«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 15 de junio de 2025

Javier Alandes: «El arte es el quinto negocio que más dinero mueve en el mundo»

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Nº 702«Hagamos historia. Seamos leyenda». Con estas palabras, que lleva impresas en un sello de caucho, ilustradas con un retrato de Alejandro Magno, Javier Alandes remata la dedicatoria de sus libros. Son cuatro palabras. Pero bien buscadas. Incitan al lector a convertirse en leyenda a través de la historia. Alandes termina de publicar ‘El rey de bronce’, editado por Contraluz, la aventura de Luca Santamarta, un joven emprendedor, que traspasa su empresa por diez millones de euros para llevar a cabo el plan que ha ido urdiendo desde siempre: vender un falso busto de bronce de Alejandro Magno al American Museum of Classical Arts de Chicago, el tercer museo más grande de los Estados Unidos. Para ello se rodeará de un equipo complejo, en el que se incluye desde su familia más inmediata a profesionales del campo de la seguridad y, por supuesto, de la falsificación de obras de arte. Detrás de todo esto, se esconde un motivo, íntimo y profundo, un secreto de familia, que le obliga a arriesgarlo todo para llevar a buen puerto su plan. Y a lo lejos, como una nebulosa, se yergue la figura de Han van Meegeren, mítico falsificador holandés, capaz de estafar a los nazis, que quizá sea el disparador escondido de la novela. Último jueves de mayo, en una terraza frente a las azoteas   del casco ilustre de València, acompañados por dos botellas de agua mineral, Javier y quien suscribe anduvimos desmenuzando algunos detalles de su nuevo título, así como aspectos del mundo del arte y la falsificación. Piloto encendido de la grabadora mediante, comenzamos a conversar, mientras una brisa suave volvió más agradable, si cabe, nuestra charla.

Javier, de nuevo a vueltas con el mundo del arte y sus suburbios. Se esconde en tu cabeza un artista frustrado del pincel o la gubia?

No, no, para nada. Decidí hace muchos años que quería escribir novelas que yo pudiera leer y, al final, escribo para mí. Y, ojalá, que lo que a mi me gusta consiga conmover a  otras personas. La mezcla de arte y aventuras que utilizo me parece emocionante y es algo que no encontraba en otros libros. Pero no soy ningún experto. Me guío únicamente por las emociones que el arte suscita en mí.   

A ti te buscan las historias o eres tú quien va tras ellas?

Siempre estoy viendo documentales, leyendo, curioseando… Me interesan las anécdotas peculiares que, o bien no están resueltas o bien no son muy conocidas. A partir de ahí trato de generar una historia. En ‘Los guardianes del Prado’, por ejemplo, no todo el mundo sabía que, durante la guerra civil, los cuadros del museo madrileño estuvieron en València. Y eso me pareció muy interesante, tanto que me dio pie a ficcionar un complot para robar ‘Las Meninas’. Esta novela de ‘El rey de bronce’ nace de la historia de Han van Meegeren, que cuento al principio del libro. Van Meegeren creó falsos cuadros de Vermeer con los que engañó a los nazis. Conocí la historia a través de un documental y me pregunté si, con las técnicas actuales que existen para detectar falsificaciones, hoy sería posible engañar a un gran museo con un objeto que tuviera miles de años.  

Esta novela está muy bien engrasada. Todo encaja, nada chirría. Cuántas horas hay detrás de la escritura de ‘El rey de bronce’?

No se pueden contar. Hay mucho tiempo invertido en la documentación y en la escritura. Bastantes compañeros me cuentan que sus personajes les hablan y toman el control del libro. A mí no me habla nadie [sonrisa]. Lo intento, pero ninguno me dice nada [nueva sonrisa]. A la hora de escribir, necesito saber hacia dónde voy y conocer a los personajes. ‘El rey de bronce’ es una historia contemporánea, en consecuencia no era necesaria tanta documentación como, por ejemplo, la que utilicé en mi novela sobre Goya, donde hasta el detalle más nimio era importante. Pero sí que he tenido que averiguar cómo los griegos fabricaban los bustos, cómo funciona el mercado ilegal del arte y el mundo de las subastas. Podemos decir que se trata de una documentación «más amable». El verdadero reto de esta novela es la estructura, componer el plano del relato. Por otro lado, siempre trato de que mis novelas rindan tributo a ciertos géneros literarios que adoro y este libro es mi homenaje a eso que los ingleses denominan «heist», el género de los golpes, de los desengaños…

Significa eso que la fuerza, el tirón de ‘El rey del bronce’ radica más en la tensión que lo sostiene que en la propia peripecia?

Totalmente, si bien es cierto que, si quisiéramos comunicar que hemos encontrado un busto de Alejandro Magno, tendríamos que estudiar muy bien el lugar donde diríamos que aparece. Grecia es un queso gruyere, allí está todo encontrado y hay que documentarse mucho sobre el ciclo vital del rey macedonio, sus batallas, etcétera, para elegir el punto idóneo. Por eso, el busto se encuentra en Lahore, Pakistán, escenario de una de sus últimas campañas militares. Sin embargo, insisto en que lo más importante es la composición del plan para intentar colar esa obra de arte, inexistente, en un museo, para que supere las más sofisticadas pruebas de autentificación que existen actualmente. Es lo más complejo del libro y, por eso, siempre digo que el reto de la novela ha consistido en crear un personaje que es más inteligente que yo.

Imagino que te refieres a Luca Santamarta, así que explícame qué tiene él de ti y viceversa?

Claro, el cerebro del plan, Luca, es mucho más inteligente que yo. Como escritor resulta inevitable volcar experiencias propias, aspectos de nuestra forma de ser en los personajes. Esto que dicen que la escritura es terapéutica yo no sé si es cierto, pero sí que es verdad que hay veces en las que, a través de ella, paso cuentas con la vida. A mis personajes los coloco en situación de resolver ciertos problemas que yo no he podido solucionar, y que ellos, sin embargo, sí son capaces de hacerlo. Es decir, los resuelvo yo en modo figurado. Me encantaría ser Luca Santamarta y componer un plan para todo el mundo donde nadie, excepto yo, sepa lo que sucede. Este género de trampas y engaños no es muy literario. En cambio, sí que hay mucho cine sobre él y eso se debe a que en la pantalla visualizas más fácilmente lo que pasa que en un libro. Además, siempre nos ponemos de parte de alguien que hace algo ilegal, que nos genera empatía, porque ataca a una institución moralmente reprobable y posee motivos de mucho peso para actuar como lo hace, algo con lo que conectamos bien. Por último, el plan se lleva a cabo desde la inteligencia, no desde la violencia. Nos gustan los planes muy elaborados y sin pistolas.

Ese plan, ideado por Luca, el protagonista, esconde una venganza y fragua en el pasado, durante su adolescencia. Qué sería de la literatura sin el pasado?

Buuufff! Nada, no sería nada. Y qué somos nosotros sin nuestro pasado, sin nuestras experiencias acumuladas? ‘El rey de bronce’ navega entre dos épocas diferentes, una actual (2022), y otra anterior (2004), separadas por veinte años, en los cuales el protagonista pone en práctica un plan que ha diseñado durante todo ese tiempo. Y ese plan consiste en vender una estatua de bronce del siglo IV a. C. a un museo estadounidense. La literatura y la empatía con los personajes nos permiten conocer los motivos que llevan al protagonista a comportarse como lo hace. Y esos motivos están en la trama del pasado, que es fundamental para comprender toda la historia.

No es la primera vez que València aparece en tus libros. Tu ciudad funciona bien como escenario de tus novelas. O eso parece. Cuando luego vuelves a transitar por los lugares donde transcurre la acción, cómo los ves?

Mira, lo primero es que soy valenciano, vivo aquí desde siempre y para mí es un honor poder presentar a València en mis novelas y si, por fortuna, son leídas por personas de otros lugares, me gusta que les permita conocer un poco más mi ciudad y que, por qué no, decidan visitarla porque han leído algo que yo he escrito sobre ella. Hay historias que no se prestan a desarrollarlas en València, pero en este caso tenía que decidir la ubicación general del equipo y opté por mi ciudad. Y la acción transcurre no precisamente en sus lugares más famosos, sino en esos rincones menos conocidos, anónimos, que transitamos cuando éramos pequeños y que encierran un significado especial para nosotros.  

En la actualidad, cuántos cuadros falsos dan el pego en museos prestigiosos?

Según el exdirector del Metropolitan de Nueva York hay un cuarenta por ciento de cuadros falsos. Para otros expertos la cifra es del treinta por ciento. Pero hay que ver qué entendemos por falsificación. Si yo pinto un cuadro y lo firma Leonardo, ya es una falsificación, y es bien sabido que grandes artistas tenían talleres y ellos acudían únicamente a pintar dos detalles y a firmar el lienzo. En consecuencia, me he preguntado si los cuadros que cuelgan de las paredes de los museos fueron hechos por el mismo pintor que los firmó y la respuesta es que no lo sé. Cambiemos ahora de punto de vista. Cuando el Museo del Prado abrió sus puertas hace doscientos años, se nutrió fundamentalmente de fondos procedentes de las colecciones reales, regalos de otros países y donaciones de familias nobiliarias. Pero, quién certifica que los cuadros pertenecían realmente a sus autores? No existe trazabilidad sobre esas pinturas. El momento en que verdaderamente se producen falsificaciones es el primer tercio del siglo XX. Para certificar la autenticidad de un cuadro hay que superar un proceso que consta de dos partes: la datación de los materiales empleados, que hoy se hace con medios científicos de gran precisión; y el análisis visual de los expertos sobre la técnica pictórica empleada. Cuando ambos aspectos coinciden, estamos ante un cuadro auténtico. Actualmente, esto es posible verificarlo, pero cuando Han van Meegeren pintó sus falsos Vermeer y el director del Rijksmuseum los dio por buenos, no sucedía así. A todas luces eran auténticos.

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Van Meegeren fue listo, porque la producción de Vermeer es escasa.

Claro, tan sólo había 32 cuadros suyos, así que cuando aparecía uno nuevo era una locura. Si hay alguien dotado con este toque genial, con esa capacidad para crear una nueva obra de Vermeer, que pasa por buena, por lo menos te preguntas cuántos cuadros con esas mismas condiciones vemos hoy expuestos en los museos.

Aparentemente, la figura de un falsificador de cuadros resulta atractiva para el lector, muy literaria.

El inspector de la Brigada de Patrimonio Artístico de la Policía Nacional me contó que la imagen romántica del falsificador es la de un pintor en su estudio, creando un Van Gogh, un Muñoz Degrain o cualquier otro. Pero la realidad es muy diferente. La falsificación más corriente es la de un tipo que, en una reunión, comenta que ha aparecido una colección de carboncillos de Sorolla en la casa de su abuelo, recientemente fallecido, y dice que quiere venderlos porque no saben qué hacer con ellos. A la segunda o tercera reunión que acude, siempre pica alguien, que pregunta el precio y se los compra por 3.000 euros. No los lleva a autentificar e ignora que fueron dibujados el día anterior y que es mercancía falsa. Y eso se repite un día tras otro. Estamos ante una falsificación industrial, porque no podemos olvidar que el arte es el quinto negocio que más dinero mueve en el mundo.

Qué significaría para un gran museo, por ejemplo, la National Gallery o el Prado, reconocer que uno de sus cuadros es falso y que se la han colado?

Hasta donde yo sé eso no ha ocurrido nunca. Por lo tanto, debe significar mucho... Si nos pusiéramos en su piel y nos preguntáramos cuántos visitantes traen al museo ‘Las Meninas’ o las ‘Pinturas negras’, nos responderíamos que muchísimos. En consecuencia, si descubriéramos que son falsos lo haríamos público? Ahí surgiría un dilema moral grande. Si nosotros mismos comprásemos un Goya y, tras analizarlo, resultase que no es auténtico, lo diríamos? Seguro que no. Ni de coña. Existe una resistencia muy grande, tanto por parte de museos como de coleccionistas particulares, a reconocer la falsedad de un cuadro de su propiedad.

Hay épocas de la historia de la humanidad más propicias para falsificar obras de arte que otras?

Totalmente. La antigüedad es más proclive, porque no hay que darle la autoría a un artista concreto, sino seguir un estilo, un canon, el de Grecia o el de Roma. Al igual que los cuadros se autentifican estudiando materiales y estilo, sucede lo mismo con el bronce, que es el caso que se trata en la novela. Y hoy se puede saber cuántos años tiene una pieza de bronce. Aunque hay determinadas pruebas que no se pueden aplicar, como la del carbono 14, sí se puede saber si fue esculpida con herramientas de aquel tiempo y si el bronce empleado correspondía a la misma época o no. Existe una base mundial de aleaciones que permite determinarlo. Por lo tanto, si tú quieres crear un falso original del siglo IV antes de Cristo, como el del libro, inevitablemente necesitas bronce de ese siglo. Y eso no lo venden en cualquier tienda.

En las páginas de ‘El rey de bronce’ has deslizado referencias a Goya y no sé si también a Sorolla, personajes históricos sobre los que tú has escrito ya. Te gusta que tus novelas disfruten de un universo propio, que dialoguen entre ellas?

Me gusta que mis libros se auto referencien entre sí y me ocurre lo mismo con los de mis autores preferidos. Son cosas completamente aisladas, que no afectan para nada a la trama, pero quien ha leído mis novelas anteriores encuentra, de vez en cuando, algún pasaje que se las recuerda. En concreto, ‘El rey de bronce’ comparte universo con otra novela mía, titulada ‘Cuatro monedas’. Ambas se pueden leer de manera completamente independiente.   

Otro de los personajes, Vera Castillo, según dejas caer en la Nota del Autor, tal vez tenga una nueva oportunidad en un futuro libro tuyo.

Bueno, ya te he dicho que ‘El rey de bronce’ y las ‘Cuatro monedas’ comparten universo, y no descarto para nada escribir otra novela sobre ese mismo espacio. No entra en mis planes a corto plazo, ya que estoy trabajando en otro proyecto, pero no lo descarto en absoluto.

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‘El rey del bronce’ significa un cambio de registro dentro de tu carrera literaria?

Creo que sí. Esta novela presentaba un hándicap para mí. Como escritor tratas de generar tu propio nicho, de manera que el lector sepa, a priori, lo que va a encontrar en un libro tuyo. Yo había trabajado mucho la ficción histórica y, de repente, me iba a una novela policíaca contemporánea. Con todo el derecho del mundo, mi agente y la propia editorial albergaban sus dudas. Y creo que he conseguido quitárselas, a la vez que me he demostrado a mí mismo que puedo escribir otras cosas, lo cual me abre un campo mucho más amplio. Hay directores de cine, como Ridley Scott, que en sus películas cubren géneros muy diversos. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los escritores, porque el lector no suele perdonarles que abandonen sus registros habituales.  

Visto desde fuera, cada reto distinto es una propuesta fascinante que permite crecer al autor.

Sí, incluso, si ese reto ni siquiera lo advertimos los lectores. A mí me apasiona el cine y los cineastas se marcan objetivos como, por ejemplo, utilizar determinados lentes o cámaras en sus nuevas películas, algo que los espectadores igual no detectamos. Pero para ellos eso significa avanzar. Y creo que a los escritores nos sucede lo mismo. A veces introducimos una innovación, que pasa desapercibida, pero que a nosotros nos hace estar muy satisfechos por haberlo hecho.

Entre las páginas de ‘El rey de bronce’ deslizas una frase de Groucho Marx: «La principal causa del divorcio es el matrimonio». Te ha quedado un hueco para el humor.

Sí, era algo personal. Lo necesitaba. No soy un tipo gracioso, pero el humor me gusta mucho, porque a lo largo de nuestra vida nos ayuda a gestionar momentos complicados. En la novela, Luca se reúne con personas que tienen sus más y sus menos y esas situaciones admiten el humor. Y yo las he aprovechado.

Resulta más complicado hacer reír que sembrar la tensión en una novela?

No hay muchos escritores de humor. Yo no lo soy y me he permitido dos o tres pinceladas. Por otro lado, si alguien no lo pilla o no le hace gracia, pues tampoco pasa nada. Creo que el humor, en cualquier forma, es el género narrativo más difícil que existe. Hacer llorar puede ser relativamente fácil, pero hacer reír y convertirlo en el objetivo principal de una novela debe ser dificilísimo.

El Javier Alandes que comenzó a escribir esta novela es el mismo que la ha acabado? Qué te ha aportado la escritura de ‘El rey de bronce’?

Qué interesante pregunta… Soy consciente de mis momentos vitales. Hay etapas que estoy más alto o más bajo y ya me he dado cuenta de que, en mis procesos creativos, cuando las mezclo repercuten negativamente en el libro. Por lo tanto, intento que mi primer borrador esté hecho en una misma etapa vital, unos cuatro meses, que es lo que me suele costar terminarlo. Por otro lado, es bien cierto que cada novela supone un viaje interior, que me remueve aspectos de mi vida, y yo salgo transformado de cada una de ellas. No sé si para mejor o peor, pero transformado. 

Si miras tu trayectoria como escritor en perspectiva, en qué lugar te encontrarías respecto al camino que te trazaste al principio?

Otro tema interesante, Herme… He descubierto que escribir y publicar son dos cosas diferentes. Escribir podemos hacerlo todos y nos hace bien, nos ayuda. Pero publicar es exponer lo que has escrito. Los escritores somos tan presuntuosos que creemos que lo que hacemos es bueno y que a la gente le va a gustar. Como persona que escribe estoy muy satisfecho. Pienso que en cada novela crezco y, de alguna manera, lo que me propuse lograr en cada una de ellas lo he conseguido. Como escritor que publica aún me queda mucho camino por recorrer.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI/16/06/2025