«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 24 de octubre de 2009

Begoña Aranguren, periodista y escritora: “La ficción ofrece la posibilidad de vivir más veces”


Herme Cerezo/SIGLO XXI, 28/07/08

Ya no fuma, hace tres años que lo dejó y "a pesar de que un cigarrillo hace mucha compañía" no lo echa de menos. Begoña Aranguren es famosa por muchas cosas: por sus libros ‘El fuego que no quema’, ‘La mujer en la sombra’, ‘Memorias’, ‘Enmanuela Dampierre’ y Alta sociedad’, que oscilan entre el periodismo, el ensayo y la biografía; por ser la conductora de ‘Epílogo’, un programa de entrevistas que se emiten después de que el protagonista haya fallecido; por su participación en el programa de Julia Otero para Onda cero y, ahora, porque ha saltado la barrera, disculpen el símil taurino, para adentrarse en el albero de la ficción y publicar ‘Toda una vida’, su primera novela. Begoña que, por unos minutos pasa de entrevistadora a entrevistada, se presta a mis preguntas de modo distendido, con la sonrisa permanentemente escrita en su rostro y con ganas de hablar para los lectores de SIGLO XXI de su nueva aventura literaria.

Begoña, ¿la gente se deja entrevistar con facilidad?
En general, sí. La gente se abre, cuenta cosas de mucho interés e incluso utiliza el humor en sus respuestas. Tal vez sea porque he sabido escoger a las personas o, simplemente, porque he tenido suerte.

¿Mienten sus entrevistados?
En algunos casos sí y se les nota en seguida. En cuanto ponen un pie en el plató ya sabes si van a mentir o no. Los mentirosos no son muchos, son ésos que, al día siguiente y como ellos mismos no se atreven a hacerlo, le dicen a su secretaria que llame al programa para que suprimamos alguna pregunta que les incomoda. Cuando eso ocurre, te entran ganas de decirle: "usted es un bragas".

¿Te sientes especialmente satisfecha de alguna de tus entrevistas?
No podría citar sólo una, sino varias. Si hablamos de ‘Epílogo’ me gustaron mucho las de José Agustín Goytisolo, la de Ignacio Luca de Tena, la de Buero Vallejo, la de Gonzalo Torrente Ballester, gente realmente impresionante.

Comenzaste como columnista, ¿de qué escribías en una columna de opinión en la época de Franco’
De pocas cosas (risas), de muy pocas, aunque creo que ya había muerto cuando comencé a escribir esa columna. Viviendo Franco, lo primero que escribí fue poesía y la publicaba en el Diario del Lunes de Bilbao. Y así como en la cosa más importante de la vida, que para mí es el amor, no he tenido fortuna, en el periodismo y en la escritura siempre tuve mucha suerte porque conocí grandes maestros que me arroparon. En aquellos años yo vivía en Washington, porque mi padre era agregado industrial de la embajada española, y allí coincidí con Miguel Delibes, que trabajaba de profesor en una universidad norteamericana. Delibes venía a cenar a nuestra casa con frecuencia y me animaba a escribir.

El periodismo era entonces un medio absolutamente dominado por los hombres, ¿tus compañeros te apoyaron o te hicieron el vacío?
Yo comencé a escribir algunos artículos en ‘Telva’, pero a mí me interesaba el estudio del ser humano. Iba a poner en marcha un proyecto en un periódico de Bilbao, pero al final la cosa no llegó a buen puerto. Entonces les expuse aquel mismo proyecto a Deia, preguntándoles si su interés terminaba al pasar Orduña o no. Me dijeron que en absoluto. A partir de ese momento disfruté muchísimo porque entrevistaba a quien me daba la gana. En Deia se portaron estupendamente conmigo, con una enorme generosidad. Fue una experiencia verdaderamente impresionante.

¿Estaba bien remunerado el periodismo entonces? ¿Lo está actualmente?
La verdad es que hablar de dinero parece una ordinariez. Pero lo cierto es que es algo muy importante. Pregunté en Deia cuánto iba a ganar y me respondieron que no mucho, pero que para comprarme un libro sí me llegaría. Les respondí que para comprarme un libro ya tenía dinero y entonces me propusieron que yo misma fijase mi propio sueldo. Con ello quiero decir que esta profesión es un mundo de trapicheos que da vergüenza. ¡Cuánto juegan los demás con la buena voluntad de uno! Y eso es acumulativo, hasta tal punto que en los diarios se creen que la gente que escribe es gilipollas.

Después de ejercer en prensa, radio y televisión, ¿por qué ahora una novela? ¿Qué le aporta la ficción a Begoña Aranguren?
La ficción me parece una cosa fascinante, con una responsabilidad inmensa. Lo digo en el libro: la osadía de reinterpretar conversaciones y comportamientos de Alberti y los demás de la Generación del 27, es algo enorme y, fundamentalmente, ofrece la posibilidad de vivir más veces. Considero que la vida es muy corta y cada nuevo día lo tendríamos que saludar con pirotecnia, que es como celebráis las cosas importantes en Valencia.

¿Toda una vida no era un bolero de Antonio Machín?
No, no, era de Osvaldo Farrés que también era cubano. Y no sólo la ha cantado Machín, también la interpretaron María Dolores Pradera o Los Panchos. ‘Toda una vida’ es un homenaje que pretendo rendir a todas las mujeres precursoras que soportaron palos, insultos, desdenes y, sobre todo la envidia de las demás, por hacer lo que querían con sus vidas. Luego llegaron otras para hacer lo mismo, pero con el camino ya abierto. ‘Toda una vida’ es también un reconocimiento enorme a don Carlos Morla, embajador de Chile en España, en la época del final de la monarquía de Alfonso XIII y el advenimiento de la II República. Supe de su existencia a través de un libro que hablaba sobre su persona. Me enteré de que aún vivía en Madrid y tuve la suerte de conocerlo personalmente en el ocaso de su vida. Ahora, cuarenta años después de su muerte, se le considera, ¡cómo no!, el catalizador de la Generación del 27. Y lo fue por dos razones: porque buscaba la psique, la inteligencia, el alma, el intelecto de la otra persona y porque no tenía nunca en cuenta la ideología ni el estrato social.

¿Por qué te interesa tanto ese periodo de la Historia de España?
Es que de la Guerra Civil se ha escrito tanto, tan bien y tan mal, que yo qué iba a aportar de nuevo. No sé si es porque mi abuelo era republicano o porque me imagino que la gente se sintió libre entonces. Quizá sea porque creo que todo ser humano, en algún momento, tiene derecho a creerse ese espejismo de la libertad. En ese preciso instante es cuando se te esponja el alma y el que escribe regular acaba siendo un gran poeta y el que pinta regular deviene en un Dalí.

¿Qué tiene Inés de Begoña Aranguren?
(Risas) A mí me parece que Inés Peñalver es mucho mejor que Begoña Aranguren, porque yo soy muy autocrítica, pero resulta muy difícil sustraerse y tomar distancia del personaje. Ese tópico de que el personaje eres tú, pues realmente ocurre.

Para una mujer, en principio ingenua, como Inés, escoger el camino que eligió y tirar hacia delante debió de ser muy difícil, ¿no?
Totalmente. Ése es el homenaje a esta mujer precursora y a otras tantas mujeres anónimas a las que, en una sociedad basada en la hipocresía, la doble moral y los matrimonios pactados, les decían que hiciesen como todo el mundo: tú tienes tus amantes, yo los míos y ya está. Eso ya se hacía así entonces, aunque la gente crea que lo del sexo y los hijos se ha descubierto anteayer. Inés no quiso vivir esa doble moral y se encontró con que todo su medio social y familiar le daban la espalda.

Los maridos, cuando su esposa los plantaba, ¿en qué lugar quedaban desde el punto de vista social?
Quedaban fatal. El marido de Inés en la novela lo lleva como puede. Que te dejase una mujer en aquellos años era muy fuerte para un hombre, muy duro.

Luego, Inés descubre un mundo distinto, para ella es como abrir una ventana...
Claro, yo digo que a través de Carlos Morla, Inés pasa de un mundo frívolo y absurdo, el de los cortesanos, de la beneficencia y de las recepciones, a un mundo intelectual de gente creativa, la España donde no se duerme por tanto compartir ideas y opiniones. Aquellas gentes, por un momento, se creyeron libres, sin sospechar lo que les esperaba.

En ‘Toda una vida’, al hablar de un valenciano dices: "... y puedes acabar almorzando junto a un grande de España valenciano y pesado hasta límites insospechados...", ¿nos veis así fuera de nuestra tierra?
Perdón, perdón, perdón, no sé por qué se me ocurrió. Ellas pasaban todo el día en palacio y les caían unos plastas tremendos, difíciles de torear, y entonces pensé en un pelmazo de estos que invertía su tiempo en hablar de los cítricos. Me imaginé a una pobre señora rogando para ver si alguien le quitaba al tipo este de encima.

Antes de finalizar, llegó el turno de las preguntas inevitables: háblame de tu tío, José Luis López Aranguren.
No tengo palabras. Estaría toda la tarde hablando de mi tío. Mantuve una relación muy estrecha con él. Decía que yo representaba sus raíces maternas. Al morir mi padre, se comportó como mi segundo padre, el padre ideal pero que nadie deberíamos tener porque no conviene, aunque a todas nos guste que sea así, el padre complaciente, que te hace caso, que ríe todas tus gracias, que le parece fascinante todo lo que dices. Idolatraba a mi tío José Luis.

Y ¿cómo era José Luis de Villalonga?
Fue un hombre muy importante para mí. Lo quise muchísimo. Sé que daba una imagen de prepotente y que por eso se le tenía mucha manía. Pero era un hombre muy tierno y con una deficiencia emocional muy grande, porque soportó una madre que le decía no te acerques que me manchas y un padre que pintaba poco.

¿Qué aportó José Luis de Villalonga en la vida de Begoña Aranguren desde el punto de vista del escritor?
Como escritor creo que fue muy brillante, autodidacta, porque él venía de un mundo bárbaro. Su labor tenía mucho mérito y en sus últimos años se revistió de una gran ironía. José Luis no era malo de natural, lo hacía para dar la nota. Intentaba ser el niño travieso de una casa bien y eso no se puede hacer con ochenta y dos años. Escribimos un libro juntos, ‘El fuego que no quema’, y me enseñó muchas cosas. Me quiso mucho y eso ahora molesta. Por eso no estoy ni separada ni divorciada. Él no quería. Soy su viuda.

jueves, 22 de octubre de 2009

Antonio Garrido, escritor: “Sueños los tenemos todos, pero lo fundamental es perseguirlos”



Antonio Garrido, Linares (Jaén), 1963, es ingeniero, diseñador de automóviles y profesor de postgrado universitario. Después de muchos años de trabajo, ocho más o menos, ha conseguido convertir su sueño en realidad: publicar ‘La escriba’, una novela que ya ha aparecido en varios países europeos y ahora llega aquí. El asunto promete y amenaza en convertirse en uno de los libros más vendidos – y ojalá leídos – de 2008, porque además sus derechos cinematográficos ya están vendidos. Curiosamente, ‘La escriba’ pudo ser terminada por su autor "gracias" a un atropello, "que aceleró el proceso de escritura que llevaba camino de eternizarse. Lo que en principio parecía una desgracia, al final fue una solución porque me permitió darle el empujón definitivo al texto". Acompañados o mejor, ambientados, con la presencia del cráneo de un oso y de una ballesta medieval, Antonio Garrido que, en su día, disfrutó leyendo ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco, "un thriller erudito", ‘Los pilares de la Tierra’ de Ken Follet, "un libro para quitarse el sombrero", o ‘El médico’ de Noah Gordon, "una historia repleta de personajes de carne y hueso y diálogos creíbles", nos habla de Historia, de su novela, de la Edad Media y de la ilusión de su vida: vivir de la escritura.

¿Dónde llevaba escondida su vocación literaria un diseñador de automóviles?
Mi caso no es único, antes hubo personas que se dedicaron a la Literatura teniendo una profesión distinta: Ian Fleming, que era espía, sin ir más lejos. En mi caso, siempre soñé con escribir, no surgió de repente. Cuando era niño, gané un concurso de redacción y el premio, curiosamente, era un coche pequeño. Y me gustó tanto que me hice diseñador de coches, pero nunca dejé de soñar con la escritura. Sueños los tenemos todos, pero lo fundamental es perseguirlos. Tal vez así consigamos hacerlos realidad.

¿Qué buscas en la Literatura: una terapia, la oportunidad de vivir otras vidas, de imaginar otros mundos...?
En realidad no buscaba nada, yo disfrutaba imaginando. De pequeños todos tenemos una imaginación desbordante, una capacidad que perdemos con la adolescencia. La madurez la reservamos para educar a nuestros hijos o pagar facturas. Pero si conservamos la imaginación, quizá podamos plasmarla en una novela. Si además con nuestra escritura conseguimos trasladarla a otras personas y les reactivamos la suya, experimentamos una sensación maravillosa, que no tiene precio.

¿Qué lecturas alimentaban tu imaginario particular?
Al ser muy delgado era siempre el último que elegían para jugar al fútbol. Como veía que no servía para ello, estimulé la imaginación que me permitía viajar por el tiempo, alimentándola con Walter Scott, Jack London, Salgari, Enid Blyton ... la verdad es que hay un montón de literatura juvenil que te fortalece y te hace mejor persona.

¿El género histórico te escogió a ti o tú a él?
Creo que fue un encuentro mutuo. De pequeño mis padres nos llevaban a muchos sitios y una vez visitamos un castillo, de aspecto sobrecogedor. Pasear entre sus murallas, sus sillares de piedra, respirar la humedad que acumulaba, ver las armaduras bruñidas sobre un caballo forrado de hierro, las espadas o las lanzas sabía de un modo especial. Aquello no tenía nada que ver con las películas de vaqueros, era algo maravilloso, fascinante, misterioso...

De unos años a esta parte, la novela histórica ha cobrado mucho auge, ¿qué busca el ser humano en la Edad Media, qué misterios ocultos nos empujan hacia ella?
Es un reconocimiento al tiempo pasado. A veces nos limitamos a nuestro mundo y pensamos que es el único que existe. Conocer la Historia nos ayuda a ser mejores personas, a enmendar errores, a descubrir de dónde venimos y a dónde vamos. Creo también que hay una deuda con los libros de Historia que nos obligaban a memorizar datos y fechas y nos aburrían. La novela histórica nos reconcilia con ese periodo y nos hace asombrarnos con él.

¿Antes de ‘La escriba’ no habías escrito nunca nada?
He de confesar que escribí unas cartas de amor, que fueron exitosas (risas), y que también he publicado numerosos artículos divulgativos, propios de mi profesión.

Asombrosamente, la propaganda habla que ‘La escriba’ es un libro de diseño, ¿se puede diseñar una novela histórica?
Yo creo que no. Si se pudiera hacer ya lo estarían haciendo los americanos. Esto no es una fórmula química sino alquímica, que es distinto, una amalgama de distintas esencias y componentes, cuya proporción exacta se desconoce, pero que llega un momento en que de manera casi casual se mezcla de la forma adecuada y surge la magia que buscabas. Con la química sabes que una serie de componentes en una determinada proporción dan un resultado concreto. Con la alquimia no. La novela, además, conlleva una dosis importante de entusiasmo que la hace explotar.

Escribir con unas coordenadas temporales que hay que respetar inexcusablemente, ¿condiciona la espontaneidad de una narración o permite maniobrar?
El género histórico te deja resquicios para que el relato sea ameno y entretenido, que es lo que consigue que un lector se enganche a la obra y no la suelte hasta el final. Hay cierta capacidad de maniobra siempre y cuando no te saltes ciertos límites. Si tú estás en una época histórica has de respetarla, igual que has de respetar también a los personajes: una prostituta, un caballero o un monje deben observar comportamientos y discursos coherentes con lo que representan. Los personajes tienen muchos matices, no son buenos o malos absolutos y actúan conforme a las circunstancias que les rodean. Si hay asesinatos deben producirse como una consecuencia del relato, porque no hay más remedio que sucedan.

En ‘La escriba’, la protagonista es Teresa. ¿Qué concepción tenía la sociedad medieval de la mujer?
La mujer estaba infravalorada, era poco más que un objeto. Si matabas a un hombre, pagabas una multa cuyo importe era el doble de lo que pagabas si matabas a una mujer. Si, además, la mujer era menopáusica, la multa era aún menor. Cuando una mujer embarazada sufría un golpe y abortaba, el que provocaba el accidente pagaba una multa doble si era niño y la mitad si era niña. Cuando elegí a una mujer como protagonista, no sólo estaba escogiendo el género femenino sino también a todos los débiles y oprimidos, que no se resignaban, que luchaban por sus ideales y por alcanzar su verdadera ilusión. Teresa, la escriba, es un personaje completamente creíble porque vivió un momento floreciente, en el que Carlomagno fundó su Escuela Palatina donde fomentaba la presencia de mujeres. De hecho, Alcuino de York, consultó para sus estudios con Gisele y Rotruda, dos mujeres, y tuvo en cuenta su opinión.

Por lo que veo, los escribas no se circunscribían sólo a los monasterios, también existían en la vida "civil".
Sí, aunque no era lo habitual. Se ocupaban de los temas de la Corte, podríamos decir que eran funcionarios. La escritura era el medio de transmitir la cultura que, entonces, era la religión. El padre de la protagonista, Gorgias, es bizantino, proviene de un lugar donde había una burocracia y una biblioteca impresionantes y su trabajo era diverso. En aquella época, una mujer que hubiese querido ser escriba sólo hubiera tenido un camino: ingresar en una abadía. Pero Teresa, que hereda el conocimiento y ansia de saber paternos, se ve abocada a una serie de aventuras, mientras su padre está trabajando en un manuscrito, un manuscrito que realmente existió y del que dependía el futuro de la cristiandad.

Estos escribas deberían ser personas muy cultas.
No, no, a veces no sabían lo que escribían, sino que conocían meramente un símbolo y tenían la capacidad de copiarlo, de repetirlo exactamente igual. Eran fotocopiadoras humanas, dibujantes. Podían copiar un texto del griego al griego sin saber lo que hacían, porque ellos sólo conocían el latín.

En toda novela histórica, describir el entorno es fundamental, ¿de qué fuentes ha bebido Antonio Garrido para ambientar ‘La escriba’?
Principalmente viajando al lugar donde transcurren los acontecimientos. He estado varias veces en Würzburg y en Fulda, he visitado sus castillos, mazmorras, parajes, abadías y he respirado y rememorado cómo vivían aquellas personas. Aparte de esto, reuní toda la documentación que cayó en mis manos referida a aquella época, que no es mucha y toda ella referida a asuntos religiosos. Tuve verdaderas dificultades hasta para saber lo que valía el pan o un cerdo, porque en aquella zona se funcionaba por trueque. Hube de conocer los precios que se manejaban al final del Imperio Romano, del Imperio Bizantino y del Pre-Renacimiento, épocas de las cuales sí existen datos fiables y elaborar una tabla de equivalencias.

"El dia de Todos los Santos, en Würzburg no amaneció". ‘La escriba’ empieza con esta frase cinematográfica y, sobre todo, contundente. Que un día no amanezca es algo bastante grave, supongo que es algo premeditado, ¿no?
Sí, claro. Somos hijos de lo visual, estamos acostumbrados a las imágenes impactantes y en la escritura tenemos que proporcionarle al lector las herramientas para que perciba la escena de un modo vívido. El lector es el verdadero protagonista, no el escritor, que se limita a dejar allí su poso. La imagen, al ser casi cinematográfica, ayuda a ponerse en situación y a creer que está en la Edad Media. A partir de ese momento ya no hay ambientación, hay un lugar en el que el lector está dentro, ya no hay personajes, hay personas, es la magia de la escritura.

¿Por qué se ha publicado ‘La escriba’ en el extranjero antes que en España?
Es verdad que ha aparecido en diez países antes que aquí y estamos en negociaciones para que aparezca en otros quince más. Es un caso único y yo soy el primer sorprendido por esta circunstancia, porque si ya es difícil publicar una novela para un escritor novel, imagínate hacerlo en tantos lugares sin haber demostrado nada previamente. Repito, estoy sorprendido, emocionado y embargado por un sentido de responsabilidad muy grande.

Quizá el hecho de que la acción se desarrolle en Centroeuropa y que el escritor es español, aportando un punto de vista distinto, pueda ayudar un poco a esta difusión tan grande.
Ese factor, desde luego, que ha contribuido en el éxito. Pensé cuál era el argumento que podía ser más interesante y vi que sobre los albores de la Edad Media habían pocas novelas. Encontré esta historia, que me pareció interesante y original. Por eso la ubiqué en Alemania e introduje personajes de varios países para hacerla multicultural. Pero una novela no entiende de países ni de culturas, un libro bien escrito funciona en todas partes. Al final sólo importa la historia y cómo te atrapa.

‘La escriba’ huele a producto bien acabado, cuidado, mimado.
‘La Escriba’ se ha sometido a un montón de controles exhaustivos. Fue revisada por historiadores alemanes rigurosamente, porque un alemán no perdonaría jamás errores en un libro que hable de su país. Es un texto muy cribado por los correctores.

Después del éxito que está obteniendo tu novela, ¿piensas continuar con la docencia?
No, vistos los resultados, que son asombrosos, creo que tengo el privilegio de poder hacer lo que realmente me gusta y sería estúpido por mi parte desperdiciar una ocasión como la que ahora se me presenta.

¿Andas inmerso en otro proyecto literario?
Sí, ya tengo toda la documentación y la trama, pero no puedo hablar de ello. Es histórica aunque no tiene nada que ver con ésta.

domingo, 18 de octubre de 2009

Emilio Calderón, escritor: “Casablanca o Shanghai eran un refugio para todos los que tenían que huir de algo, aunque fuese de su propio pasado”



Herme Cerezo / SIGLO XXI, 12/07/09


El escritor Emilio Calderón, Málaga, 1960, ganó el pasado mes de mayo la 13ª edición del premio Fernando Lara de Novela 2008 con ‘El judío de Shanghai’, una obra que recoge la vida del gueto judío de la ciudad asiática durante la II Guerra Mundial y que, de algún modo, acerca al lector a la Casablanca de Michael Curtiz o al Shanghai de ‘El Loto Azul’, uno de los álbumes míticos de Tintin, el genial periodista creado por el belga Hergé. Calderón además de escritor es también historiador y editor. Durante diez años trabajó la literatura infantil y juvenil, para pasar después al mundo de los adultos con ‘El mapa del creador’, ‘El secreto de porcelana’ y ahora ‘El judío de Shanghai’. El malagueño suele escribir en la Biblioteca Nacional de Madrid sin acercarse, ni por asomo, a los mapas de Ptolomeo, aunque como él mismo dice "soy de los que registran para comprobar que no los he robado". Acude a la Biblioteca porque sus "escritos requieren de un fondo documental importante y eso lo encuentro allí". Pasa la jornada entera rodeado de libros, silencio y otros escritores, como Vargas Llosa, Ian Gibson o Juan Manuel de Prada, que también deambulan sus soledades entre los pupitres de la Biblioteca.

Comentan por ahí que la promoción no es lo tuyo.
No la llevo bien porque en el fondo es algo muy cansado y termino repitiendo siempre lo mismo en distintas ciudades. Hoy, por ejemplo, llevo once entrevistas. Y me faltan Sevilla, Barcelona ... Cuando uno escribe lo hace como un acto íntimo y luego, cuando se publica, te conviertes en una especie de exhibicionista. Es como una paradoja y algunos escritores eso no lo llevamos bien.

Pues a mí me parece que a muchos escritores les gusta hablar en las entrevistas.
Yo también hablo bastante, pero quizá lo hago adoptando una actitud defensiva.

Entonces, abreviaremos. ¿De verdad que uno no sabe que ha ganado el Premio Fernando Lara hasta que se hace público el fallo del jurado?
Totalmente cierto. Yo lo pasé muy mal porque el sistema de votación es bastante cruel. A la final llegaron diez autores y mientras se celebraba la cena, el jurado deliberaba. Entre plato y plato, salía un secretario que leía en voz alta cómo iban las votaciones. Los que tenían menos votos se caían de la lista. A la tercera votación estaba uno de los nervios. Y, sinceramente, me dio mucha lástima que la novela que llegó a la última ronda, junto a la mía, no obtuviese premio, ya que el Fernando Lara carece de finalista.

Tú tienes agente literario, ¿son imprescindibles para hacer carrera en el mundo de las letras?
Desde mi punto de vista sí, pero hay escritores que no tienen agente y les va muy bien. En ese sentido hay una discusión sin solución. Yo no me quejo, tengo la misma agente que Ruiz Zafón y mi primera novela para adultos consiguió publicarla en veintitrés países. Como ves, en mi caso concreto, sí es imprescindible.
¿‘El judío de Shanghai’ es una novela histórica pura?
Pienso que no. Está ambientada en un periodo histórico, durante la II Guerra Mundial en Asia, pero yo siempre digo que es una novela más de personajes que de historia propiamente dicha. Los personajes están por encima de los acontecimientos históricos que ocurren en la narración. Es lo que pretendía conseguir cuando la escribí.

Arranca con tres cartas, ¿para ti es importante escoger bien el principio o eres un escritor de medio fondo?
Me parece muy importante el principio. Esto es un juego, evidentemente, y al final lo que haces es llevar a tu terreno al lector. Yo quería contar una novela de memorias, de recuerdos y me parecía que el género epistolar invitaba a ello.

¿Cómo se te ocurrió el argumento?
He de reconocer que la historia me encontró a mí, no yo a ella. Hace un par de años fui a Shanghai a pasar las Navidades y descubrí que, detrás de una ciudad tan vanguardista y llamativa, había vestigios de una comunidad judía de cierta relevancia: sinagogas, cementerios hebreos... Comencé a preguntar y averigüé que, durante la II Guerra Mundial, allí hubo un gueto judío, el único que no estuvo en manos de los alemanes. La verdad es que pensé que acababa de encontrar un filón, en el sentido de que podía escribir una novela que conjugase el exotismo oriental con el holocausto judío.

Obviamente, los japoneses trataban mejor a los judíos que los alemanes, ¿no?
Sí, sí, aquello no era un campo de concentración. En realidad, era una zona de la ciudad, un barrio acotado con alambradas, donde veinte mil judíos convivían con cien mil chinos menesterosos de manera que, a pesar de que los japoneses recibieron las directrices de los alemanes para aplicar la solución final, no la pusieron en práctica.

¿Existía algún motivo especial para ello?
Los japoneses fueron más benévolos que los alemanes por una razón bien curiosa: cuando recibieron la orden de aplicar la solución final, el gobernador militar se reunió con la máxima autoridad hebrea del gueto, un rabino, y le preguntó por qué los nazis sentían tanta animadversión contra su pueblo. Y el rabino, muy astuto, le respondió que los odiaban porque eran orientales. Eso relajó la tensión hasta tal punto que los japoneses, personas prácticas, utilizaron a los judíos. Por un lado, hicieron el paripé de crear el gueto y por otro a los judíos de origen ruso les permitían libertad de movimientos, ya que existía un pacto de no agresión entre Rusia y Japón. De este modo, en Shanghai se produjo una situación casi esquizofrénica, con un gueto en el que estaban encerrados los judíos apátridas, huidos de la zona de influencia alemana, y con la existencia, al mismo tiempo, de un club social hebreo, al que asistían los judíos de origen ruso. Una situación verdaderamente compleja.

Observo un cierto paralelismo entre tu Shanghai y la celebérrima Casablanca, ¿hay un prototipo de ciudades para escribir historias de amor, mezcladas con espionaje y alemanes nazis?
Son lugares que existieron durante una época, un tiempo corto, y lo que yo he hecho es reflejar una ciudad a punto de extinguirse, retratar el último resplandor de un mundo que se acaba. En ese sentido sí que se parecen, porque en el fondo Casablanca o Shanghai, eran un refugio para todos los que tenían que huir de algo, aunque fuese de su propio pasado.

¿Tu novela es cinematográfica?
Yo así lo creo. Sin duda se debe a que pertenezco a una generación creada con el mundo de la imagen: la televisión o el cine. Y eso hace que mi escritura, aunque no lo pretenda, sea muy visual.

Después de tres novelas, una de ellas galardonada con el Fernando Lara, ¿Emilio Calderón aún siente el miedo a la página en blanco?
Sinceramente, no. Yo diría que eso es un mito, porque escribir es como otro trabajo cualquiera. Lo que uno tiene que hacer es quedarse sentado ante la hoja, concentrarse y resolver los problemas que se le plantean en cada momento.

¿Encuentras fácilmente la voz narrativa?
Me cuesta, pero cuando la encuentro ya no la suelto. A veces lo que hago es que escribo tres o cuatro principios hasta que noto que hay una afinidad entre mi persona y la voz que va a narrar la historia.

¿Siempre escribes en primera persona?
Sí, suelo hacerlo porque prefiero la primera a la tercera. El narrador omnisciente siempre me obliga a preguntarme cómo es que hay alguien que sabe tanto, que lo conoce todo. Prefiero las historias más cercanas, con más rozamiento y eso me lo da la primera persona, porque parece que se dirige al lector de un modo más directo.

‘El judío de Shanghai’ ya es pasado, ¿preparas algo nuevo?
Estoy escribiendo una novela que está ambientada en la Revolución Francesa, es una historia de amor entre la protagonista, una española, que tiene una gran importancia en la Revolución y que se enamora de un revolucionario. Son las dos caras de la revolución en una historia de amor.

Gonzalo Giner, escritor: "Más que histórica, 'El sanador de caballos' es una novela de personaje"


Herme Cerezo / SIGLO XXI, 07/07/08

"Habían nacido y sido entrenados para matar.
Los llamaban imesebelen, "los desposados". Eran guerreros africanos de piel negra, fanáticos y fieros asesinos, elegidos desde..."
De este modo arranca ‘El sanador de caballos’, la tercera novela de Gonzalo Giner (nacido en Madrid, sin fecha conocida), que debutó con ‘La cuarta alianza’, obra traducida a seis lenguas, y a la que siguió ‘El secreto de la logia’. El autor madrileño es uno de esos escritores cuya profesión en origen no es la de juntar palabras sino la de veterinario, su auténtica forma de ganarse la vida, poniendo en práctica su otra gran pasión: el amor por los animales. Giner escribe porque le gusta, porque le apasiona, porque lo necesita. Los que leyeron sus dos novelas anteriores y le conocen de cerca no dudan en afirmar que ‘El sanador de caballos’ es su obra más completa, más redonda, más personal. Una novela, como el propio escritor señala "original porque toca un tema que no se trató nunca". Así que de este sanador, de sus peripecias y del entorno medieval que lo envuelve, charlamos hace unos días con Gonzalo Giner.

Detrás de todo escritor hay lecturas que alimentan su espíritu, ¿cuáles han sido las suyas?
Cito en primer lugar a un autor, cuya presencia aquí tiene mucho sentido: James Harriot, un veterinario que escribió novelas como ‘Todas las criaturas grandes y pequeñas’ o ‘ Un veterinario en la RAF’ allá por los años setenta. Harriot investigaba y escribía muy bien, hasta tal punto que su lectura influyó tanto en mí que me incliné a estudiar Veterinaria. Otro libro que me dejó una profunda huella fue ‘La hija del curandero’ de Amy Tan, fantástico de verdad. También me interesó mucho ‘Veinticuatro horas en la vida de una mujer’ de Stefan Zweig. Pero hay muchos otros. Me atrae el género histórico tal y como lo tocan, por ejemplo, Julia Navarro o Arturo Pérez-Reverte. En general, me gustan los autores que escriben medianamente bien y que tienen historias que contar.

¿Realmente estudió Veterinaria por la influencia de Harriot?
Sí, sí, es que describía un mundo tan ideal y le ocurrían cosas tan interesantes que me incliné por esta profesión. Además, siempre me gustó pensar que yo tendría una oficina distinta a la de los demás, sin paredes, sin techo, sin luz de neón, al aire libre, rodeada de árboles, entre la naturaleza y el cielo.

Ser veterinario debe ser un poco complicado, los animales no hablan...
Realmente lo es, pero los animales sí manifiestan síntomas de sus enfermedades y hay trucos para saber qué les ocurre. Al fin y al cabo, cuando un animal sufre, todo consiste en detectar la serie de coincidencias que confluyen para conocer su enfermedad. En realidad, la Veterinaria tiene algo de arte, es un poco como la Pediatría porque un niño no puede decir qué le pasa y suele ser la madre quien lo hace. Si quitásemos a la madre, sería todo un poco más complicado. Cuando un animal no demuestra qué le sucede, es mala señal, denota que la enfermedad está muy avanzada. En ‘El sanador de caballos’, el protagonista tiene una habilidad enorme e innata para interpretar las reacciones más mínimas de Sabba, su caballo, el principal objeto de la ciencia veterinaria de entonces, ya que el resto de animales prácticamente no existían.

‘El sanador de caballos’ ¿es recomendable para gente vinculada con su profesión o para cualquier lector?
Para todos. Cuenta cómo era el oficio en la Edad Media, pero eso ocupa realmente un cinco o un diez por ciento de la obra. ‘El sanador de caballos’ es una novela de aventuras y, más que histórica, es una novela de personaje, con un principio muy duro: la obligación de cumplir una promesa por parte del protagonista que, sin saber muy bien cómo ni por qué, tira hacia delante hasta encontrar su propio destino en la persona de un veterinario mudéjar, un albéitar, al que conoce por casualidad.

¿Cómo es un día cualquiera en la vida de un veterinario-escritor?
Mi vida de ficción es la de la novela y la de no ficción es la que me da de comer, mi profesión. Yo todos los días hago mis visitas y veo a mis pacientes. La escritura se queda para otros momentos de mi vida: durante los caminos que, para mí, son muy importantes, en el coche, donde viajo solo, imaginando la historia, viendo al personaje y moviéndolo. De ahí entresaco las ideas más importantes y a la mañana siguiente, de madrugada, las vuelco en un ordenador. Durante los fines de semana escribo más. Lo cierto es que disfruto tanto, me lo paso tan bien, que ni siquiera pongo el despertador. Me levanto solo.

El coche, curioso sitio para imaginar historias...
Hay que tener en cuenta que yo no me muevo por una ciudad o por sus calles. Me manejo por el campo, entre valles, montañas y arboledas, en carreteras comarcales poco frecuentadas y ese entorno de soledad dispara mi imaginación, la estimula. De todos modos, como dispongo de poco tiempo, lo quiera o no tengo que inspirarme. Precisamente, ese poco tiempo creo que me ayuda a ello. El terror a la página en blanco, en mi caso, no existe. A veces cuando tengo más tiempo, me vuelvo más vago y escribo menos.

Antonio Gómez-Rufo, en su novela ‘Los mares del miedo’, introducía un sanador de mentes, un psicólogo, en el siglo XVII. Gonzalo Giner coloca ahora un veterinario en la Edad Media, ¿por qué escogió este momento histórico?
Bueno, tiene una cierta justificación. Antiguamente no existía la profesión de veterinario como tal, aunque fuese una ciencia muy antigua referenciada ya en el código de Hammurabi. Es en la Edad Media cuando se produjo un cambio importante, al entrar en contacto en España los reinos cristianos con los de Al-Andalus, intercambiando conocimientos. Por aquel entonces existía mucho intrusismo en la profesión: un herrador o los propios caballeros medievales conocían pautas para atender ciertas dolencias de sus monturas. En Valencia, por ejemplo, había lo que se llamaba menescales, una especie de veterinarios medievales, que entendían sobre enfermedades de caballos. En todo ese contexto surge la figura del albéitar, que recupera la sabiduría y la ciencia de los sabios griegos, romanos y egipcios recogida por los árabes. Ello, unido a sus propios estudios, hizo que en la Edad Media la veterinaria se convirtiese en un oficio científico. Y ése es el momento clave en el que discurre ‘El sanador de caballos’.

¿El aprendizaje cómo era?
Era de maestro a discípulo. Las primeras escuelas españolas de protoalbeiterato datan de la época de los Reyes Católicos. Los maestros enseñaban el oficio y luego, ante una especie de tribunal, sometían al aspirante a un examen. En Medicina ocurría algo similar.

Sus anteriores novelas, ‘La cuarta alianza’ y ‘El secreto de la logia’, también presentan un matiz histórico. ¿por qué?
Me gusta mucho la Historia. Creo que, además, en España tenemos un contenido histórico enorme, que durante algún tiempo, ignoro las causas, se ha considerado pobre. Sin embargo, hay tantas cosas interesantes que cuando las descubro, me entran unas ganas irresistibles de contarlas. De ahí parte mi interés por este género.

¿Lleva guión?
Sí, aunque muy básico. Sé el principio y a dónde quiero llegar, quiénes son los personajes y lo que voy a hacer con ellos. Luego el camino se abre un poco, porque siempre hay lugar para sorpresas.

¿Cuánto tiempo le llevó escribir ‘El sanador de caballos’?
Unos dos años.

¿De dónde procede la documentación que ha utilizado para componerla?
La parte relacionada con las Navas de Tolosa no me costó mucho de encontrar, porque hay mucho material y, además, muy bueno. Lo más dificultoso fue la búsqueda de datos sobre mi propia profesión porque escasea. Encontré un tratado justo de esta época, escrito en romance, y solicité ayuda para entresacar unas cuantas ideas. Para ambientarme visité el Museo del Traje de Madrid y también vi alguna película de contenido histórico.

Ahora que habla de películas, ¿le gustaría ver su novela en el cine?
Sería bonito, pero yo prefiero el libro. Cuando leo una novela que me gusta, su versión cinematográfica suele decepcionarme. Me gusta mucho leer, me gusta mucho ir al cine, pero todo junto ... no sé cómo resultaría.

¿En qué trabaja ahora?
En este momento he parado de escribir. Estoy descansando, lo necesito. Igual que necesito disfrutar de la promoción y del después de la escritura: saber qué dicen los lectores, mis amigos, etcétera. Tengo alguna idea ya madurada para otro proyecto pero, de momento, seguiré descansando. Además mi otro yo tiene trabajo acumulado.

Terminemos, convenza a un lector de SIGLO XXI para que se acerque a su novela.
A los lectores de SIGLO XXI les diría que si este verano buscan una lectura que les apasione y seduzca, que contenga emociones, risas, llantos, una relación preciosa entre un joven y un caballo, que les cuente un momento trascendental de la Historia de España, han de acercarse a "El sanador de caballos". Desde la primera línea, quedarán enganchados irremediablemente al texto, que no les defraudará a medida que lo vaya leyendo.

Hubiera deseado terminar la entrevista como la comencé: insertando el fragmento final de la novela de este sanador. Pero desvelaría demasiadas cosas. Así que quédense con el aperitivo literario del principio y recuerden que cuando este verano apriete la canícula, ya saben la solución: hamaca, playa, refresco, gafas de sol y ‘El sanador de caballos’ de Gonzalo Giner, editado por TH NOVELA, en su colección ‘Temas de Hoy’. Un libro reciente, mayo 2008, al que casi se le caen las letras de puro tierna que está la tinta aún.

jueves, 15 de octubre de 2009

Javier Sierra, escritor: “Al acabar mis libros, el lector no sabe si ha leído una novela o ha visto un documental”

Herme Cerezo / SIGLO XXI, 04/07/08



En el mundo actual, no resulta sencillo encontrar personas absolutamente entregadas a su trabajo y convencidas de lo que hacen. Su discurso, fluido y argumentado, y su accesibilidad así lo demuestran. Este hombre, que hoy se asoma a SIGLO XXI, apenas necesita presentación. Es sobradamente conocido. A los 12 años ya dirigía su propio programa de radio y a los dieciocho fue cofundador de la revista ‘Año Cero’. Luego llegaron sus obras escritas, los programas de televisión y varias colecciones de libros coordinadas por él. Licenciado en Periodismo, Javier Sierra (Teruel, 1971) siempre ha sentido atracción por los misterios que envuelven al Hombre. Las zonas oscuras, las preguntas sin respuesta, las dudas inexplicables son el territorio por donde Sierra conduce sus investigaciones. En 1998, publicó ‘La dama de azul’, un relato de ficción que, bajo apariencia literaria, desvela verdades ocultas. Diez años después, Javier Sierra decidió revisarla y reescribirla de nuevo. Nuestra entrevista gira en torno a esta reedición y al apasionante genero de las "novelas de investigación".

Has pasado por muchos medios de comunicación: televisión, radio, prensa, literatura, ¿en cuál de ellos te sientes más a gusto?
Digamos que mi medio primigenio es la radio y después he ido evolucionando hacia la Literatura. En el fondo no hay tanta diferencia. Las primeras novelas eran tradición oral, contar historias a los demás. Ahora lo que he hecho es adaptarlo a este lenguaje moderno que es la tipografía y transcribirlo a papel. Pero el medio que yo considero más importante de todos es la radio, pero entendida como voz, palabra, que es el origen de todo. Lo dice el Evangelio de San Juan: "En el principio fue el verbo".

¿Continúas haciendo radio o televisión?
No, en estos momentos no. Estoy intentando recluirme en mis cuarteles de invierno para escribir. De momento voy a dejar un poco el trabajo mediático para cuando termine mi nueva novela, que ya me está llevando mucho tiempo.

¿Qué te llevó a interesarte por este tipo de misterios o de fenómenos?
Empecé muy temprano a interesarme por lo oculto, lo sobrenatural, lo extraño, lo antihistórico y creo que todo surgió como una sensación de rebeldía en la infancia al descubrir que había libros ahí fuera, me refiero en el mundo real, en las librerías, que contaban cosas que no me explicaban en el colegio. Y cuando yo preguntaba por ellas no me respondían o no me querían responder. Recuerdo mis lecturas, que hoy están ya muy superadas, de Erich von Daniken, cuyos primeros libros leí a los once años. Naturalmente me faltó tiempo para preguntar en la clase de religión qué era aquello de que Ezequiel había montado en una nave extraterrestre. Nadie me contestó y eso me provocó una sensación de amargura, al no encontrar respuestas en mi referencia cercana que era el colegio. Y desde entonces decidí buscarlas por mi cuenta.

Y ¿no leías libros más tradicionales: juveniles, de aventuras, cómics?
Sí, sí, también los leía, pero desde el principio tuve propensión hacia este otro tipo de lecturas, es más todavía guardo mis primeros relatos que yo escribía, ilustraba y encuadernaba a mis ocho o nueve años. Y esos primeros textos ya eran cuentos relacionados con este mundo: fantasmas, el Triángulo de las Bermudas, etcétera.

¿Podríamos decir entonces que la Literatura era la válvula de escape de tu frustración por no encontrar respuestas para las cuestiones que te interesaban?
Sí, aunque habría que matizar. Mientras que en los ensayos, el autor ya pensaba por mí y me lo daba todo elaborado, en la Literatura yo tenía que poner mucho de mi parte para imaginar lo que contaba el escritor. En definitiva, yo buscaba en la Literatura una herramienta que me ayudase a pensar. Fíjate que mis primeras lecturas fueron las novelas de Sherlock Holmes de Conan Doyle y junto a ellas las de Julio Verne. Creo que ese cóctel explosivo fue lo que me abocó a escribir como lo hago.

Lo tuyo no es Literatura "stricto sensu", lo tuyo, por tu afán de difundir ideas, se parece más a un capitel gótico, ¿no?
Para mí la Literatura, igual que la radio, prensa o televisión, es un medio para transmitir una información y para hacer pensar al receptor. Por tanto, mi literatura no se regodea en sí misma. Yo no persigo una literatura estéticamente hermosa pero vacía de contenido. Yo primero me concentro en el contenido y luego le doy una forma literaria para llegar al lector.

¿Crees que esta forma de expresión es más eficaz que los ensayos de Pauwels y Bergier o el mismo Von Daniken para alcanzar mayor divulgación?
En estos momentos sí, en realidad lo ha sido siempre. Si tú quieres que algo llegue a la mayor cantidad de personas, utiliza siempre la estructura del mito, cuenta una historia. Pero esto no es nada nuevo, los antiguos ya lo sabían. Si querían transmitir una información astronómica importante, la disfrazaban en forma de dioses que peleaban entre sí. De este modo, esa historia perdura a través de los siglos. Si solamente la das en formato técnico, al lector número tres esa información ya no le llega, no se transmite, se pierde. Por lo tanto, lo que yo estoy haciendo es utilizar una viejísima enseñanza de la Humanidad. Nuestro cerebro está configurado para recordar historias, no datos. Si quieres recordar datos, disfrázalos de historia.
Centrémonos en ‘La dama azul’, la obra que presentas hoy, ¿qué te ha movido a reescribirla diez años después de su primera publicación?
El proceso es muy sencillo. Cuando en EE.UU. se publicó ‘La cena secreta’, que alcanzó tanto éxito, mis editores norteamericanos leyeron toda mi obra buscando otro libro mío para publicarlo en inglés lo antes posible. Encontraron "La dama azul" y descubrieron que era la novela perfecta para ellos, porque cuenta una historia que se desarrolla a mitad de camino entre España y Nuevo México durante el siglo XVII, un tiempo que, para ellos, es prehistórico porque es anterior a George Washington, a las colonias, etcétera. Me llamaron para pedírmela y me di cuenta de que esa novela no podía editarse tal como estaba, porque en esos diez años transcurridos yo había aprendido mucho sobre esa historia, había seguido revisitando lugares y entrevistando gente relacionada con este asunto. Y todo eso, de alguna manera, tenía que volcarlo en el libro. Les pedí un tiempo, reescribí la obra y les entregué un manuscrito totalmente nuevo y ampliado, que es el que ahora ve la luz en España. De alguna manera, a mí me ha servido para darme cuenta de qué clase de autor raro soy yo, porque debo ser el único escritor por estos lares que revisita los lugares de sus novelas y que considera que su obra no está muerta. Lo estará el día que yo muera, pero ahora me niego a clausurar mis obras de esa manera. Si yo entiendo que en alguna edición posterior de cualquiera de ellas, puedo aportar algo más ¿por qué no hacerlo? Las obras están a mi servicio ¿no?

Tú no paras de descubrir otras pistas y recopilar nuevos datos y, por tanto, revisar textos parece lógico. Lo que yo no entiendo es que los escritores de ficción revisen sus novelas, excepto si detectan algún fallo en ellas.
Es verdad que mis libros son algo más que novelas. Por ejemplo, ‘La dama azul’ incluye al final unos apéndices documentales fascinantes, que hacen que el lector cierre el libro con una sensación extraña en el cuerpo. No termina de saber si lo que ha leído es novela o es un documental. Y pienso que es bueno que se quede con esa inquietud y que, incluso, sienta la necesidad de visitar los lugares de los que hablo para comprobarlo con sus propios ojos. Una de las mayores satisfacciones que he sentido como escritor, es haber regresado al lugar donde transcurren mis obras y haberme encontrado con lectores de mis novelas. De repente, me he dado cuenta de que mi objetivo estaba cumplido, porque he conseguido remover al lector de su sillón y he despertado una inquietud que sin duda ya tenía.

‘La dama azul’ incluye una dedicatoria para J.J. Benítez, ¿qué significa este escritor para Javier Sierra?
J.J. Benítez obró en mí el prodigio que yo intento obrar en mis lectores, que es el que comentábamos antes: hacer que considerara sus libros como algo más que libros. Las suyas eran obras que me forzaban de alguna manera a salir a la calle a investigar, a confirmar, a preguntar si aquella información tan extraordinaria, que me estaba contando y que yo consideraba una revelación, era cierta o no. Y ese estímulo yo nunca se lo agradeceré bastante. A mí me convirtió de un lector, con inquietud y con implicación, pero a fin de cuentas un lector pasivo, en un lector activo. Y eso es maravilloso y se lo debo a él.

"Nada ocurre por azar... Si alguna vez se suceden a tu alrededor acontecimientos misteriosamente encadenados entre sí, como si algo o alguien los hubiera diseñado para ti, no dudes ni un minuto: ¡estúdialos! Si lograras dar con su causa, habrás encontrado al Dios verdadero, sea éste lo que sea. Entenderás que Dios es una especie de superordenador, un Programador, y no el anciano barbudo que imaginabas." Este es un fragmento de ‘La dama de azul’, sugerente y, sobre todo, inquietante. ¿Somos programas ejecutables o robots que alguien ha diseñado, al estilo de lo que Philip K. Dick escribió en su "Sueñan los androides con ovejas eléctricas" cuando se refería a los Nexus 6?
Algo de eso hay. La respuesta evidentemente no te la puedo dar porque no la tengo. Pero mi intuición camina en esa dirección. Los grandes hombres y mujeres son aquellos que en un momento determinado de sus vidas han sufrido un cortocircuito, llámese drama, decepción, shock o como prefieras, y, a raíz de eso, se han dado cuenta de que hay cosas extraordinarias a su alrededor que, hasta ese instante, no habían sido capaces de ver. Y yo creo que el encadenamiento de coincidencias que le ocurre a Carlos Albert – el protagonista – en la novela, forma parte de ese shock donde él descubre que en el mundo que habita y por el que transita inocentemente hay pautas y que esas pautas están escritas para él.

¿El destino no puede modificarse?
De alguna manera tú puedes escabullirte siempre, porque yo creo que la libertad, en ese sentido, sí que existe. Pero hay carriles de los que es difícil zafarse. Puedes cambiar de carril pero sin salirte de la autopista.

El Programador al que aludíamos antes, ¿sigue vivo o se durmió hace tiempo?
No, no, sigue vivo y a pleno rendimiento. El libro de ‘La dama azul’ se ha activado ahora en veintitrés países y en esos lugares han empezado a ocurrir cosas. Gente que jamás había oído hablar de la monja María Jesús de Ágreda y que se siente impelido a visitar su convento, se encuentra con que algún antepasado suyo había pasado por allí cien años antes. Y esas noticias me llegan de un modo u otro. El Programador, sea lo que sea, me ha utilizado para dar a conocer esta historia.

¿Estás azotando conciencias?
De alguna manera, sí. Casi, casi estoy convencido de que el éxito de ‘La cena secreta’ se movió para que ‘La dama azul’ llegase a todos los rincones del mundo.

Un inciso: ¿qué opinión te mereció en su día ‘El Código da Vinci’?
Pues, mira a mí me pareció un buen libro, no un buen libro literariamente hablando pero sí un buen libro, porque fue capaz de generar un enorme debate a su alrededor y cualquier libro que consiga eso es un buen libro. Aunque no seamos capaces de admitirlo ahora, que somos contemporáneos de la obra y del autor, dentro de dos siglos se mirará así y se dirá que fue una novela que creó todo un fenómeno social y que irrumpió en un momento muy determinado de nuestra civilización. No somos muy conscientes de ello, pero vivimos una época extraordinaria, en el sentido de que comenzamos a ser contestatarios con relación a las verdades oficiales de las cosas. De repente hemos descubierto que no hay tales verdades oficiales, que durante años nos han estado engañando como a chinos y la publicación de ‘El Código da Vinci’ abunda en esa dirección. No sólo está demostrado, por ejemplo, que el gobierno estadounidense invadió Irak basándose en una premisa falsa, sino que sobre premisas falsas se han construido muchas cosas a lo largo de los siglos, entre ellas una parte del cristianismo.

¿Qué es la bilocación, uno de los ejes centrales de ‘La dama de azul’?
Bilocarse es estar en dos lugares al mismo tiempo. En el caso de la monja protagonista de la novela, ella es consciente de estar en ambos sitios a la vez. No obstante, existen diversos niveles de bilocación. La moderna física cuántica ya establece que esto ocurre en las partículas elementales, algo que suena francamente extraño en la física newtoniana convencional. Hay partículas en los aceleradores que son capaces de estar en dos sitios a la vez. Y eso va a ser la base de los futuros superordenadores. La informática del mañana será un hardware cuántico, de tal manera que se inyecta información a una partícula aquí en Valencia y, si se posee un clon de esa partícula en Washington, la transmisión de esa información va a ser instantánea. Quien dice Washington dice Alfa Centauro o dónde sea. No hay distancias. Y eso revolucionará el futuro y no en muchos años.

¿Conoces casos actuales de bilocación?
Actualmente, no. Ha habido personas que se me han acercado con experiencias, pero no puedo afirmarlo con rotundidad. El último bilocado conocido fue el padre Pío de Pietrelcina, que tuvo experiencias de bilocación prácticamente hasta el momento de su muerte, acaecida en 1968. Hay infinidad de testimonios que se pueden consultar en los expedientes de la Congregación de las Causas de los Santos en el Vaticano, que viene a ser algo así como entrar en los archivos de Fox Mulder, el de ‘Expediente X’.

Ahora comprendo la trascendencia que la bilocación podría tener en el espionaje.
Claro, lógicamente, es una forma de ver cosas que están ocurriendo a distancia, sin resgos, barato e indetectable.

En tu novela aparece un curioso aparato: el cronovisor, ¿qué es eso?
Bueno, esa es otra historia muy curiosa y que yo me tropiezo con ella hace muchos años en forma de recorte de prensa. En 1972, un benedictino hizo unas declaraciones muy raras al ‘Corriere della Sera’ que ocupaban cinco páginas de su suplemento dominical. En ellas afirmaba que había participado desde los años cincuenta en la construcción de un ingenio para obtener imágenes y sonidos del pasado y que había conseguido un cierto éxito como recuperar fragmentos de antiguos cánticos griegos, desaparecidos hace dos mil años, y obtener imágenes de Jesús en los últimos momentos de su crucifixión. A raíz de la publicación de estas declaraciones, este hombre calló. Recibió la orden de Roma de que no podía hablar del asunto y se le silenció. Y en el año 1991 yo lo localizo y, merced a una argucia, me entrevisto con él. Estamos hablando varias horas y cuando le saco el tema del cronovisor cambia, se pone muy serio, se calla y me echa fuera de su convento. Yo salí impactado porque aquello demostraba que aquel hombre ocultaba alguna información. Investigué colateralmente todas las implicaciones de esa supuesta máquina, pero no conseguí demostrar su existencia objetiva, aunque sí terminé convencido de que el Vaticano trabajó durante unos años en un invento similar. Y el solo hecho de que así fuese, ya me pareció material suficiente para escribir una novela. Y para sospechar, claro. En ‘La dama de azul’, al final, reproduzco algunos de esos recortes de prensa para demostrar que uno de los personajes, Giuseppe Baldi, existió realmente aunque bajo otro nombre.

Bueno, vamos terminando. Sé que estás trabajando en siete libros a la vez, ¿cuál será tu próxima publicación?
Si las cosas no cambian, porque todo puede torcerse, estoy trabajando ya hace algún tiempo sobre la Cábala. Si consigo vencer todas las dificultades que conlleva ese tema, será mi próxima obra que aparezca a la venta.

Bien, mis improbables. Mi conversación con Javier Sierra duró algo menos de media hora. Sin embargo, su transcripción al teclado de este ordenador ha batido récords por su extrema lentitud. Me explico. Habitualmente el volcado de una entrevista de estas dimensiones, por llamarlo así, no me ocupa mucho tiempo, ni tanto espacio. Pero en esta ocasión, era como si la cinta de la grabadora no tuviese fin. Las palabras de Javier Sierra parecían no terminar, es más muchas de ellas no recordaba haberlas escuchado ‘in situ’. Si, además, tenemos en cuenta que Javier Sierra emplea un verbo medido, pausado y pensado, que precisa escasísimos retoques, la cosa se explica todavía menos. Y hace que el caletre se ponga a pensar en el Programador, en los enviados, en el Vaticano y sus secretos, en la Dama Azul, en Philip K. Dick y otras cosas similares. Dios me libre de condicionar a ningún lector con este breve apéndice, pero algo tendrá el agua, cuando la bendicen.

Rafael Solaz, escritor, documentalista y bibliófilo: “El destino hizo que ‘Ocios entretenidos’ cayera en mis manos”



Herme Cerezo / SIGLO XXI, 25/06/09


La primera vez que entrevisté a Rafael Solaz (Barrio del Carmen, Valencia, 1950) no dudé en asociarlo a un personaje de ficción creado por Arturo Pérez-Reverte. Me estoy refiriendo a Lucas Corso, esa mezcla de detective, sabueso y cazador de libros que deambula de modo apasionado por las páginas de su novela ‘El Club Dumas’. Algunas de sus características las encontramos en la persona de este escritor, bibliófilo y documentalista, que posee una extensa biblioteca sobre su ciudad natal y que, en la busca y captura de nuevos ejemplares con que disfrazar los imaginarios huecos de sus anaqueles, un buen día tropezó con una pieza de subasta, que respondía al prometedor título de ‘Ocios entretenidos’. El subastador, una sala madrileña, lo referenciaba de modo vago como "manuscrito de Valencia de principios del siglo XIX". Solaz, picado por la curiosidad y por su olfato de bibliófilo autodidacta, hizo algunas consultas telefónicas para despejar incógnitas. No pudo aclarar todas sus dudas pero, no obstante, pujó por el texto. Los dioses le fueron propicios y resultó elegido adjudicatario. De este modo casi novelesco – da la impresión de que el manuscrito estaba predestinado para el autor valenciano, como él mismo reconocerá en la entrevista –, los "Ocios entretenidos" viajaron a Valencia. O mejor dicho, regresaron a la capital del Turia, donde fueron concebidos, casi doscientos años después. Y ahora, bajo el título ‘Fiestas y costumbres de la ciudad de Valencia. Estudio, transcripción y facsímil del manuscrito de 1819 "Ocios entretenidos"’, lo ha puesto en circulación, al alcance de los estudiosos y del público en general, en la cuidada edición de CEREMONIAL Ediciones, S.L. que incluye, además de la reproducción del propio original, su transcripción, un estudio del contexto en el que se movió su autor y numerosos grabados de época, propiedad del propio Solaz.

¿Qué diferencias hay entre un coleccionista de libros y otro ser humano cualquiera?
La única diferencia radica en que el coleccionista ama los libros y por ello los trabaja, es decir, hace averiguaciones y escribe sobre ellos. Yo, como bibliófilo y citando a Kafka, me limito a informar.

Los buscadores de libros, a veces se llevan sorpresas...
Claro, claro, hay veces que si ves un libro ‘in situ’, no hay lugar para la sorpresa. Pero si el libro aparece en una librería de San Sebastián o de Sevilla o de Madrid y vives en otra ciudad, como es mi caso, hay que fiarse de la descripción que hace el librero que lo vende.

¿Qué le llevó a comprar ‘Ocios entretenidos’, Rafael?
Este libro apareció en el catálogo de una subasta organizada por una sala madrileña y se describía como ‘Manuscrito de Valencia de principios del siglo XIX’. Como era algo muy vago y venía datado en Cáceres, pensé que podría tratarse de la población cacereña de Valencia de Alcántara. Hice algunas consultas telefónicas y me explicaron que el libro hablaba de Valencia y que citaba las fiestas de San Vicente Ferrer. Como ya no cabía equivocación posible y me apasiona todo lo relacionado con mi ciudad, pujé por él, aunque lo cierto es que no esperaba conseguirlo. Sin embargo, me lo adjudicaron. Pasaron las Navidades y el libro no venía, a pesar de que los subastadores me aseguraban que ya lo habían enviado. Por fin, el día que menos lo esperaba, llegó junto con otros paquetes certificados. Comencé a hojearlo y vi que trataba de las fiestas de Valencia y que también hablaba de las Fallas. Una enorme emoción me embargó en aquel momento, porque en seguida me di cuenta de que aquel era un libro especial, importante y novedoso a pesar de su antigüedad. Comprendí que aquello era una predestinación. El destino hizo que ‘Ocios entretenidos’ cayera en mis manos. Examinándolo con más detenimiento, observé que estaba estructurado con un proyecto de guión, porque contenía prólogo, texto e índice y estaba encuadernado.

¿De qué trata la obra?
Trata de las funciones y fiestas que se celebraban en todas las iglesias de Valencia en 1819, una época convulsa, recién terminada la Guerra del Francés, con Fernando VII persiguiendo liberales tras derogar la Constitución de 1812. Tiempo de fusilamientos y ejecuciones en la horca, aunque el autor no entra en temas políticos. En sus páginas también cita los ‘xiulets’, que son una especie de silbato con agua típico de esta zona, los hospitales, los hospicios, las casas de misericordia... El propio autor dice que es obra única, que tratará de las fiestas de la ciudad "ya que se ha compuesto, y sin tener obra alguna delante".

¿Quién escribió ‘Ocios entretenidos’?
Su autor es José Calasanz Biñeque, un hombre que anduvo por Valencia más de novecientos días. No tengo clara su profesión, pero por el detalle con que describe todos los aspectos eclesiásticos pudiera ser un clérigo. Aunque también cabe la posibilidad de que fuese militar o una persona que llegó a Valencia a cumplir alguna misión determinada. Era una persona que se encontraba muy afligida por dos grandes pérdidas, que ignoramos, sufridas en 1819, "¡Año triste y desconsolado!", le llama él. Biñeque se consoló de sus males tomando sus apuntes en Valencia y redactando posteriormente el libro en Cáceres. Lo cierto es que me hubiera gustado conocerle, hablar con él, que nos explicara por qué concibió esta obra. Durante todo el tiempo que me ha llevado escribir el libro, lo he tenido muy presente. He removido Roma con Santiago para obtener más datos sobre su persona, pero al día de hoy lo que he explicado es lo único que sé.

¿Describe la Valencia de 1819?
En cierta manera sí, porque habla de la calle del Mar o de la calle Serranos. Hay una descripción muy bonita de la torre del Miguelete, de la que dice: "Todo viajero debe subir a ella para disfrutar el bello golpe de vista que ofrece y para conocer el mérito de las campiñas que cercan a Valencia". Hay que tener en cuenta que entonces el campanario era el edificio más alto de la ciudad y que ver desde allí todo el paisaje debía de ser un espectáculo.

Una curiosidad, ¿qué dice Biñeque acerca de las Fallas?
Biñeque comenta que es una costumbre muy antigua y que ha preguntado a todos de dónde viene la costumbre de hacer fallas, pero nadie le sabe responder. Gil Manuel, uno de los máximos estudiosos de esta fiesta, opina que tienen un origen teatral, obras satíricas que se representaban por la ciudad dirigidas contra ciertos personales y que después, en una hoguera se quemaba simbólicamente esa sátira. Al principio se les pegaba fuego arrimadas a las paredes pero luego, por el temor a incendios, se trasladaron al centro de las plazas. Biñeque no dice nada de esto, pero lo más importante es que la fiesta tiene por lo menos, en mi opinión, más de doscientos años de existencia. Laborde ya las cita detalladamente, hablando de ‘ninots’ – muñecos – de madera y paja. Y también se sabe que en el siglo XVIII, el gobernador prohibió que se quemaran fogatas en el interior de las casas por el riesgo que conllevaba. Yo creo que su origen debe provenir del culto a algún dios pagano, porque hasta principios del siglo XX se hacían hogueras en la huerta, coincidiendo con el paso del invierno a la primavera.

Y ¿de qué otras fiestas habla?
Cita la procesión del Corpus, a la que asistió personalmente y de la que afirma que "es la principal y la más brillante del mundo, dicen así los valencianos, sin duda es por la gran diversión que tienen este día". Recomienda otras fiestas religiosas y habla de los "porrates", de dos ferias de juguetes ya desaparecidas: la de la plaza de la Virgen y la de la plaza de San Francisco, la más importante de las dos, que duraba desde Navidad hasta Reyes. También nombra la festividad de la Ascensión, que se celebraba alrededor de la catedral y que hoy ha desaparecido.

Conocemos ya al autor de "Ocios entretenidos", pero ¿quién fue el anterior propietario de libro?
En el libro hay un ‘ex libris’ del marqués de la Fuensanta y del Valle. Yo sabía que el marqués había sido académico de la Real Academia de la Historia y un bibliófilo muy importante del siglo XIX. Sin embargo, en el lomo, el encuadernador puso las iniciales de otro propietario, que desconozco. Averigüé que cuando falleció Feliciano Ramírez de Arellano, que era el nombre del marqués, su hijo vendió los diez mil volúmenes de la biblioteca que su padre tenía en Córdoba. El marqués, además, disponía de otra biblioteca en Madrid con otros cinco mil ejemplares. Indagando un poco más, pude saber que en 1911, un librero alemán también vendió libros del marqués. En la Biblioteca Nacional tienen el catálogo de ese librero, del que he solicitado una fotocopia. A lo mejor, me llevo la sorpresa de que está allí este libro ... o de que no está. Lo que parece claro es que a Ramírez de Arellano le interesaban mucho los libros de historias locales. Al ser un manuscrito, ‘Ocios entretenidos’ debe de tratarse de un ejemplar único. Podría ser una copia desde luego, pero no es lo habitual. He buscado el título por catálogos bibliográficos franceses y alemanes sin hallarlo. Estamos ante una obra de verdadera importancia, que hemos recuperado para Valencia donde se gestó.

Rafael, es la primera vez que escribe sobre el siglo XIX, hasta ahora sus estudios se centraban en el siglo XX.
Desde muy joven siempre me encantó el siglo XIX. Poseo otro manuscrito importantísimo de este siglo, el de Pablo Carsi, un peluquero, que apuntaba los usos y costumbres de Valencia en aquella época. El XIX es un siglo con enormes movimientos en todos los terrenos: pensamiento, guerras, cambios políticos, etcétera. Es una época muy convulsa.

¿Le ha resultado difícil publicar la obra?
La verdad es que la publicación del libro, después de cinco meses de intenso trabajo, se la debo al periodista y editor, José Luis Torró, quien con enorme rapidez matrimonió culturalmente con el proyecto que yo llevaba en mente. José Luis ha sido su verdadero impulsor.

¿Y ahora, qué prepara Rafael Solaz?
Bueno, estoy trabajando simultáneamente en tres proyectos distintos, uno de ellos conjuntamente con mi hermano Alfredo. Habrá que esperar un poco para ver en qué queda la cosa.

Y nada más, ni nada menos. Concluyo esta entrevista reproduciendo seguidamente las primeras palabras escritas de su puño y letra por José Calasanz Biñeque en sus ‘Ocios entretenidos’, puestos en circulación por este infatigable hombre de la cultura valenciana que es Rafael Solaz, a través de su último libro ‘Fiestas y costumbres de la ciudad de Valencia’. Una voz del siglo XIX nos habla:

"Ocios entretenidos: en los que se describe el pormenor de las funciones que se celebran anualmente en la Ciudad de Valencia. Las cosas más notables en la Santa Iglesia Catedral, catorce Parroquias y la Castrense, Monasterios, Iglesias, Conventos de Religiosos y Religiosas, Hospitales, Hospicios y Ermitas; y demás advertencias dignas de alguna atención.

[...]

Esta memoria no tiene el mérito o perfección, a la que otra pluma brillante hubiera llegado; tiene a lo menos el de ser la única de esta clase que se ha compuesto, y sin tener obra alguna delante; sólo sí, haber tomado varios apuntes en los novecientos once días, veintitrés horas y media, que permanecí en aquella Capital, los que a la sazón ha tenido a la vista..."

domingo, 11 de octubre de 2009

David Torres, escritor: "Me gusta pelear por las causas perdidas"


Herme Cerezo / SIGLO XXI, 07/07/08



Le conocí hace cinco años. David Torres promocionaba entonces ‘El gran silencio’, su obra finalista en el Premio Nadal de 2003. Fue en el mismo lugar, ‘La Casa del Libro’ de Valencia, en otro piso, de pie, junto a la escalera. Hoy, sentados a una mesa redonda, sellada por un tapiz de mármol, charlamos sobre de lo de siempre: libros, Literatura y vida. Y esta vez, para variar, llega con otro galardón en el bolsillo: el Premio Tigre Juan, por su novela ‘Niños de Tiza’. David Torres, bigote y perilla de mosquetero de ficción, todavía recordaba aquella conversación, en la que nos acompañaba otro escritor, Luis Varela. Así que, con este ajuste de la memoria, comenzamos nuestra conversación.


En 2003, cuando lo del Nadal, dijiste que te había caído "el Gordo". Y hoy, con el Tigre Juan, te ha vuelto a tocar, ¿lo tuyo es competir?
Bueno, la verdad es que Esteban [el protagonista de su novela] me ha dado suerte. Cuando era joven mandaba cuentos a concursos y nunca gané nada, pero cuando empecé con obras largas mis dos primeros títulos fueron premiados. En este sentido, los premios favorecen la difusión de ciertas novelas. A mí, desde luego, me han ayudado bastante.

Tú comenzaste trabajando en una librería, ¿cómo se ven los libros a un lado y al otro del mostrador?
Yo he escrito toda mi vida y siempre he visto al libro como un objeto mágico, maravilloso, que te permite entrar en otros mundos. Como vendedor intentaba adaptarme al gusto del cliente. Me daba mucha pena cuando alguien quería comprar un libro que yo consideraba malo o cuando alguien se llevaba el bestseller de moda, en lugar de una novela de Torrente Ballester o de John Irving. En ese sentido, como autor intento escribir lo que a mí me hubiera gustado leer. Y hacía falta un libro que hablase de nuestra generación desde el punto de vista de la infancia. ‘Niños de tiza’ es ese libro.

En tus comienzos, ¿qué lecturas nutrían tus fantasías?
De joven leí muchísima literatura hispanoamericana: Borges, que fue la entrada a un universo maravilloso, Cortázar, Onetti, Sábato... Y también a Conrad y James, que conocí a través de Borges. Todos ellos son escritores fundamentales. Poco a poco fui cubriendo los huecos que tenía: los clásicos rusos: Tolstoi y Dostoiewsky, y después Faulkner. El descubrimiento de Faulkner fue esencial para mi. Tampoco puedo olvidar otras lecturas especiales como Calvino o Lem, escritores que cada uno se merecía un Nobel y no se sabe muy bien por qué están fuera de la gran tradición europea. Ahora leo mucha literatura anglosajona y norteamericana: Amis, Barnes, Irving o Anthony Burgess. Y a Marsé. Pienso que en ‘Niños de tiza’ hay mucho de Marsé.

‘Niños de tiza’, mezcla lo duro con el humor, lo tierno con lo crudo, y produce un regusto agridulce en el lector, ¿qué idea se esconde bajo ese título?
De mayores siempre conservamos lo que fuimos de pequeños y esa es la idea de ‘Niños de tiza’: la tiza se borra, pero al final queda algo debajo y lo que importa, lo fundamental, es que lo que eres de crío permanezca siempre: tu capacidad de asombro o incluso tu crueldad, una crueldad que no es más que eso, crueldad de niño. Es como el personaje de Richi, que tortura bichos, pero no lo hace porque le paguen, sino porque le mola. Es así.

¿Alternas libros de viajes, novela, género negro, en qué terreno te mueves más a gusto?
A mí me gustan todos los géneros. Salvo la novela histórica, que no me interesa, que es un género dificilísimo y que hoy se maneja con una falta de rigor espectacular, plagado de anacronismos conceptuales tremendos, me siento a gusto con todo. He escrito novela de aventuras, ‘Nanga Parbat’, ambientada en la montaña; novela mitológica, ‘El mar en ruinas’; libros de viajes, ‘La sangre y el ámbar’, y también novela negra. Cada escritor crea su propio género. Faulkner es un género y hay escritores, no voy a citar nombres, que se han dedicado a plagiar a Faulkner toda su vida.

Aunque la propaganda vende ‘Niños de tiza’ como una novela negra, creo que es algo distinto: un retrato de época, de unos niños, de un barrio, visto por uno de ellos en la edad adulta, ¿es así?
Sí, es eso, porque la derivación hacia el género negro ocurre sobre la mitad de la novela. Lo que pasa es que éste es un género tan amplio, tan hibridado desde que Humberto Eco escribiera ‘En el nombre de la rosa’, que permite un enorme cruce de formas y en ese sentido, ‘Niños de tiza’ sí es una novela negra. Pero no es negra al uso, donde hay una investigación oficial y demás. El policía que interviene es muy ‘sui generis’, muy real, tipo Coslada, que contrasta con los de las novelas negras que son intachables. Ya lo dije antes, mi novela tiene un referente claro que es Marsé. En mi opinión, hay dos grandes escritores vivos en España: Marsé y Delibes. Y Marsé es el gran novelista urbano, que contaba lo que conocía muy bien: la España de los años cincuenta y sesenta. Pero faltaba alguien que hablase de los finales de los setenta y principios de los ochenta desde la misma perspectiva que lo hizo él en los ‘Aventis’ o en ‘Si te dicen que caí’, una de las grandes novelas españolas del siglo XX.

González Ledesma opina que la novela negra tiene éxito porque permite la crítica social y, como escritor, te posibilita entrar en todas partes.
Estoy de acuerdo con eso y lo puedo ampliar. La gente suele confundir la novela negra con la de misterio, que sólo busca culpables. Sobre ‘Niños de tiza’ hay quien ha dicho que al malo se le ve desde el principio. Pero eso a mí no me importa, porque lo que yo quiero es crearle una expectativa al lector, no una sorpresa que es lo que hace la novela misterio, en la que si te dicen que el malo es tal o cual, inmediatamente, el libro se te cae de las manos. La novela negra, abundando en lo que dice González Ledesma, es una radiografía social, un termómetro, un territorio moral. Y a mí me interesa ese territorio ético donde los buenos no son tan buenos y los malos no son malos hasta cuando duermen. En las malas novelas, el bueno es perfecto, infinitamente bueno, no se permite una canita al aire, ni siquiera una palabra fuera de tono. Roberto Esteban es un bueno malo y el malo de la novela es un malo bueno.

¿Están inspirados tus personajes en seres y hechos reales?
Yo era de Simancas y teníamos a San Blas un poco idealizado. Si, además, ibas a Vicálvaro, aquello ya era la hostia, el non plus ultra. Había una frontera muy clara, la que delimitaba el parque. La historia del borracho ahorcado, que aparece en el libro, es cierta. Unos macarras de la época lo ahorcaron para divertirse. Pero San Blas es un barrio como los de cualquier otra ciudad, un barrio donde la droga entró a caballo, nunca mejor dicho, destruyó y diezmó por completo la generación de entonces. Hay personajes reales, como Lola o Gema, pero son mezcla de varias identidades. El "Lenteja" sí que existió en mi barrio, pero no era tan malo como yo lo pinto. He utilizado los motes más emblemáticos, porque los críos de mi época éramos así de cabrones y si te llamaban "Lenteja", te quedabas de "Lenteja" para toda la vida – risas, muchas risas.

¿Por qué se desenvuelve la novela en el mundo del boxeo?
El boxeo está muy relacionado con la novela negra. Además a mí me gusta pelear por las causas perdidas y el boxeo lo es. En España está mal visto. En el libro de estilo de algún periódico español, por ejemplo, no puedes citar el boxeo a no ser que sea para contar la muerte de un boxeador. En cambio si a un tío lo han reventado de un bombazo, te pondrán sus entrañas en primera plana. El boxeo es muy puro, muy atávico y en el fondo creo que tiene mucho que ver con nuestra infancia.

En un barrio marginal, ¿el boxeo y la escritura eran los únicos medios de "tirar p’alante" sin tener que delinquir?
No, yo creo que no. No soy determinista en esto. En San Blas hay mucha gente que ha seguido una vida normal. Lo que ocurre es que la tentación de estar al margen de la ley es mucho más grande allí que si vives en otra zona. Pero ahí ya cuenta la propia libertad humana, porque somos libres para elegir. En ese sentido, a los malos, nazcan donde nazcan, los ves venir.

Aunque la acción transcurra en la Transición, el momento político no trasluce en la novela.
Claro, en la época de Franco las noticias te llegaban por el No-do, la televisión no te informaba de nada y todos los que dicen que lucharon contra Franco fueron muy malos, porque Franco murió de viejo. Eso es algo que todavía nos pesa en la memoria histórica y que propicia que muchos todavía ahonden en la Guerra Civil. Ésa es una historia pasada y periclitada, no hay nada más que hacer por ese camino. Ahora lo que cuenta es el presente. En ese sentido, yo he regresado a la memoria personal, la de los que tenemos cuarenta o cincuenta tacos, los que estamos un poco hartos de nos vuelvan con el rollo del ‘mayo del 68’ o de que ‘nosotros queríamos hacer la revolución’. El siglo XX ha demostrado que no hay atajos, que las revoluciones llevan a la masacre y al desastre. Así que aunque esto es mejorable, vamos a dejarlo como está y hagamos que funcione. Creo que nuestra generación, a la que se tachó de pasota y escéptica, en el fondo fue políticamente más útil que las tonterías del 68, unos troskistas trasnochados, que no tenían ni puñetera idea de lo que estaban diciendo. La gran revolución que vimos nosotros fue la caída del muro, la de la utopía que no llevaba a ninguna parte.

Este trabajo de arqueología literaria, como tú la llamas, que ha supuesto el regreso a tu juventud, ¿ha significado un esfuerzo o un alivio?
Pues un poco las dos cosas. A mí me resulta realmente curioso esta gente que al escribir hablan de sí mismos y de todo lo que ven. Todos los días les pasa algo interesante que reseñar. Y a mí, como no me ocurre nada, pues me toca inventar y lo pienso y me da mucho pudor. Como novelista siempre hablamos de nosotros mismos, pero no lo hacemos como los poetas que usan el yo, yo, yo, ... nos escondemos detrás de máscaras. Para mí Roberto Esteban, en este sentido, es un comodín fascinante, porque tiene los mismos recuerdos que yo pero es totalmente distinto a mí: él es el matón de clase y yo era más parecido a Richi, al Chapas, al gracioso. Yo era el que sobrevivía porque hacía reír a los demás y sabía que el matón llegaría un momento que se encontraría con otro matón peor que él. Era ley de vida. Creo que en la Literatura siempre acabas narrando tu misma historia, entonces para qué contarla con pelos y señales o incluso, voy a ser malvado, con iniciales – risas...

En un momento dado, cuentas esta historia: "El timo del pollito se va repitiendo a todo lo largo de la vida. Más tarde o más temprano uno termina por comprender que la existencia puede resumirse en una larga y enrevesada sucesión de estafas, que no ha hecho otra cosa que acumular pollitos de colores: un matrimonio fallido, una novia muy guapa que resulta un pendón, un trabajo cojonudo que a los tres meses se convierte en una condena a galeras [… ] Al final lo único que queda de cualquier milagro es un jodido pollo amarillento que se va cagando por todas las habitaciones, un pajarraco ridículo que ni siquiera sabe volar y que sólo sirve para la cazuela". Demoledor ¿no crees?
Lo malo es que es cierto.

Por eso es demoledor...
Creo que nadie inventa una gran metáfora o un gran símbolo. Cuando di con el pollito de colores, una anécdota real porque le ocurrió a un amigo mío, sabía que había algo más detrás, porque eso pasa en la vida. El Día de Reyes te regalan un juguete que te encantaba y a la semana ya lo habías olvidado. Y es que los hombres somos así. Nos encaprichamos de una mujer, se convierte en toda nuestra vida y al año ya nos hemos hartado de ella y queremos otro juguete. Y al final el problema no es de la vida, sino tuyo, porque tú crees que te mereces lo mejor.

¿Qué estás preparando ahora?
Tengo varias cosas en la cabeza, una de ellas es una novela cómica que me gustaría terminar. En España nos tomamos todo muy en serio menos el humor, porque lo consideramos algo bajo. Y justamente nosotros que tenemos a Torrente Ballester, uno de los más grandes novelistas cómicos del siglo XX, siempre lo hemos considerado un escritor menor. Y también somos la tierra de ‘El Quijote’, pero tradicionalmente preferimos el humor basto de Quevedo.



Nota.-La fotografía es de Susana Alfonso.