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deambuló por València sola, perdida en la bodega de un taxi, cargada con sus ideas y útiles de trabajo. El alivio llegó justo antes de empezar la entrevista, cuando fue localizada y transportada al Hotel Reina Victoria donde tuvo lugar nuestro encuentro. Un principio de conversación rocambolesco. Inesperado. Feliz. Hacía mucho tiempo que no hablaba con el escritor gallego, al que descubrí gracias a la lectura de su libro de relatos ‘¿Qué me quieres amor?’ Más tarde, allá por el mes de febrero de 2007, Manuel pasó por València para promocionar su novela ‘Los libros arden mal’ y tuve la oportunidad de conocerle y entrevistarle. Ahora, diecisiete años después, regresa con ‘Detrás del cielo’ (‘Tras do Ceo’), su nueva ficción publicada por Alfaguara. En ella seis cazadores alborean el día con el propósito de dar una batida para cazar al Solitario, un jabalí del que se cuentan truculencias asesinas. El más joven del grupo, Dombodán, un tipo algo desnortado pero lúcido, relata la jornada de la batida, cuya tensión y violencia va creciendo a medida que avanza el día. El narrador destapará el abuso y la depredación social y natural que reina en Tras do Ceo, territorio gallego, trasunto del mismo mundo que habitamos todos. Iluminados por la luz apagada, limpia, herida por la reciente Dana, de uno de los ventanales de la cafetería del Hotel, que dibujaba una secuencia de sombras, casi tenebristas, comenzamos nuestra conversación, grabadora mediante, piloto rojo encendido, poco antes de las catorce horas.
Manuel, enhorabuena por el Premio Nacional de las Letras Españolas que te han concedido recientemente. Este galardón sabe especialmente bien porque eres un autor de la periferia que no escribe en castellano?
Bueno, en mi país se dan las gracias, ¿no? [risas]… Yo veo a los libros muy contentos. Pienso en ellos y pienso también que uno forma parte de un oficio que se considera solitario, aunque yo creo que no lo es. Es cierto que hay momentos de arresto domiciliario para escribir, pero es un tiempo muy compartido porque estás continuamente escuchando voces y hablando con personajes. Cada persona es una nación y cada escritor también, pero formas parte de un camino de luciérnagas y, por lo tanto, eres heredero y estás dentro de una tradición… Lo primero que sentí al recibir el premio es que era algo para compartir con esa literatura gallega, que es un vivero continuo y que, en medio de la adversidad, ha mantenido vivas las palabras y la creación. Y creo que es necesario compartir todo esto, porque ya hay demasiada competencia en nuestro entorno.
Alfaguara publicita ‘Detrás del cielo’ como género negro, pero ¿realmente lo es? ¿Has aprovechado la novela no tanto para efectuar una investigación policial al uso, como para escarbar entre la sociedad de tu tierra?
Cuando me puse a escribir esta historia no pensé en qué etiqueta se le podía poner. Tengo un amigo que dice que esto es punkismo mágico, un Macondo punki [risas], pero realmente para mí lo importante no es la etiqueta sino lo que escribes. Sabemos que el género negro tiene muchas escuelas y a mí lo que me interesa es que este ‘Tras do Ceo’ cuenta lo que ocurrió, lo que se desató allí, y lo que está pasando también, porque es una especie de presente recordado. Por supuesto, que hay un crimen y un enemigo público, que es un jabalí, que es mi particular Moby Dick, pero realmente lo que me seduce es la indagación sobre la sociedad en que vivimos… Digamos que la novela es un lugar para los porqués de nuestro tiempo.
Una vez escuché a una escritora decir que ella escribía al mismo tiempo las dos versiones de su libro: una en castellano y otra en catalán. Capítulo a capítulo. Cómo te lo montas tú, que has traducido este ‘Tras do Ceo’?
Sobre la traducción tuve una experiencia que no fue muy satisfactoria, cuando me propusieron publicar en castellano mi novela ‘En salvaje compañía’, un libro en el que hablaban los animales, los muertos, los objetos... Como yo me movía bien en castellano, la editorial me propuso que la tradujese. Y a mitad de la traducción me encontré en stand by, completamente varado. Curiosamente, era una escena que trataba de las memorias de un caballo, que se encontraba al borde de un acantilado y recordaba su pasado. Era como si el caballo me dijera que ya me había contado su vida en una lengua y no sabía hacerlo en otra. [Risas]. Trabajosamente, acabé la traducción y, recientemente, para un volumen de textos sobre la naturaleza, ‘La tierra oculta’, he vuelto a traducirla. Después de aquello dejé de hacerlo, excepto en poesía, porque parece que la poesía te invita a traducir sin miedo, con mayor libertad. Y esa misma actitud la puse en ‘Tras do Ceo’ y el trabajo ha constituido un acto gozoso. Parece que las palabras, da igual el idioma, lo que quieren es tocarse la lengua y besarse y abrazarse y abrir pasos clandestinos… Yo eso que se dice de traductor traidor no lo comparto. Admiro muchísimo a las personas que traducen mis libros a otras lenguas, como el italiano o el francés, y cuando, sin conocer esos idiomas, veo como suenan, siempre digo ¡Cómo mejoró este libro! [Más risas].
Dombodán es la voz de la novela, el narrador, el que da el tono, como si se tratase del solista de una orquesta sinfónica. Dado que no eres escritor de plano, has construido todo el argumento en torno suyo o ha sido Dombodán quien ha ido desentrañando la maleza de la historia?
Empecé la novela con la idea de escribirla en tercera persona, un narrador omnisciente. Y no me gustó nada verme como un «escritor capo», como si llevara un dron y lo viera y dominara todo. Es verdad que soy muy de escribir campo a través. No hago mucho guion previo. Me interesa ese vagabundeo, que la escritura sea un proceso de descubrimiento, no sólo de la naturaleza sino también de los entresijos del ser humano y que los personajes de algún modo encaren su parte secreta. Y me pregunté quién podía hacer eso? Entonces apareció Dombodán, que ya había deambulado por otros libros míos, un tipo un poco simplón o inocente, que siempre observaba, y me dijo: no te preocupes, esto lo voy a hacer yo, Dombodán, ese del que dicen que le falta un hervor y que juega con los suplentes. Él era el personaje ideal para entrar en esa zona secreta, de sombras, porque no es un competidor.
Dombodán es un superviviente.
Completamente de acuerdo, esa es la condición y de alguna forma es también un extraño, aunque él es quien mejor conoce Tras do Ceo, porque escucha a la tierra y está allí. Y tiene la peculiaridad de que puede estar en todas partes porque le ven como un subalterno inofensivo, que no va entrar en competencia para nada. Sin embargo, hasta en este personaje de apariencia dócil, servil incluso, vemos que existe una chispa que es su capacidad de rebelarse contra la injusticia. Puede estar aplastado, pero en un momento dado brilla algo como un rescoldo y no da su consentimiento.
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No hay una inspiración directa, pero vives y respiras un polen cultural que de alguna manera está ahí y nos enriquece. En algún momento pensé en ‘Los santos inocentes’ de Delibes como referencia y también en algunos relatos gallegos. Y recordar ‘La escopeta nacional’ y ‘La caza’ está bien, porque en esta historia hay una parte de esperpento como, por ejemplo, las recreaciones históricas de batallas que se hacen en Galicia, algo que es real, ya que el personaje se gana la vida haciendo de extra en esos rodajes…
Durante la narración, la violencia crece, poco a poco, pero crece. Se palpa en la lectura.
Sé que es una forma complicada y que no puedes plantearlo de antemano, pero intenté que el relato de lo infernal del texto se entrelazase con la comedia. Soy consciente también de que es peligroso, porque puedes caer en la banalidad… Con Dombodán llegué a un punto, en que me pregunté qué hago con esto? Puedes decirlo sin decir y que el lector lo intuya, pero a veces hay que parar, porque tenía miedo de que la violencia apareciese como una frivolidad, como una banalidad. Ahora se utiliza así y en algunas películas matan a tanta gente que ya no ves a los muertos. Y creo que eso hay que evitarlo. Me parece que, más que citarlo directamente, es preferible merodear. Se ve mejor. No hay líneas divisorias entre el bien y el mal. Si las hubiera sería todo más fácil, pero no hay blanco y negro, hay grises. Cuando escribo una novela lo hago porque lo que quiero decir sólo puedo contarlo a través de una novela. No me sirve ni un ensayo ni un discurso ni un sermón para resolver los enigmas en que vives, tu viaje interior o incluso tus propias contradicciones. Otra cuestión importante del libro es la del poder. La imagen del poder despótico está bien clara, pero ese poder también se da en la vida cotidiana, en la relación de pareja, en forma de micropoder. Y cuando se da y se toca ya no es micropoder. A veces el peor déspota es el que tienes cerca.
‘Detrás del cielo’ está poblado de personajes increíbles, como el cura Telmo, que quiere talar el roble donde se ahorcan los suicidas, o el tipo que siempre camina junto a una bicicleta, sin subirse jamás a ella. Esos personajes proceden del imaginario colectivo gallego, de libros que lees, de historias que te cuentan…?
Me gusta más hablar de tradición, eso que en Galicia llaman el cuerpo abierto. Allí existe la idea de que había personas que encarnaban esa condición de cuerpo abierto, por ejemplo, mujeres que cambiaban la voz de un día para otro, porque su enamorado marchó a América. El escritor ha de ser un cuerpo abierto, en realidad creo que todos lo somos, porque estamos llenos de gente gracias a la memoria y a otras cosas. Hay que escuchar, porque la escucha es una tecnología maravillosa. Nunca habrá ningún cacharro ni inteligencia artificial que pueda superar ese gesto de ligera inclinación y que hoy debemos utilizar para escuchar la tierra. Hay que hacer como los indios que pegaban la oreja al suelo para ver qué les contaba, porque la tierra no es un simple escenario, la tierra grita.
Por lo que dices, parece fácil pensar que eres una persona que escucha con facilidad lo que los otros cuentan.
Es verdad que desde chaval fui curioso. En mi lugar había un lavadero y al salir de la escuela me iba a escuchar. Allí las mujeres se sentían muy libres y, en complicidad con sus compañeras, contaban muchas cosas. A mí me decían que siempre estaba oyendo y me pedían que me fuera. Mi tío Francisco, que era peluquero, era un pésimo estilista, pero contaba unas historias tremendas. Le teníamos miedo y le huíamos, porque nos pegaba unas rapadas enormes. Ya jubilado, le llamaban antiguos clientes, que no conservaban ni un pelo, y él los visitaba con su maletín, pero ellos no querían que les cortara el pelo, sino que les contase sus historias. Por supuesto que hay muchos libros maravillosos, pero la boca de la literatura está en el aire, en lugares imprevistos. Por eso hay que estar siempre despierto. Kafka decía que había que mantenerse alerta porque las historias acudirán a ti.
Hay en ‘Detrás del cielo’ un delfín solitario, Gaspar, que enreda entre las redes; un oso que viaja desde Asturias; un jabalí que llaman El Solitario y el lobo Divagante, que vive apartado de la manada. Incluso, aparece un Ministerio de la Soledad para solitarios desperdigados por el monte gallego. Qué significa la soledad para Manuel Rivas?
Me apasiona la cuestión de la soledad, pero me refiero a la soledad animal elegida, voluntaria. Siempre hablamos de los animales con paternalismo, incluso por parte de gente ecologista. Inventamos una vida ideal para ellos y luego te encuentras con estos ejemplares que eligen la soledad. Y a mí me parece un acto de discernimiento extraordinario. Por ello no me resulta descabellado que podamos hablar de formas de conciencia en la vida animal. Hay un verso de Rosalía que hablaba del silencio amigo y del silencio mudo. Son dos silencios, pero el mudo es el hostil, el de la intimidación. Callas por sometimiento para evitar problemas. El silencio amigo es un silencio creativo y creo que en la soledad también existe ese doble sentido. La soledad tiene mala prensa. Enseguida pensamos en gente mayor que está sola, que es algo que, digamos, tiene que ver con el silencio mudo. Pero hay otro tipo de soledad también y cuando el personaje Mundi dice en el Ministerio de la Soledad «aquí hay mucha gente», la funcionaria, que está preocupada por él y ha de cumplir el expediente, le pregunta si ha pensado alguna vez en el suicidio. Y él le responde que en quitarse la vida sí ha pensado, pero en el suicidio no [risas]. Muchas veces te hablan de la filosofía popular y este tipo de reflexiones, que me vienen a la mente, me las encuentro muchas veces. Recuerdo conversaciones de la gente que dan que pensar y me interesan mucho, porque creo que también esas personas se están convirtiendo en una especie en vías de extinción.
Como vemos el humor también está presente en ‘Detrás del cielo’. En medio de la violencia que crece, en la narración encontramos estas gotas de humor, imprescindibles para el lector.
Totalmente, el humor es el que lo desmonta todo. La violencia viene precedida de un discurso y cuando va siendo pavimentada por el odio, que se apodera de las palabras, la anticipa. Kapuscinski decía que sabemos que va a haber una guerra porque, de repente, ha cambiado el vocabulario. El humor es como desmontar un fusil. Yo hice la mili, ahora mismo me veo desmontando el fusil, y lo recuerdo con humor, porque el proceso contrario era montarlo para disparar. Y durante ese tiempo la gente hablaba, pensaba en los permisos, contaba historias…
Dombodán utiliza continuamente el móvil, que él y los demás personajes llaman «chisme». En los tiempos que vivimos en una conversación entre dos siempre hay un tercero, o incluso un cuarto, que es el «chisme», como si fueran conversadores «in absentia».
Sí, al final el móvil también es un personaje en el libro. Hasta ahora me había resistido a introducirlo en mis historias. Incluso en una de ellas llegué a cambiar la época para que no apareciera. Me molesta muchísimo que en una película no pasen cosas, que pasen llamadas. Hasta para expresar el amor se hace con móvil. Pero esto, qué carajo es? Esto es chatarra. Los diálogos ahora son watshapps. A pesar de todo, quería que esta historia fuera actualísima, que la gente pudiera pensar que estaba ocurriendo ahora mismo. Y de nuevo me encontré con Dombodán. La gente del campo ha de saber de todo: desde la electricidad hasta del tiempo, pasando por la luna. Es una cultura riquísima. En la vida he visto que los que más controlan estos cacharros son campesinos, chavales jóvenes que ves en la taberna manejándose con ellos y Dombodán es uno entre tantos.
Acabamos por hoy: dónde está Manuel Rivas en esta novela?
[Risas] Bueno, tengo momentos… [Piensa]. En el jabalí [risas]. Estoy mucho con los cuervos. Además, yo tenía que contar una historia de amor que, por decirlo de alguna forma, sobrevuela esta novela.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI/09/12/2024