocía, había que definirlo, estudiar qué ocurría
con sus sentimientos. Siempre vivían asustados, porque el guardia civil que
peleaba no era de allí y desconocía el terreno que pisaba. Ni siquiera hablaban
todos igual, porque cada uno era de una procedencia distinta y les costaba
establecer comunicación entre ellos. Dado que el guerrillero generalmente sí
conocía el territorio, el guardia se
encontraba en una situación de inferioridad. Y su miedo lo explotaba el
guerrillero. Por eso la lucha partisana duró tantos años. No se puede explicar
de otro modo que los guardias civiles, que eran enormemente superiores en
número, no hubieran acabado con ellos mucho antes.
Cuentas que los guerrilleros solían ir bien pertrechados, de
dónde procedía su armamento?
Los guerrilleros se nutrían preferentemente de armamento llegado
de Francia. Era el caso de mi bisabuelo, que viajaba al país vecino a por
armas, que procedían de la II Guerra Mundial y que entraban en España a través
de los enlaces de los anarquistas y del Partido Comunista, que era el mejor
organizado entonces. Pero no se trataba de piezas nuevas, sino de armamento
recogido por los comunistas franceses y enviado a sus correligionarios
españoles. Otra fuente de suministro la constituían las armas que los guerrilleros
retiraban de los guardias civiles muertos en algún enfrentamiento. De todos
modos, no se puede generalizar, porque algunas partidas guerrilleras iban muy
bien armadas y otras funcionaban con escopetas y poco más.
El gobierno de Franco se tomó la lucha antipartisana como una
auténtica guerra: envió al ejército, utilizó
artillería, incendió bosques, evacuó pueblos… En algún momento temieron que la Dictadura
pudiera resquebrajarse, al menos mientras duró la II Guerra Mundial?
No, peligro de pensar que la guerrilla antifranquista podía
acabar con la Dictadura, no lo hubo jamás. La Dictadura fue siempre muy
consciente de que se trataba de un problema limitado a unas zonas de alta
montaña. Sabían que, a nivel operativo o militar, nunca podrían derrotar a las
fuerzas del estado y, con el paso de los años, la presencia de la guerrilla en
medios rurales no iba a producir una insurrección popular, un peligro que las
autoridades sí sopesaron en un primer momento. Pero como eso no sucedió y pasaron
los años, el único momento en que creyeron que la cosa podía cambiar fue al
finalizar la II Guerra Mundial, puesto que pensaron que podría producirse una
intervención exterior por parte de los aliados para acabar con el último reducto
fascista de Europa, sin olvidarse de Portugal. Temieron que las guerrillas
republicanas pudieran servir de información a los aliados para intervenir en
España, pero no fue así y a finales de 1946 ese temor desapareció.
Hay un personaje muy importante en tu libro dentro de la
lucha contra guerrillera. Me refiero a Camilo Alonso Vega, director de la
Benemérita. Parece ser que ningún historiador se ha acercado todavía a estudiar
su figura. Cómo era este militar, muy amigo de Franco y ferrolano como él?
Sobre Camilo Alonso Vega no existe ninguna biografía
publicada y, si tengo tiempo, uno de mis futuros objetivos sería escribirla. Es
un personaje interesantísimo. Era amigo de Franco, cazaban juntos y las
familias se relacionaban. Fue una de esas amistades que el dictador fue
tejiendo a lo largo de su vida y que fueron ocupando espacios de poder. Hay que
pensar que Alonso Vega se encargó de liquidar la guerrilla antifranquista
durante los años 40 y 50 y, cuando lo consiguió, Franco le ofreció la
posibilidad de continuar al frente de la represión del aparato gubernamental,
asignándole el Ministerio de la Gobernación, con lo cual controlaba el orden
público y perseguía a los disidentes del régimen. Durante los años 60 y 70
llevó a cabo la represión contra las organizaciones sindicales y también contra
ETA. Camilo Alonso Vega fue una figura de importancia capital, un personaje
clave, dentro del entramado franquista y resulta increíble que todavía no
exista un libro dedicado a él.
En ‘Hasta su total exterminio’ aparece la llamada Ley de
Fugas. Imagino que es la misma ley que, durante los años del pistolerismo en
Barcelona, Martínez Anido puso en práctica habitualmente, no?
Exacto. De hecho, el uso de la Ley de Fugas durante los años
40 vive de la experiencia de Martínez Anido y de la de Julián Zugasti, que fue
uno de los políticos de finales del siglo XIX encargado de luchar contra el
bandolerismo en Andalucía. Más tarde, Martínez Anido la recuperó para combatir
el pistolerismo y la Guardia Civil la empleó después en la lucha contra la
guerrilla. Era el recurso que disponía el estado español para reprimir todos
estos movimientos insurgentes.
Cómo recibía la población a los guardias civiles que
participaban en la lucha antiguerrillera? Los acogieron bien o recelaron de
ellos y los marginaron junto con sus familias?
Hay de todo y dependía mucho de cómo se comportaba cada
guardia civil. El agente que llegaba a una comunidad siempre iba a ser tratado
con rechazo porque era un ser exógeno a esa comunidad. Pero como iba a pasar
mucho tiempo allí, si era majo la cosa cambiaba, porque todo el mundo tenía
claro que había ido al territorio con la misión de reprimir a la guerrilla. He
visto que hubo guardias civiles que se adaptaron muy bien a sus nuevos
destinos, tanto es así que se casaron con mujeres de esos lugares. Pasaban
cinco o seis años en la zona, se enamoraban y formaban familias. Pero también
hubo guardias civiles que ejercieron una violencia atroz. Algunos daban
verdadero terror y, lógicamente, el trato que recibían era más complejo y de rechazo
por parte de la comunidad. Hay que tener presente también que en aquellos años,
para un campesino, la Guardia Civil era el único representante del estado que
conocía. Los guardias controlaban que no hubiera contrabando, ni robos, ni
peleas. En resumen, pienso que no se puede generalizar porque hubo muchos
matices dentro de esa relación.
Terminamos por hoy. Arnau, en qué nuevos proyectos de
investigación trabajas actualmente?
Ahora mismo preparo una visión a ras de suelo de la
guerrilla. Hay muchos libros sobre este asunto, textos estupendos que me sirven
de alimento y lectura, pero en estos años de trabajo en archivos he encontrado
una documentación increíble sobre cartas de amor entre los guerrilleros y las
cortijeras de la zona. Es una materia que tampoco se ha trabajado nunca y estoy
perfilando para ver cómo puedo escribir una continuación de ‘Hasta su total
exterminio’. He accedido a diarios de los guerrilleros, que es un material
valioso. Para los aficionados a la Historia creo que se trata de un tema muy
sugerente.
Herme Cerezo, Diario SIGLO XXI.09/10/2024