«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 20 de enero de 2025

Vicente Valero: «San Francisco de Asís fue una figura completamente nueva para su época»

Fotografía: Editorial Periférica
Nº 692.- Estreno el año 2025 con teléfono nuevo. Debuta en esta primera entrevista. El anterior defuncionó víctima de un mal extraño. Repentino. Lo hizo en mis manos. En medio de la calle. Se sumió en una profunda negritud, de la que los expertos no consiguieron hacerle regresar, a pesar de que se entregaron con denuedo a su empeño. Y qué mejor comienzo de año, y de teléfono, que entrevistar a Vicente Valero (Eivissa, 1963), poeta y escritor, que en los arrabales de 2024 publicó ‘El tiempo de los lirios’ (Periférica), un ensayo o libro de viaje o diario de viaje, quizá todo a la vez, en el que el ibicenco se sumerge en el siglo XIII, una centuria  importante, cuando se anunciaba la llegada de un tiempo nuevo para la humanidad, lleno de paz y justicia, con una Iglesia renovada y un mundo organizado en pequeñas comunidades. A ese momento histórico se le llamó El tiempo de los lirios, título del libro, y el ejemplo de Francisco de Asís reforzó la expansión de dicha creencia, aunque el santo umbro contribuyera a la causa de manera inconsciente e involuntaria. Vicente Valero viajó a la Umbría, la región italiana por la que anduvo el santo amigo de los animales. De sus impresiones y recuerdos de aquella estancia brotó este ensayo, estructurado en quince etapas que comienzan el 28 de marzo de no importa qué año. Pintura, arquitectura, gastronomía, paisaje, espiritualidad… Todo forma parte de un conglomerado de poco más de doscientas páginas, narradas con un ritmo y un lenguaje sencillamente deliciosos. O deliciosamente sencillos. Con el piloto rojo de la grabadora ya encendido, arrancó nuestro viaje oral un viernes de enero, radiante, poco antes del mediodía. Vicente Valero desde su casa de Ibiza, acompañado de buen sol y algo de viento. Y desde la suya en València, también con tiempo soleado, quien esto suscribe. Comenzamos.

Vicente, la primera vez que entrevisto a un escritor siempre suelo formularle esta pregunta: por qué escribes o qué significa la escritura para ti?

Sobre todo me considero un lector y de la lectura a la escritura no hay tanta distancia. Es una necesidad que tengo, quizá menor que la de leer, pero ambas van en esa misma dirección. Para mí escribir es una extensión de leer.

En el momento de construir ‘El tiempo de los lirios’ qué fue primero: la Umbría o San Francisco? Quién llevó a qué o qué llevo a quién? 

Pienso que la Umbría. Me encontré con San Francisco allí y, aunque lo tenía olvidado, esto no quiere decir que no lo conociera de antes. Lo había perdido durante el camino desde mi juventud hasta ahora y, de pronto, me lo tropecé otra vez y, además, en su lugar de origen. Fue como un recordatorio.

A San Francisco de Asís, aunque es autor de un poema (Cántico del hermano Sol o de las criaturas), no le gustaban los libros, qué te atrajo de su figura para dedicarle uno de tus proyectos literarios?

Bueno, eso es lo que más antipático se me hace de San Francisco y lo que me hizo tirarme hacia atrás al principio, ya que, en general, desconfío mucho de las personas que detestan los libros. Sin embargo, a pesar de todo, me puse a trabajar en su figura.


Y, con la costumbre que todos tenemos de etiquetar los libros para aclararnos, qué es ‘El tiempo de los lirios’? Un diario de viaje, una aproximación a la figura de San Francisco de Asís, una hibridación…?

Sobre todo es un diario de viaje, al menos, formalmente se puede presentar así. Pero es verdad que por ese diario transcurren no solamente excursiones sino también pensamientos, incluida una reflexión general sobre la figura de San Francisco. No es una biografía suya, pero obviamente se comentan un buen número de historias franciscanas, de su vida y de su pensamiento en general. 

El libro tiene una escritura bella, serena, amable. Se lee con enorme placidez. Describes un paisaje precioso, la Umbría, que transmite calma, plagado de obras de arte, incluso hablas de su gastronomía, muy apetitosa por cierto. A la hora de escribir, tu objetivo principal era trasladar al lector toda esa belleza? 

Sí, realmente sí. No creo que se pueda abordar un territorio como la Umbría sin intentar representarla en el propio libro. Hay tanta belleza allí, contenida en el arte, en el pasado, en la pintura, en la propia historia de San Francisco y del franciscanismo que, obviamente, uno se esfuerza lo máximo posible en recrearlo todo y representar esa belleza.  

San Francisco (Asís, 1181-1226) vivió hace más de ochocientos años y por lo que cuentas su figura continúa muy presente en esa región italiana.

Sí, su presencia es abrumadora, lógicamente debido a la potencia de su personalidad y a la proyección internacional de su figura. Su éxito fue fulgurante desde el principio, porque todavía no había muerto y ya contaba con tres o cuatro mil seguidores no sólo en Italia, sino también en España, Francia y Alemania. Y la Umbría – en el sentido positivo del término – es una región que parece haberse quedado anclada a su figura. Hay otros lugares donde eso ocurre también, como en Córcega con Napoleón, espacios en los que parece que todo gira en torno a una figura relevante. En el caso de la Umbría influyó mucho el hecho de que, a lo largo de los siglos, se crearon y construyeron iglesias franciscanas y aparecieron pintores del llamado primer renacimiento, que trabajaron  en ellas. Por tanto, se produjo una continuidad en el tiempo en todo lo referido al arte, arquitectura y literatura, muy importante. 

Con el paso de los siglos, múltiples artistas y escritores han desfilado por Asís. Por la parte que me toca, cuentas que mi paisano, el pintor José Benlliure, se compró una casa allí y dedicó una serie de pinturas y dibujos a San Francisco, donde se nos muestra como un hombre delgado y huesudo, cubierto por un hábito. Realmente era así?

Bueno, hay una descripción física sobre él y, efectivamente, siempre se le representa como un ser demacrado, poco agraciado en lo físico y pequeño, por más que este tipo de cosas pudiera ser algo puramente retórico en la época, ya que se enfatizaba su escasa belleza para ensalzar y contrastar todavía más lo bella que era su alma o su espíritu. Pero en su caso, seguro que era verdad, porque lo que él enseñó a sus discípulos es que la belleza de los cuerpos era obra de dios y que era tan importante como el aspecto espiritual. Por tanto, yo creo que sí era así. Sobre Benlliure, hay que decir que, en efecto, realizó una serie de pinturas muy buenas sobre el santo y terminó convertido en un franciscanista total. Y, según leí, llegó a tener una casa en Asís, igual que otros artistas también la tuvieron en su momento. 

Resulta inevitable comparar a San Francisco con San Vicente Ferrer. Como dices, San Francisco era pequeñito y se aupaba sobre grandes piedras para ser escuchado; por su parte, San Vicente hablaba subido a unos catafalcos. La llegada de estos predicadores a ciudades y pueblos medievales  recuerda un poco esos conciertos de música pop actuales, a los que acuden personas procedentes de muchos lugares. Lo suyo tenía algo de espectáculo?

Un espectáculo sí podía ser, especialmente si hacían milagros. No había pensado en este paralelismo entre San Francisco y San Vicente, que era dominico. Pero no sé cual sería la comparación que se pudiera establecer. Ambos son figuras carismáticas, que iban a los lugares y se ponían a hablar. Me imagino que daría gusto escucharles, porque todo el mundo acudía a verlos. 

No sé si San Francisco hacía tantos milagros como San Vicente, en el libro citas uno con una niña ciega. 

Sí, sí, era bastante milagrero. En sus biografías aparecen muchos milagros… Todos los santos, más o menos, son milagreros. Es lo suyo [sonrisa telefónica].

Santa Clara pretendió unirse al grupo encabezado por San Francisco. Pero no se lo permitieron. Acabó en un convento y no le dejaron predicar. La predicación era cosa sólo de hombres? 

Sí, por supuesto, pero no de hombres, sólo de clérigos. La personalidad de San Francisco lo cambió todo. Con él asistimos a una especie de rebelión de los laicos, a la aparición de muchos grupos religiosos, que fueron declarados herejes y que también trataban de predicar y hablar sobre la Biblia y los Evangelios… Mientras escribía el libro, descubrí que San Francisco fue alguien completamente nuevo para su época. Fue un rico que se hizo pobre, una persona que se situó en las periferias de las ciudades, un ser marginal, un laico al que la Iglesia le permitió predicar, algo insólito que antes no existía. Hasta entonces solo había monjes, que no vivían en las ciudades, sino en el mundo rural. San Francisco creó la figura de los frailes. Después llegaron los dominicos e hicieron lo mismo, aunque con otras características. El modelo franciscano tuvo después un recorrido histórico muy interesante. 

Con la llegada de San Francisco pareció iniciarse una nueva época, otro tiempo lleno de justicia, de retorno a los inicios de la Iglesia. A ese momento histórico se le conoce como ‘El tiempo de los lirios’, que da título a la novela.

Aquí se mezclan dos cosas. Por un lado, San Francisco que predicaba no tanto un mundo mejor, sino que la gente admitiera la pobreza y se salvara. Y por otro, el movimiento llamado milenarismo, del que San Francisco no participó. El milenarismo parte de Joaquín de Fiore, un monje calabrés, de su misma época, que profetizó que a partir de 1260 iba a iniciarse la tercera era. La primera había sido la del Padre; la segunda, que estaba a punto de terminar, la del Hijo; y la tercera sería la del Espíritu Santo, la Santísima Trinidad. San Francisco murió en 1226 y el movimiento milenarista coincidió con la expansión y el auge del franciscanismo y de los filósofos franciscanos porque, a pesar de que el santo recomendaba no leer ni tener libros, sus seguidores se saltaron muy pronto esa norma y surgieron franciscanos cultísimos como San Buenaventura o Guillermo de Ockham, entre otros. La idea milenarista de la tercera edad fue recogida por muchos de estos frailes que se convirtieron casi en herejes. De hecho, fueron perseguidos por la Iglesia y, en parte, también por su propia orden. Joaquín de Fiore decía que esa nueva edad sería un tiempo de paz, organizado en pequeñas comunidades dirigidas por figuras muy destacadas. Digamos que confluyeron una serie de profecías, ideas y deseos que se mezclaron de las que San Francisco no participó, pero sí sus seguidores. Hay un libro excelente, titulado ‘La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore’, escrito por Henri de Lubac, que trata de esa idea nacida en los textos del monje italiano y que llega hasta el siglo XX. La Iglesia no podía aceptar este movimiento y terminó condenándolo.  

Resulta chocante que el franciscanismo, que predicaba la pobreza extrema, contase con el apoyo económico de las gentes acomodadas, por qué sucedió esto?  

En la Edad Media la pobreza se veía como algo necesario, entre otras cosas porque era la posibilidad que tenían los ricos de alcanzar la salvación. Si había pobres, los ricos podían salvarse gracias a la ayuda que les prestaban. Hay que verlo con perspectiva histórica y esa idea estaba instalada en la mentalidad medieval. Invertir en un movimiento que predicaba y revindicaba la pobreza interesó mucho a los ricos y, algunos de ellos, llegaron a convertirse. De hecho, los tres primeros compañeros que tuvo San Francisco en su grupo eran ricos. Él mismo también lo era. Hablamos de gente que se pasó de la riqueza a la pobreza. El cómo veían los que siempre habían sido pobres este movimiento constituye un misterio para mí. Pero también es verdad que la labor principal de los franciscanos no era tanto predicar como estar siempre con los pobres y enfermos para ayudarles. San Francisco tenía una obsesión casi patológica contra el dinero y prohibió a sus seguidores que aceptasen monedas. Podían admitir limosnas de todo tipo, excepto dinero. En realidad, esto ya ocurría en la antigüedad. Si pensamos en Diógenes el Cínico hay una anécdota suya con Alejandro Magno que demuestra que los filósofos descarados, los que predicaban la pobreza total, eran queridos y respetados por reyes y emperadores. Muchos años después de la muerte del santo, nos encontramos que los franciscanos penetraron en las cortes más importantes de aquel momento e influyeron poderosamente en sus decisiones. 

Mientras la Iglesia perseguía a cátaros y valdenses, sin embargo, con los franciscanos mantuvo una postura más condescendiente. San Francisco mantenía buenas relaciones con las autoridades eclesiásticas?

Verdaderamente, el franciscanismo podía haber sido considerado como una herejía más. Lo que decía San Francisco no se diferenciaba mucho de lo que predicaban los Valdenses, los Humiliati y otros grupos. Todos tenían la idea de vivir lo más auténticamente posible la experiencia del Evangelio y criticaban a la Iglesia por sus riquezas y su lujoso modo de vida. Por qué San Francisco no se convirtió en un hereje más? Bueno, él observaba una vida solitaria, casi un ermitaño, y cuando tuvo varios seguidores, el obispo de Asís, que le conocía y apreciaba, se ocupó de que, como diríamos ahora, su grupo «se legalizara». Ahí está la famosa visita de San Francisco y sus compañeros a San Juan de Letrán para ver al papa y conseguir su aceptación. San Francisco sentía mucho respeto por el papa.  

El santo de Asís mantenía un vínculo especial con los animales, a los que consideraba sus hermanos, especialmente los pájaros, que lo observan todo desde las alturas. Este hecho se ha reflejado profusamente después en la pintura. Bajo el punto de vista artístico y espiritual, qué simbolizan los pájaros?  

Hay varios episodios muy famosos de su biografía, en los que parece que los pájaros escuchaban a San Francisco mientras predicaba. De este modo se convirtió en el santo de los pájaros. Y, por extensión, en el de los animales. Muchas de esas narraciones son alegóricas, lo que no impide que él pudiera sentir una cierta sensibilidad hacia los animales, una sensibilidad casi oriental, que no existía en aquella época, que podía producir un cierto contraste social. Simbólicamente los pájaros en la Edad Media tienen una gran importancia, no sólo en el mundo cristiano, sino también en el Islam. Son representaciones del alma, seres espirituales que están entre el cielo y la tierra, intermediarios, parecidos a los ángeles, que fueron formados a partir de la idea de los pájaros.  

En ‘El tiempo de los lirios’ aparecen pintores muy conocidos, como Giotto o Cimabue, pero citas a un pintor español, apodado Lo Spagna, de quien nunca había oído hablar y que desarrolló su trabajo en la Umbría con éxito. Quién era Lo Spagna?  

Sí, como su apodo indica procedía de España, pero no se sabe de dónde. Yo también lo conocí allí, es decir, fue un descubrimiento de ese viaje y se convirtió en otra figura más para el libro. Lo Spagna vivió a finales del siglo XVI en la Umbría. Se casó con una mujer de Spoleto, con la que tuvo hijos. Fue discípulo de Perugino, un pintor importantísimo no sólo en la Umbría, sino también en Roma. Lo Spagna siempre estuvo un poco a la sombra de su maestro y de Pinturicchio, que de alguna forma eran quienes controlaban los negocios pictóricos de la zona y da la impresión de que a él le dejaban las migajas, lo que ellos no querían hacer. Realmente, fue considerado un extranjero en la Umbría y llegó a ser expulsado de Perugia, simplemente a causa de los celos de los pintores locales. Pero él consiguió medrar un poco y cuando lo descubrí, fui a recorrer los lugares donde  pintó y me encontré con ciudades pequeñas, muy bonitas, tipo Spello, Todi, etcétera, donde Lo Spagna pudo trabajar y hacerse un nombre. Tuvo un final muy importante, ya que le encargaron que pintara el lugar donde San Francisco murió, una especie de covacha en Asís, situada dentro de la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles. Los frescos de esa pequeña capilla constituyen un trabajo de gran prestigio, el culmen de su carrera. 

Terminamos por hoy. Nadal Suau, en su crítica del libro en Babelia, habla de que en ‘El valle de los lirios’ no queda clara «la relación del autor con la fe». Algo explicas en el libro sobre esto, pero no voy a entrar en una cuestión tan personal. Lo que sí me gustaría saber es qué te ha aportado a ti escribir este ensayo? 

Mucho, me ha aportado mucho. Sin embargo, me sucedió que cada vez encontraba más y más bibliografía, además de mis propias notas del viaje. Hice catas sobre escritores que habían pasado por Asís, como Goethe, Hess, Weil, lord Byron, Montaigne y muchos otros, reflejados en el libro. La documentación se amontonaba, así que había que aligerar las cosas, darle forma y estructurar. Escribir el libro ha sido la única forma de liberarme de él.    

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI.