Foto Georgie Uris (cedida por Libros del Asteroide) |
Parece que las novelas sobre la crisis
empiezan a prodigarse por el mundillo literario de este país. No podía ser de
otro modo. Como dice el entrevistado de hoy, «Las cosas a las que merece la
pena darles vueltas en la vida, creo que son las que también merece la pena
contar en la ficción». Es así de sencillo. La crisis socioeconómica, que
padecemos desde hace ya varios años, se ha instalado en nuestra existencia. Presos
de la zozobra que produce cualquier situación desconocida, la vivimos
diariamente y nos interrogamos por nuestro presente y también por nuestro
futuro. Lógico es, por tanto, que se abra hueco en la literatura que se escribe
hoy.
Y sobre la crisis gira ‘Asamblea ordinaria’, la
nueva novela de Julio Fajardo Herrero, editada por Libros del Asteroide, en la
que nos encontramos con una triple visión de esta coyuntura: la de una mujer,
cuyo marido se ha quedado en paro y pasa las horas encerrado en casa; la de un
trabajador que dirige la mirada, en segunda persona, hacia su jefe, un
empresario aparentemente guay: y la de un joven que, para ahorrarse el alquiler
del piso, se marcha a vivir a casa de una tía suya. Tres relatos, tres
enfoques, tres trozos de vida que suministran al lector una visión poliédrica
de la crisis.
Julio, ¿hay alguna
imagen o alguna frase que haya actuado como disparador para sentarse a trabajar
en ‘Asamblea ordinaria’?
No lo tengo muy claro, pero lo que sí
recuerdo bien es que el libro está escrito, casi sin excepciones, en el orden
en que se lee el texto publicado. Empecé a tirar de los respectivos hilos a
partir del primer capítulo de cada trama: una mujer que cuenta cómo la gente
dice que le va a prestar dinero pero nunca se lo presta. Un chico que cuenta
cómo empezó a trabajar en una empresa y la primera impresión que se llevó de su
jefe. Y una señora mayor que se despierta una noche con el ruido que hace al
llegar su sobrino, que se ha ido a vivir con ella para ahorrarse el alquiler.
Cogemos la novela,
no muy grande por cierto, y observamos a una mujer y dos hombres que contemplan
la ciudad, inmensa, a lo lejos, ¿qué miran, qué metáfora de la realidad se
esconde detrás de esta fotografía?
Bueno, la imagen de la cubierta no coincide
con ninguna escena que se cuente en el libro, pero sí que comparte, yo creo, el
tono o el espíritu. Se ve que es gente normal que se junta a hablar –como en
una asamblea– en medio de una ciudad grande, que intimida un poco. Creo que esa
situación sí tiene mucho que ver con las cosas que se cuentan en el libro.
El libro está
escrito sin puntos y aparte. Muchas comas y puntos y seguido. Reto literario,
gusto personal, falta de silencios… ¿qué le aporta al libro esta forma de
escribir? Tampoco hay diálogos, ¿por qué?
Al escribir el libro intenté generarle al
lector la sensación de que está manteniendo una conversación con los
personajes, o de que está siendo testigo de una conversación entre algunos personajes,
de forma muy directa. Cuando estamos metidos en una conversación en la vida
real, el “texto” que nos llega no viene con puntos y aparte, ni con acotaciones
para el diálogo. Viene más o menos en bloque y nos toca a nosotros darle forma
o procesarlo. Me pareció que ese podía ser un reto interesante, que cada
capítulo fuera un bloque continuo de texto. Si funcionaba así, sin procesar, en
mi cabeza igual era mayor garantía de que lo que estaban diciendo los
personajes “procedía”. Es algo que se ha hecho muchas veces en la historia de
la literatura, pero me pareció que encajaba bien con el tipo de historia que
estaba contando.
Has estructurado ‘Asamblea
ordinaria en tres bloques, tres novelas cortas fragmentadas, que no se
entrecruzan y ofrecen una imagen poliédrica de la crisis, ¿hay que leerlas como
tres historias separadas o como un totum
revolutum?
Para mí no son tres novelas cortas, es una
sola. Para empezar, porque el libro está escrito como se lee, no escribí tres
historias separadas para luego juntarlas. Son tres tramas de una misma novela.
Estas tres tramas están relacionadas entre sí de muchas maneras, por el tono en
que están contadas, por el tipo de historias que cuentan, por los motivos y los
recursos que se emplean en ellas. Lo único que no pasa: los personajes de una y
otra trama no llegan a coincidir en un mismo momento en un espacio determinado,
pero no por eso debería dejar de ser una novela, en mi opinión al menos.
También has
utilizado para narrar las tres personas, primera, segunda y tercera, además por
orden, cada una para una historia, ¿por qué esa elección?
Para cada trama hice pruebas utilizando
puntos de vista distintos, y las personas desde las que está narrada cada una
son las que más me convencieron al final, las que pensé que daban más juego
para abordar lo que ocurría en cada caso. Una primera persona femenina (por la
que a veces también asoman la conciencia y las opiniones del hombre) para
contar la historia de una pareja. Una segunda persona para que un joven
empleado haga repaso ante su jefe de toda la historia que tienen en común,
narrándosela desde el principio. Y una tercera persona, más objetiva, para
contar la convivencia entre un chaval en paro y su tía ya mayor, con la que se
ha ido a vivir para ahorrarse el alquiler. Esta tercera persona me permitía ir
cambiando entre el punto de vista del sobrino y el de la tía.
‘Asamblea
ordinaria’ tiene algo de crítica social y de análisis o simplemente, que no es
poco, ¿se trata de una exposición de hechos que provocan los efectos de la
crisis e invitan a la reflexión?
Yo casi me limitaría a decir que son las
historias de una serie de personajes, contadas lo mejor que he podido. Si
funcionan o no como crítica social o como cualquier otra cosa, creo que ese
juicio se lo dejo a quienes lean el libro. A mí me cuesta saber con certeza qué
consigue hacer exactamente el libro y qué no, la verdad.
La crisis
económica produce en muchos casos vergüenza social en aquellos que la padecen,
¿qué triste, no?
Sí. Creo que, afortunadamente, eso ha ido
cambiando, y que hay desenlaces, como por ejemplo un desahucio, que antes,
aparte del problema obvio que generan, también estigmatizaban socialmente a sus
protagonistas. Y ahora ya no tanto. La gente cada vez es más consciente de que
lo que suele haber es un problema estructural. En todo caso, creo que en parte
es inevitable, cuando se pierde la casa o el trabajo, que siempre haya un cuestionamiento
íntimo de las decisiones tomadas, o que nos podamos llegar a obsesionar. Eso
era algo en lo que me apetecía indagar a la hora de dar forma a estos
personajes.
También dibuja la
vida de los personajes, los condiciona, ¿las crisis económicas son un buen
filón para la literatura?
Yo diría que todo lo que es importante, o lo
que tiene peso en las vidas de la gente, lo suele tener también en la
literatura. Las cosas a las que merece la pena darles vueltas en la vida, creo
que son las que también merece la pena contar en la ficción. Suena muy simple y
muy obvio, pero yo lo veo así.
¿Resulta fácil
introducirse en la piel de esos personajes, que atraviesan una situación tan delicada,
o, por el contrario, es duro y hay que distanciarse lo suficiente para
conseguirlo?
“Inventarse” a unas personas que no existen e
intentar que resulten auténticas y más o menos interesantes, y que a la gente
le merezca la pena dedicar tiempo a leer cosas sobre ellas… yo creo que eso
nunca es fácil. Y nunca se sabe si se consigue del todo o no. Pero a mí al
menos me seduce mucho la idea de intentarlo y me lo paso en grande.
Los protagonistas
carecen de nombre, ¿todos somos, o podemos ser, personajes de esta novela?
En parte sí que me atraía la idea de que
pudieran tener cualquier nombre. Me pareció que no nombrarlos encajaba con el
espíritu del libro y, de hecho, por los puntos de vista desde los que están
narradas las historias, casi me parecía más artificial obligar a los narradores
a nombrarse. Cuando lo probé, no me lo llegué a creer en ningún momento, por
eso ninguno tiene nombre.
Antes de
reflexionar sobre su despido, la mujer de la primera historia recuerda cómo su
abuela le contaba episodios de la Guerra Civil. ¿Las situaciones provocadas por
la crisis se convertirán en las batallitas
del Abuelo Cebolleta para nuestros nietos?
Pues no lo sé, pero de lo que sí estoy
convencido es de que, con el paso del tiempo, esas historias –todas las
historias sobre cosas importantes− las iremos contando desde sitios distintos,
con ánimos y tonos distintos, dándoles otra importancia y haciendo otras
lecturas. Todo ese proceso me parece muy interesante y muy intrigante, como
para escribir un libro entero, distinto…
La última por hoy:
la gente que sufre los estragos de la crisis intercambia opiniones en foros o
busca trabajo en internet, en resumen, invierte una buena parte de su tiempo
ante el ordenador, ¿se ha convertido el pecé en un mecanismo de control social
como lo fue en su día el fútbol?
Puede que en algunos casos sea así, pero a mí
me parecería más importante destacar lo que aportan los ordenadores o internet en
tanto instrumentos de comunicación o de búsqueda activa de información. Hay
quien se sienta delante de un ordenador como lo hace delante de una tele, de
forma muy pasiva, pero el otro tipo de uso me parece más revelador y más
interesante para la ficción: a la hora de contar las vidas de unos personajes,
internet es todo un plano de realidad completamente diferente al físico, extensísimo
y que antes no existía, en el que suele desarrollar buena parte de las vidas de
la gente. Me parecería un poco absurdo no aprovecharlo.
SOBRE JULIO FAJARDO HERRERO
Julio Fajardo Herrero (Tenerife, 1979) vive en Barcelona y trabaja como editor y traductor. Es autor de las novelas ‘Los principios activos’ y ‘Asamblea ordinaria’.
478