«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 13 de agosto de 2016

Víctor Amela, ganador del Premi Ramon Llull: «La leyenda del Groc se ha transmitido de familia en familia a lo largo del tiempo»

Tomás Penarrocha Penarrocha, conocido como el Groc, es el protagonista de la novela ‘La filla del capità Groc’ (‘La hija del capitán Groc’), con la que el periodista barcelonés Víctor Amela ha obtenido el Premi de les Lletres Catalanes Ramon Llull. Penarrocha fue un singular personaje que, tras la derrota en 1840 del ejército carlista comandado por Ramón Cabrera, mantuvo un largo enfrentamiento de tres años y medio con las tropas liberales del general Juan de Villalonga en la comarca de Els Ports, situada en el norte de Castellón, contando con el respaldo de un puñado de hombres fieles. Tomás Penarrocha se sitúa justo en el límite entre el héroe idealizado con tintes míticos, al estilo de Robin Hoood, y el guerrillero aferrado a un ideario más bien reaccionario.
Desde luego, a no muchos escritores he escuchado defender con tanto entusiasmo su novela como a Víctor Amela. Quizá influya en ello su implicación personal, ya que pasó los veranos de su infancia en la localidad castellonense de Forcall, de donde eran oriundos Penarrocha y el propio abuelo del escritor barcelonés. Sin duda ninguna, despertar el pasado a través de ‘La hija del capitán Groc’ ha supuesto para Víctor la posibilidad de recuperar su propia memoria familiar.

Víctor, con más de dos mil entrevistas publicadas a lo largo de tu carrera en el diario ‘La Vanguardia’, ahora cruzas el río y pasas al territorio de la ficción.
Siempre me gustó escribir y por eso me hice periodista. Tenía la fantasía de que llegaría un día en que lo haría, pero me daba miedo dar ese paso. Los autores que me gustaban, Stevenson, Conrad o Poe entre otros, me imponían mucho respeto porque eran figuras extraordinarias de la literatura. Fue a raíz de publicar un libro de experiencias personales sobre un viaje, cuando un editor me dijo que si quería crecer tenía que escribir una novela, porque eso era lo que la gente compraba. Sus palabras me animaron y me atreví con la escritura de ‘El cátaro imperfecto’, una novela que habla de los últimos cátaros que, huyendo de Occitània, se refugiaron en Morella y en Forcall.
¿Le gustó tu proyecto al editor?
Él quería que escribiera una novela urbana y contemporánea y yo le dije que, si escribía, sería una historia rural y medieval. Como me vio tan convencido, me dijo que hiciera lo que quisiera. Así que me armé de valor y le entregué la historia del cátaro. Después he repetido la experiencia una vez más antes de escribir ‘La hija del capitán Groc’, que es mi primera novela escrita en catalán.

Tus anteriores obras las publicaste en castellano, ¿por qué decidiste escribir ésta en catalán?
Comencé a escribirla en castellano, que es mi idioma materno, pero ocurre que siempre he oído a mi padre hablar el «forcallà» y yo llevo en mi interior ese lenguaje. Además, cuando en verano me iba al pueblo, escuchaba a los niños  hablar aquella lengua y me gustaba. Por todo ello, llegué a un punto de la escritura en que comprendí que los personajes nunca habrían hablado en castellano, porque no sabían hacerlo. Entonces traduje lo que ya tenía escrito y la acabé en catalán. Pero claro, yo quería asegurarme de que utilizaba las formas correctas, así que le envié la novela a una prima mía, que estudiaba filología en Valencia, para que la adecuase lo máximo posible al habla real de Forcall.
¿Quiere esto decir que nos hemos perdido cosas del libro al ser traducido al castellano?
La traducción al castellano también ha corrido por mi cuenta y he tratado de introducir en ella todos los matices posibles, pero es verdad que recomiendo su lectura en catalán porque para un lector de Barcelona o de Girona, el «forcallà» aporta detalles que enriquecen la lectura. Claro que esto no ocurrirá con personas de Lleida, porque el «lleidatà» y el «forcallà» se parecen mucho.
Y en tu debut en lengua catalana ganas el Premio Ramon Llull, ¿qué ha significado para ti ganar este galardón?
Es una combinación de muchas cosas. El Ramon Llull te permite ser más conocido y seguro que, a partir de ahora, tendré más lectores que apostarán por mis libros. Y el dinero nos gusta a todos, porque nos viene bien aunque sea para tapar agujeros. Siendo escritor nunca dejarás de ser pobre, la escritura te ayuda, pero no te da de comer toda la vida. Mi trabajo es ser periodista porque lo que yo sé hacer es entrevistar. Ahora tengo tres novelas publicadas e ignoro si ésta será la última o habrá una cuarta
De momento, en la ficción solo te has movido dentro del género histórico.
Me siento muy cómodo en este territorio, me resulta muy estimulante y me dispara la imaginación. La Historia me gusta y tengo la impresión de que, si dispongo de unos cuantos puntos claros, fijos, que me permitan rellenar los huecos que existen entre ellos, soy capaz de construir una novela. Mi forma de escribir consiste en conocer el principio y el final y, a partir de ahí, monto la peripecia y la escribo. En esta última, conocía la vida y el final del Groc y decidí completar lo que faltaba. Utilizar una intriga novelesca para narrar, cargada de sensaciones es algo que el lector no encuentra en los libros de Historia, que no hablan de sentimientos ni emociones.
Cuentas la historia en tercera persona, ¿por qué?
A mí me cuesta coger el tono narrativo cuando escribo y hago muchas pruebas. Me gustó el recurso que utiliza la película ‘300’, donde una voz distante y épica, a la vez que solemne, explica lo que estás viendo en imágenes, añadiendo determinadas emociones de los personajes, así que lo adapté para la novela. De este modo, he narrado en tercera persona como si lo conociera todo, pero con un tono un poco enfático.
¿El proceso de documentación ha sido muy arduo?
El yerno del Groc siguió los pasos de su suegro y terminó encerrado en la prisión de Morella. Allí escribió la vida del guerrillero. Un grupo de personas cercanas al ayuntamiento lo publicaron, cayó en mis manos, lo leí y me di cuenta de que allí se escondía una novela. En el manuscrito no constan nombres, solo las iniciales para que la gente no recordase las historias de sus antepasados, evitando de este modo posibles rencillas y problemas.
El Groc pelea y mata sin demasiados miramientos, en este sentido es un héroe muy alejado de otros mitos de leyenda, incluso alguno de sus planteamientos es abiertamente reaccionario, ¿no?
Esta no es una novela ideológica sino de emociones humanas. Para sentir y conocer las pulsiones del Groc, he tenido que hacer un ejercicio casi chamánico e introducirme en su piel, de tal manera que el lector termina por entender  sus ideas. Pero claro, fríamente, su modo de pensar no se puede defender. En ese sentido, me he limitado a proporcionar elementos para conocer bien al personaje y entender por qué el Groc actúa como lo hace, aunque en nuestro fuero interno rechacemos su comportamiento. Con el resto de personajes he obrado igual. En el fondo no les quedaba más remedio que obrar así. Tenían un sentido de la justicia muy recto, hoy lo calificaríamos de fanático, y, por ejemplo, no les importaba poner en riesgo a su propia familia. Sus oponentes, los liberales, se comportaron del mismo modo. También creían firmemente que su actitud era la mejor, la correcta, la que había que llevar adelante.
¿Incluso la traición final está justificada?
Por supuesto, los amigos del Groc lo escondían en sus masías, pero al final también habían acumulado suficientes motivos para traicionarle. Sus propias esposas les indujeron a la reflexión que les condujo a cambiar de postura en este sentido. Y no los juzgo, me limito a entenderlos. Creo que es comprensible que acabasen convertidos en traidores. ‘La hija del capitán Groc’ no es una novela de buenos y malos, sino una historia trágica, que te invita a pensar hasta qué punto tiene sentido defender tus propios ideales a ultranza.
No hemos hablado aún del escenario. ¿Forcall y la comarca de Els Ports se comportan también como auténticos personajes de la novela?
Y tanto, Els Ports de Morella me han aportado una gran seguridad para ubicar la novela, conozco su territorio muy bien. La comarca me marcó mucho mi infancia y no solo por la lengua, como decía antes. Mi abuelo era de Forcall y cuando se marchó del pueblo no volvió jamás. Pasé cinco inolvidables veranos allí y me acuerdo de la fuente, de la plaza, de los olores, de las calles empedradas, de los baños en el río, de la cueva de la Bruja, del pastor que regresaba cada tarde con el rebaño… Eran unas impresiones muy fuertes para un niño como yo, tanto que, seguramente, han aflorado en la novela porque siempre se canta lo que se pierde. Yo dejé de ir allí cuando mi padre compró una torre en Esparraguera y no regresé hasta que cumplí veinte años. Y lo hice porque necesitaba recuperar todas aquellas sensaciones y mis orígenes.
Y para recuperarlas has escrito ‘La hija del capitán Groc’.
Al volver me encontré con un lugar cambiado en el que el empedrado de las calles había desaparecido. La curiosidad me hizo comprar libros de escritores y eruditos locales, monografías, etnografías, libros de gastronomía y de las guerras carlistas. En uno de ellos es donde descubrí a Tomás Penarrocha Penarrocha, alias el Groc, de Forcall, y enseguida regresó el recuerdo de mi infancia cuando un amigo me contaba sus aventuras. Estas historias, que han envejecido ya ciento setenta años, se conservan y transmiten de familia en familia, hasta que alguien acaba recogiéndolas y escribiéndolas. Luego me atreví a convertir todo esto en una novela y transformar aquel héroe local en un personaje legendario porque cuando alguien trasciende al negro sobre blanco se convierte en un tipo universal.
¿El Groc tiene algo de maquis?
Absolutamente, sí. Cuando estaba acabando la novela, me llegó un libro del escritor Martí Domínguez titulado ‘La sega’. Comencé a leerlo y tuve que parar porque contaba lo que yo estaba escribiendo pero justo un siglo después: el drama que viven los masoveros con la aparición de los maquis por su territorio. A partir de ahí surge el mismo dilema de entonces: ayudar a los maquis o no ayudarles, siempre bajo el temor no solo sus represalias, sino también de las de las autoridades. Por lo tanto, se trata de un conflicto, psicológico y moral idéntico, que se produjo en la época de las guerras carlistas en Els Ports.
¿Existe alguna relación entre los carlistas y los llamados nacionalismos históricos: Catalunya y Euskadi?
Una parte del pensamiento carlista sostiene que el labrador siempre tiene razón. Cabrera se apoyaba en los labradores empobrecidos de aquella zona, dependientes de la Iglesia, a la que pagaban anualmente un porcentaje de sus cosechas. Con ello se aseguraban alimento corporal y protección espiritual. Tras la llegada a España del liberalismo entró el capitalismo burgués: el gobierno central se puso la venda en los ojos y, para recaudar dinero, vendió los bienes eclesiásticos. ¿Quiénes compraron estos bienes? Los burgueses de Zaragoza y Valencia. A partir de ahí la cosa cambia, porque el burgués ya no quiere el porcentaje de la cosecha, busca dinero. Como no hay acuerdo, al final expulsa a los labradores, que se arruinan y alistan en las filas carlistas, que defienden sus ideales: campo y religión, que es lo que han aprendido de sus padres y sus abuelos. Con el transcurso del tiempo, hay una derivación del carlismo hacia el socialismo. En Catalunya, el carlismo, además de engendrar la rama socialista, crea también la rama nacionalista. Los labradores no sabían qué era España y cuando hablaban de patria se referían al horizonte de su pueblo o de su comarca como mucho. Gracias a la intervención de alguna mente inteligente, todo ello se canalizó y transformó en una opción política. Aun existe una tercera rama carlista, de la que se apropió Franco, que es la de la simbología y parafernalia. El franquismo necesitaba crear un protocolo a la medida de su ideología militar, que carecía de vestimenta. Y en el carlismo de Cabrera y del Groc la encontró. Por cierto y como curiosidad: al Groc le llamaban el «desairat» (el desairado), y si nos fijamos entre el concepto desairado y el indignado del Podemos actual no existe demasiada diferencia. En el fondo, se trata de personas que no están de acuerdo con lo que hay, con lo que ven y con lo que viven y se produce en ellos una reacción visceral.
Acabamos por hoy: has traído una bandera negra con una calavera, una espada y una rama, ¿qué significan estos símbolos?
Dejando aparte el aspecto simpático del asunto – Víctor despliega la bandera pirata que lleva – por lo que he estudiado, esta bandera ondeó en la casa consistorial de Morella donde residía Cabrera. «O venceremos o moriremos» era su lema. Durante dos años, Morella fue un enclave independiente de Madrid, un territorio que abarcaba todo el norte de la provincia de Castellón, que se regía por leyes propias y que acabó como un desastre absoluto. Con Cabrera a la cabeza, todos los carlistas emigraron a Francia, pero Penarrocha decidió regresar a su tierra, porque no soportaba vivir allí, y retomar la guerra armada, en contra de los deseos del propio Cabrera.

Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 16/08/2016

SOBRE VÍCTOR AMELA

Víctor Amela (Barcelona, 1960) lleva más de media vida como periodista en el diario ‘La Vanguardia’, donde ha publicado más de dos mil entrevistas, además de crónicas y críticas. Colabora habitualmente en programas de radio y televisión, imparte clases de periodismo y comunicación y ha sido distinguido con numerosos premios, entre ellos el de la Asociación de la Prensa de Madrid, el del Gremi d’Editors de Catalunya, el Protagonistas, Dos Micrófonos de Plata, el Antonio Mompeón Motos, el Catalunya de Comunicació i Relacions Públiques, el Ferrer Eguizábal de Periodismo, el Àngel de Bronze de la Comunicació, el Goliads y el Premi La Llança 2011 de Òmnium Cultural. Como escritor es autor de los libros  'Amor contra Roma’,'El Cátaro imperfecto' y 'Casi todos mis secretos’.

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