«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 4 de enero de 2023

Andreu Carranza: «En la guerra aflora la parte más oscura del ser humano, pero también brota lo mejor de cada persona. Por eso la vida y el amor pueden continuar existiendo»

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La nueva novela de Andreu Carranza, ‘La tomba de l’Ebre’ (La tumba del Ebro), es la primera parte de una bilogía sobre la guerra civil en tierras tortosinas.

Nº 647.- Para los que amamos los libros el sábado es el momento grande de la semana. Ese día
la mayoría de los diarios de tirada nacional publican sus suplementos culturales, aunque algunos lo hacen los viernes. Hace poco más de un mes, en uno de ellos descubrí una reseña muy pequeña bajo el título ‘El tesoro de Tortosa’. En ella se hablaba de una novela de Andreu Carranza, titulada ‘La tomba de l’Ebre’ (La tumba del Ebro), escrita en catalán. El escenario era Tortosa y las tierras del río Ebro. El argumento mezclaba la guerra civil española y los avatares de un tesoro sacro: el del Papa Luna. De alguna manera, estos dos temas tan aparentemente dispares despertaron mi curiosidad. Así que di los pasos necesarios para  localizar a su autor. Gracias a la ayuda de Columna Edicions, editora del libro, pude contactar con Andreu Carranza, nacido en Ascó (Tarragona) en el mismo año que quien esto suscribe, y entrevistarlo sobre su novela, cuya lectura se me hizo breve, interesante e intensa. Fue el 20 de diciembre del pasado año cuando, con el cielo nublado y una relativa calma en la avenida donde resido, me puse a conversar durante un buen rato con el escritor catalán acerca de su novela. Como siempre, el piloto rojo de la grabadora me advirtió de que estaba preparada para registrar la última entrevista de 2022. Y eso hizo a partir de las cinco de la tarde.

Compositor, músico, periodista, tertuliano radiofónico y también escritor, Andreu, ¿cuándo escribe?

Hace muchos años que escribo y publico, pero la verdad es que siempre he ido buscando ocupaciones que pudiera compatibilizar con la literatura. He trabajado en muchas cosas, pero el objetivo final mío siempre fue el mismo: comprar tiempo. Junto con la literatura, la música me atrajo desde muy joven, cuando formaba parte de algunos grupos musicales. Mientras escribo un libro, cojo la guitarra y, espontáneamente, me sale eso que llaman banda sonora. La música, por tanto, también forma parte de la literatura, van cogidas de la mano.

Sin embargo, esta novela no tiene banda sonora.

Es verdad, el lector ha de imaginársela. La banda sonora de esta novela es ese silencio que se percibe al fondo de la historia y que surge de forma natural. ‘La tomba de l’Ebre’ tiene un ruido y una sinfonía que, muchas veces, es trágica porque suenan tiros, bombardeos, balas, gente sufriendo… Pero también hay en sus páginas momentos de ternura, de sentido del humor y también de amor.

Es verdad lo que dice porque, bajo la apariencia de una novela de género histórico, en su interior hay una historia de amor, un triángulo amoroso.

Y tanto. Creo que el tema de fondo del libro es una gran pregunta: ¿cómo es posible que, en medio de una guerra civil entre hermanos,  aparezcan el amor y la ternura? ¿Qué fuerza tan grande tiene la vida que permite que eso suceda? Evidentemente, hay un trabajo de reconstrucción del escenario histórico, porque he querido ser muy fiel a todo lo que ocurrió entonces, atendiendo no solo al eco de la memoria de todas las historias que han llegado hasta mí, sino también al sustrato de los libros que he leído, pero al final de todo se encuentra esa pregunta.

Usted tiene ya una larga carrera literaria, con bastantes títulos publicados, pero ¿en qué momento de su vida brotó su vocación de escritor?

Recuerdo que, de pequeño, mis amigos venían a buscarme a casa. Como entonces no había PlayStation −he de aclarar que a mí también me gusta jugar con ella ahora, nos íbamos por ahí y les contaba las historias que me inventaba sobre la marcha. A mi me tiraba mucho la calle, porque era muy travieso, pero en el desván de mi casa me construí un pequeño despacho con una biblioteca de escritor de mentiras. Siempre fui un fabulador, aprovechaba hasta los dibujos que aparecían en los libros de texto para narrar historias. Mi compañero de pupitre en la escuela, que ya falleció, hacía unos dibujos impresionantes sin que nadie le hubiera enseñado. Yo era un desastre en el dibujo, pero, en cambio, reconozco que tenía una cierta gracia para contar. Es algo que llevo dentro de mí desde siempre, aunque no me gusta ponerme medallas a mí mismo [risas].



¿Cómo surge la idea para escribir ‘La tomba de l’Ebre’?

Digamos que esta novela se sustenta en dos columnas, dos vigas maestras. Una es la memoria. Mi padre era sastre y a la sastrería, que estaba en mi casa, acudían personas mayores a hacer tertulia. Yo era un niño pequeño, que siempre andaba por allí, y escuchaba lo que narraban sobre la guerra civil. Y se me ponían los pelos de punta, aunque no todo eran tragedias. También hablaban de cosas divertidas. Pienso que esas historias nos las han contado a todos los de nuestra generación y, en mi caso, se convirtieron en una especie de asignatura pendiente. Yo sabía que, en algún momento, habría de escribirlas. Toda esa memoria me ha resultado muy útil a la hora de escribir ‘La tomba de l’Ebre’. La segunda viga maestra fue un libro que cayó en mis manos cuando trabajaba en la Delegación de Cultura. Se trataba de un ensayo escrito por Jesús Masip, historiador de Tortosa, que en paz descanse, que hablaba sobre la desaparición del tesoro del Papa Luna de la catedral tortosina. Cuando lo leí, creí que en sus páginas había una historia que narrar. De hecho, el libro me ha servido para seguir la línea conductora de lo que pasó entonces. Lo que ocurrió con el tesoro me pareció alucinante y lo he contado. Naturalmente, he cambiado nombres y alguna otra cosa para dramatizar el texto, pero me he mantenido muy fiel a la narración original y todo lo que sucede en la novela es real. En resumen, es la memoria y la historia escrita. Jorge Luis Borges, mi autor de cabecera, dice que la palabra escrita es la proyección de la memoria, igual que un telescopio lo es de la vista o una espada de la mano. Me parece una verdad absoluta.  

Su novela se desarrolla principalmente en Tortosa, durante el tiempo de la Guerra Civil. En el año 2022 ¿todavía quedan rencores derivados de aquel conflicto?

Han transcurrido ochenta años ya, pero he tenido mucha precaución en no mencionar nombres reales, porque aún quedan heridas abiertas en todos los pueblos de la comarca, en los que sucede la acción. Yo me sentiría muy satisfecho si ‘La tomba de l’Ebre’ aportase un granito de arena para ayudar a que el país y todos nosotros efectuásemos una catarsis colectiva y comenzáramos a cerrar esas heridas.  

Cuenta que hubo dos tipos de anarquismo: uno, más pacífico, y otro, partidario de la acción directa. Precisamente, este segundo tipo constituyó un grave problema para la República en los comienzos de la guerra.

Ha dado usted en el clavo, en el meollo del asunto. En general, existe un gran desconocimiento sobre el anarquismo, un movimiento que fue mayoritario en nuestro país y que, actualmente, casi ha desaparecido, debido en parte a aquel desastre que ocasionaron los más violentos con sus matanzas. Pero, ¡ojo!, hay que tener en cuenta que, dentro de los grupos más violentos, había mucha gente carente de ideología, que estaba allí por otros intereses como el robo y la rapiña. Y eso causó un gran daño al anarquismo. Uno de los personajes centrales de la novela, Clara, es una feminista, que representa la otra cara del anarquismo, la de las colectivizaciones, la del pacifismo y las campañas de alfabetización. Ese modelo fue el que sedujo a muchos brigadistas internacionales e intelectuales para venir a combatir en la guerra civil. De alguna manera, yo me siento muy ácrata en ciertos aspectos como la vertiente intelectual, la libertad y el pacifismo anarquista.  

En su narración establece una correspondencia muy interesante entre tres palabras: espiritismo, anarquismo y esperanto, una relación que, en mi opinión, no es demasiado conocida.  

Y tan desconocida. Una de las corrientes que penetró con mucha fuerza en nuestro país fue el espiritismo. Alan Kardec, considerado el padre de esta tendencia, fue un hombre muy leído y en los ateneos anarquistas se practicaban sesiones de espiritismo. Por tanto, era una corriente muy ligada al movimiento anarquista. Tampoco podemos dejar de lado a la masonería, igualmente presente en la novela, otro fenómeno bastante desconocido, porque no hay que olvidar que, dentro del estamento militar, había muchos masones. De hecho, aunque dicen que es una leyenda, se afirma que el general Franco pidió entrar en la masonería y fue rechazado. De ahí partiría su odio posterior hacia los masones, aquello que él mismo llamaba confabulación judeomasónica.

Ya ha citado antes a Clara, hablemos ahora de Cinto, otro protagonista, un antiguo seminarista, anarquista sin formación teórica. Es un personaje que, para las personas de derechas significaba a la vez un azote y un salvador, un quintacolumnista, y para las de izquierdas un ejecutor. En suma, un ser contradictorio, pero esencial en el desarrollo de la novela. ¿Su caracterización está basada en algún personaje real?

Sí, por aquí hubo algún personaje que fue así, que se apuntó al anarquismo y luego se hizo falangista. Cinto es un adolescente que, antes de comenzar a amar, comienza a matar. Su vida era un desastre total, ya que ejecutar no suponía un acto de violencia para él. Por eso resulta tan contradictorio. Si tirásemos un poco del hilo, creo que encontraríamos un vínculo de unión entre él y los niños que pueblan las guerrillas sudamericanas.   

¿Durante una guerra la gente consume sus etapas de crecimiento más deprisa que en tiempo de paz?

Claro, la guerra hace aflorar lo peor del ser humano, su parte más oscura. Por suerte, en algunas personas saca también lo mejor y por eso es posible el amor y que la vida continúe. No podemos olvidar que una guerra civil es el peor enfrentamiento que puede suceder, porque no se lucha contra un enemigo que no conoces, sino contra hermanos, parientes, vecinos… Que brutalidad tan grande, ¿no cree?

La taba, ese juego que practicábamos cuando éramos pequeños, también desfila por las páginas de ‘La tomba de l’Ebre’. ¿Usted ha jugado a la taba?

Por supuesto. ¡Y tanto! La taba era un hueso, el astrágalo, que tenía cuatro partes: panza, ombligo, rey y reina. El rey mandaba, la reina pegaba, el ombligo te salvaba y la panza te hacía recibir el garrotazo [risas]. La lanzabas al aire y según lo que salía pues te tocaba una cosa u otra. Y ¿usted ha jugado también a la taba?

Sí, sí, claro que jugué, aunque en nuestra variante la reina era un verdugo, que ejecutaba el castigo, pero las reglas eran las mismas.

Por lo que cuenta, efectivamente se trata del mismo juego.

El Papa Luna, un personaje histórico emblemático, también forma parte de la novela. ¿En Tortosa recuerdan quién fue?

Bueno, la verdad es que su huella ha desaparecido un poco y ya no tiene tanto eco como hace un tiempo. Pero indudablemente fue un papa, y también antipapa, importante para la diócesis de Tortosa, donde dejó una profunda huella, sin olvidar que, además, se guardaba su tesoro en la catedral.  

¿El tesoro del Papa Luna existió en verdad o solo es una leyenda, que usted ha incluido en la novela?

No, no, como le he dicho antes yo me he basado en el libro de Jesús Masip, que trata de la desaparición del tesoro del Papa Luna de la catedral de Tortosa. He sido fiel a ese episodio histórico. Inicialmente, muchas piezas fueron donadas en confesión y desaparecieron. Durante la República, los de la FAI, y también otros que no lo eran, fueron a buscarlas. Pero no quiero desvelar ningún secreto de la novela y solo añadiré que, al final de la guerra civil, esas piezas no se encontraron.  

‘La tomba de l’Ebre’ es el título de su novela. De alguna manera, el río es un elemento muy importante de su narración e imagino que condiciona la vida, y también la muerte, de las personas que habitan en sus orillas.

Para mí, el Ebro es un personaje que aparece en casi todas mis novelas. Los críticos me dicen que es un referente en mi obra y es verdad, porque soy un hombre de la orilla del río. El Ebro es un accidente geográfico que marca la vida de todos los que vivimos junto a él. Durante bastante tiempo, muchas personas se ganaron la vida gracias al transporte fluvial de mercancías.  En consecuencia, sus aguas, que también riegan los huertos, significaban la vida, pero al mismo tiempo también la muerte por la brutalidad de sus riadas. Mientras respondo a su pregunta, tengo al Ebro frente a mí. Lo estoy mirando. Yo crecí con él y antiguamente cruzarlo a nado significaba el ritual del paso de la adolescencia a la edad adulta. Hubo muchos ahogados, gente que no consiguió llegar a la otra orilla.

Acabamos por hoy: ‘La tomba de l’Ebre’ forma parte de una bilogía, ¿cuándo podremos leer la segunda parte?

La novela termina justo al inicio de la batalla del Ebro y estoy trabajando ya en la segunda parte. No me quedaría tranquilo si la historia terminase aquí. Lo que ocurre es que no sé cuándo saldrá publicada. Me lo tomo con calma, porque las novelas históricas exigen contrastar mucha información y, por tanto, requieren un proceso largo de documentación. 

Herme Cerezo, Diario SIGLO XXI/05/01/2023