«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 27 de febrero de 2019

Elvira Navarro: «Mientras escribo me siento desasosegadamente feliz»


Nº 562.- Barrio de Russafa. La fachada, cinco alturas, conjuga colores blanco yO’clock. El cielo está raso y el sol, lentamente, inicia su retiro. La escritora Elvira Navarro (Huelva, 1978), tejanos y suéter azul marino, acude a nuestra cita. Sentados en los sofás del hall y alentados por la luz que atraviesa el cristal de uno de sus laterales, comenzamos a charlar sobre su nuevo libro, ‘La isla de los conejos’, publicado por Penguin Random House, un volumen de once relatos que transmite inquietud, misterio y desasosiego al lector.
salmón, verticales. Es un edificio sobrio, antiguo, de toda la vida, ahora restaurado y convertido en el Hotel Petit Palace. Ocupa un amplio chaflán. Cada día, cada noche, la línea 7 de  autobuses urbanos bordea su puerta principal. Son las seis de la tarde.
De ‘Los últimos días de Adelaida García Morales’ a ‘La isla de los conejos’, o lo que es lo mismo, de la novela al cuento, ¿por qué ese viaje, ese cambio?
En realidad, no es tanto cambio porque la novela sobre Adelaida García Morales iba a ser el relato que cerrase este volumen. Sin embargo, se me fue de formato y me descompensaba el libro. En la novela ya había, por llamarlo así, una deriva fantástica que se encuadraba perfectamente en el ambiente común de los restantes cuentos.
Elvira, ¿afrontas igual la escritura de un cuento que la de una novela?
Me cuesta bastante menos escribir un cuento. Una vez que tengo la pulsión de escritura definida y la idea clara, lo escribo rápido sin conocer el final. Sin embargo, para cada novela escribo mucho más de lo que termino publicando, ya que me gusta  quitar, ir al hueso de la historia y eso requiere tomar decisiones y un enorme trabajo. Soy una persona muy desordenada, le doy muchas vueltas a la estructura hasta que la encuentro.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Recuperando El Kiosco de Dolan: «La familia Cebolleta y la familia Ulises: una comparación irremediable»

Este artículo fue publicado en el Diario SIGLO XXI y en la extinta web El Kiosco de Dolan el 9 de abril de 2009. 

La colección Clásicos del Humor de RBA sigue su particular (y exitosa) singladura entre los amantes del Cómic. Ahora le ha tocado el turno a todo un clásico - perdonen la redundancia porque todos los de la colección lo son, de ahí su nombre -, con solera contrastada: ‘La familia Cebolleta’, una creación del fallecido dibujante Manuel Vázquez (Madrid, 1930-1995) para la revista ‘DDT’. En sus páginas se concitan los seis miembros de este clan peculiar: Rosendo, el protagonista; Leonor, su esposa; la hija, Pocholita, que desapareció pronto del núcleo familiar; Diógenes, el hijo; el abuelo, sin nombre propio, popularmente conocido como "el abuelo Cebolleta", y el loro Jeremías con ciertos efluvios a profeta bíblico.



Portada del cómic.

A lo largo del tiempo, los roles de los personajes van definiéndose poco a poco hasta quedar nítidamente fijados hacia 1967, uno de los momentos más brillantes de la serie. Rosendo, el padre, oficinista de profesión, sólo vive preocupado por huir del tráfago familiar, leer el periódico, especialmente la sección de deportes, y pagar las facturas domésticas; Leonor, teóricamente, conduce el hogar, pero su verdadera vocación es gastarse los duros que ingresa en casa el cabeza de familia; la hija, Pocholita, es mujer de curvas imponentes y modelitos de diseño, cuyo objetivo principal es maridar con alguien; Diógenes, el hijo, alterna blancos y negros en sus historietas: buenas notas y fracasos escolares, travesuras y bondades; el abuelo Cebolleta, con su sempiterna pierna vendada a causa de una pertinaz gota, vive instalado en el pasado y en perpetua lucha para encontrar algún incauto a quien contar sus batallitas, "y yo con mis cipayos del 7º de Borneo". En realidad, hace lo mismo que centenares de ancianos: buscar comprensión y oídos pacientes; por último, Jeremías, el loro verde (¿borde?) de la familia, además de hablar, piensa, razona, apostilla y fuma puros. Todo un prodigio entre las aves prensoras.

martes, 19 de febrero de 2019

‘Pío XII y el Tercer Reich’ de Saul Friedländer. Un clásico recuperado. Ed. Península


De pequeño tuve sobre la mesilla de noche una suerte de capilla de plástico, con puertas abatibles y color malva, en cuyo interior figuraba la imagen de S.S. Pío XII para que velase mis sueños. La había comprado mi padre en su viaje a Roma, donde actuó con la Orquesta de Cámara Ferroviaria de València ante el propio papa en su residencia de Castengandolfo. Su aspecto, verdaderamente serio, de alguna manera me intimidaba así que, la mayoría del tiempo, lo cerraba para no ver su rostro. En mi cabeza de entonces bullía la contradicción del porqué un hombre santo tenía aquel rictus tan ¿tétrico? Quizá fue en aquellos años cuando me prometí a mi mismo que algún día averiguaría cosas sobre él.

Durante mucho tiempo esta promesa vivió en el olvido, hasta que me lo tropecé en la película ‘Amén’, del director franco-griego Constantinos Costa-Gavras, donde su nombre no se cita textualmente pero, por la imaginería con la que el cineasta reviste su figura y la severidad de sus gestos, además de por la época en que se encuadra el film, la II Guerra Mundial, sabemos que se trata de él. En movimiento, en la ficción política del cineasta franco-griego observé el mismo tono sombrío que desprendía la fotografía de mi capilla de niño.

domingo, 17 de febrero de 2019

Pere Cervantes presentó su novela 'Golpes' en València


El pasado jueves, 14 de febrero, tuve la oportunidad de acompañar a Pere Cervantes en la presentación de Golpes, su última novela publicada, doblemente galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo 2018 y el Premio Qubo 2019. El acto, que tuvo lugar en El Corte Inglés de la calle Colón de València, resultó distendido y entretenido y permitió al escritor barcelonés comentar a la concurrencia bastantes pormenores de la obra sin descubrir demasiados entresijos claves. Enrique Igual reportajeó el acto con su cámara. Gracias a él podemos ver estas imágenes.






jueves, 14 de febrero de 2019

Carlos Zanón: «Pepe Carvalho representa los fantasmas de Manuel Vázquez Montalbán, que no son los míos»


Nº 561.- Entrevisté por primera vez a Carlos Zanón (Barcelona, 1966) en un Cosecha Negra, regentado por Miguel Fuentes en la calle Sevilla (la calle no ha desaparecido aún). A lo largo de los años, el escritor barcelonés se ha convertido en un clásico de este festival noir y se le ve por nuestra ciudad con relativa frecuencia. Sin embargo, ha sido ahora, tras la publicación por Planeta de su nueva novela, ‘Carvalho Problemas de identidad’, donde por encargo recupera la figura del aletargado Pepe Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán, cuando se ha dejado caer por estos lares en viaje promocional. Sin duda era el momento idóneo para compartir unos minutos con él y preguntarle unas cuantas cosas sobre esta nueva novela y también sobre la literatura de género. Zanón acudió a la cita con su eterna sonrisa en la maleta, sonrisa que no perdió durante toda la entrevista, a pesar de su cansancio evidente, que derivó en risa franca en algunos momentos. Dos tónicas, un cielo casi nublado, olor a primavera tibia, la grabadora y el libro arroparon nuestra charla.
València Negra de hace cinco años. Fue en el desaparecido garito
Carlos, en su día concertamos la entrevista para hablar de ‘Carvalho Problemas de identidad’, la novela en la que resucitas al detective de MVM, pero me gustaría empezar con un artículo tuyo titulado ‘¿Así que quieres ser escritor de novela negra?’, hace poco publicado en el semanario ‘Babelia’, donde proyectas varias reflexiones sobre el oficio de escribir género negro. Entre otras cosas señalas que los autores han de poner cara de malote en las fotografías y que si el fondo de las imágenes es de «callejón o ciudad de paredes grises», mucho mejor.
[Risas] Bueno, el artículo pretendía ser irónico, pero es cierto que, si ves un retrato de cualquiera de nosotros, comprobarás que tenemos un auténtico aspecto de malotes. Parece contrastado que poner cara de malvado, con gesto de llevar una vida tormentosa y de haber cumplido veinte años de condena en cualquier penal, consigue que vendas más. Fíjate en las solapas de los libros del género y comprobarás que todas están llenas de fotografías de tíos con cara de mala leche. Después, cuando nos conoces, somos muy tiernos y tranquilos.
Tú también te has prestado a ese juego [le enseño una foto de su propio rostro con gesto de mala leche], ¿no?
Sí, muchas cosas que expongo en el artículo las hago yo, pero hay que dejar claro que los escenarios para posar los eligen los fotógrafos, no nosotros. Te vienen con el rollo de que han visto un callejón oscuro y solitario, en el que las fotos pueden quedar ideales y tú aceptas. En una ocasión, posamos en una callejuela donde había dos prostitutas y un desconocido. Comenzamos la sesión y una de ellas le preguntó a la otra que quién era el modelo. La interpelada respondió que era un tipo famoso que había escrito un libro. Intervino entonces el desconocido para decir: «¿Famoso? Famoso era yo, que tuve una tienda de hacer llaves en la calle Escudellers y durante treinta años hice las llaves de todos los vecinos del barrio» [risas].

lunes, 11 de febrero de 2019

Fernando J. Múñez: «Me apetecía escribir un fresco del siglo XVIII, pero contado desde el punto de vista de las mujeres»


Nº 560.- Discurre la primera semana de febrero, pero ya hace días que el invierno parece haberse despedido de València. Aunque el aire es fresco, los rayos del sol calientan como si la primavera, sin avisar, hubiera anticipado su presencia en estas latitudes. La luz brilla con la fuerza de mayo o incluso de julio o agosto. Fue pasado el mediodía cuando Fernando J. Múñez (Madrid, 1972), con suéter blanco, luminoso, y tejanos, acudió a la cita del Hotel Meliá Centro. Acaba de publicar ‘La cocinera de Castamar’, editada por Planeta, su primera incursión en el territorio de la ficción histórica, un debut voluminoso con más de mil páginas, que Múñez, no sin dolor, se vio obligado a reducir hasta dejarlo en sus actuales ochocientas. En total fueron casi cuatro años de intenso trabajo. ‘La cocinera de Castamar’ arranca en 1720, con la Guerra de Sucesión recién terminada. La corte de Madrid es un hervidero de intrigas, trampas y peligros, la protagonista, Clara Belmonte, hija de un médico ilustrado muerto en la guerra, se ve obligada a buscar una salida a la pobreza en la que se vio inmersa tras la muerte de su padre. Clara, que padece agorafobia, es una mujer educada, joven y culta, que posee el don de convertir cualquier alimento en un manjar exquisito… Y hasta aquí el anticipo argumental. Un agua mineral y una tónica, con mucho hielo, nos acompañaron durante nuestro encuentro. El resto son palabras.
Fernando, ¿qué es para ti escribir?
Buuufff, escribir para mí tiene mucho que ver con lo lúdico. No podría hacerlo si no me divirtiera y por eso soy escritor de brújula, ya que necesito descubrir la historia mientras la escribo. Primero creo los personajes y luego les dejo que me lleven por donde ellos quieran. La escritura para mí también es una necesidad fundamental como comer, beber, respirar o caminar. Si no tuviera manos ni ojos creo que también escribiría.
Y ¿cómo se le queda el cuerpo a uno después de publicar un volumen de casi ochocientas páginas escritas?
En principio tenía más [risa leve]… El problema de los escritores de brújula es que dejamos hablar a nuestros personajes y a veces puede que hablen demasiado [otra risa leve]. Quería que tuvieran su propia voz, pero esta novela creció mucho y se salió de las habituales normas de extensión. El primer borrador tenía mil y pico páginas, necesité pulirlo y suprimir muchas cosas para dejarlo como ha quedado ahora. En una obra de estas dimensiones hay que llevar mucho cuidado para que todo encaje y funcione bien.
Tres autores, Santiago Posteguillo, Ken Follet y Alejandro Dumas, ¿podrías decirme a cuál de todos ellos se asemeja más tu novela?
Es difícil de precisar. Creo que mi novela tiene algo de Ken Follet, por aquello del perspectivismo, y no tanto de Posteguillo, porque sus novelas son más históricas que la mía. Si valoramos sobre todo el aspecto de la peripecia y de la aventura, creo que me parezco más a Dumas.
Procedes del sector audiovisual, ¿significa eso que has planteado la novela como una producción cinematográfica?
Quiero matizar que sobre todo soy escritor. Mucho antes de descubrir apasionadamente la lectura, ya me dedicaba a la escritura. A los catorce años comencé mi primera novela, que escribía en clase mientras el profesor de Física, erróneamente, creía que yo tomaba apuntes. Más tarde, como mi padre tenía una productora de cine publicitario, aprendí el lenguaje cinematográfico y a construir guiones, una forma muy fácil de contar historias, porque requieren un proceso menor de documentación que una novela. En el fondo, el guión no deja de ser un instrumento que permite hacer algo más, la piedra angular sobre la que se asienta una obra.