«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 1 de febrero de 2015

David Roas, escritor: “Soy cuentista. Si algo me ronda la cabeza lo plasmo en un cuento”.

Perú. Un Tipo viaja al país de los incas y atraviesa una serie de peripecias. Reparte su tiempo por Lima, Cusco y Machu-Picchu y allí se mueve entre cervecitas, cebiches y llamas (o alpacas). El Tipo recoge sus impresiones, toma notas y, sin caer en la autoficción, más tarde les dará forma en ‘Bienvenidos a Incaland®‘, editado por Páginas de Espuma, un volumen de relatos que se puede leer como una novela, como estrictos cuentos, como libro de viajes o de simples aventuras. No busquen en sus páginas ningún misterio esotérico, precolombino o policial. No lo hay. David Roas, su autor y con toda seguridad también el Tipo, ha convertido en atrayente un puñado de historias cotidianas, salpicadas de humor e hipocondrías, que no se leen, se beben como las cervecitas -cusqueña, por favor- y marcan su propio tempo de lectura. Todo un mérito.

David, en la fotografía de la solapa del libro no has salido demasiado favorecido (en lugar de su rostro aparece la cabeza de una llama (o alpaca)).
Al terminar la lectura del libro uno entiende el porqué. Esa foto se la hice yo mismo a una llama (o alpaca), la tengo colgada en la puerta de mi despacho y se me ocurrió aprovecharla para la portada. Como el narrador tiene una obsesión constante por este animal, me pareció que era aprovechable. Se lo propuse al editor y, como daba juego, aceptó. Y ahí está.
¿Cuentista, escritor o todo es lo mismo?
Soy cuentista, tengo claro que lo mío es el cuento porque yo pienso en cuento. Si algo me ronda la cabeza lo plasmo en un cuento. Tengo un par de novelas escritas, pero no sé si volveré a escribir alguna otra. En el cuento puedo hacer lo que me da la gana y lo prefiero.
Y ¿qué es un cuento para ti?
Es una narración breve, una forma de buscar la esencia de lo que tú quieres contar, despojándola de cualquier aderezo o material secundario. A mí me gusta ir al grano, entrar en el momento del clímax. Por eso también practico el microrrelato. Un día se me ocurrió pensar que el cuento era un arma de experimentación masiva, porque te permite experimentar mucho más que la novela al no estar sujeto a una extensión tan grande. Ya sé que algún novelista me dirá que me equivoco, pero creo que no. Mi distancia ideal son los ocho o diez folios.
¿Todo se puede contar bajo cualquier estructura, es decir, una misma historia admite formato cuento y formato novela?
La verdad es que nunca he medido la extensión final de un texto, pero cuando tengo una idea sé que siempre va a ser un cuento. La única vez que vi que tenía que escribir una novela fue cuando publiqué ‘La estrategia del koala’, un viaje por Galicia que es un retrato de mi familia franquista. Desde el primer momento me di cuenta que aquella historia no cabía en un relato porque había que utilizar muchos planos.
¿De dónde surge la idea de escribir ‘Bienvenidos a Incaland®’?
Este libro surgió al revés de lo habitual, ya que yo no sentía ninguna atracción previa por el Perú. Nunca había estado en Sudamérica y me llegó una invitación para asistir al Centro de Cultura de España. Eso fue en el año 2008 y participé en la Semana del Autor. Viajé sin saber qué me iba a encontrar y me gustó todo: la comida, como se percibe en el libro, la gente, los colores… Mi fascinación por el país fue absoluta. Tome notas e incluso escribí el bosquejo de algún cuento en la propia ciudad de Lima. En 2011 ya estaba listo el libro y tuve la suerte de volver allí a pasar dos meses más. Entonces surgieron los microrrelatos y pulí el resto de cuentos.
Dices que acabaste los cuentos en 2011, sin embargo, se han publicado en 2014, después de ese tiempo transcurrido ¿David Roas reconoce su propia voz en ellos?
Sí, creo que sí y quien lo ha leído ya me dice que es un libro muy “roasiano”. He visto que los textos todavía mantienen la voluntad de contar la aventura y de demostrar al lector no lo que yo veía sino cómo lo veía. En 2014, en el momento de publicarlo, comprobé que no había que añadir ni quitar nada, que funcionaba perfectamente para lo que yo pretendía conseguir. Lo único que no tenía claro era qué demonios era el libro y si iba a gustar. Podía entenderse como una crónica, como un libro de viajes, pero yo quería romper límites e ir un poco más allá de lo que es un cuento en sí.
Efectivamente, porque ‘Bienvenidos a Incaland®‘ podría considerarse también como una novela de aventuras o de viajes.
Sí, sí, e incluso alguna crítica ha aparecido calificándolo como novela. En mis clases a mis alumnos les exijo una cierta estrictez, pero otra cosa distinta es cuando te sientas a escribir. Se puede leer como tal, pero carece de la redondez que tienen las novelas pensadas a propósito. He tratado de que los cuentos fueran diferentes, variados, los hay grotescos, fantásticos y humorísticos, y de que el tono no siempre fuese igual.
La mayoría de historias está escrita en primera persona, ¿lo has hecho así porque es un libro muy autobiográfico?
En segunda persona hay uno solo y en sí mismo no es un cuento, porque es el autor quien se dirige a los personajes, y el relato que abre el libro está en tercera, porque actúa como presentador de las historias. El resto está en primera porque quería contar lo que experimentaba el protagonista. Con todo esto pretendía presentar un juego de voces que hiciera un poco más íntima la narración.
No has caído dentro de ese género, que está de moda ahora, denominado autoficción.
En los cuentos hay un juego de proyección autobiográfica, pero no son autoficción porque en el fondo no hay un problema con el narrador. Tampoco he incluido la peripecia de la propia escritura del libro, aunque he volcado mis gustos por la música, por la lectura, por la comida... En mi novela anterior sí que contaba como el narrador se las ingeniaba para hablar de los faros gallegos.
En Lima los taxistas te llevan donde ellos quieren, es decir, hay trayectos que no se tocan.
Desde luego. Fue uno de mis flipes iniciales. Aquí estás acostumbrado a coger un taxi, pagar el trayecto y que te lleve a donde tú quieras. Allí eso no sucede. Desde el primer momento hay que regatear y estipular el precio. Aunque al principio me daba apuro, aprendí a hacerlo pronto. Y hay taxistas que no te quieren llevar a un sitio determinado no porque sea peligroso, sino porque no entra en sus planes pasar por allí en aquel instante. Ahora voy para otro lado, te dicen.
Cuentas también que las dimensiones de las calles limeñas son difíciles de precisar, ¿cabe todo en ellas?
Las calles de Lima se estiran y se encogen, por eso utilizo la mecánica cuántica para explicar cómo pueden caber tantos coches en un espacio tan reducido y limitado. Algo ocurre que lo permite. Yo lo comparo con el Triángulo de las Bermudas, porque veo que ahí pasa algo raro. De repente hay un autobús donde antes había un coche y tú estás seguro de que no cabe, pero sí cabe.
No sé si pasaste miedo en Perú, pero en algunos momentos el narrador se muestra un poco asustado por lo que le rodea.
Soy un poco hipocondríaco, pero hipocondríaco de los buenos, no de los que piensan enseguida que padecen cáncer. Lo cierto es que caminas por allí en un cierto estado de alerta y, como necesitaba darle algo más de cuerpo al personaje, le apreté un poco y fomenté este tipo de situaciones: si el espacio era delirante, había que conseguir que el protagonista delirase más todavía. Mejor que asustado yo diría que está agobiado, porque le faltan las reglas de juego para manejarse.
En uno de los relatos, el protagonista y unos amigos bastante achispados roban la máquina de escribir de Vargas Llosa que se exhibe en el Museo O’Higgins, ¿la máquina es tan accesible al público que visita el museo?
Totalmente. Unos amigos que me publicaron uno de mis libros en Perú, me llevaron de cervezas y en nuestro deambular pasamos por la Casa-Museo O’Higgins. Vimos la exposición que había allí y, de golpe, descubrimos la máquina de escribir de Vargas Llosa dentro de una urna sobre la que caía una luz cenital. Toqué la urna y no pitó ninguna alarma. Aquel instante fue el momento de lucidez y de locura a la vez. Digamos que este cuento narra lo que no ocurrió pero ha tenido una enorme repercusión. De hecho hace dos o tres días, mis amigos peruanos me telefonearon y yo les dije que teníamos que haberla robado [risas].
Tratas también el miedo. En la página 56 leemos lo siguiente: “El miedo es que llamen a la puerta de tu casa a las cuatro de la mañana, abras y te encuentres con un tipo vestido de payaso. Eso sí que da escalofríos”. ¿Los payasos dan miedo o risa?
Creo que el miedo tiene que ver también con algo que está fuera de su lugar. Si a las tres de la mañana llama alguien a tu puerta y es un vecino o una vecina con batín y rulos en la cabeza no pasa nada. Pero si es un payaso… No sé si esto se lo leí a Stephen King o a algún escritor de terror y de ahí me vino la idea. No entiendo cómo los payasos pintados  producen risa porque dan miedo. Y no hace falta que lleve un cuchillo en la mano ni nada por el estilo, con la peluca y la pintura ya infunden suficiente temor. El juego de cómo puedes convertir lo grotesco en algo siniestro me interesa mucho.
El cuento ‘Idiosincrasia limeña 1 (Microrrelato en 10 planos y un instante)’ -el título es casi más largo que el relato-, está escrito en forma de enumeración, ¿qué pretendías conseguir al hacerlo de este modo?
Lo hice por experimentar. Si lo hubiera filmado, lo habría hecho utilizando varios planos alternos. Lo que se cuenta duró tres segundos y el episodio es real. Como era tan breve introduje frases muy rápidas de forma que cada una constituyese un plano distinto dentro de una grabación cinematográfica.
Sobre ‘Bienvenidos a Incaland®’ sobrevuela el humor. ¿El humor es una característica común a toda tu obra?
Sí, creo que es algo de lo que me cuesta liberarme. Para mí el humor no es tanto tomarme a broma el mundo como utilizar algo que me permite asomarme a la realidad, que para mí es delirante y absurda. Cuando hablo de teoría del humor es una forma de cuestionar la realidad. Si tomas distancia te puedes reír de las cosas. Y me gusta el humor negro porque te sitúa entre lo inquietante y lo grotesco. Incluso mis cuentos más negros y fantásticos tienen su toque de humor, de ironía, y me parece que eso añade un punto más de distorsión a los límites de lo real.
La última por hoy es pregunta casi obligada: ¿por dónde caminarán tus nuevos proyectos literarios: novela, cuento, hibridación, autoficción…?
Mi mujer y yo tenemos ahora un niño de dos años y medio que me distrae de la escritura. Pero llevo en marcha una novela ambientada en Suiza, que para mí es un lugar de terror, un territorio cuadriculado, que conozco de primera mano, ya que durante cuatro años viajé allí todos los meses. En esos viajes visité asiduamente un lago y a mí me inquieta mucho ver una gran masa de agua inmóvil, lo que me sirve de estimulante literario. Por otro lado, también he comenzado un libro de cuentos y tengo la intención de que todos me salgan fantásticos con una pizca de humor. De momento trabajo en ambas cosas a ratos perdidos.


SOBRE DAVID ROAS

David Roas (Barcelona, 1965) es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor del libro de micorrrelatos ‘Los dichos de un necio’; las novelas ‘Celuloide sangriento’ y ‘La estrategia del koala’; los volúmenes de cuentos y microrrelatos ‘Horrores cotidianos’ e ‘Intuiciones y delirios’; y del libro de crónicas humorísticas ‘Meditaciones de un arponero’. Con ‘Distorsiones’ obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de cuentos del año 2010. Algunas de sus narraciones han sido recogidas en antologías como ‘Mutantes’, ‘Narrativa española de última generación’, ‘Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual’, ‘Por favor, sea breve 2’ y ‘Cuento español actual (1992-2012)’.

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