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SF. El apagón me pilló en casa, afortunadamente. Y sin
dinero en efectivo. Hube de buscarlo y me compré una radio en los chinos para
intentar tranquilizarme. Vivimos en un mundo tan interconectado que te sientes
desvalida en esos momentos. Pensé en las personas a las que les pilló en el
tren… Nos reímos cuando nos hablaron sobre el kit de supervivencia, pero nos
cayó encima una soberbia. La primera en la frente. Dinero en efectivo, radio,
pasaporte listo, son cosas que hay que tener preparadas. Por otro lado, me
gustó mucho el grado de civismo que demostró el país. Tenemos una gente sensata
y solidaria, muy por encima del nivel de nuestros políticos.
HC. Has publicado hace poco ‘Sólo un día más’, la historia de amor entre María Casares y Albert Camus, una relación intensa, que has intercalado con otra relación amorosa, que te sirve para explicar cómo se construye una novela.
SF. En principio, pensaba que ya tenía bastante material
para la historia entre María Casares y
Albert Camus, una relación potente, en un contexto histórico de primera
magnitud, puro corazón del siglo XX. Él era un escritor de primer nivel, el
referente para una generación, el intelectual comprometido. Y ella era una
actriz de éxito, la musa del cine y del teatro francés. Sin embargo, en un
momento determinado creí que necesitaba un contrapunto, añadirle una mirada de
hoy. Y me pareció interesante contar cómo nace una novela, cómo te enfrentas a
ella, qué azares surgen mientras la escribes. Por último, pensé también en la
mentalidad del lector, porque cuando lees las historias que te cuentan, se
abren ventanas hacia tu propia vida, que te permiten entender mejor ciertas
partes nuestras, que mantenemos encapsuladas. La escritura o la lectura te
abren los ojos y te permiten indagar en tu interior.
HC.
Esas dos historias, que brujulean paralelas a lo largo de la novela, están
contadas por un narrador en primera persona y otro, omnisciente, en tercera,
aunque en realidad son la misma voz, no?
SF. La historia actual, la que transcurre en València, la
de esa escritora que se tropieza con esas cartas y empieza una novela, ha de
estar contada en primera persona. Te lo pide el texto. La narradora no soy yo,
se llama Franch, pero hay muchas cosas personales mías puestas ahí: neuras,
manías, historias, todo… La relación entre Camus y Casares requería otro
registro, incluso otro estilo, pero sí, la voz narrativa es la misma en ambos
casos.
HC.
Cuando introduces una narración en un marco histórico tan concreto, hay que ser
fiel a la realidad del momento. Por tu condición de profesora de Historia
Contemporánea has sido especialmente rigurosa en este sentido o te has tomado
muchas licencias a la hora de escribir?
SF. Este es mi registro. Soy una persona muy del siglo
XX, igual que tú. La época de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría me fascina.
Fabular en una novela en la que tú eres libre totalmente es una cosa. Ahí
puedes contar lo que te dé la gana. Pero en una recreación no puedes permitirte
licencias. En ‘Esperando a Robert Capa’ ya me ceñí a los hechos, no podía hacer
otra cosa. Dentro de una atmósfera así puedes introducir diálogos, describir el
paisaje o el tiempo, pero no falsear la vida o el pensamiento de los personajes
sobre los que estás escribiendo. En ‘Sólo un día más’ todo lo que cuento de Albert
Camus y María Casares es rigurosamente cierto. Eso de que la primera noche de
amor que pasaron juntos, la del 6 de junio de 1944, con los aliados
desembarcando en Normandía, puede resultar muy novelero y «casablanquero», e
incluso parecer que me lo haya inventado. Pero no es así. Todo es comprobable,
demostrable y está documentado.
HC.
Hablas de la documentación, te gusta esa parte del proceso de escritura?
SF. Forma parte del proceso. A mí me gusta y, además, lo
más difícil no es la documentación, sino conseguir que no se advierta su
presencia en la novela, que pese sobre los hombros del escritor y no sobre el
lector. Has de contar todo lo que has averiguado dándole aire, para que no se
note el andamio ni los ladrillos de la narración.
HC.
València aparece en ‘Sólo un día más’, es uno de los escenarios donde discurre
la acción.
SF.
Yo con esta ciudad tengo un rollo
particular… Llevo muchos años viviendo aquí, le debía una novela… València es
este barrio, el Ensanche, en el que nos encontramos ahora, el lugar donde yo
vivo, donde están mis restaurantes, mis librerías… Me encanta.
HC.
Lo has citado antes: Albert Camus y María Casares pasaron su primera noche
juntos el día 6 de junio de 1944, el día D. Me parece un momento cargado de
simbolismo, como si en esa fecha comenzasen dos grandes batallas: la de la Guerra
y la de su relación amorosa.
SF. Sí, el suyo fue un amor encarnizado… Yo también
pienso que el contexto histórico y las dificultades familiares que tenían para
encontrarse ─Albert Camus estaba casado─, le añaden un plus a la narración.
Cuando leí sus cartas pensé, ¡Dios, a estos dos qué fuerte les ha dado! Hay
amores y amores y enseguida percibes que ahí hay un enganche muy bestia entre
los dos. Imagino que vivir en un mundo que está saltando por los aires (él en
la resistencia y periodista en Combat, el existencialismo, los nazis por
la calle, la batalla de Cherburgo, la liberación de París, después la Guerra Fría
y la batalla de Argel), no debía de resultar nada fácil. Ellos estaban metidos
en esa vorágine, en ese núcleo que, a veces, tenemos idealizado, el de los
existencialistas, el de los escritores, un mundo que no era tan ideal, ya que los
intelectuales daban conferencias en los cafés y luego se acuchillaban por la
espalda. En este sentido, la relación Camus-Sartre fue muy heavy .
HC.
Hablaremos sobre Sartre después, porque merece un capítulo aparte. Escribes en la
novela que «El amor es una de las cosas más difíciles de contar». Sin embargo,
en muchos de tus libros, 'Fronteras de arena', que me hizo lector tuyo,
'Esperando a Robert Capa', 'El azar de Laura Ulloa' o en este mismo, está muy
presente. El amor es el leitmotiv de tu literatura?
SF. Creo que el amor es un sentimiento universal, pero
no es el leitmotiv de mi literatura. Es el leitmotiv de la literatura. Todos
los clásicos lo han abordado y precisamente por estar tan y tan bien tratado
por los grandes es más difícil decir algo que no se haya dicho ya. Hay una
frase de García Márquez que dice que «lo que hace avanzar la historia no son
los amores felices, sino los contrariados…» El amor es muy complejo. Todos
llevamos una mochila muy cargada detrás y hacer posible el encaje de dos
identidades de personas inteligentes es muy complicado. Si tú aciertas en poner
en relieve algo interesante en la historia que cuentas, pues entonces aportas
algo. Si no, no. Creo que la relación Camus y Casares es una de las grandes
historias de amor del siglo XX. Si el amor, da igual quien seas, te pilla en
una determinada circunstancia, has de hacerle frente. No distingue entre el
común de los mortales y el intelectual máximo.
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HC. El amor no es igual al principio que al final. El paso del tiempo influye mucho en eso y quince años de relación dan para bastante.
SF. Claro, es otra cosa. Camus siempre preguntaba: cuándo
estarán tu falda y mi chaqueta colgados del mismo clavo? Ellos se veían y se
escribían mucho, pero salvo los viajes que hicieron juntos, que eran como islas
en su relación, no tenían un día a día. Eso lo vivían ambos con angustia,
especialmente las fiestas familiares, en las que no podían coincidir. Pero creo
que precisamente eso es lo que hizo que su relación fuera siempre tan nueva,
tan por estrenar, y conservara parte de la pasión inicial. Fueron quince años
en los que hubo de todo: ausencias, infidelidades, gestos de lealtad,
encuentros y desencuentros, celos, amistad, pero siempre con una complicidad y
entrega total entre ellos. En la última carta que Camus le escribió, después de
las vacaciones de Navidad, le decía que se moría de ganas de estar con ella. Él
estaba entusiasmado y quedaron para cenar en París el 4 de enero. Pero entonces
tuvo el accidente de coche que le costó la vida, una manera especial de truncar
esta historia. Todo fue muy excepcional entre ellos, por eso su amor fue tan
simbólico.
HC.
Camus peleó en la resistencia con sus escritos para el periódico clandestino Combat.
Pero la resistencia francesa era un conglomerado abigarrado, en el que se
alineaban judíos, democratacristianos, socialistas, militares, gente de iglesia
y comunistas, que la controlaban. A Camus, contrario a la pena de muerte, no le
fue demasiado bien con ellos, ni tampoco con su gran enemigo, Jean-Paul Sartre.
SF. Camus y Sartre fueron grandes amigos. Luego, por
motivos ideológicos y, sobre todo, personales, acabaron mal. Sartre poseía un
ego enorme, mientras que Camus era un tipo mediterráneo, más clásico que
existencialista, un ateo cristiano, un ser profundamente humanista. Era
atractivo, guapo, le llamaban el Bogart francés por su gabardina, y tenía éxito
con las mujeres. Hablaba muy bien, pero no tenía el peso específico de Sartre,
que no soportaba su fama, especialmente cuando le dieron el Nobel…
HC.
Albert Camus tuvo siempre presentes sus orígenes argelinos?
SF.
Camus no perdió nunca sus raíces
argelinas. Argel era su niñez y se encontraba absolutamente en su mundo. Se
sentía muy mediterráneo. «El sol de mi infancia me ha librado de cualquier
clase de resentimiento», era una de sus frases favoritas. Durante la
independencia argelina, Sartre, en la línea de lo que sostenía el Partido
Comunista Francés, se alineó con el Frente de Liberación Nacional Argelino,
mientras que Albert Camus defendía lo mismo que Mandela defendería muchos años
después en Sudáfrica: la convivencia entre la población africana y la de origen
francés, que es lo que él había conocido desde pequeño en el barrio del
Arsenal, donde vivía, rodeado de árabes pobres y de franceses más pobres aún. No
comprendía por qué esas comunidades tenían que estar enfrentadas. Y ahí Sartre
fue a degüello contra él, lo que supuso la ruptura ideológica entre ambos. Le
dirigió unos escritos muy agresivos e hirientes, también en lo personal, de los
que Camus no supo defenderse. Sartre se la tenía guardada por todo el rollo
sexual de intercambio de parejas que mantenía con su mujer, Simone de Beauvoir,
en el que Albert Camus no quiso entrar. Cuando Sartre fue galardonado con el
Nobel, años después de que se lo dieran a Camus, lo rechazó, porque afirmaba
que a él se lo tenían que haber dado primero.
HC. Sartre rechazó el Nobel,
pero el dinero del premio sí que lo reclamó.
SF.
Eso no lo sabía nadie, no se había publicado
hasta ahora. Se conoció hace poco tiempo porque uno de los miembros del
tribunal, que otorgó el galardón, lo escribió en sus memorias. Y eso va a misa
y te define a un tipo, que puede ser un filósofo increíble, su valor
intelectual nadie lo discute, y haber aportado muchas cosas. Pero el factor
humano que revela su actitud es de lo más bajo.
HC.
En ‘Sólo un día más’ también se ve tu intención de dar a conocer a María
Casares, una mujer que triunfó en los escenarios de Europa y América y que aquí
fue ocultada y ninguneada por la dictadura de Franco.
SF.
No sabes la importancia que tuvo
María Casares. Recibió la Legión de Honor y todos los premios del teatro
francés. Incluso un puente sobre el Sena está dedicado a ella. Fue la actriz
más cotizada en Europa, Sudamérica y Broadway. Era lo más de lo más y se le
puede ver en la portada de la revista Semaine, cuando visitó Niza.
Interpretó a Chejov, a Ibsen, a Shakespeare, a los clásicos, a Lorca, a Valle-Inclán
y trabajó con los surrealistas, como Cocteau y Robert Bresson, para el cine. En
las cartas que escribía a Camus se le ve como una persona desenfadada, libre,
desinhibida. Podría ser cualquiera de las mujeres que pasan a nuestro lado
ahora mismo mientras hablamos. Era muy guapa, con ojos verdes, tenía una voz
muy grave y sus profesores de teatro le pedían que la dulcificara, porque
resultaba poco femenina. Pero ella se mantuvo erre que erre y consiguió hacer
de la voz su marca personal, la que le llevó al triunfo. Tenía mucho carácter
y, quizá por poner un pero, a veces era demasiado intensa, vehemente. Su teatro
era muy pasional, muy de Lorca, frente a la tradición francesa más contenida.
Aquí fue una desconocida y entiendo que durante el franquismo la censura fuera
total, porque ella era una exiliada y su padre había sido presidente del
Consejo de Ministros de la República, pero después… En 1976 vino a Madrid a
representar una obra, pero su presencia no tuvo mucho eco.
HC.
El accidente automovilístico de Camus, del que hemos hablado antes, nunca se
aclaró del todo, a pesar de que se investigó, no?
SF.
Sí, en ese accidente murieron el
editor Gallimard, al cabo de unos días, y Albert Camus. Pero fue muy raro
porque Camus estaba en las dianas de todos los servicios secretos. Eso es un
dato incuestionable. Había una operación en marcha, porque era la primera vez
que Breznev visitaba a De Gaulle en Francia y el partido comunista francés
estaba muy implicado en ese recibimiento. Y la única voz replicante que podía
poner pegas a la visita era la de Camus. Tres meses después de su muerte,
Breznev aterrizó en Orly. La policía investigó el siniestro. Afirmó que se
trataba de un accidente increíble, porque sucedió en una recta, una carretera
de tres carriles, sin tráfico… Vieron una rueda rajada por dentro y algo que
rasgó el asfalto en 400 metros, pero no supieron qué era. Fue investigado y no
se encontró nada. Pero todo eso no quita para que Camus en esa época estuviera
seguido al milímetro por los servicios secretos franceses y soviéticos. Era el
tiempo de la Guerra Fría y él era un disidente, muy crítico con la Unión
Soviética.
HC.
Tú conocías la trayectoria de Albert Camus desde joven. Tras escribir ‘Sólo un
día más’, ha cambiado la imagen que, a priori, tenías de él o sigue siendo la
misma?
SF.
La he ampliado, pero no ha cambiado
en lo esencial. Yo tenía una idea de un tipo profundamente humanista y la he
confirmado. Como te he dicho antes, pienso que era un cristiano ateo, antes que
un existencialista. Camus resulta difícil de encasillar en una corriente,
porque siempre iba y pensaba por libre, igual que Orwell. Era un hombre de
izquierda, pero fue muy valiente y en aquel momento criticó a una izquierda que
no distinguía entre matices y no entendía que, para ser antifascista, había que
ser también anti totalitario. Luego descubrí un caleidoscopio mucho más
complicado, porque nadie, absolutamente nadie, es de una sola manera. Todos
tenemos muchas caras y Camus era un tipo sensible, defensor de los derechos
humanos, antiestalinista feroz, padre maravilloso, marido pésimo y amigo leal.
También tenía sus momentos bajos y sus contradicciones, porque no pretendo
decir que Camus era dios, era sólo un hombre. Ahí radica su grandeza. Podría afirmar
que fue el intelectual de referencia incluso después de muerto o, me atrevería
a decir, mucho más después de muerto, porque tuvo razón antes de tiempo, que es
una de las formas más peligrosas de tener razón. Hace un par de meses en
Francia hicieron una encuesta y resultó que Camus era el escritor francés del
siglo XX, vivo o muerto, más leído. En algunos lugares salía también elegido
Saint-Exupéry, pero Sartre ni siquiera aparecía en la lista. Si, de alguna
manera, con mi novela contribuyo a que la gente se acerque a un libro suyo
distinto de los más conocidos, me daría por muy satisfecha.
HC.
Terminamos por hoy. A algunos escritores no les gusta etiquetar sus novelas. Sin
embargo, tú has catalogado ‘Sólo un día más’ como un biopic sin dudar mucho,
según he leído por ahí.
SF.
Bueno, cuando trabajas con personajes
reales eres fiel a ellos. Eso en el mundo del cine se llama biopic, porque no
es una biografía, ni un ensayo, es una recreación como explicaba al principio,
una novela sobre una historia real con todos los datos fetén. Cada vez me
interesan más las novelas sobre personas o trasfondos históricos reales.