autora de diversas
antologías dedicadas al relato y al microrrelato en lengua castellana,
considera que Hipólito G. Navarrro, (Huelva 1961) es un cuentista que maneja el
resorte del humor «desde todos los ángulos posibles y con maestría
excepcional». El onubense llevaba doce años dándole vueltas a unos cuentos muy
queridos, huérfanos, con los que no sabía muy bien qué hacer. Después de darles
muchas vueltas, como si fueran fichas de dominó, se decidió a reunirlos en un
solo volumen titulado ‘La vuelta al día’, publicado por Páginas de Espuma. En
el ‘Prólogo’ del libro, aunque uno no sabe muy bien si funciona como tal o
simplemente se trata de un cuento más, Navarro explica que «me he solazado
especialmente dando caza a las afinidades que pudiera encontrar entre ellos, y
en conformar y destruir los más sutiles o más bastos agrupamientos que se me
fueron ocurriendo en la configuración de la arquitectura de este volumen, su
arquitextura». Desde este punto de partida, arrancó nuestra conversación del
pasado viernes, donde dimos un repaso al género del cuento en general y a ‘La
vuelta al día’ en particular.
Hipólito, ¿qué significa escribir para un cuentista tan experimentado
como tú?
Esta es una pregunta muy difícil
de responder para un escritor. Creo que en el momento en el que alguien supiera
qué significa escribir para él, tal vez incluso dejaría de hacerlo. Para mí
durante mucho tiempo fue un divertimento, una pasión. Traté de imitar aquello
que leí de muchacho (Cortázar, los escritores del Boom, Rulfo, Onetti…),
planteándome qué podía aportar yo a todo aquello. Lo que sí sé es lo que
significa no escribir: un sufrimiento [risas]
Escribes cuentos, aunque también publicaste una novela.
Es verdad tengo una novela, pero
fue una traición a dos cuentos largos, en los que intuí que existían ciertos
puntos de anclaje para unirlos. Como ya había publicado varios libros de
cuentos, la gente me empujaba a escribir una novela. Incluso la hipoteca de mi
piso me preguntaba por qué no lo hacía [risas]. La escribí y con los cuatro
millones que me dieron por ganar el Premio de la Crítica de Andalucía y el de
Valladolid de Novela Corta, cerré la hipoteca. Pero la verdad es que no me
atrevo a llamarla novela, es más bien un artefacto novelesco. En este libro de
cuentos nuevo, he reparado aquel desmán, he reescrito los dos textos y los he
publicado como debieron ser siempre. La novela no es para mí. Como lector me
gusta, pero como escritor me cansa pasar muchos meses, años incluso, con los
mismos personajes y situaciones.
Los cuentos de ‘La vuelta al día’ están muy bien estructurados dentro
del libro, ¿significa eso que hay que
leerlos por el orden que has establecido?
Durante estos doce años lo que
más me ha costado ha sido construir su estructura, olvidándome de que el lector
hace lo que quiere y lee los cuentos como le viene en gana. Y eso ha sido un
olvido tremendo por mi parte. Pensé que el bicharraco que estaba construyendo
tenía cabeza, brazos, piernas, tripas y que necesitaba ver esa estructura.
Probablemente era más necesario para mí, como escritor, que para el lector.
En el cuento ‘Los artistas cautivos’ leemos: «A mí lo que me va en
realidad, se lo confieso, son las distancias cortas, las nuevas ocurrencias,
los juguetes mínimos, los trampantojos y los divertimentos. Sugerir, más que
apabullar». Aunque en el relato te refieres a un lienzo, ¿en realidad es ésa tu
definición de cuento?
Sí, es verdad y me sucede con
casi todas las disciplinas artísticas: me gustan las cosas pequeñas, las
miniaturas. Me seduce la brevedad del cuento. En el cuento que citas, un pintor
trata de vender un cuadro muy grande y algo de eso hacía yo cuando intentaba
vender un artefacto novelesco enorme como era mi novela. A mí el texto corto me
parece más educado que el largo porque, por ejemplo, cuando a una persona la
paran por la calle y le piden un minuto o dos de atención, se la presta. Pero
si reclaman su atención durante dos o tres meses responde que no. Ésa es la
comparación que yo establezco entre los relatos cortos y las novelas.
Has tardado doce años en publicar ‘La vuelta al día’, ¿por qué tanta
demora?
Este material se quedó fuera de
mi anterior libro, ya que si lo incluía iba a alcanzar un volumen muy grande.
Al editor se le había ocurrido publicar todos mis cuentos en un solo libro, reunir
mi obra completa. Pero me asusté y le dije que no, porque como ya he dicho
prefiero la brevedad. Así que se editó
un libro del que quedaron piezas sueltas que son estas que se publican ahora
junto con otros cuentos nuevos. De repente, me encontré con una miscelánea muy
variada que no sabía cómo agrupar. Al mismo tiempo tenía la sensación de que
estaba copiando la trayectoria literaria de mi admirado Julio Cortázar, porque
a él le había ocurrido lo mismo. Al final me decidí y, en homenaje a Cortázar,
le puse este título de ‘La vuelta al día’, que recuerda un poco al de ‘La
vuelta al día en ochenta mundos’ de Cortázar.
Hablas de cuentos con sentimientos, huérfanos e indignados en el ‘Prologo’,
explícame un poco eso.
Sí, los cuentos son entes vivos,
bicharracos que pueden ser cariñosos. En verdad yo me los imagina como un
animal que no se deja domesticar y que si pudiera, le daría un zarpazo a su
autor. Creo que a estos cuentos les hubiera gustado quedarse en aquel volumen
con los demás y por eso me miraban enfadados. Ahora ya me ven con mejores ojos,
porque la recepción del libro está siendo mejor de lo que yo esperaba.
En algún sitio has dicho que el autor debe sorprenderse al ver lo que
está ocurriendo mientras escribe, ¿es posible sorprenderse uno a sí mismo?
Los cuentos me sorprenden, claro.
La escritura te va llevando por sitios inesperados. Me gusta mucho dejarme ir,
improvisar, por eso me atrae el jazz, esos momentos en que los músicos alcanzan
territorios insospechados. Después, soy su primer lector y he de pulir y
trabajar todo lo escrito.
Ya hemos visto que algunos cuentos de ‘La vuelta al día’ existían hace
tiempo. Al despertarlos, ¿cómo consigue un cuentista recuperar el mismo tono
con el que fueron escritos en su día?
Les he hecho el boca a boca
[risas]. Creo que es peligroso recuperar el mismo tono porque algunos eran muy
frescos, con humor, y tú eres otro y puedes haber perdido esa cualidad. Los seis
relatos que integran el apartado titulado ‘El fondo de la memoria’ son muy
viejos, anteriores incluso a mi primer libro publicado, pero hablan de
felicidad y, como Tolstoi dice que hay que escribir siempre de cosas trágicas,
me daba vergüenza tratar asuntos felices. Sin embargo, pensé que por qué no
podía haber alegrías que pudieran funcionar bien en la mente del lector. Por
esta razón los incluí también.
¿Tienes alguna regla o sigues algún criterio para saber si un
cuento funciona o no?
Lo primero que hago cuando
termino un relato es dejarlo reposar mucho tiempo, procuro que pasen meses. Después
lo abro y trato de verlo con otros ojos, como si no fuera mío. Ahí decido: esto
es malo, un prendedor de chimenea, como yo les llamo, y esto me vale. Lo que
ocurre es que mis principios son despeluchados, porque escribo sin saber a
dónde voy. Así que casi siempre esos primeros párrafos los rompo y los rehago
porque la historia la encuentro con el cuento bastante avanzado. A continuación
desarrollo un trabajo exhaustivo de corrección que puede durarme meses incluso.
Los trabajo hasta la saciedad. En ocasiones sucede que en ese proceso estropeo
algún cuento, porque son las asociaciones de ideas las que me llevan a
construir el relato, pero a veces esas mismas asociaciones se comen el cuento
entero. Algo que me ha llamado la atención es que los primeros cuentos los
escribí casi de un tirón y apenas les he introducido cambios, es como si me los
hubiera dictado alguien.
Hablemos un poco de los títulos. Parece que nunca estás satisfecho del
todo con ellos.
Me gustan mucho los títulos. En
broma suelo contar que a mis editores les propongo que me permitan escribir
libros de títulos, porque otros escritores lo agradecerían mucho, pero no me
dejan. Entonces lo que hago es que, si a un libro de treinta cuentos, les añado
un subtítulo a cada uno, ya tengo sesenta títulos. Y si algún relato lo divido
en varias partes y a cada una le coloco un título tengo muchos más. Algunos
editores me dicen que les parece bien que ponga títulos pero quieren que, además,
escriba algo debajo [risas].
Antes has citado el humor, presente en todos estos cuentos, ¿qué
significa el humor para ti?
El humor es una especie de
herramienta que me permite defenderme de las tragedias sobre las que yo
escribía sin darme cuenta. Desde niño me ha ocurrido que, por el accidente que
sufrí, podía haberme convertido en una persona retraída y tímida. Sin embargo,
el humor me ha acompañado y me ha proporcionado alegría de vivir. Se ha
convertido en una segunda piel, se ha mimetizado conmigo y está presente
también cuando escribo.
El último relato, ‘La poda y la tala de los árboles frutales’, es duro,
y se refiere a tu padre.
Sí es duro, sí. A mí casi me
duele, pero tenía que ser un homenaje a mi padre, que me regaló el cariño por
los libros y el dolor, porque era alcohólico. Mi hermano aún se toma un whisky
de vez en cuando, pero yo he salido abstemio. Y la verdad es que no sé porqué
me dio esa cantinela de que los libros eran lo más importante cuando en mi casa
solo había uno, que trataba de la poda y tala de los árboles, que resumía su
oficio de talador, un libro de imágenes y gráficos sobre cómo cortar las ramas
de un manzano o un peral, evitando que el árbol se desangrase. Y además no me
lo dejaba tocar. Él vivió un tiempo en Alemania y cuando regresó guardó ese
libro en una caja fuerte que había en la bodega de su bar. Claro, todo esto es
un análisis que hice a posteriori, cuando ya era mayor.
Como cuentas, tu padre era podador, te contagió el amor por los libros
y tú has salido biólogo y escritor.
Bueno, sí, pero siempre digo que
soy un «biólogo interruptus». Mi formación era un poco científica, quizá
matemática, hasta que un profesor me dijo que me iba a estrellar como
matemático, porque era un poco barroco y recargaba la solución de un problema con
muchas operaciones. Así que durante tres años estudié Biología, pero lo dejé.
De ahí lo de «biólogo interruptus».
La última por hoy: ¿qué proyectos futuros tienes?
Voy a colaborar en la elaboración
de un libro colectivo junto con otros cuentistas de habla hispana, cuyos
relatos han de ser arriesgados. Ninguno de nosotros sabe quién participa en el proyecto
y quién no. He escrito un texto que será la continuación precisamente del
último cuento del libro, el que se refiere a mi padre. Y en él digo que he
mentido en ese cuento. Mi padre fue un alcohólico que solo cogió una borrachera,
pero le duró cinco años. La suya fue una vida dura y a la vez divertida. Y le
sucedieron una serie de cosas tan increíbles, aunque reales, que no he podido
sacarles partido en la literatura.
Siempre consideré que mi padre me legó una desgracia, pero ahora pienso
que fue una suerte, porque me legó una fortuna.
SOBRE HIPÓLITO G. NAVARRO
Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) es autor de los libros de relatos ‘El cielo está López’ (1990), ‘Manías y melomanías mismamente’ (1992), ‘El aburrimiento, Lester’ (1996), ‘Los tigres albinos’ (2000) y ‘Los últimos percances’ (2005, Premio Mario Vargas Llosa NH a mejor libro publicado), y de la novela ‘Las medusas de Niza’ (Premios Ateneo de Valladolid 2000 y de la Crítica andaluza 2001). Con la antología ‘El pez volador’ (Páginas de Espuma, 2008), preparada por el escritor Javier Sáez de Ibarra, recibió el Premio El Público de Narrativa 2009, otorgado por los periodistas culturales de Andalucía. Durante los años 1994 y 2001 editó la revista ‘Sin embargo’, dedicada al cuento literario. Fue el responsable de la edición de los cuentos completos de Fernando Quiñones, ‘Tusitala’ (Páginas de Espuma, 2003). Sus relatos, traducidos a diez idiomas, están recogidos en numerosas antologías del género en Europa y Latinoamérica.
481