«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 23 de febrero de 2020

Íñigo Redondo: «Siempre trato de ponerme al servicio de las historias y averiguar las claves para que puedan funcionar»


Nº 599.- Últimamente, pocos libros han despertado la expectación desatada por la novela ‘Todo esto existe’ de Íñigo Redondo, un escritor bilbaíno, arquitecto de profesión, afincado en Madrid. Editado por Penguin Random House, pocos libros han concitado la unanimidad sobre su calidad e interés y menos aún han llevado a los críticos a orillar su contenido, a través de un pacto tácito para no desvelar un final que anuncian apabullante. «Las trampas y los efectos están extraordinariamente bien dispuestos y me dejaron estupefacto», escribe Nadal Suau en El Cultural del 31 de enero de este año. Reza la contraportada: «Esta es la historia de una fascinación mutua, la de un hombre y una chica que se cruzan cuando la vida les da la espalda. Si nadie la contara, si nadie la leyera, esta sería tan solo una más de las infinitas historias escondidas tras las ventanas de medio mundo. Corren los años ochenta y Alexéi, director de un colegio en una ciudad de Ucrania, se derrumba. Su mujer le ha dejado y sus días siguen un patrón inalterable: por las noches bebe hasta perder el sentido y por las mañanas, en la escuela, lucha por esconder sus miserias. Desde su despacho observa a los alumnos durante el recreo y se empieza a fijar en una chica que siempre anda sola. Pronto ella le revelará la realidad que esconde y él decidirá ayudarla ocultándola en su piso». Y hasta ahí puedo llegar… Al igual que han hecho los críticos, esta entrevista hablará de la novela, claro, pero en la medida de lo posible también orillará la trama y, sobre todo, su desenlace. No hay motivo alguno para hacer un spoiler gratuito. Sin olvidar que, muchas veces, la mayoría, el proceso, las circunstancias de gestación de un texto, son muy interesantes y pueden explicar en parte las novelas. Así que, a las 9.30 en punto de una mañana de lunes febreril, en la estación del AVE, el portal por donde acceden ahora casi todos los escritores de paso por la ciudad de València, apreté la tecla rec de la grabadora y empezamos a charlar Íñigo Redondo y quien suscribe. Él con su gesto afilado y expresivo. Servidor, convertido en esponja para empaparme de todo.

Íñigo, la primera pregunta es obligatoria: ¿por qué escribes?
Es una pregunta complicada… Creo que solamente escribiendo consigo llegar a algunos rincones a los que, de otro modo, no alcanzaría. A veces, cuando lees, notas que te tocan cosas tuyas, pero la única forma que tengo de acceder a esas interioridades es a través de la escritura. No consigo hacerlo de otro modo. 




Tú eres arquitecto de profesión, ¿la literatura y la arquitectura solo tienen en común construir o hay algo más? 
No soy un arquitecto muy vocacional. Conozco muchos colegas con antecedentes familiares, arquitectos que veían como sus padres o sus tíos hacían magia en sus estudios levantando edificios, algo que les gustaba mucho. Me metí en la carrera porque me parecía muy formativa y los primeros cursos me resultaron gratos. Sin embargo, poco a poco me fueron gustando menos. De todos modos, me he familiarizado con el oficio y sus afinidades con la literatura y su convergencia podemos encontrarlas en los procesos creativos, en el hecho de que, a partir de una cosa pequeña, podemos llegar a algo mucho más grande. Con la arquitectura sucede que hace falta un buen proyecto y un buen cliente, porque en ese rollo son necesarios. Pero como escritor, tú eres también el cliente, algo que puede ser muy bueno, pero que puede convertirse en un regalo trampa, porque a lo mejor te metes en fregados que no eres capaz de resolver.

¿Cómo se cruzó esta historia en tu camino? ¿La buscaste tú o te encontró ella?
La novela nace por el final, descubriendo qué condiciones podrían desembocar en ese desenlace. Y no fue solo la trama la que surgió así, sino también la necesidad de explicar una incógnita que se había abierto en mi cabeza y me tenía con el pie cruzado. La única manera de despejar esa incertidumbre era escribir la novela.

 ‘Todo esto existe’ ha dado muchas vueltas por diversas editoriales antes de ser publicada, ¿desde cuándo tenías acabada la novela?
Empecé a tantear el asunto a finales de 2010. En noviembre de 2011, viajé a Kiev para documentarme, algo que no había hecho nunca. Sin embargo, tuve como una especie de aparición mariana y decidí irme allí para tomar notas porque me había dado cuenta de que no me valía solo con inventar. En 2015, ya tenía una versión medio buena, que le pasé a mi mujer, que es correctora de textos, para que me apretara las tuercas. Después, entre enviarla a concursos y editoriales llegué hasta el año 2018, que fue cuando la mandé a Penguin Random House.

Por tanto, ¿tenías claro que la novela la ibas a ubicar en Ucrania?
Me interesaba mucho la Ucrania de la Perestroika por la disolución del sistema político, quería ver cómo el paisaje humano había metabolizado esa especie de abrazo a la utopía fracasada, ese saber que te has lanzado a un proceso, que se deshace y te quedas vendido. Creo haber detectado ese saldo social incluso en 2011 cuando estuve allí. En ese sentido, la novela es una ventana abierta hacia esa situación. Aquí pasó algo parecido con Franco, pero no fue igual. Nosotros queríamos salir de esa dictadura, pero allí no, ellos querían seguir confiando en aquella mentira, en aquella ilusión y su fracaso dejó un paisaje humano muy castigado. Y todo eso era muy interesante. Por ese motivo, la novela tiene muy poco de ficción.

¿Se desespera uno mucho cuando rechazan su texto varias veces?
Sí, yo tenía fe en la novela, creía que había contenido en ella y que poseía un nivel superior a esas novelas, producidas en un taller de escritura cada martes y cada jueves de seis a siete. Estaba convencido de que merecía un sello editorial medio bueno. Pero cuando transcurre tanto tiempo sin que nada ocurra, la fe se resiente, aunque yo no dejé de intentarlo. Ahora bien, lo que ha ocurrido tras su publicación desborda mis expectativas por completo.

Después de tanto rechazo, de tanta espera, la novela se publica y la crítica, unánimemente, la elogia. ¿Qué sientes ahora: respeto, miedo, incertidumbre, alegría, sorpresa…?
Me hace sentir terror. Todo lo que está pasando es muy bueno para la vanidad, que no es buena para nada, dicho así de modo rápido. Siento terror porque el fracaso, el ensayo y el error han de estar integrados también en los procesos creativos. De repente, tener tantas miradas clavadas en ti, hace que el riesgo que estás dispuesto a asumir te induzca a columpiarte y eso creo que es malo. Has de estar dispuesto a pegarte el trastazo más grande, porque los grandes fracasos están en la base de los grandes éxitos y, si te acojonas, es como si volaras a un palmo del suelo, porque a esa altura, si te caes, no pasa nada.

En sus escritos sobre ‘Todo esto existe’, los críticos intentan desvelar lo menos posible del desenlace de la novela. Ese posicionamiento suyo, que no observo otras veces de modo tan acusado, me recuerda a ‘La ratonera’, esa obra teatral de Agatha Christie, que lleva más de setenta años representándose en Londres y en la que, al acabar, uno de los actores se dirige a los asistentes para pedirles que no desvelen el final de la obra a sus amigos, que aún no han ido a verla. ¿Por qué crees que los críticos han adoptado esa postura?
Ojalá fuera el mismo caso, porque he visto algunos spoilers que te abren las carnes. Pero he llegado a un punto en el que no me considero competente para evaluarlos. Cuando leía en prensa alguna cosa de estas, llamaba a Carme Riera, mi editora, y ella me tranquilizaba diciéndome que eso no era un spoiler sino un «gancho». Como soy tan proteccionista sobre este asunto, creo que no soy la persona más adecuada para evaluar los spoilers, aunque pienso que algunos se pasan de frenada, porque desvelan demasiado del contenido de la novela.

El comienzo, no muy largo, es un poco denso, ¿no tenías miedo de que el lector se escapase?
No es un tema de que el lector se escape o no, es casi más de competencia mía. Te cuento la película. Antes, ese principio era infinitamente más largo y las primeras frases eran una introducción histórica mucho más extensa. Eso se ha reducido gracias al trabajo de la editorial, que me hizo reflexionar sobre el hecho de que un lector no tenía por qué atravesar tantas páginas de contenido histórico. Cuando la partida ya está en marcha, cuando los alfiles y las torres están en movimiento, ahí hay ya interés y todo ese arranque me cuesta páginas y páginas. Afortunadamente, como te digo, la editorial ha hecho un trabajo magnífico en ese sentido.

Dos personajes, Alexéi e Irina, los protagonistas, un adulto de 43 años y una niña de 16, encerrados en un piso y asediados por el entorno. Los diálogos entre ellos son frecuentes, tú procedes del mundo del teatro, ¿te planteaste estas escenas como una pieza teatral?
No exactamente, mi óptica del asunto consiste más bien en darle al proyecto literario lo que precise. Siempre trato de ponerme al servicio de la historia y averiguar las claves necesarias para que pueda funcionar. El viaje a Kiev tiene mucho que ver con esa intención mía. No me considero un dramaturgo, pero mientras pergeñaba el desarrollo del texto, tal vez consideré que debía de escribirlo bajo un formato algo teatral y por ahí fueron los tiros. Tú vas apuntalando cosas hasta que encuentras el camino. Por supuesto, dos personajes juntos han de hablar, y además en este caso se trata de una conversación algo anómala, porque la diferencia de edad es notable y eso es algo que, desde el diálogo, me convenía explorar.

El secuestro que plantea la novela no es muy normal, porque la protagonista pide ser secuestrada, pero ¿en una situación así, tan dilatada en el tiempo, los papeles de secuestrado y secuestrador se intercambian o se entrecruzan?
Eso creo que ocurre en todos los secuestros. Leí varios libros sobre este tema e intenté comprender qué relación había entre secuestrador y secuestrada. Es una situación interesante, que termina siendo tan exigente para él como para ella, porque al final los dos son rehenes de la misma situación. Mi pretensión era explorar todo eso y acercarme lo suficiente para entenderlo, desechando cualquier posibilidad de un punto de vista unilateral. Aquí una niña de dieciséis años, que está huyendo, se somete a un secuestro. Eso constituye un punto de vista lo suficientemente ambiguo para los dos, que permite al lector enfrentarse al asunto sin que le genere un rechazo frontal. Creo que ese es uno de los ejes fundamentales de la novela: cómo es posible acercarse a algo, manifiestamente censurable, como un secuestro, pero desde una distancia próxima que permita entender la situación de un modo más desprejuiciado.

¿‘Todo esto existe’ es una novela de esas que llaman «de personaje»?
Aunque mi voluntad no era ir por ahí, creo que la forma para alcanzar la meta ha sido un poco construir una novela de personajes. Cuanto más te acercas a ellos y más los conoces, más fácil resulta saber lo que pasa allí y mejor vas a entender lo que les vaya ocurriendo. A todos los escritores creo que nos gusta que la novela sea más de lo que cuenta, que llegue a conectar con cosas inesperadas. Eso es lo que me ocurre con la música, cuando escucho una determinada pieza y me brotan las lágrimas. Conseguir eso con la literatura es casi inconcebible y, de alguna manera, creo que a todos los que construyen algo les gustaría desatar emociones que quedan fuera de los códigos.

Diálogos sin guiones, eso no es nuevo, pero ¿qué le aporta a ‘Todo esto existe’?
Eso tuvo sus vueltas en la fase de edición. Unas veces incluyo el diálogo dentro de la narración y otras veces va fuera. Me parece muy difícil saber en qué momento terminan de hablar y me resulta interesante explorar lo que dicen, lo que no dicen, lo que piensan… El diálogo es otra forma de narración, que puede describir el estado de ánimo del personaje y saber en qué momento se separa lo que dice de lo que no dice. El hecho de escribirlo sin guiones podría ir un poco por ahí.

Has narrado la novela en tercera persona, ¿por qué?
El tono de la novela, el modo en que vas a narrar es lo más difícil. La tercera persona está tan interiorizada que hace que todo funcione más fácil. Tiene pegada, sumerge inmediatamente al lector en el tema y explorar otras fórmulas le alejaría del núcleo del asunto.

Íñigo, y ¿dónde estás tú en la novela?
¡Uff, qué pregunta más buena! ¿Dónde estoy yo? [Hay unos segundos de silencio, se lo piensa] Creo que yo soy la casa, la vivienda donde ocurre todo.

Vamos con la última por hoy: ¿proyectos futuros?
Sí, tengo cosas en mente, pero, como decía Atxaga el otro día en una entrevista, en el arte no hay evolución, no hay voluntad, no puedes hacer un paréntesis y decir que en tres años vas a construir tu gran obra y ganar el Nobel. El hecho de haber escrito un libro bueno no te forma para hacer el próximo. Ahora mismo, tengo la sensación de que he de encontrar los mimbres para escribir otra vez y esos mimbres han de salir del nuevo libro, no del anterior. Y siento terror, porque sé cuál es la historia, pero aún no sé cómo contarla. Sin embargo, este terror es bueno, porque te ves en la obligación de sumergirte en elucubraciones para averiguar por dónde irá el asunto y encontrar sus claves. Tener críticas buenas hace que no estés dispuesto a asumir ciertos riesgos para no estrellarte, pero me gustaría tener la humildad suficiente para ponerme al servicio de la historia y proporcionarle todo lo que precisa para ser contada. Creo que ese es el papel más honrado para la persona que escribe.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 24/02/2020