«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 1 de noviembre de 2025

Vicenç Villatoro: «Escribir ‘Polonesa’ en primera persona, con un protagonista que miente, resultaba un reto difícil, pero muy interesante»

Nº 707. Vicenç Villatoro (Terrassa, 1957) es político, periodista y escritor. Galardonada con
profusión su extensa obra – más de treinta libros publicados –, su interés por el tema de la identidad la recorre transversalmente. Así lo demuestra su trilogía formada por ‘L’home que se’n va’ (El hombre que se va), ‘El retorn dels Bassat’ (El regreso de los Bassat) y ‘La casa dels avis’ (La casa de los abuelos). Profundizando si cabe más en esta obsesión, Villatoro acaba de publicar ‘Polonesa’, escrita en catalán y editada por Proa, donde aborda la historia de un espía crepuscular israelí tras la caída del telón de acero. El protagonista de la novela, Saul Shalev/Andrzej Zelig/Klaus Steinberg, que posee tres identidades diferentes, reflexiona sobre el oficio de espía, un oficio del que nunca uno termina de jubilarse, al tiempo que intenta resolver un negocio de compraventa de material «delicado» que sus antiguos colegas acaban de proponerle. Dándole otra vuelta de tuerca al asunto, Saul/Andrzej/Klaus se interroga a lo largo del texto, no podía ser de otro modo, sobre el tema de la identidad, algo que le obsesiona particularmente a causa de su trabajo, porque en su cometido la falsedad, la mentira y las apariencias son definitivas para sobrevivir y tener éxito. Pasado el media día,
a dos quarts d’una, Vicenç, desde Matadepera, y yo, desde València, anduvimos conversando acerca de esta ‘Polonesa’ y de algunas particularidades de su trayectoria como escritor. Establecida la comunicación tras los timbrazos preliminares del móvil, el piloto  de la grabadora, encendido en rojo, nos avisó de que podíamos comenzar nuestra charla. Y a eso nos aplicamos.

Vicenç, aunque llevas mucho tiempo dándole a la tecla, cuando entrevisto por primera vez a un escritor casi siempre comienzo con la misma pregunta: qué significa escribir para ti?

Hace muchos años que escribo. Es una actividad centrada en mi propia vida. En un momento determinado, decidí que yo me relacionaría con el mundo de dos maneras a la vez: viviendo y escribiendo. Pensaba vivir y escribir todo lo que me pudiera deparar mi existencia. Pero no iba a narrarlo todo, sino a relacionarme con la vida a través de la escritura que es una cosa distinta. De esta manera, cuando tengo una preocupación o siento dudas, emoción o esperanza me surge siempre una escritura que puede ser poética, ensayística, narrativa…

¿Eres un escritor intuitivo, a ver qué sale, o un amante de los esquemas, del plano?

No me considero intuitivo, pero tampoco soy escritor de plano por completo. Es decir, tengo claro por qué quiero escribir un libro y entonces, a través de la trama y de las circunstancias, puedo ir fluctuando en función de la propia narración. Pero el hilo central, la escaleta del texto, no es intuitiva, es racional.

Durante un tiempo ejerciste como político. Esta experiencia te ha servido de algo en tu trayectoria literaria?

Todo lo que he hecho en la vida me ha servido, pero en realidad, a la política me he dedicado más bien poco, ya que solo fui dos años diputat al Parlament de Catalunya. Conceptualmente soy dos cosas: escritor y periodista y estas dos vertientes me han conducido a otros ámbitos. El hecho de ser escritor, hace que te intereses por la cultura y puedes acabar como gestor cultural y dirigir el Centre de Cultura de Barcelona o l’Institut Ramon Llull, como fue mi caso. Y eso me ocurre porque el instinto periodístico, que llevo dentro, me conduce a relacionarme con la realidad. Tú dices cosas, escribes, opinas y, en un momento dado, te preguntan: por qué no lo haces tú? Y entonces te pones y lo haces. Fue así como trabajé para la administración pública durante un tiempo. 

El protagonista de ‘Polonesa’, Saul Shalev no actúa como espía, es un espía, según dice él mismo. Se puede vivir como un espía todo el tiempo o, como te sucede a ti, también ellos viven con dos vertientes?

[Risas] Sí, son dos vertientes diferentes, pero tienen un hilo común. En el caso de un espía de infiltración, como el protagonista de la novela, que trabaja en un territorio hostil, debe ser muy difícil lograrlo haciéndolo de manera convincente. Para ser convincente hay que ser sincero y la mejor forma de ser sincero es serlo de verdad. En consecuencia, creo que los espías infiltrados acaban teniendo dos o más identidades, con toda la dificultad que conlleva acarrear semejante mochila a cuestas. Pero, a pesar de todo, debe de ser posible conseguirlo, porque ha habido gente que lo ha hecho.

Leemos en el libro: «El nostre és un ofici d’aquests, de per vida. Com una mena de sacerdoci» (El nuestro es un oficio de esos de por vida. Como una especie de sacerdocio). Un espía nunca deja de ser espía, incluso cuando se jubila?

Supongo que sí, pero yo no lo he sido nunca [risas]. Tengo poca experiencia en esto, no es un libro autobiográfico, te lo puedo asegurar [más risas]. Sin embargo, percibo la sensación de que un espía no se jubila, aunque lo pueden jubilar. Es decir, puede producirse un cambio en las circunstancias que permitan que siga siendo espía. Por ejemplo, si eres espía en una guerra entre dos países y la lucha termina, tu presencia ya no es necesaria y es posible que te aparten. Y entonces el espía puede ejercer su oficio en otra guerra, es decir, tiene la posibilidad de cambiar de bando y posición para mantener su trabajo y, en consecuencia, también su duplicidad identitaria.  

En la novela hablas de Varsovia. Estamos en 1992, apenas han transcurrido dos años y medio desde la caída del muro de Berlín, y describes la capital polaca como una ciudad sin mucho encanto, apagada, fría, que todavía huele a comunismo… Son momentos duros, de incertidumbre, en los que se ven envueltos tres personajes, tres espías: Viktor Pavlov y Saul Shalev (la vieja guardia) y Lía (una espía de nueva hornada). Son otros tiempos donde hay que sobrevivir. Cuál de los tres se adapta mejor a la nueva situación?

Aparentemente, quien se adapta mejor de los tres es Lía, la más joven, porque tiene unos principios ideológicos firmes: no duda a quien sirve y en qué bando está. Por otro lado posee la convicción, propia de una generación joven, de que a través de los nuevos procedimientos tecnológicos puede trabajar con mucha mayor eficiencia que la generación anterior, que solamente basaba su oficio en el conocimiento y la experiencia. Lía domina esas tecnologías y sabe manejarlas. Es evidente que son más eficientes, pero también lo es que ofrecen algunos márgenes de error, pues presentan fragilidades y ciertos puntos débiles. Por su parte, Viktor y Saul proceden de un mundo que ha desaparecido, se encuentran profundamente inadaptados y tienen muchas dudas de cuál es su papel en la nueva situación, en el futuro.


Después de muchos años de ausencia, cuando Saul Shalev regresa a Varsovia, la ciudad donde afirma haber nacido, encuentra que casi todo ha cambiado. Dice la novela: «Volia anar a passejar pel ghetto i no hi ha ghetto. Volia passejar per la memòria i no hi ha memòria» (Quería ir a pasear por el ghetto y no hay ghetto. Quería pasear por la memoria y no hay memoria). Por qué elegiste Varsovia como escenario?

En parte la elección de Varsovia es funcional. Es un sitio donde yo creo que puede transcurrir la acción de la novela, porque es difícil encontrar otros lugares donde también pueda desarrollarse. Varsovia es una ciudad recuperada de dos maneras: una parte reconstruida tal como era y otra reconstruida contra lo que era. Es decir, tú visitas el centro histórico y lo ves bonito, pero es un centro histórico nuevo, porque tras la guerra aquello había quedado como un solar. En el suelo encuentras marcados los límites del antiguo ghetto, pero su trazado actual no tiene nada que ver con el primitivo, es completamente diferente. En su momento se plantearon qué hacer con el pasado: reconstruir las cosas como eran o levantar algo nuevo sobre todo lo viejo. Y lo hicieron a medias. Por tanto, la elección de Varsovia me proporcionaba no solo un escenario sino también un protagonista.

Entonces, Varsovia es un personaje más de la novela?

Sí, pero seamos precisos: es un personaje secundario, no es el protagonista del relato. Igual que lo es el tiempo pasado o la caída de la Unión Soviética, un hecho más importante a mi juicio que la misma caída del muro, aunque ahora parece que ya no nos acordamos de eso.  

En ’Polonesa’ suena la música clásica, concretamente Chopin. Parecía inevitable.

Me gusta la música clásica y Chopin me emociona. Pero aquí también encontramos una faceta utilitaria. Para no tener que construir un mundo completo, a la novela le conviene trabajar sobre mundos ya integrados en la imaginación del lector. Yo no he estado nunca en un pueblo del oeste americano, pero todos sabemos lo que contiene un salón, cómo es una funeraria, cómo ataban los caballos... Es decir, todos conocemos cómo son esas cosas sin haberlas visto en persona. Por tanto, si lo introduzco en una novela todos comprendemos de qué va el asunto. En mi caso, incluir la Polonesa de Chopin en mi texto me servía para rememorar la película ‘El pianista’ de Polanski, que presenta unas connotaciones icónicas y políticas que me permitían hablar de la presencia del pasado en el presente, así como de la dificultad de entender el presente si no tienes el pasado a la vista.

Por qué has elegido la primera persona para escribir ‘Polonesa’? Te lo pedía la propia historia?

Escribirla en primera persona tenía un punto de reto, que lo hacía más difícil y, al mismo tiempo, lo convertía en algo más interesante. Y estoy convencido de haber acertado en mi decisión. Es difícil explicar en primera persona la historia de alguien que sabes que está mintiendo, porque es un espía que vive de mentir. He intentado que el lector vaya descubriendo cosas, guiado por un sujeto que cambia sus verdades de un capítulo a otro. Ahí consistía el reto técnico, que espero haber superado. Además, la primera persona también me ofrecía la posibilidad de explicar un personaje por dentro sin caer en el monólogo interior. Saul no habla consigo mismo, sino con el lector, y este recurso me ha permitido incluir recuerdos y reflexiones, que me parece que le dan una mayor consistencia a la novela.

Junto con las reflexiones de Saul Shalev, me parece que uno de los grandes valores de ‘Polonesa’ radica en sus diálogos.

Yo creo mucho en los diálogos, hasta el punto de que he llegado a pensar que esta novela podría parecer una obra de teatro. Alguien me comentó que se podría hacer una película de esta novela y yo no sé si una película, pero desde luego una obra teatral sí, sin duda, porque buena parte de la novela descansa sobre escenas teatrales.

«És sempre més complicat mentir que dir la veritat» (Siempre es más complicado mentir que decir la verdad), leemos en la novela. La herramienta fundamental de trabajo para un espía es la mentira?

Sí, la paradoja borgesiana consistiría en decir que los espías son tíos programados para buscar la verdad, para detectar qué es cierto y qué es falso, pero su herramienta para conseguir sus propósitos es la mentira. Es una paradoja bonita, porque permite plantear el tema de la verdad y la mentira en el texto y hablar de ese gran terreno intermedio que es la interpretación. Hay cosas que son verdad, cosas que son mentira y cosas intermedias, eso es la interpretación, algo que no es verdad ni mentira. Como procedo del campo del periodismo, para mí la distinción entre lo que sería la verdad, que es lo que buscaría un espía, y la interpretación es básica.

Otro apunte interesante entresacado de ‘Polonesa’ es este: «He llegit el passaport com si fos una novel·la» (He leído el pasaporte como si fuera una novela), verdaderamente puede un pasaporte ser una novela?

Sí, puede ser una novela como también lo puede ser una declaración de la renta. Y es que un pasaporte no es solo un nombre, sino que te permite inventar todo un mundo. Entre las muchas manías raras que tengo, destaca la de mirar las esquelas. Si en una de ellas lees que unos nietos se llaman Marc, Laia, Paul y Arnau, observas que te está dibujando una historia familiar concreta, bien diferente de la que te dibuja otra esquela, en la que los nietos se llaman Borja, Ignacio y José. Y todo vale, porque te indica una historia, te proporciona una información. Un pasaporte, con un nombre y una ciudad, de principio ya te sugiere una biografía. La novela ofrece la autopsia de un pasaporte, ubicado en una ciudad que fue alemana y ahora es polaca, toda una historia personal que solo falta escribir.

Y Vicenç Villatoro dónde está dentro de la novela?

Cuando daba clases de literatura, les decía a mis alumnos: tú no has de salir en tus novelas, pero no debe haber un personaje que no sea un poco tú. Es una regla. Si tú sales en una novela tuya, acabas haciéndola servir para vivir la vida que no vives. Por tanto, yo proyecto reflexiones, dudas e ideas mías, sobre los personajes, pero no con la misma proporción en todos ellos. Por otro lado, en esta novela existe un elemento que lo complica todo: la primera persona, ya que el lector puede identificarte con el protagonista y atribuirte aspectos que no son tuyos. En ‘Polonesa’ yo he incorporado más cosas mías en Saul que en los demás personajes, salvando siempre las distancias.

En el año 2005 publicaste 'Los judíos y Cataluña', un libro de no ficción. Saul Shalev es judío y al final del texto hablas de una novela del escritor israelí Amos Oz, titulada ‘Conocer a una mujer’. Te interesa la cultura judía?

Sí, la cultura judía siempre me ha interesado mucho por sí misma. Mi primera novela, que ganó el Premio Sant Jordi cuando yo tenía veintitrés años, era la historia de un judío que quería dejar de serlo en la Catalunya del siglo XIV. A Amos Oz lo he conocido y entrevistado, igual que a David Grossman, Yehuda Amijai y otros escritores judíos contemporáneos. Como uno de mis temas preferidos es la identidad, me interesa mucho, porque el mundo hebreo ofrece enormes posibilidades narrativas para tratarlo. El tema de lo que es, lo que no eres, las consecuencias de dejar de serlo… Tal vez hubiera podido plantear todo esto relacionado con otras culturas, pero el mundo judío me proporciona ejemplos más extremos y dramáticos entre los hechos del Holocausto y la misma Biblia, que es una mina de historias posibles sobre la identidad. Por tanto, podría decir que ‘Polonesa’ es un libro sobre la identidad judía en parte, que toma el mundo hebreo como circunstancia y me permite hablar de cuestiones no estrictamente judías, unas cuestiones que espero que sean universales.

Te has adelantado. Precisamente ahora iba a preguntarte acerca de tu interés por el tema identitario.   

Sí, sí, para mí las preguntas son qué somos, qué queremos ser y si lo que somos viene de fábrica y no hay más remedio que aceptarlo o si existe posibilidad de elección en un porcentaje u otro. Yo no lo sé, no tengo respuesta para esto, por eso ‘Polonesa’ es una novela y no un ensayo. Y me parece que plantearlo así te permite participar en lo que eres y quieres ser, sin olvidar tus antecedentes, de donde procedes y tus propias elecciones personales. 

La última por ahora: al final de la novela datas tu novela entre Varsovia (2011) y Matadepera (2024). Matadepera  cuenta con dos magníficos escritores, tú mismo y Jaume Cabré. Todo un lujo para un lugar pequeño.

Sí, Jaume y yo somos muy amigos y estuvimos a punto de vivir juntos en Terrassa, cada uno en su casa y con su propia familia [risas]. Pero al final no se dio.

Hoy añado una coda a esta entrevista. Me apetece hacerlo. Un fragmento extraído de la ‘Polonesa’ de Vicenç Villatoro. Lo traduzco directamente del catalán: «Y que me dejen vivir en paz, a Rehavia, entre libros, mirando hacia la luz del atardecer sobre la Cúpula Dorada, con esta Polonesa como música de fondo» (I que em deixin viure en pau, a Rehavia, entre llibres, mirant cap al tard la llum sobre la Cúpula Daurada, amb aquesta Polonesa de música de fons).

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI