«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 8 de mayo de 2024

Dos propuestas de lectura bien distintas

No es costumbre de quien esto suscribe reseñar a pares. Pero últimamente han llegado a mi poder dos libros, ambos editados por Alfaguara, cuya disparidad, me sugiere hacerlo así. Me refiero a ‘Las hermanas Jacobs’ de Benjamin Black y ‘Bartleby y yo’ de Guy Talese. Cuando el hastío de la lectura me conduce al aburrimiento ─ tres o más libros seguidos que cierro al rebasar las primeras cincuenta páginas, más o menos, sin que ninguno me satisfaga ─, siempre rebusco en mi herbario de autores de confianza. No son muchos, lo reconozco, los que lo integran: Simenon, Conan Doyle, Mateo Díez, Christie, Jaume Cabré, Auster y algunos más. Muy pocos. En ese aleatorio revoltijo de escritores suelo encontrar cosas que sé de antemano que no van a defraudarme. Y allí mismo, desde hace años, mora también Benjamin Black. Y va a seguir haciéndolo por mucho tiempo.

El escritor irlandés publicó a finales de 2024 ‘Las hermanas Jacobs’, su última novela hasta ahora. En ella nos cuenta la historia de Rosa Jacobs, una estudiante judía que ha aparecido muerta en el interior de su coche, gaseada al estilo de los hornos nazis. Todo apunta a un suicidio, pero ciertos detalles llevan a los investigadores, Quirke, el patólogo, y Strafford, el policía de la Garda dublinesa, a sospechar que no es así. Un cierto misterio envuelve esta muerte que ellos van a desentrañar.   

En ‘Las hermanas Jacobs’ nos tropezamos con un Quirke muy suyo, más encerrado en sí mismo, si cabe. Cada vez soporta peor a los demás. Convivir se ha convertido en un verdadero problema para él, a pesar de que parece haber disminuido, al menos relativamente, su consumo de alcohol. La reciente y trágica muerte de su esposa ha acentuado su hosquedad y las relaciones con su hija Phoebe tampoco atraviesan sus mejores momentos, si es que en alguna ocasión los hubo. Y con Strafford, un asiduo de la vida de Quirke, también pintan bastos. Diría, pues, que las cosas están peor que nunca. Una violencia soterrada, enmascarada por la «buena educación», impide que los hechos pasen a mayores. En resumen, que Quirke cada vez transita por el mundo con mayor desazón, soledad, individualismo e insociabilidad.